Españoles:
Permitidme que una vez más con mi voz
irrumpa en la paz e intimidas de vuestros hogares para llevaros,
con mis votos de felicidad en el año que vamos a empezar, una
ligera exposición de nuestras líneas de pensamiento y acción
ante la situación y perspectivas nacionales que por interesar al
bien general son esenciales para vuestro futuro.
Los temas de la vida nacional no son ajenos a
ese calor y efusión de las grandes fiestas en los hogares. Por
encima de los muros que nos separan y hacen posible el marco de la
intimidad de cada familia, estamos unidos en la gran comunidad
nacional, cuyo destino es nuestro destino y cuya existencia nos
afecta, como lo que atañe al todo, alcanza a sus partes y
componentes. Así, pues, no me sitúo entre vosotros como un extraño
para interrumpir el curso de una velada familiar, sino como
expresión de lo que hay de común entre vosotros mismos para
realizar la comunidad nacional en el tiempo y en el espíritu,
como ya ocurre en el espacio, en el área de la unidad geográfica.
Tampoco podemos recluirnos en la paz y el egoísmo de nuestra
propia vida nacional. La situación del mundo afecta de tal modo a
todos los países que hemos de pensar en la suerte de tantísimos
pueblos y familias a los que un destino fatal arrastró a perder
la paz y la libertad de sus hogares, cautivos hoy bajo la
esclavitud más cruel de tiranía que conocieron los siglos: el
dominio comunista.
Si hacemos este recuerdo de nuestro amor y
caridad hacia nuestros hermanos de otras naciones, imaginaras cuánto
debemos a nuestros compatriotas desvalidos, a los que podemos
relevar de muchos sufrimientos materiales y morales si aunamos
nuestros esfuerzos en lo político.
La cosa, pues, no es ajena al bienestar de
nuestros hogares por felices que puedan sentirse; una buena política
a unos y otros en una u otra forma favorece y asegura, así como
una mala puede sumir a todos en la catástrofe, como ya ha estado
en España a punto de ocurrir.
La política puede hacer a los hombres más
felices o más desgraciados. ¡Cuántas no han sido las familias
que en estos años han visto transformadas favorablemente sus
vidas porque en la Nación se practicó una política justa y
redentora!
Por todo ello, en estos días, en estas
festividades del año en que damos gracias al Señor por habernos
deparado estas horas en cierto modo felices, hemos de impetrar la
protección divina para que ayude también a aquellos pueblos
cautivos del comunismo que, como nosotros, disfrutaban de la paz y
alegría de unos hogares cristianos y que hoy sufren los rigores
de una espantosa servidumbre.
El progreso constante de la comunidad y la
vida nacional es un fenómeno que aún no ha sido por todos
debidamente valorados. Su alcance y profundidad revisten una
singular significación. Porque si es ya realmente importante que
en nada fundamental hayamos tenido que rectificar nuestros ejes de
marcha, en medio de un mundo sin sentido de previsión que camina
dándose de bruces cada mañana con la sorpresa y lo inesperado,
que se debate entre contradicciones flagrantes como sujeto pasivo
de los acontecimientos y no protagonista conductor de los mismos,
lo es aún mucho más que en el marco de tales circunstancias
internacionales, cuyas consecuencias descargaron violentamente
sobre las espaldas del pueblo español, la línea ascendente de
nuestro desarrollo en todos los aspectos no se haya interrumpido;
antes al contrario, haya registrado progresivamente un ritmo más
acelerado y más firme.
Es frecuente que un país, al romper enérgica
y dramáticamente un proceso de desintegración, acuse, como
consecuencia inherente a las reacciones viriles, un primer impulso
de impetuosa recuperación en todos los órdenes; pero lo difícil,
lo ejemplar y significativo está en mantener a lo largo del
tiempo y sin desfallecimientos las suficientes reservas físicas y
morales para que el pulso de las realizaciones concretas y
tangibles en lo institucional, en lo cultural, en lo económico,
en lo social y hasta en el campo de lo religioso tenga en cada
instante la presión y la velocidad acomodadas a las
circunstancias y a las posibilidades, sin que el termómetro de
las ambiciones y aspiraciones ideales deje de marcar en momento
alguno la temperatura máxima.
Esta conjunción de lo ideal con lo real y
posible es lo que define una política bien orientada, con
horizontes cada vez más anchos y abiertos en los propósitos y
con una obra de Gobierno regida por el signo de la estabilidad, de
la continuidad, de la eficacia y del progreso del bien común
nacional.
Para que nadie pueda arrebatarnos los frutos
de esta continuidad eficaz, una base fué, es y será siempre imprescindible: la unidad; unidad
nacional, unidad religiosa, unidad social y unidad política; la
unidad sentida, defendida y practicada; no simplemente proclamada
como supuesto táctico desde el que operar impunemente al margen o
contra aquellos postulados sobre los que justamente descansa esa
unidad y que para todos fueron ya definitivamente establecidos en
la Ley fundamental de los principios del Movimiento Nacional.
Esos principios han de ser aceptados en su
integridad, forman un todo orgánico; ninguno de ellos tiene un
carácter de provisionalidad. Nadie puede atribuir a alguno una
vigencia transitoria ni puede limitar su extensión y alcance de
acuerdo con interesados deseos y criterios puramente personales.
En virtud de esa Ley fundamental, el Movimiento tiene el rango
adecuado dentro de nuestro esquema institucional y sus principios
son permanentes, inalterables y de aceptación obligatoria para
gobernantes y gobernados en el presente y para el futuro.
Bien demostrada está su trascendente
virtualidad a lo largo de veintidós años, en los que nada nos fué
concedido gratuitamente, salvo la ayuda y la asistencia del
Todopoderoso; como está comprobado que únicamente es fértil en
resultados positivos y duraderos aquella legislación que nace
decantada por la experiencia, vitalmente, como producto de hábitos
y modo de pensar, querer y obra que le sirven de raíz moral en el
ser y la conciencia del país.
Antes que la reforma de las leyes está la
reforma de las ideas y las costumbres. Por eso nosotros no hemos
procedido con el simplismo de quienes estiman que todo queda
resuelto desde el momento que unos esquemas, elaborados en el
ambiente aséptico y frío de un gabinete, son traducidos a prosa
legal de acuerdo con las normas de la técnica jurídica.
