Españoles:
Todos los años, cuando siguiendo una
costumbre que se ha hecho tradición, reconsideramos ante la
intimidad de vuestros hogares las etapas superadas, el plano de
situación en que nos movemos y las líneas generales de nuestra
marcha hacia el futuro, me embarga una íntima emoción al evocar
las pruebas de lealtad y sacrificios que para llegar a estas horas
los españoles han venido ofreciéndome. Imaginaros lo que
representará hoy cuando, acabadas de superar por la solidaridad
de todos los españoles las catástrofes de Levante, una nueva
llamada de la Patria ha dejado en estas solemnidades tantos
puestos vacíos en muchos hogares. Que Dios les ayude y los
devuelva con gloria a sus casas es nuestro mayor deseo, y que en
los casos irreparables Dios conceda resignación cristiana a las
familias de los que con su muerte heroica se han hecho beneméritos
de la Nación. Estos sacrificios que la suerte de la Patria nos
impone son los que, con sus golpes a través de la Historia, han
venido forjando nuestra recia personalidad como Nación.
Desde aquélla Navidad primera de 1936 hasta
hoy, que nos disponemos a penetrar en el año 1958, un hecho ha
venido imponiéndose enérgicamente y se presenta ya con categoría
de histórico a la consideración de propios y extraños: la
virtualidad y capacidad comprobada del Movimiento Nacional y del Régimen
nacido de la Cruzada -origen el más auténtico de la legitimidad
popular y jurídica de un sistema político institucional- para
encajar holgadamente y resolver los problemas nacionales, por difíciles
que se presenten.
Está plenamente demostrado que las
dificultades no solamente pusieron de manifiesto al correr de
estos años la consistencia de nuestra voluntad, sino también la
eficacia; la fertilidad y la adecuación a las necesidades de la
hora actual de nuestros principios y de la normativa a que se
ajustan nuestros procedimientos y nuestras instituciones.
En la mayor parte de los casos las
dificultades -ya fueran políticas, sociales, de carácter económico,
y aun aquellas que tienen su cauce en la acción imprevisible de
los elementos naturales- fueron solventadas no con las simples
medidas de emergencia acomodadas al volumen y límites concretos
de las mismas; antes bien, las soluciones legales y reales puestas
en práctica desembocaron en completas victorias sobre problemas más
de una vez seculares y representaron bases de arranque hacia
empresas y cometidos de tan amplias dimensiones y altos vuelos,
que su rentabilidad garantiza a las generaciones que nos sucedan
unas posibilidades de desarrollo económico y usufructo de bienes
insospechadamente superiores a lo que ya estamos consiguiendo.
La unidad, el orden y la larga paz interior y
exterior que hemos venido disfrutando son el antecedente más
favorable y la mayor garantía de paz para lo sucesivo y
constituyen el secreto de cuanto hemos podido conseguir en
cualquiera de los terrenos de nuestra mejora material y
espiritual. He aquí un bien inapreciable al que cada cual puede
contribuir desde su puesto, tratando de cumplir rigurosamente con
su deber, pero cuya consecución no está en manos de nadie en
particular ni de todos en conjunto, sin la benévola providencia
de Dios.
Yo me atrevo a proponer a los españoles,
como modelo para el futuro, a estas generaciones que en estos
veintiún años no se sintieron jamás débiles en medio de las
dificultades y la pobreza de medios en que nos debatíamos; lo
mismo en los tiempos primeros de nuestra Cruzada, cuando nuestra
fe obraba milagros, sino más tarde, en los días de prueba,
cuando la guerra universal rondaba nuestras fronteras terrestres y
marítimas, en los que la confianza y el señorial sosiego del
pueblo español ayudó sustancialmente a conllevar la situación y
alejar los peligros que la guerra mundial nos ofrecía. Y al
terminar la contienda, en los momentos en que en el río revuelto
de la paz surgió la conjura contra nosotros, la hostilidad de
fuera se estrelló contra la unidad y la fría tranquilidad
de los españoles. Ni uno solo de los planes y trabajos nacionales
a largo y corto plazo se alteraron lo más mínimo. Gracias a
esto, nuestras grandes necesidades han podido ser conllevadas.
