Españoles:
En esta noche en que los hogares españoles
celebran sus fiestas tradicionales de paz y de cristiana alegría,
mi recuerdo es para todos los que en nuestra nación o fuera de
ella elevan a Dios, en esta hora, sus plegarias o sus votos para
que bajo su protección continué en el año que comienza el
resurgimiento de nuestra Patria.
Destaca, en este año que termina, sobre
todos los trabajos fecundos de resurgimiento interior llevados a
cabo, el acto grandioso de unidad española y de verdadera
comprensión que os solidarizó ante la injusticia extraña en
aquel 9 de diciembre de imborrable memoria. El año 1946 deja bien
clara ante los ojos del mundo la prueba de nuestra razón y la razón
de nuestra unidad, alzada entusiásticamente por toda la Patria
como la mejor y más segura bandera que los españoles hayan
levantado en el transcurso de los siglos.
El ateísmo y el materialismo que se han
apoderado de tantas conciencias y señorean, desgraciadamente,
tantos pueblos, difícilmente podrán comprender a una nación católica
que, por el hecho de serlo, ha aceptado como ley suprema entre sus
hombres aquella inigualable doctrina por la que Cristo murió en
el Calvario. Su igualdad, su libertad y su justicia son las que
caracterizan nuestros actos; si por ellas merecemos el odio o el
rencor del mundo, estamos dispuestos a afrontarlo.
Mas una cosa es la malicia de los hombres
torcidos y otra muy distinta la de los pueblos de buena voluntad.
Por ello nuestro afecto y nuestra gratitud se dirigen en este día
a todos los que en el mundo nos comprendieron y nos ayudaron, en
especial al mundo católico, que tanto nos asiste y nos conforta;
nuestro perdón para los que engañados han intentado, sin
embargo, herirnos, y nuestro desdén para los impenitentes
maquinadores de toda injusticia que se han deshonrado al
injuriarnos.
Nuestra paz y el afianzamiento de nuestro
bienestar son una realidad innegable que nuestros enemigos
intentan encubrir con ese telón de agravios y calumnias, pero
nuestra conciencia en esta hora de repaso de cuentas descansa en
la exquisita y reconocida caballerosidad, nobleza e hidalguía con
que nuestra política se ha comportado respecto a todos los países
y a todos los problemas en estas horas del mundo. Vamos al nuevo año
con el ánimo bien templado, dispuestos a superar dificultades y
rencores, y en él continuaremos esa labor ingente de realizar la
reforma económico-social de nuestros pueblos y ciudades.
En el momento en que la comunidad española
vive esta esperanza de paz y de buenos deseos para 1947, pedimos a
Dios nos siga preservando de los odios que se agitan en el aire
del mundo y derrame sobre el suelo de España, la tierra bendita
de nuestros muertos, que es también de nuestros hijos, y sobre
todos los españoles la gracia de la paz y de su protección para
seguir adelante nuestra gloriosa historia.