La legislación, expresión siempre de una
concepción política, cae bajo los mismos imperativos que ésta,
y para gobernar con el menor número de errores posibles, hay que
auscultar diariamente la vibración de la realidad humana,
interpretar con ojo clínico los síntomas que presenta el
complejo social, al que tenemos que servir legítima y
acertadamente.
El fin del sistema político y de la obra de
Gobierno en su más alta «acepción» es procurar la estabilidad,
la continuidad y el perfeccionamiento del fluir de la vida política
y en la atención a las necesidades colectivas. Esta empresa
requería fundar, iniciar y crear una nueva tradición de
continuidad histórica, que es cuestión no de formulaciones
solemnes y verbales, sino cosa de hecho, construida materialmente
por el concurso de todos y como fruto del Gobierno, tratamiento y
conformación de las fuerzas políticas verdaderas.
Y bajo esta orientación hemos ordenado
nuestros pasos durante todos estos años, bien convencidos de que
es pura ilusión engañosa el pensamiento de que una misión
constituyente puede cumplirse solamente elaborando una Constitución.
Una misión constituyente requiere instaurar una tradición de
continuidad, que al romperse haga que se sienta la necesidad de
ella, y en esa empresa de instaurar la tradición de continuidad
política, la Ley o Leyes fundamentales no pasan de ser un medio
entre otros y en manera alguna el medio exclusivo y en sí mismo
suficiente.
Yo estimo que muchos españoles no han
valorado suficientemente nuestra Ley de Sucesión, la institución
del Consejo del Reino y el papel llamado a desempeñar no sólo
con su superior consejo en materia de la exclusiva competencia
personal del Jefe del Estado, sino en las resoluciones de las
crisis naturales por las que los pueblos forzosamente, más tarde
o más temprano, suelen pasar. Cuando esta institución existe y
sus miembros gozan de prestigio y autoridad, la línea de menor
resistencia es el aceptar las resoluciones de lo que está previa,
legal y sabiamente instituido.
La institución, que España refrendó en
casi unánime plebiscito, está constituida por lo más alto y
representativo de la Nación; por personas que han alcanzado en su
servicio los puestos más elevados o están más caracterizados en
la vida pública. Los brazos seculares se encuentran representados
en ella por sus supremas jerarquías. La justicia, por sus
elevadas Magistraturas; la cultura y las profesiones liberales,
por la representación de las Universidades y los Colegios
profesionales, y el pueblo, a través de la representación de
Municipios y Sindicatos. Si a eso unimos la guardia fiel que las
Instituciones armadas y fuerzas de orden público mantienen en
defensa del Régimen legalmente constituído, se apreciará mejor
cómo nuestro sistema se ve adornado de las máximas garantías
que saben en el orden terrenal. Era un vacío que había que
llenar, que no sólo se echó de menos en las grandes crisis
contemporáneas de otras naciones, sino que se acusó con mayor
gravedad en nuestra Nación al correr de los dos siglos últimos.
Lejos de nosotros la soberbia pretensión de
alcanzar fórmulas y soluciones perfectas que excluyan la sucesiva
revisión y ajuste de lo accidental. Hemos considerado que también
ahí se escondía una peligrosa fuente de error en la pretensión
misma y que, bien al contrario, era condición necesaria de
acierto en la obra de edificación institucional y política
contar siempre con las correcciones que la experiencia vaya
aconsejando. Porque es preciso insistir en ello incansablemente:
la estabilidad y la continuidad política no podrán ser nunca el
rendimiento de un aparato legal y orgánico externo que se
superponga al ser de la comunidad nacional, sino una conquista
diaria y una meta permanente de esa comunidad en plena posesión
de las conveniencias políticas objetivas.
Nuestra obra, pues, no ha seguido los caminos
trillados y habituales en la materia. Ello ha servido para que se
intentara explotar la ingenuidad de las gentes, tratando de
reducir el Régimen a una situación excepcional y necesariamente
transitoria de poder. Mas nadie, honesta y profundamente
interesado en estas cuestiones, podía verse inducido a error ante
la elocuencia de los hechos y de los acontecimientos que han
tenido lugar en cada etapa. Para dotar a nuestra Patria de los
instrumentos propios de su vida política, que se destruyeron en más
de cien años de vacilaciones y tanteos contradictorios, hemos
asumido la tarea de establecer de hecho una tradición de
continuidad histórica viva y esperamos cumplirla con la ayuda de
Dios. A esta tarea hemos entregado nuestras energías, y en su
realización y servicio esperamos emplear los años que Dios nos
conceda de vida.
La política ha de ser entendida no como
poder, sino como servicio, como misión, y ha de ser realizada y
servida con entereza, sencillez y humildad. Quien gobierna ha de
saber renunciar a la vanidad y ha de conducir el navío del bien
común a buen puerto, buscando y preparando la adhesión y el
asentimiento, aunque para ello tenga que frenar y tomar en
determinadas coyunturas rumbos distintos a aquellos que, por falta
de datos o desorientación, pudieran considerar algunos como más
convenientes. Es más cómodo situarse a favor de los instintos,
como es sumamente fácil el gesto teatral de cara a la galería.
Pero la política no es el carro de la farándula, la política no
es teatro, sino la acción prudente sobre la compleja realidad de
un pueblo con sus virtudes y sus pasiones. Siempre hemos confiado
en la rectitud insobornable del hombre español, en la nobleza con
que termina respondiendo ante la presencia de lo auténtico, en la
sinceridad y gallardía con que reconoce la pureza de intención y
los aciertos. Nunca se vió fallida esta confianza. De vosotros
hemos recibido el aliento necesario para llevar adelante la obra
de recuperación y puesta a punto de todas las energías
nacionales, antes aplastadas, malversadas y esterilizadas por los
viejos sistemas políticos. Los tiempos no han sido risueños y
las tareas fáciles. Podríamos sin injusticia calificarlos de
duros, pues aunque la vida de la Nación haya transcurrido con las
mínimas molestias, los problemas que vienen presentándose a sus
Gobiernos no han sido nada corrientes.