Desde entonces todos esos pequeños intentos de perturbación de
nuestra unidad y de nuestra paz que desde fuera se promovieron, y
que en otras épocas hubieran llegado la crónica del tiempo,
pasaron sobre nosotros como modestísimas incidencias del quehacer
cotidiano de las que nadie se acuerda.
Sólo después de este reconocimiento de los
bienes que por nuestra fe, nuestra unidad y nuestra disciplina el
cielo nos ha deparado, es lícito examinar y tratar las cuestiones
que tenemos pendientes y que nos preocupan en el momento o para el
porvenir, porque tan mala o peor que la táctica de pretender
ignorar los problemas es la de abultarlos o inflarlos, y sobre
todo desconocer, para un juicio de conjunto, los motivos de
satisfacción, de fe y de esperanza que tenemos ante nosotros.
No creáis que el Gobierno desconoce esos
problemas que están en el ánimo de tantos y que pueda vivir
envuelto en un clima ficticio de formas y de apariencias,
desconectado de ellos. Conocemos todos esos problemas y los
seguimos de cerca en su origen y en su desarrollo, atajándolos,
resolviéndolos unas veces y aliviándolos otras, cuando otra cosa
no es posible. Sabemos que nuestra situación está lejos de ser
perfecta. Que sobre nuestra Nación pesan grandes y hondos
problemas que no han podido ser superados y que afectan a los
hogares o a las empresas, pero que no podría juzgarse de ellos si
no considerásemos las bases de partida. La mayoría de los
problemas de hoy son hijos de la política de ayer.
La base de partida hemos de buscarla en la
situación en que recibimos la Nación: aquélla España que
nuestros adversarios afirmaban era imposible de levantar y en lo
que tantos españoles les acompañaban en el juicio; sin embargo,
habéis visto cómo sin grandes sacrificios hemos superado los años
más críticos de nuestra Historia. Muchos de los trastornos que
hoy se nos presentan han llegado a ser cosa pasajera, fenómenos
naturales de la crisis de crecimiento por la que pasamos al
desarrollarse el país a grandes pasos. Es el precio que
necesitamos pagar por la prosperidad misma.
España constituía, aunque esto nos duela,
un país atrasado. Después de haber ocupado los primeros lugares
de la Historia nos habíamos quedado rezagados del progreso
mundial. Nuestra agricultura, salvo privilegiadas regiones, era
pobre, atrasada y rutinaria. Nuestras especies ganaderas habían
en su mayor parte degenerado. Las riquezas minerales aparecían
agotadas en una explotación exhaustiva a través de muchos
siglos. Los consumos de primeras materias por habitante, mínimos,
y las diferencias sociales y en la alimentación, más acentuadas
que en la mayoría de los pueblos europeos.
El transformar este estado de la Nación en
otro floreciente, forzosamente tenía que entrañar problemas y
preocupaciones. El aumento de consumo de carnes, huevos, pescado,
grasas, legumbres, electricidad, carburantes, abonos, hierro,
cemento, tejidos y transporte, entre otros muchos conceptos,
necesitan hay atender a una población mayor y a un muy superior
nivel de vida. El que se presenten desfases que es necesario
acomodar es obligado en obra de tal envergadura. Que en algunos
momentos el camino nos resulte duro y espinoso no podemos negarlo;
peor sería la muerte lenta a que nos tenía condenados la vieja
política.
El abandono de los problemas de la Nación
durante tantos años es lo que ha acumulado sobre nuestra generación
cargas y dificultades; por eso una política que merezca tal
nombre no puede vivir al día: ha de mirar al futuro, preparar el
progreso y bienestar de las generaciones que nos sigan. Y esta es
la gran tarea que venimos forjando en estos años.
