Españoles:
Nunca me es tan grato dirigirme a vosotros
como en esta ocasión de las fiestas de fin de año, cuando las
familias se reúnen en la intimidad del hogar en torno de sus
mayores. Para nosotros la familia constituye la piedra básica de
la Nación. En los umbrales del hogar quedan las ficciones y las
hipocresías del mundo para entrar en el templo de la verdad y de
la sinceridad. No en vano sobre la fortaleza de los hogares se ha
levantado nuestra mejor Historia. Al correr de los años, nuestra
Nación ha sido, más que una suma de individuos, una suma de
hogares, de familias con un apellido común, con sus generaciones
y jerarquías naturales y sagradas, con la solidaridad que mueve a
unos en servicio y ayuda de los otros y que hace sentir con más
fuerza que si fueran propias las desgracias o los sufrimientos de
los demás. Por la elevación de sentimientos que el orden
familiar entraña, por la solidaridad del común destino, por la
red de efectos y tradiciones acumulados al correr de los años,
que de padres a hijos se transmiten con la antorcha del deber, de
los honores, del trabajo o del sacrificio, no sólo es semejante
lo que puede establecerse entre la familia y la Patria, sino que
la familia constituye un modelo, un arquetipo para la Nación.
Por esto comprenderéis mi satisfacción al
introducirme en vuestra intimidad familiar para rogaros que pidáis
a Dios, como yo lo hago en este día, para que la Patria alcance
la cohesión, el espíritu y la fuerza indestructible de los
hogares cristianos y de las tradiciones familiares españolas. Que
seamos leales y sinceros dentro de la Patria, como lo somos en
nuestro reducto familiar.
La mayoría de los males que el mundo padece
proceden precisamente de haberse ido destruyendo los principios
cristianos de la vida familiar, sobre los que la existencia de las
naciones se asentaba. Menoscabada la familia y socavado, el sólido
cimiento, forzosamente había de derrumbarse el edificio. ¿Cómo
puede extrañamos el egoísmo, la falta de caridad del hombre
frente al hombre, si hemos venido destruyendo lo que de excelso y
divino en el hombre existía? ¿Cómo podemos aspirar a la
fraternidad humana si, destruida la paz cristiana de nuestros
hogares, se fomentan las divisiones entre vecinos y se estimula y
se da estado a las escisiones en los estamentos de la Nación? ¿Qué
justicia puede existir entre los hombres cuando los instintos y
las pasiones constituyen la base de la sociedad moderna,
contradiciendo las virtudes indispensables para que la justicia
resplandezca? ¿Qué justicia puede lograrse sin rectitud de
conciencia y sin decálogo? ¿Qué importa que se proclamen
derechos y libertades, si las virtudes, la rectitud, la equidad y
los respetos humanos faltan tanto, en los encargados de
garantizarlos como en los propios usuarios?
El destino de una nación está
inexorablemente ligado a la virtud o a los vicios de su pueblo; no
sólo porque no es posible levantar una nación donde falte el
cimiento de su célula básica, sino porque por encima de
apariencias y de situaciones eventuales, existe una suprema
voluntad que en su inescrutable justicia derrama las bendiciones o
las tribulaciones sobre los pueblos.
Si las virtudes cristianas de los hogares
alcanzan tanta trascendencia para la vida y el porvenir de toda la
Nación, también el gobierno y la marcha de la Nación tienen una
honda repercusión sobre la vida intima de nuestros hogares; no en
vano la Patria es como una gran nave en que todos nos encontramos
embarcados y que nos hace participes de sus desgraciados
derroteros. Que la travesía en el año histórico que ahora
termina ha sido harto feliz, nos lo acusan los acontecimientos
trascendentes que en el año se registraron y que hacen de 1953
uno de los más fecundos y señalados de nuestra Historia.
El relieve que han alcanzado los
acontecimientos diplomáticos no se ha conseguido a costa de que
la política nacional interna haya decaído en algún aspecto;
antes más bien ha sido condición necesaria para que esa; vuelta
de España a los planos superiores de la política internacional
llegue a ser tan importante, se le imprima carácter al año de
gracia de 1953.
No es necesario que os recuerde cómo España
venía siendo postergada aún en acontecimientos donde su
contribución de sangre y de virtud fué decisiva. España ha
carecido de política internacional durante el siglo XIX y
primeras décadas del XX en forma tal, que sólo el valor y las
virtudes de pueblo español han podido asegurar, a través de
vicisitudes, su independencia y su integridad.
El veredicto de la Historia sobre aquellas
etapas ha de ser más duro y terminante que ningún otro. Nuestra
sensibilidad hace que apenas podamos comprender o disculpar aquel
desorden y subversión plemanente de valores por los que la vida pública
discurría en términos de insinceridad, de farsa y de intrigas
pueblerinas, mientras quedaban igualmente desatendidos lo económico,
lo social y la política exterior.
La firma del Concordato y de los acuerdos con
Norteamérica son las pruebas de esa vuelta de España a la política
internacional activa. Bien conocéis la significación de ambos
acontecimientos y el estupor que han causado en las filas de los
irreconciliables enemigos de nuestra Patria. Mas si es explicable
que estos acontecimientos quedan referidos al año 1953, que ahora
termina, yo quiero recordaros que la vuelta de España al quehacer
internacional no data de ahora, sino de la fecha de nuestro
Movimiento y de la ocasión en que España, unida y resuelta,
decidió seguir su camino, afirmar su personalidad y ejercitar su
voluntad soberana.