Apoyados en nuestra unidad hemos sido capaces
de ofrecer al mundo el ejemplo de un pueblo que convirtió las
adversidades en estimulantes de su virilidad; la carencia de
medios materiales, en reactivo de su economía; el asedio y el
injusto aislamiento, en fuerza creadora de cohesión espiritual;
la enemistad internacional en la oportunidad para recobrar el
puesto que nos corresponde; la «depauperación» producida por
una guerra, en el punto de arranque para la conquista de un más
alto nivel espiritual, cultural y económico; la coyuntura de unas
engañosas circunstancias internacionales, para demostrar una
claridad de juicio, un sentido de la justicia, un espíritu de
independencia y un sincero amor a la paz, sin perjuicio de
mantener unas reivindicaciones históricas españolas
absolutamente justas y moralmente importantes.
El mundo occidental y cristiano no ha saldado
aún su deuda con un pueblo que supo ofrecerle tan fuerte y
trascendente partida de valores espirituales y morales. Si Europa
puede un día recobrar su integridad, su alma y su misión, a la
Cruzada española se lo deberá en primer lugar.
Conviene recordarlo de vez en cuando para que
nadie entre nosotros olvide sobre qué base y cimientos descansa
el orden, la paz y el progreso, que, si no tuvimos la fortuna de
heredar, hemos ganado y transmitiremos cuando Dios nos llame, como
el patrimonio más valioso, a las generaciones que han de
sucedernos. A la generación actual le corresponde aún y durante
muchos años todavía administrarlo con honradez, defenderlo sin
debilidades, que serían suicidas, y acrecentarlo haciendo rendir
el ciento por uno a las realidades espléndidas y amplísimas
posibilidades que aún tenemos entre las manos como fruto del
sacrificio, de la inteligencia, de los titánicos esfuerzos de
unas promociones españolas heroicas, ejemplares y fieles a sí
mismas y a su hora.
Recordad la situación de la que hubimos de
partir y que puso en marcha las ansias renovadoras del Movimiento:
España se moría desintegrada por sus luchas intestinas. Sus
partes estaban en trance de disgregación. La anarquía,
estimulada desde el Poder, se señoreaba del país
progresivamente. El comunismo acechaba su presa. El eje Moscú-Madrid,.
apuntando a Hispanoamérica, no constituía una invención, pues
estaba perfectamente definido en las actas del Congreso de la
Komintern de 1.935.
La creación en este mismo Congreso de la táctica
de los Frentes Populares de alianza con los más afines para más
tarde desbordarlos; de filtración en las organizaciones obreras
para parasitarlas, tuvo en nuestra Nación una realidad inmediata.
El primer Frente Popular se constituyó en España en el mes de
diciembre de aquel mismo año. En febrero, la desunión de las
otras fuerzas políticas facilitó el triunfo del Frente Popular.
La suerte estaba echada. El camino para la subversión comunista
se ofrecía franco. La organización de las Milicias populares se
encontraba al orden del día; la provocación por los partidos en
el Poder de alteraciones del orden público, buscaba la intervención
de las fuerzas de seguridad para explotar la reacción creando el
clima favorable para su disolución. El licenciamiento de gran
parte de los efectivos militares perseguía debilitar toda
resistencia.
Las informaciones que desde la propia Dirección
de Seguridad recibían las autoridades militares superiores
acusaban la proximidad del golpe comunista. Se les prevenía
contra el proyecto de eliminación de sus jefes y oficiales al
salir de los domicilios para incorporarse a los cuarteles e
incluso en muchas ciudades en las puertas de sus domicilios se
descubrían señales y marcas misteriosas. La supresión de las
principales y posibles cabezas de la contrarrevolución estaba
decretada. Muy pronto, Calvo Sotelo, jefe de la oposición
parlamentaria, había de encabezar el número de las víctimas. Su
asesinato, premeditado por las fuerzas de orden público del
Gobierno del Frente Popular, señaló el comienzo de la revolución.
Que no eran comunistas todos los que
integraron el Frente Popular es cosa cierta, pero que su acción
fué eminentemente comunista y servía a Moscú, nadie puede
dudarlo. Los hechos siguientes lo demuestran:
La revolución del año 1934 en Asturias fué
ya dirigida por agentes de Moscú; en ella se asesinó, se
asaltaron Bancos y se llevaron los millones robados al
extranjero. El Gobierno del Frente Popular amnistió esos crímenes
y los millones robados no se devolvieron.
Desencadenada la revolución roja en 1936,
vino a España a dirigir los acontecimientos el embajador ruso
Rosemberg, no obstante no haber tenido España hasta entonces
relaciones oficiales con los soviets. Desde los primeros
momentos se establecieron en las poblaciones checas tipo ruso,
Tribunales populares, y en el Ejército, comisarios políticos
comunistas, mientras el retrato de Stalin llenaba las fachadas
de los grandes edificios. El comunismo internacional introdujo
por la frontera pirenaica, desde los primeros momentos, una
cifra de dos mil voluntarios diarios, con los que se
constituyeron las Brigadas Internacionales. Muchos de los jefes
comunistas de los Estados satélites soviéticos y jefazos del
comunismo en Francia figuraron en España al frente de las
Brigadas comunistas internacionales. El Gobierno rojo entregó a
Rusia en depósito todo el oro de la Nación. A Rusia se
llevaron por los Gobiernos rojos millares de niños para
sovietizarlos. No creo que pueda existir una mayor política de
sumisión a Moscú que la que aquellos Gobiernos practicaron.
El mundo no aprovechó la lección
debidamente, pues pronto la historia habría de repetirse, y son
muchos todavía los que aún creen posible el servirse del
comunismo o aliarse con él para alcanzar sus fines. Y es ya
realidad histórica que es del comunismo, como elemento más
fuerte, del que acaban siendo juguetes.
Nosotros hubiéramos deseado que en estos días
de paz del Señor, cuando se conmemora el Nacimiento de nuestro
Redentor en su humilde cuna de Belén, no tuviéramos que recordar
estos hechos y se hubieran reintegrado a la unidad de los españoles
todos los que hemos tenido la suerte y el honor de haber nacido en
esta tierra bendita de nuestra Patria; pero el genio del mal no
reposa y encarna en esos desdichados policastros exilados que, a
través de las logias y de las internacionales, no descansan
pretendiendo tergiversar los hechos y mantener un clima de
difamación contra nuestra Patria. España
puede perdonar, pero no olvidar.
La realidad es que se había venido abajo el
edificio entero de los instrumentos de la vida política nacional.