Es necesario que los españoles todos se
aperciban que los bienes, pocos o muchos, de que hoy disfrutan,
están fundamentados en la unidad, la paz, la disciplina y el
orden interno de los españoles. Por ello nuestros adversarios,
entre las mil maquinaciones que desde fuera y desde dentro traman
contra la Patria renacida, está la de desunir a los españoles,
introducir la confusión entre ellos y resucitar y clavar en el
ambiente temas polémicos y de discusión sin salida. Pero tanto
interés como puedan tener otros en esa desunión y desmoralización
hemos de tener nosotros en lo contrario: en la unidad, en la
seguridad de juicio y en la persistencia y continuidad de los propósitos.
Existe interés en llevar a los españoles a un terreno movedizo y
equívoco donde, sin posibilidades de ver claro, pueda cundir la
desorientación y el griterío. Por ello, para contrarrestar las
acciones movidas por ese interés, hemos elegido direcciones para
nuestro esfuerzo de valor y conveniencia inequívocos.
Desde los primeros momentos, en que por la
voluntad de Dios y del pueblo español asumimos la responsabilidad
vitalicia de los deberes que implica la Jefatura del Estado, fué
norma de nuestro ejercicio del Poder y de nuestra acción de
gobierno aplicar al área de la política y de la Administración
las clásicas reglas del arte militar frente al enemigo. La vida
es lucha, y guerra y política no son cosas tan distintas como a
algunos pudieran parecer; y hoy menos que nunca, cuando la segunda
viene determinada en aspectos muy esenciales para el mundo libre
por la actividad de un enemigo poderoso al que solamente nosotros
fuimos hasta la fecha capaces de vencer, tanto en la lucha armada
como en la acción civil dentro de nuestras fronteras.
Puede afirmarse que este implacable enemigo
combate hoy en todos los frentes, desde el deportivo y artístico
hasta el específicamente bélico y militar. No abrir la
conciencia a este fenómeno es operar de espaldas a la realidad.
No tener en cuenta para la ordenación política, económica y
social del propio país y de la comunidad de naciones libres a
esta amenazadora realidad, empecinándose en vivir y gobernar
conforme a sistemas, modos y procedimientos que sólo facilidades
pueden ofrecer al adversario, puede representar el suicidio de
Occidente. Es, precisamente, la defensa de la auténtica libertad,
de la verdadera libertad colectiva, sin la cual desaparecería la
personal y las civiles rectamente entendidas, la que nos ha
exigido y exige una revisión a fondo de una serie de ideas y de
supuestos -hijos legítimos del liberalismo- que al condicionar
todavía la conducta privada e internacional de muchos países
comprometen las mejores y más eficaces posibilidades del área
occidental.
Porque somos contrarios al sistema de garantías
con las que el enemigo defiende el secreto de sus conocimientos y
sus inconfesables propósitos en cada momento, no relajamos ni
mucho menos podríamos permitir se desmontasen las que protegen
nuestros derechos, nuestra libertad e independencia colectiva y la
sagrada tranquilidad de nuestros campos, de nuestras ciudades y de
nuestros hogares. A la sombra de invocaciones altisonantes, con
frecuencia puramente tópicas, se pretende introducir en nuestra
sociedad la inquietud por viejos conceptos trasnochados, observándose
quienes consciente o inconscientemente se dejan arrastrar por el
mimetismo de lo que fuera ven, sin analizar el daño que con ello
sufren y que, de aceptarse, llegaría a poner en peligro grave la
persistencia de la libertad misma.
La libertad nos ha sido dada y ha de ser
tutelada en función de fines más altos. No hay libertad
individual ni política sino dentro de un orden de seguridad
social, nacional e internacional. No protegeríamos debidamente la
sana libertad si a un falso concepto de ella sacrificásemos hasta
las exigencias de la previsión y de la prudencia más
elementales; máxime cuando es un hecho evidente, como ya hemos
manifestado en su momento oportuno, que los principios de
autoridad y disciplina acusan su eficacia y su positivo
rendimiento dondequiera que tengan vigencia, aunque esta eficacia
y este rendimiento, incluso, se registren en pueblos donde la
autoridad se ejerce y la disciplina se mantiene inmoralmente y con
fines que merecen la repulsa universal más contundente. Pero es,
precisamente, este hecho, del que existen resultados muy
recientes, una prueba más de que la actitud española ante la
problemática real de nuestro tiempo, que reiteradamente hemos
expuesto y a costa de tantas incomprensiones y sacrificios de
nuestro pueblo mantenido, era realmente válida desde el punto de
vista de la lógica y absolutamente necesaria desde el de un
saludable realismo político.