En más de un siglo de ensayos y experiencias fracasados se habían
agotado las fórmulas alternativas del sistema político con
vigencia en el mundo; y si resultaba imposible el mero trasplante
a nuestro momento de los usos y soluciones de la tradición
antigua de España, porque la tradición no es mera copia ni pétrea
inmovilidad, el fracaso experimental reiterado descartaba las
soluciones de constitucionalismo habituales a partir del siglo
XIX.
Nació el Régimen español no como
sustitutivo conveniente de otro régimen torpe, incapaz o
inadaptado a la personalidad histórica de España y a sus
necesidades. En 1936 había quebrado la legalidad republicana al
convertirse el mismo Poder en promotor y protagonista de la más
radical subversión de los derechos de la persona y de la
sociedad. Al ordenar el Gobierno a la Policía del Estado el
asesinato del jefe de la oposición parlamentaria y entregarse a
los designios de Moscú, dejaban de existir los últimos restos
del que se decía Estado de derecho. En consecuencia, las fuerzas
armadas de la Nación, conscientes de sus deberes para con la
Patria y en cumplimiento de lo que prescriben sus leyes
constitutivas, con el respaldo entusiasta del pueblo sano, alzado
en armas para defender su existencia, su historia y su soberanía,
eligen y nombran un Caudillo y abren una etapa creadora,
instauradora, fundacional.
Lo que con el Movimiento y la Cruzada surge
no es la pasarela ni el puente, que tendido sobre el turbio caudal
de unos años de miseria, traición y terror, restaura y
restablece la unión entre dos orillas, sino una concepción política
y una estructura estatal que por ser legítimas de origen y por
estar insertas biológicamente en las entrañas de la tradición y
ser conformes con los imperativos de nuestro tiempo, cristaliza
desde el primer instante en un sistema políticosocial de derecho,
españolamente original, superador, sin lastres ni taras, con un
sentido de la continuidad histórica y una sincronización vital
con las exigencias de justicia y transformación social que
caracterizan y especifican a la etapa actual del mundo.
Es un hecho palmario que el Régimen fundado
en la Cruzada responde a estas urgencias del tiempo y es solución
eficaz de los problemas de toda índole -incluidos los
institucionales y de organización política- que por la
frivolidad, la imprevisión, el abandono, la torpeza, la ceguera
de quienes durante más de un siglo vinieron desempeñando
funciones rectoras, pesaban como una losa sobre los hombros, la
frente y el corazón de los españoles de nuestra generación. Y
si a origen y títulos de tan nobilísima naturaleza se añade un
sistema ortodoxo de ideas y de valores, que ha fructificado en
realidades sociales, no cabe sino la aceptación y el
reconocimiento de su terminante legitimidad. Cualquier otra
actitud de apatía o rebeldía sabemos muy bien a qué responde y
obedece. Obedece y responde, en unos, a egoísmos personales y a
debilidad mental: enfermos de bienestar, les hace daño el clima
saludable de una comunidad que a paso de carga recupera el tiempo
que sus dirigentes de otras épocas tan lamentablemente le
obligaron a malgastar. En otros pocos refleja el morboso espíritu
de tertulias decadentes, residuos de viejos modos políticos. En
algunos descubre un impaciente apresuramiento que pone de
manifiesto la inconsistencia de su adhesión a los principios del
Movimiento Nacional, ya que buscan por cualquier medio que la
ruleta se detenga sobre el número al que apostaron, tenga o no el
asentimiento de la Nación.
En su pasión y egolatría desconocen, los
que de tal forma se producen, la transformación que el Movimiento
ha impreso en toda la vida española, el despertar cívico del
pueblo, especialmente en los grandes sectores de las provincias
que un día no contaban; que toda España ha despertado a una
ilusión y a una vida nueva llena de fe y de esperanzas, que ya no
se conforma con el triste vegetar. Han comprendido la virtualidad
del Régimen y de sus doctrinas, palpan ya la mejora y a él se
entregan con entusiasmo. Saben lo que vale la unidad, la autoridad
y el orden y ven cómo en años se rectifican los abandonos de
siglos. Los hechos son en sí tan elocuentes que malamente lo
pasarían los que un día intentasen oponerse a este movimiento
arrollador. España entera se movilizaría contra los locos que
tal cosa pretendiesen. El Régimen está firmemente enraizado y su
contraste con lo que le precedió no puede estar más claro.
Durante cuatro lustros la madurez, el juicio
y la fortaleza del cuerpo social han tolerado sin ninguna alteración
estimable en su temperatura política y moral a estos bien
localizados y reducidos núcleos de seres anacrónicos e
inadaptados, sin peso específico, que progresivamente la guadaña
de la muerte va segando sus vidas y que acabarán por desaparecer.
El pueblo español, dueño de la seguridad
interior más fecunda que ha conocido en más de doscientos años,
empeñado en empresas de alto vuelo y largo plazo, esenciales para
su bienestar, continúa su marcha con la satisfacción de haber
superado las etapas más penosas y arduas, sin descomponer
siquiera el gesto ante quienes, de espaldas a sus verdaderos
problemas y necesidades, pretenden provocar artificialmente
oposiciones y situaciones, que por haber sido previstas,
analizadas y reguladas oportunamente, tienen señalados su
tratamiento y plazo en la legislación vigente.
Dentro de la amplitud de las ordenadas
doctrinales del Movimiento caben, sin discriminación de
procedencia o estamento, todos los españoles que por sus
actividades en el ambiente privado, familiar y profesional
responden con generosidad a la llamada del sacrificio diario por
la Patria; pero hay que hacer una discriminación entre el
Movimiento Nacional, que comprende a todos los españoles, y el
servicio de este Movimiento, que requiriendo una actividad política,
como en todos los países, es tarea de minorías, pues no todos
aman al servicio político cuando éste entraña sacrificios. Los
principios todos del Movimiento han de ser aceptados y de modo
especial han de servir de norma y norte a quienes asumen función
de servicio. Pero no por ello sería aconsejable concebirlo sin
una configuración orgánica y una disciplina efectiva entre sus
miembros, que han de guardar no sólo fidelidad a la doctrina,
sino también lealtad a la organización y a sus jerarquías.
Porque no se trata sólo de una manera de pensar, de una mera
coincidencia en la aceptación de unos postulados comunes mínimos,
sino de una manera de ser y de participar en las tareas de una
institución política con capacidad para obligar a los que en
ella se integran voluntarios como cuadros más particularmente
activos.
Este alistamiento no supone tampoco ni puede
suponer el usufructo de derechos especiales, ni mucho menos
privilegios, sino el de ser los primeros en la entrega al servicio
diario, tenaz y riguroso a esa comunión de ideales que deben de
informar y conformar toda la vida nacional. Su cometido, entre
otros, es mantener vivas y actuantes las virtudes de la época
heroica, para aplicarlas a los problemas reales y concretos que
cada hora nos presenta, aprovechando siempre al máximo cuantas
posibilidades licitas se nos ofrezcan o seamos capaces de
provocar.
Un Movimiento no puede estancarse ni
detenerse, ha de estar en periódica renovación. Una política
nacional que merezca este nombre necesita mirar al futuro, señalarse
metas ambiciosas y movilizar los medios todos para alcanzarlas. Un
Movimiento ha de pugnar y esforzarse sin descanso porque se
realicen, hasta el extremo límite que las circunstancias y los
medios disponibles prudentemente permitan, cuantas aspiraciones
están contenidas en su entendimiento del bien y el
perfeccionamiento de la persona y de la sociedad. Aquí radica, en
última instancia, la diferencia sustancial entre partido y
Movimiento, entre la adscripción a un programa y la fe operante
ordenada a un quehacer nacional, entre una etiqueta política y un
modo de ser y de actuar.
Este modo de ser ha penetrado en todas las
capas sociales mucho más profundamente de lo que algunos creen.
Hasta algunos de los pequeños e inconscientes grupos de
detractores, que desde el extranjero vienen hostilizando durante
cuatro lustros a nuestro Régimen, se ven forzados, mal que les
pese, a moverse en su lenguaje y sus teorías dentro de la órbita
de nuestro ideario, dándose frecuentemente el caso de que llegan
a poner en circulación como descubrimiento y novedades lo que ya
hace tiempo es una realidad palpable y hasta consustancial con el
Régimen. En comparación con los años anteriores a 1936, puede y
debe hablarse de un nuevo tipo de hombre español. Conquistado
esto, estad seguros de que hemos remontado la cota más difícil,
de que ha sido alcanzada la posición clave y se han asentado las
bases más firmes para la continuidad política.
El fin de este año de 1958 nos encuentra
invariables y constantes en el gran empeño de transformación y
mejora de las bases materiales de desenvolvimiento de nuestro
pueblo. La conveniencia y la necesidad de promover nuestras
fuentes de riqueza, de fortalecer las ya existentes y de
multiplicar las posibilidades de trabajo fructífero para los españoles,
han estado presentes sin interrupción en nuestro ánimo a lo
largo de todos estos años y sin dejar que la obra se viera
afectada por elemento alguno de perturbación e inquietud.
Industrializar, regar los campos, embalsar las aguas, repoblar los
montes y capacitar mejor a las nuevas generaciones, con una enseñanza
profesional cada vez mejor y más difundida, son metas obligadas
de la más legítima ambición nacional.
En este camino llevamos cubiertas grandes
etapas, que eran acaso las mas ásperas y llenas de dificultades.
Nuestra España ya no es hoy un país de espaldas a los progresos
de industrialización y de aprovechamiento técnico intensivo.
Tenemos puesto el pie en la otra orilla, en la de expansión
industrial y de la difusión tecnológica, la del horizonte
abierto a los grandes planes de desarrollo económico con eficacia
simultánea sobre los múltiples aspectos y factores de la vida
nacional y para los cuales nuestro equipo material empieza a estar
a punto.
Lo más problemático y erizado de
dificultades era cuanto hemos cumplido ya en las etapas pasadas,
cuando el mundo ardía en el conflicto más destructivo y
sangriento de todos los siglos y carecíamos en medida gravísima
de recursos y de antecedentes. Si volvemos la mirada atrás,
tenemos sobrados motivos de amplísima satisfacción y elementos
de juicio para tener confianza y seguridad en las tareas presentes
y futuras.
Una vez más yo pongo ante vosotros esa gran
empresa en que estamos empeñados, de la más amplia y profunda
transformación de nuestra estructura económica. Es una tarea a
la que se deben ineludiblemente las generaciones actuales y
respecto de la cual no caben dudas, vacilaciones ni distingos.
Quien no tenga sensibilidad para, un imperativo nacional de esta
magnitud y naturaleza, por sí mismo se descalifica y se coloca
fuera de todo título a la consideración y al respeto. Debemos y
podemos aspirar para nosotros al nivel de vida de los pueblos más
adelantados, llenando los vacíos y ganando las condiciones
necesarias de ello con mano vigorosa y resuelta.
Si hemos de establecer esa tradición de
continuidad histórica viva de que os hablaba, no es menos
necesario que el repertorio de las leyes oportunas, una
experiencia ejemplar de eficacia del Estado, capaz de hacer
olvidar la antigua y arraigada decepción que agostaba los mejores
espíritus, haciéndolos huir de la actividad pública. Por eso
sentimos traspasada nuestra obra cotidiana de una alta proyección
y significación, que se acentúa cuando se trata de esa tarea
magna de restañar heridas seculares y de modificar las
condiciones adversas de nuestra geografía, en el sentido de
robustecimiento de la base material de sustentación y acción de
nuestro pueblo.
Nuestra trayectoria en el área de la política
interior es clara, está firmemente establecida y viene respaldada
por los antecedentes y premisas de todos estos años. Durante el
que ahora termina hemos mantenido la línea esencial permanente a
la que venimos sirviendo. En el que ahora empieza hemos de renovar
el esfuerzo para cubrir y aun desbordar los objetivos accesibles
en su marco, para realizar y asegurar el progreso económico y
social a que aspiramos legítimamente para nuestra Patria.