Si de la esfera internacional nos replegamos
nuevamente al ámbito nacional, la congruencia de nuestros ejes de
marcha se presenta igualmente diáfana. En pocas etapas de la vida
española fué tan necesario ese saludable realismo político como
en la nuestra, en la que nos ha correspondido recuperar, defender
y robustecer los sagrados destinos de España, porque al mismo
tiempo que teníamos que devolver a la Patria el rango
internacional que por imperativos de un sistema político y de la
incuria de sus núcleos rectores habíamos perdido, hemos tenido
que reconquistar su economía desde los cimientos, esforzándonos
para que fueran posible, primero, las condiciones mínimas de
pervivencia y, luego, la creación de las posibilidades que nos
permitan una progresiva elevación del nivel de vida mediante la
revaloración y racionalización de nuestra agricultura, la
implantación de las bases indispensables para nuestra expansión
industrial, la formación de equipos técnicos en sus distintas
esferas para el montaje, lanzamiento y desarrollo de estas
inaplazables tareas, sobre cuya necesidad no existían no ya ideas
claras, sino muchas veces ni siquiera una conciencia nacional. Nos
fué preciso cubrir las urgencias más inmediatas y perentorias, a
la par que ordenábamos el acarreo de los medios imprescindibles,
siempre de un volumen extraordinario, para poner en marcha los
planes de largo alcance, si no queríamos condenar al país a
seguir caminando fatalmente con un retraso de medio siglo con
relación a los otros.
Liberar al país y a los españoles de la
condena que parecía gravitar inexorablemente sobre su alma y
sobre sus espaldas; reconquistar su arquitectura económica y
social; poner en pie su voluntad y su conciencia nacional; elevar
su nivel de vida en lo personal, en lo familiar y en lo
comunitario, y adecuar un orden jurídico internacional a las
exigencias de la hora actual y de cara a los tiempos futuros, no
ha sido fruto de la improvisación y necesita de la vigencia
permanente y estable del Movimiento que fundamos, integrando en
unidad de doctrina, jefatura y disciplina a todas las fuerzas y
energías políticas, sociales, auténticamente enraizadas en la
entraña de lo nacional y de lo católico.
Ahí estaban los problemas básicos y
vitales, y en ellos ponemos todos los días, con el mismo amor
permanente e inquebrantable que religa de por vida , en el
matrimonio, el esfuerzo de nuestros brazos, la dedicación de
nuestra. inteligencia y la consagración, jurada ante Dios y los
Caídos por España, de nuestra fidelidad. Cabe, pues, afirmar
rotundamente que la legitimidad del futuro radica en la aceptación
leal y en el servicio sin reservas a lo que ya es presente como
empresa, como realidad operante institucional. Nuestro futuro está
en nuestro presente. Condicionar la estimación y el juicio sobre
nuestro sistema político, provocando artificiosamente una
preocupación por lo que ya tiene sus cauces normales y orgánicos,
establecidos y refrendados por la Nación, sería esterilizar la
fecundidad de una obra en franco desarrollo y continuo
perfeccionamiento, servir a bajas pasiones y turbias posturas
interesadas, a planteamiento de conceptos anacrónicos cuando no a
impuras ambiciones. La legitimidad jurídica y ante la Historia;
ante el pasado, ante las generaciones actuales y las que nos
sucedan -que todas ellas forman la Patria-, quedaría así
invalidada automáticamente, inevitablemente y con nefastas
consecuencias. Actuar fuera de estos cánones representaría la
negación de la continuidad, el quebrantamiento de la unidad,
propiciar la irrupción violenta de los grupos y de los
partidismos, resucitar los hábitos de la vieja política y
renunciar a continuar creando tradición.