En cifras bien convincentes por sí mismas
expusimos ante las Cortes, al inaugurar la nueva legislatura, cómo
los índices que arroja el haber del Régimen en el campo de las
realizaciones concretas son de tal volumen que, sin jactancia, se
puede afirmar que, dadas las circunstancias, no hubiera podido
nadie mejorarlos ni relativa ni absolutamente estimados. Hoy
prefiero llamar vuestra atención más particularmente sobre la
transformación conseguida en los españoles individual y
colectivamente considerados, aspecto este de mayor trascendencia aún
que el anterior. Para comprobarla son suficientes estos hechos: el
español de hoy se va liberando de su complejo de inferioridad
ante los secretos de la investigación científica y de la técnica;
percibe con claridad meridiana que las nuevas formas de organización
políticosocial hacia las que el mundo camina nada tendrán que
ver con los nacionalismos aldeanos o con la lucha de clases, ni
con el liberalismo de principios de siglo, y que el sistema del
futuro será aquel que logre conjugar los anhelos de justicia
social y bienestar que mueven a la sociedad moderna, y lo que en
el orden espiritual y nacional ha labrado la personalidad histórica
de los distintos pueblos, y valora lo que supone el que hayamos
recobrado la independencia de criterio y decisión en el ámbito
de las relaciones internacionales, dentro del cual nos movemos sin
otras cortapisas que las que determina la presencia y potencia del
comunismo internacional.
Una consideración interesa añadir para
captar con exactitud esta transformación y madurez del pueblo
español en lo moral. Es un hecho que la eficacia y la previsión
de los acontecimientos mundiales es lo que ha venido labrando ante
el mundo el prestigio del Régimen. Si un día fué el blanco de
las campañas más tendenciosas, hoy va conquistando la admiración
de unos, el respeto de los más y aun la imitación de algunos. Y
es precisamente esa eficacia, esa previsión y ese respeto y
admiración los que han determinado un cambio de táctica y de
procedimientos en los enemigos, que en sus propios y reiterados
fracasos han conocido la inutilidad de sus ataques frontales.
Hay quienes proclaman, no siempre por
ingenuidad, que sería saludable abandonar ya el uso de ciertos
resortes legales; como si el arte de gobernar no consistiera,
también por su misma naturaleza, cuando hay agresión y guerra fría,
en mantener bien defendidos los núcleos fundamentales de
resistencia y cobertura, que son exactamente los que el adversario
aspira a dominar, mientras en otros terrenos se toma e impulsa la
plena iniciativa de movimientos y de juego abierto e ilusionado.
Resulta incomprensible que algunos desconozcan o subestimen la
potencialidad del comunismo internacional y los dispositivos que
utiliza para la subversión en aquellas naciones que le abren sus
puertas. Por una experiencia que nadie se permitirá negarnos,
sabemos qué tesón y perspicacia son necesarios frente a un
atacante tan tenaz como implacable; tan sutil en sus métodos de
penetración como cínico y amoral en la utilización de sus
servidores directos o indirectos; tan fácil e inclinado a
cualquier tipo de compromisos, tácitos o expresos, como
calculador y frío a la hora de abandonar a sus aliados y explotar
la victoria.
A estas alturas, gran parte de los
desequilibrios pasajeros que se presentan en el proceso evolutivo
de nuestra economía tienen su origen casi siempre en dos fenómenos
que hemos de estimar como fundamentalmente deseables y positivos:
el creciente aumento de nuestra demografía y la constante elevación
de los índices no sólo absolutos, sino relativos del consumo,
tanto en lo que a materias y productos de primera necesidad se
refiere como de aquellos que no tienen ese carácter de necesidad
primaria.
La elevación del nivel de vida de los españoles
es una realidad que las cifras proclaman con harta mayor
elocuencia que las palabras. Los consumos «per capita» de los
principales productos alimenticios han aumentado en la siguiente
forma:
De un consumo anual de aceite de 8,21
litros por persona en 1940, se ha pasado a 16,26 litros en 1958;
del de carne, 12,82 kilos a 16,54, y de pescado fresco, de 15,24
kilos a 19,89 en el mismo período; en el de leche pasamos de
67,2 litros en 1943 a 86 en 1958; de azúcar el consumo de 6,46
kilos en 1941 pasa a 12,27 en 1958, y el de trigo, que era de
144,9 kilogramos, sólo llega a 155,3 kilogramos en 1958. Y si
de los alimentos pasamos a la producción industrial, veremos
que el índice medio del año 1958 es el de 234,5 por 100,
tomando como base 100 la producción del año 1940.
Como medida puramente episódica de
emergencia podría considerarse útil por algunos para cubrir con
mayor rapidez otros objetivos, por ejemplo, la normalización o
robustecimiento de la balanza de pagos, frenar el alza del
consumo; pero como constante política no es rentable, ni
deseable, ni progresiva. Y en países como el nuestro, que en
comparación con otros de su misma área cultural y geográfica
aún ocupan un lugar inferior en cuanto a su nivel de vida,
sólo podría aceptarse la reducción del consumo cuando el
potencial agrícola y el desarrollo y rendimiento de sus plantas
industriales hubiesen alcanzado ya el límite tope de elasticidad.
Mas no es este último nuestro caso, y de ahí la dirección en
que viene moviéndose la acción del Gobierno para impulsar y
facilitar el bienestar para todos mediante la revalorización,
transformación e incremento de las fuentes de producción y de
riqueza.
Como el punto de arranque era de subconsumo y
de un retraso secular y la demanda de bienes a partir de 1939 se
produce con ritmo mucho más acelerado que el que muchas veces es
posible imprimir a la producción industrial, ganadera y agrícola,
representa una tarea agotadora el mantener el equilibrio. Cuando
por causas que no está en las manos del hombre evitar o que
tienen su origen en la órbita individual o internacional a la que
no alcanzan nuestras facultades ordenadoras, se registra momentáneamente
el consiguiente desfase, son inevitables sus naturales
repercusiones en la economía familiar. No desconoce estas
repercusiones el Gobierno, y a aminorar sus defectos acude con
todos los recursos que tiene a su alcance. Conllevar
solidariamente estos desequilibrios transitorios es la mínima
contribución temporal que todos hemos de aportar para mantener la
paz y el orden mientras dan su fruto los planes de inversiones y
de producción en desarrollo.
Para acortar tiempo en esta navegación
importa sobremanera que todos los estamentos y sectores se
percaten de que esos niveles que hemos de conseguir hay que ganárselos
trabajando y produciendo más, perfeccionando nuestros métodos y
productos, racionalizando la organización de las empresas,
fomentando el espíritu de equipo, asociando inteligencias,
coordinando la investigación y la realización técnica, dando a
la juventud, a la universitaria, a la que ha de trabajar en el
campo, en la fábrica, en el comercio, en la Banca, en las
oficinas o en el taller artesano, la orientación adecuada y una
preparación seria, profunda y completa.