Ningún sistema estimable se registra en el
sentir y en el conjunto de ideas que presiden y nutren el cuerpo
social de España. Todo lo que en este orden pueda acusarse es
puramente residual y parasitario, hasta tal punto que la salud
espiritual de nuestro pueblo lo reabsorbe o expulsa, como todo
organismo con suficiente vitalidad reabsorbe o expulsa las pequeñas
cantidades de toxinas sin alteraciones de su temperatura normal.
Que la temperatura española es normal y que su biología ha
acumulado en estos veintiún años reservas importantes y un
sentir de afanes de progreso y de capacidad de reacción a sus
resortes espirituales, es innegable. Esta conjunción de elementos
positivos, tanto en el Movimiento, en las instituciones y órganos
ejecutivos de nuestro sistema político como en los órganos específicamente
sociales, es, sin duda alguna, un fenómeno del más alto valor y
de la más grande importancia. Ello permite que pueblo y Gobierno
puedan dialogar a través de los cauces naturales de comunicación
-hemos de destacar a este propósito, con la labor de las Cortes,
la de la Organización Sindical- sin considerarse partes
beligerantes, antes al contrario, como partes igualmente
interesadas en el hallazgo de las soluciones oportunas para los
problemas que tanto son propios de quienes ejercen funciones públicas
como de toda la sociedad.
Es el momento español de ahora de gran
fortuna y de inmensas posibilidades que queremos y debemos
aprovechar. En el quehacer de la colonización interior y de
reconstrucción de nuestra base económica hemos cubierto las más
duras e ingratas etapas. Cada paso hacia adelante en este terreno
supone una potenciación de los recursos para las sucesivas, y
estamos llegando al punto donde están a nuestro alcance las
acciones grandiosas y rápidas de objetivos más amplios que todo
lo que hemos podido proponernos hasta ahora. Una clara conciencia
de la plétora de energías que caracteriza el momento español de
hoy exige que nos propongamos grandes metas a la altura de ese
caudal energético. No queremos conformarnos con indicios, con
realizaciones simbólicas ejemplares y con salpicaduras que
maticen el solar de nuestro territorio, sino que aspiramos a
acciones de raíz en profundidad y a acciones que abarquen nuestra
geografía entera, por lo que a la amplitud se refiere.
El número y la diversidad de los problemas
sociales, de legitimidad innegable, está pidiendo una solución
unitaria y progresiva de sistemas a los que hemos de reservar
todos nuestros desvelos. Esa solución, una vez conquistada, nos
dará la ejemplaridad de una nueva forma de hegemonía en el
dominio moral y de las instituciones. Bien merecerá, por tanto,
que cuantos se sientan llamados a estas preocupaciones las
mantengan y profundicen en ellas con la seguridad de servir a su
Patria de la mejor manera.
Frente a los agoreros, que llevan veinte años
equivocándose, se alzan irrefutables la fe, la esperanza y el
trabajo de los españoles que cada día acrecemos con nuestros
esfuerzos el patrimonio de la Patria, dispuestos en el próximo año
de 1958 a movilizar todas las inteligencias, los recursos, los
medios técnicos privados y públicos y el impulso de nuestra
Revolución en torno al propósito firme de que la totalidad e
integridad de bienes y posibilidades materiales que componen el
saldo favorable de nuestro haber nacional reviertan progresiva y
equitativamente sobre todos los españoles.
No podríamos cerrar esta oración sin
centrar en su verdadera dimensión ante los españoles el hecho
insólito de la agresión armada a Sidi Ifni, que en este último
mes ha sido ocasión para poner de manifiesto la robusta salud de
España, y que tanto ha pesado en el espíritu sereno y ejemplar
de nuestro pueblo.
Fieles a nuestros compromisos internacionales
y a la misión que se nos había encomendado en tierras de
Marruecos, no regateamos jamás ni nuestra sangre ni los
sacrificios económicos de la Nación para someter a la autoridad
del Sultán extensos territorios que secularmente habían
permanecido alejados y fuera de su autoridad, liberando al país
de sus luchas intestinas y de la anarquía. Desde los primeros
momentos pusimos a contribución todos los medios para crear una
cultura, establecer una economía, dotarla de la conveniente red
de comunicaciones, de un ordenamiento y de unas instituciones jurídicas
que pudieran en su día constituir la estructura para entrar con
garantías de estabilidad y de orden en el uso completo de su
independencia. Nuestra identificación con los indígenas fué tan
íntima y fraternal, y tan noble y generosa nuestra administración.,
que en pocos años la un día mísera zona a nosotros confiada se
convirtió en un oasis de paz y de progreso. En todas las crisis
que Europa y España sufrieron en los últimos veinte años,
cuando las dificultades y .la escasez alcanzaban a todos los
pueblos, España dedicó su esfuerzo y estableció su preferencia
para que nada faltase al pueblo marroquí confiado a su cuidado, e
incluso en las tristezas y dolores por que tuvieron que pasar en
los últimos años, España permaneció a su lado con fraternidad
y lealtad inigualadas. Y cuando, por causas a nosotros ajenas, se
precipitó el momento de la independencia, la reconocimos
lealmente, con la elegancia que España sabe poner en el
cumplimiento de sus deberes.
Por todo el territorio quedaban las muestras
de la siembra de casi medio siglo de vida en común. Las gestas
heroicas y la sangre vertida juntos por españoles e indígenas en
los años de imposición de la autoridad, la honesta y ejemplar
administración de nuestros interventores, la abnegación de
nuestros servicios sanitarios, unas Mehalas y unas fuerzas
regulares indígenas adiestradas y disciplinadas por la proyección
de las virtudes y de la ciencia de nuestra oficialidad sobre sus
hombres, que en gran parte habrían de integrar las nuevas
unidades del Ejército Real. Allí quedaban, por añadidura, más
de doscientos mil españoles dedicados a sus empresas, a sus
actividades comerciales, a sus distintas profesiones, trabajando,
en definitiva, para la prosperidad de Marruecos, país al que todo
le dimos y al que, a cambio de nuestra sincera amistad, sólo pedíamos
la correspondencia de la suya.
Pero a esta conducta, ampliamente reconocida
por todos, y muy particularmente por el mismo pueblo marroquí y
sus gobernantes, no correspondió la lealtad obligada de una parte
de sus hombres políticos, ya que desde los primeros tiempos hemos
venido sufriendo las campañas insidiosas y demagógicas de los
partidos extremistas, bajo la artificiosa bandera de una ambición
imperialista reivindicatoria entre media África de nuestras
posesiones seculares, que fomentada por el extranjero, constituyó
bandas armadas irregulares que tenían como fin principal
mediatizar la autoridad real, encender la infiltración y alteración
de la paz en los territorios vecinos y que forzosamente había de
terminar en la agresión armada y alevosa a nuestro territorio de
Ifni. Territorio de Soberanía española reconocido por los
Tratados internacionales concertados con los Sultanes y asentada
con el reconocimiento explícito y unánime de sus habitantes. No
se trataba de una situación territorial nueva creada por nuestro
Régimen, sino de una situación anterior y de derechos históricos
indiscutibles. La respuesta no podía ser más que una, la que
corresponde a un pueblo digno y viril que se siente atacado:
rechazar con toda energía la agresión de que había sido objeto
y exigir del Gobierno marroquí el cumplimiento de los Tratados
internacionales, que el propio Gobierno de Rabat se comprometió a
respetar, y que imponga su autoridad y el orden en los territorios
vecinos a los de nuestra Soberanía.
Las fuerzas militares de nuestros Ejércitos
de Tierra, Mar y Aire han cumplido su misión con el espíritu y
el heroísmo de quienes saben que la defensa de la soberanía
nacional constituye su gloria y su nobilísima servidumbre.
El pueblo español en su totalidad, con
serenidad responsable, con la cordura de un país en plenitud de
sus facultades, con la firme tranquilidad de quien se siente
gobernado con lealtad a sus intereses y a su honor, tensa sus
nervios, mantiene clara su cabeza y espera, unido fervorosamente a
sus Ejércitos, que la justicia se restablezca.
Importa tanto o más que a España a la nación
marroquí que esto se repare, pues cuando un atentado de esta
naturaleza tiene lugar contra el derecho de los otros y se
registra una subversión de funciones, se está barrenando y está
en juego el acatamiento al poder de derecho, peligra la
efectividad real del Estado y hasta la existencia misma de ese
pueblo como comunidad política verdaderamente soberana.