Dilatado es el campo que al ímpetu de las
generaciones jóvenes se ofrece con sólo apoyar y continuar con
sus manos vigorosas los planes en marcha de este gran quehacer
nacional. Ya desde ahora han de sentirse movilizadas y
comprometidas en la marcha olímpica hacia sus objetivos, que
pueden y deben ser conseguidos en pocos años. Hombro con hombro,
bisoños y veteranos han de acumular en torno a tan fascinante
cometido todos los recursos, todas las disponibilidades privadas y
públicas, toda la capacidad de entusiasmo de nuestra Revolución
Nacional. Si sólo en unos años, y con todas las dificultades que
se acumularon en nuestro camino, la renta nacional ha pasado de
257.426 millones (en pesetas de 1958) que España tenía en el año
1941 a 433.546 millones en 1957, y la renta «per capita» en diez
años, de 1948 a 1958, pasa de 9.832,7 pesetas de 1958 a 15.124,7
pesetas, imaginaros lo que podemos lograr de progresivo aumento en
los años futuros.
El año que ahora termina ha registrado en el
mundo exterior dos acontecimientos que no han podido dejar de
afectarnos, cada cual en la medida y en la forma correspondiente.
El primero de ellos fué la muerte de Su Santidad Pío XI, que nos
ha conmovido como pueblo esencialmente católico. El sentimiento y
el dolor, sin embargo, han hallado la compensación posible en la
piedad manifestada en el mundo entero con este motivo, que ha
revelado la vida, el esplendor y el prestigio de la Iglesia y,
sobre todo, con la elección del nuevo Papa en la augusta persona
de Juan XXIII, cuya sabiduría, bondad e inimitable sencillez
hacen augurar un gloriosísimo Pontificado.
El otro acontecer ha sido el cambio de régimen
en Francia, que constituye un acontecimiento de rango universal
con dos vertientes: una que mira a la seguridad del Occidente
europeo y otra al terreno de las cuestiones más generales del
pensamiento político. En cuanto al Occidente se refiere, la
situación de la política interior francesa con la expansión
comunista venía poniendo en peligro en el corazón del área
occidental todo el dispositivo de su defensa. Si una España roja
hubiera representado, hace años, la entrega total de Europa al
comunismo, la descomposición interna francesa y el peligro de un
Frente Popular de dominio comunista hubiera causado a plazo corto
análogos efectos. He aquí por qué, sin querernos inmiscuir en
lo que es privativo de cada pueblo, hemos de ver con optimismo la
revolución que al otro lado del Pirineo se ha producido por acción
de su Ejército y respaldo de la gran mayoría de los franceses.
En el aspecto del pensamiento político tiene
para nosotros otra dimensión. Precisamente nuestro Movimiento y
la Revolución Nacional española han sido objeto de incomprensión
y de trato injusto en cuanto se ha propuesto la ordenación de la
vida pública de espaldas al parlamentarismo y al juego y las
maquinaciones de los partidos políticos. y he aquí que ese
cambio de régimen en Francia y, sobre todo, el modo cómo ha
podido llevarse a cabo muestran en el país que vió nacer el
sistema el grado de desasistimiento y de repulsión que ha podido
suscitar.
La crisis del sistema institucional y del
modelo de Estado que se construyó en el siglo XIX está iniciada
en el mundo desde los años inmediatos a la primera guerra
mundial; pero esa crisis alcanzó este año en máximo con el
desmoronamiento de la IV República francesa. Con su
derrumbamiento no son las formas de vida política libre lo que ha
perdido prestigio, pero sí una ideología y una técnica política
cuya realización pretendía lograrse a costa de la autoridad
mediante ese juego parlamentario, incompatible con las
conveniencias más elementales de la vida nacional en cualquier país.
Apenas si será necesario un poco más para
que alcance pleno reconocimiento el error de ligar las
instituciones de Estado representativo y de vida política libre a
una doctrina histórica y filosófica carente de los más
elementales títulos de respetabilidad. Nuestro Movimiento ha
visto en la pujanza y fuerza expansiva de las organizaciones
sindicales en todos los pueblos la prueba y la posibilidad práctica
de fundar sobre estas entidades naturales y de vida auténtica y
propia un sistema representativo y de libertad política. A medida
que aquel error se reconozca en toda su entidad, cambiarán las
bases más
generales de pensamiento político y se descubrirán las
posibilidades inmensas de las organizaciones naturales para un
sistema representativo con todas las ventajas, sin ninguna de las
gravísimas deficiencias del viejo sistema.
Toda la filosofía política ha venido
girando en torno al problema de asegurar la posibilidad de la
insolidaridad del individuo frente a la comunidad y a autoridad,
cuando el problema central de la organización y constitución política
es el de asegurar las bases y condiciones de cooperación en el
desenvolvimiento de la vida pública. Si la libertad de la persona
es y ha sido una gran aspiración y un valor político, no es como
posibilidad de desenfreno, en la que no puede estar interesado más
que el insolidario y el egoísta, sino como garantía del más
amplio desarrollo autónomo de todas las cualidades personales y
del mejor aprovechamiento de éstas, por vía de cooperación, en
el servicio de la comunidad. Interesa el sistema de Estado
representativo porque mediante él, a través de la representación
pública, tienen oportunidad de ejercicio las vocaciones políticas,
resultado de ese ejercicio normal de la cooperación.
En todos los pueblos, los movimientos
sindicales no han dejado de crecer desde aquellos primeros tiempos
de persecución y proscripción a que los condenaba el
liberalismo, y ofrecen una densa trabazón orgánica que encuadra
y comprende a la mayor parte de la población. Cuando las
instituciones políticas decimonónicas se resquebrajan por todas
partes, ¿cómo no pensar en reconocer su personalidad de Derecho
público a las instituciones naturales y constituir políticamente
la sociedad sobre ellas? Los movimientos sindicales asumen cada día
el cuidado por los intereses de una masa de población numerosa y
abigarrada. Por esto necesitan cada vez más el acceso a la
legislación y a los órganos representativos y colegiados de
dirección de la vida pública donde se decide sobre esos
intereses. Esa es, en síntesis, la orientación en la que se
mueve nuestro Sindicalismo Nacional.