Yo pediría al pueblo español que no se deje
llevar por las reacciones naturales ante la alevosa agresión
sufrida, y teniendo en cuenta que el pueblo marroquí es un pueblo
sencillo y noble que repugna la deslealtad y la traición, y que
nada tiene que ver con esas bandas irregulares armadas que, en
servicio del extranjero, unos aventureros de la política
propulsan, con perjuicio y descrédito para la propia nación, no
liquide el afecto fraternal nacido en una convivencia leal tan
dilatada. No quedan tan lejos aquellos días en que un contingente
importante de marroquíes luchó en este solar español en defensa
de la civilización occidental.
España y Marruecos, colocados por la mano de
Dios en una misma área geográfica del Mediterráneo occidental y
de la región atlántica, están llamados a entenderse por la
naturaleza. Nuestra Nación, por su ubicación en el espolón de
Europa que bajo las aguas del Estrecho se une con el Continente
africano, y por la del Archipiélago canario, en la proximidad de
su costa atlántica y de nuestro Sahara, cae sobre nosotros la
responsabilidad histórica de constituir el centinela avanzado de
esta área geográfica que, si trascendente para el Occidente, es
vital para nuestra Nación.
Hemos de insistir, como os decía ahora hace
exactamente un año, en que el hecho de que los territorios
norteafricanos constituyan la espalda de Europa les da un valor y
trascendencia que no puede desconocerse. De ahí los propósitos
de los agentes soviéticos de penetrar en esas zonas a caballo de
los ultranacionalismos exacerbados que encienden la guerra e
intentan minar y destruir la armonía y comprensión entre
nuestros pueblos, hemos señalado en muchas, ocasiones que no
existe contraposición entre los intereses legítimos
norteafricanos y los del Occidente. La suerte del Norte de África
está estrechamente unida a la que corra Europa; las ventajas y
los beneficios de la asociación son mutuos; sin embargo, los
errores que puedan cometerse en esos puntos neurálgicos pudieran
engendrar consecuencias irreparables, Por eso los españoles,
conscientes del realismo de estas previsiones, que constituyen la
línea central de nuestra política sirven a su Patria como a la
causa del Occidente, del bien y de la razón, al regar con su
sangre, en defensa de sus derechos frente a las bandas armadas,
las tierras de Sidi Ifni. La sangre que intencionadamente hicieron
derramar pesará como una :maldición sobre las conciencias de los
que llevaron la guerra y la desolación a aquellos campos de paz.
En la evolución del mundo actual ya no caben
para los pueblos las posiciones cómodas ni el aislamiento egoísta.
Si la guerra se encendiese, no conocería límites. Ninguna nación
colocada en su área dejaría de ser alcanzada. La guerra futura
seguramente aniquilará y destruirá la vida en grandes sectores
de la tierra. La mejor y única manera de evitarla es hacerla
imposible, poniendo cada nación los medios para que no pueda
jugar con ventaja el adversario. Que sepa que la destrucción que
encienda constituirá su propia destrucción.
Esta descabellada aventura de la agresión
armada contra Sidi Ifni ha ofrecido nueva ocasión para que se
pusieran de relieve las virtudes de nuestros Ejércitos y el
caudal de generosidad de nuestras juventudes, desde las
universitarias a las artesanas y campesinas, que se mantienen al máximo
nivel. Todos se han batido con heroísmo en Sidi Ifni. Honor a los
muertos y a los que, lejos de sus hogares y en esta noche en la
que las familias españolas se reúnen en torno a los que son
tronco y cabeza de estirpe para conmemorar el nacimiento de Dios
hecho hombre, montan la guardia a nuestra Bandera. Para ellos el
mensaje más cálido de su Generalísimo y Jefe de Estado, y para
todos la seguridad de que nada puede ni podrá debilitar mi
voluntad de servicio íntegro, total, mientras el Todopoderoso me
conceda vida, a la prosperidad, a la tranquilidad y a la grandeza
de España.
¡Arriba España!