Pesa sobre nosotros y sobre el mundo entero
el riesgo y los peligros que amenazan la paz, dando a estos años
el dramatismo que los distingue. Y es tal la índole de estos
riesgos, que fuera de la normal diligencia para hacerlos frente, sólo
cabe atenerse a un riguroso sentido de los más altos deberes
morales para arrostrar el porvenir con la conciencia tranquila. En
el desarrollo de nuestra actividad hacia el exterior extremamos,
por nuestra parte, la prudencia que impone el reconocimiento de
esos deberes. Por la marcha histórica inexorable van siendo
barridas las condiciones que antaño presidían las relaciones
entre los pueblos. Los imperativos de la vida moderna nos atan con
nuevos y más fuertes lazos unos pueblos a los otros.
Por nuestra parte hemos comprendido este
hecho en toda su importancia, y aun sobreponiéndonos a motivos
circunstanciales de queja cuando se han dado, nos hemos dedicado a
fortalecer y a servir esos nuevos y superiores motivos de
solidaridad. El mundo se ha empequeñecido hasta tal extremo que
han hecho acto de presencia en el ámbito de la política exterior
y de la diplomacia razones de conveniencia general como las que en
el seno de un país impone a cada región o parte integrante la
solicitud y el cuidado por los demás, sobrepasando el egoísmo
mezquino. Nuevos y mayores patrones de unidad y de organización
política han desarticulado las viejas tramas de intereses antagónicos
entre pueblos relativamente próximos, lo cual hace cobrar mayor
relieve a las vinculaciones espirituales y a las de proximidad
histórica y geográfica.
Nunca se han dado en la medida que se dan hoy
las condiciones favorables a un eficaz desarrollo de órganos de
alumbramiento y ejecución del Derecho internacional, si no
existiera, no ya la potencia soviética, cuya existencia no tenía
por qué ser en sí misma perturbadora, si se atuviera a las
normas de relación honesta entre los pueblos, sino el
imperialismo comunista en cuanto factor de subversión moral
inadmisible. Mientras el comunismo aparezca unido a esa gran
concentración de poder de Rusia, existirá el máximo peligro
para la civilización y para la paz.
Nuestra política exterior es política de
paz y de concordia que deseamos acentuar, como corresponde con
aquellos pueblos a los que nos unen vínculos históricos y geográficos
permanentes. Vivimos atentos a todos los problemas y
acontecimientos que surgen en el área geográfica en que estamos
más interesados, y ofrecemos nuestra colaboración constructiva a
su feliz resolución.
Un hecho esencial preside en esta hora todas
las inquietudes. Por donde quiera que se extiende la vista nos
encontramos con la acción agresiva del comunismo soviético
propulsando la subversión del orden, fomentando y aprovechando
las disensiones internas, armando y financiando las revoluciones,
explotando los sentimientos naturales de emancipación de los
pueblos, mientras con descaro y desvergüenza notorios esclaviza y
aherroja a ocho naciones europeas en un grado avanzado de
civilización, ayer independientes y hoy bajo el yugo férreo de
sus Ejércitos. El Occidente no puede permanecer indiferente al
cerco que se le tiende, y se hace indispensable intensificar una
acertada acción política común, exenta de egoísmo. En este
orden no pueden cometerse errores. Existen zonas vitales que
Europa por ningún concepto puede abandonar y que necesita asociar
a ella por ser con ella solidarias y estar su suerte íntimamente
ligada a la suya. La asociación armónica de los mutuos intereses
es la seguridad para todos.
Es necesario y urgente que en esas zonas neurálgicas
no haga su aparición la ley del más fuerte, pues ésta es una
ley que se quiebra con facilidad y con peligros muy graves para
todos. El sentido de independencia es en sí una función creadora
que tiene sus fines y legítimos campos de acción que
objetivamente respalda el mismo Derecho natural; pero se ha de
vigilar con suma atención el imperialismo comunista, que desde
fuera interesadamente tratará de desvirtuar aquel sentimiento
para, aprovechando su generosidad y su energía, llevar las aguas
a su molino, un molino en el que triturará indefectiblemente
aquella misma independencia. Nada tiene España que disimular ni
de qué arrepentirse en su vieja y moderna historia, pero sí es
un pueblo experimentado que conoce hasta qué punto puede ser
explosiva una equivocación en este asunto.
Si entre los factores que han de cooperar a
esa conquista de la paz ocupan un importante lugar los Ejércitos
de los pueblos libres, disponiendo de la potencia y modernidad
suficientes para que el imperialismo soviético no dude de que la
réplica a su posible asalto sobre Occidente supondría
necesariamente su aniquilación, hay otro que yo considero
trascendente en esta batalla, que es el de la unidad política y
fortaleza interna. La guerra abierta podrá, sin duda, retrasarse
e incluso evitarse con la certeza de una mutua destrucción; pero
la guerra actual, la guerra fría, la que está minando y prepara
la subversión interna como precedente obligado de la otra, sólo
se evita si reconociendo su valor vital se evita por todos los
medios, como en caso de guerra, que aquella unidad y fortaleza
sean menoscabadas.
En esto no podemos engañarnos. La guerra
caliente será una consecuencia de la guerra fría que la precede,
y en ésta se enfrentan dos organizaciones, una con unidad,
fortaleza y disciplina en sus partes y en su conjunto, y sería
una locura el enfrentarla; otra, desunida en el todo y en sus
partes. He aquí la trascendencia en este orden de una buena política.
No está España, extremo y decisivo bastión
en Europa de la civilización cristiana, libre de la obligación
de estar preparada para la defensa de los derechos de Dios y de la
recta y justa libertad del hombre y de la sociedad. Por eso a las
virtudes de las que siempre fueron alta escuela nuestras Fuerzas
Armadas, procuraremos sumar la modernización de sus medios, la
formación más depurada en todos los órdenes de sus cuadros y la
fortaleza económica, social y espiritual de la Nación.
A la sombra tutelar de las banderas
victoriosas en la Cruzada, con fidelidad inquebrantable a los Caídos,
defenderemos esta paz que disfrutamos, y estad seguros que
mientras el Señor nos conceda vida, la seguiremos empleando en el
servicio de Dios y en la grandeza de la Patria.
¡Que el Cielo siga dispensándonos la asistencia que ha prodigado
a nuestra Patria, para que podamos entregar a las generaciones
venideras una España Unida, Grande y Libre!
¡Arriba España!