Porque es en nosotros mismos donde está el
factor más importante de nuestra situación y de nuestras
posibilidades. Y así como hubiera sido de todo punto desacertado
sujetar nuestra conducta a los deseos del exterior durante los años
de la pasada conjura, tampoco habría razón para ver en este éxito
de hoy otra cosa que el fruto de un despertar de la vocación histórica
de España. Yo rindo homenaje a la clarividencia, a la fortaleza
de ánimo y a la abnegación de los españoles, que han sido para
nosotros estimulo y corroboración del mandato histórico de
nuestros caídos en la lucha singular por el resurgimiento de la
Patria.
Debe quedar bien claro este éxito de nuestra
personalidad histórica si hemos de aprovechar la lección de lo
pasado, porque el culto a la unidad entre los españoles y la
elevación de los motivos que han servido de base a las
actividades políticas y a las conductas han de arraigar como una
conquista definitiva intocable entre nosotros y para las
generaciones que nos suceden.
Hemos de mantener en alto nuestro espíritu y
nuestro corazón, nuestra voluntad y nuestra inteligencia. Podemos
aspirar a todo unidos y en orden, dispuestos a hacer honor a
nuestras responsabilidades. Por el contrario, si empequeñecemos
nuestro patrón moral y abriésemos brecha a las cuestiones minúsculas
o partidistas, ninguna historia interior o exterior llegaría a
consolidarse. Toda gran política es política de visión en el
exterior y de unidad en el interior. El mundo necesita que España
recobre la voz y el ademán de sus mejores tiempos y a nosotros
nos llama la vocación de nuevos servicios y ejemplos para el
exterior.
Cuando analizamos la situación del mundo y
las torpezas cometidas en estos años, en que, después de ganar
la guerra, se perdió la paz y vemos de nuevo a las naciones vivir
bajo la zozobra de la amenaza de una posible y más terrible
conflagración, se comprende mejor la necesidad de mantener una
alta tensión moral y una estrecha vigilancia de nosotros mismos
contra las manifestaciones de atonía, de desorientación, de
desgana y de disgregación de la unidad que en los últimos siglos
caracterizaron nuestra decadencia.
El que nuestra Nación constituya el reducto
extremo del continente europeo, rodeada de mar y con una fuerte
barrera natural en su unión con Europa, no nos aísla, como
muchas veces os dije, de los peligros que el Occidente corre;
antes al contrario, por nuestra privilegiada y decisiva posición
estratégica y los modernos medios de agresión, nos puede
convertir en blanco preferido de los futuros agresores. Ni el
estado político, ni el moral, ni el de armamentos de la Europa
actual permiten contemplar con el cristal de la distancia los
peligros que puedan acecharnos. Si el comunismo, en algunos
aspectos, parece perder en ellos terreno, por ninguna parte se
contempla la reacción cívica que los tiempos demandan. Por eso
hemos de crear y apoyarnos en nuestra propia fortaleza.
Yo confío que la presencia de un destacado
general al frente de la nación más poderosa del Occidente, con
una responsabilidad rectora en los destinos universales, puede
llegar a enderezar los caminos torcidos para ganar las batallas de
la paz. No es posible que frente a la «guerra fría», que es el
preludio o primer acto de la «guerra caliente», pueda
contemplar, en su dinamismo, con indiferencia, la desunión y la
falta de un frente único en estas batallas de la paz. Si la
guerra en sí necesita de los mandos y de los Estados Mayores, la
«guerra fría», por su carácter insidioso y difícil, los
necesita más, y no es fácil comprender que frente a un agresor
que posee esa unidad de mando y esos Estados Mayores político
económicos, a los que su acción se subordina, subsistan en los
amenazados la desunión, las reservas, los recelos, cuando no las
deslealtades, sin mandos ni organismos que los aúnen.
Que evidentemente existen, dentro del
complejo de las naciones, situaciones difíciles, imperativos económicos,
problemas de mercados y de rivalidades comerciales mal
comprendidas por los otros y en las que parecen ampararse las
discrepancias occidentales, es cosa que no puede discutirse, pero
nunca bastarían esas circunstancias a justificar las reservas y
las deslealtades frente al enemigo.
Yo no creo que ninguno de los problemas que
pueden presentárseles sea inabordable o se parezca de medios para
solucionarlo, si de buena fe y alrededor de una mesa son
analizados por los interesados y un estado mayor de técnicos de
buen sentido les buscan solución. La guerra real era una
consecuencia de la «guerra fría», y bien merecen la pena los
sacrificios que se hagan para ganar ésta y evitar la agresión.
Es extraño que el Occidente no se aperciba
de la situación favorable que se le presenta: la muerte de Stalin
y la subsiguiente eliminación del poderoso ministro del terror
soviético han creado una honda crisis en la Administración
moscovita, que ha de tardar algún tiempo en restablecerse. La
absorción por Rusia en estos años de tantos países le ha
creado, por otra parte, una grave responsabilidad necesidades de
suministros que no pueden resolverse con los medios existentes
tras el «telón de acero». La Administración comunista de los
nuevos Estados se presenta impotente para sostener el bajo nivel
de vida de aquellos países. La necesidad de la producción y el
comercio con los países burgueses se presenta como imperiosa. La
fuerza del comunismo forzosamente se debilita en ellos y empuja a
los soviets a esa política de apaciguamiento que, evitando un
frente unido occidental, les ofrezca medios y tiempo para salvar
sus crisis y desenvolver sus gigantescos planes quinquenales.
Sería gravísimo que por un interés egoísta
de colocar los excesos de producción o conquistar mercados, el
Occidente perdiese la batalla más importante de la «guerra fría»,
que, perdida, podría entregarle definitivamente a la esclavitud y
afianzar el comunismo en tantos países.
Si existe un importante problema de
sobreproducción, de excedentes y de falta de mercados en las
naciones más importantes, puede fácilmente solucionarse si se
movilizase la capacidad de consumo del mundo fuera del «telón de
acero», facilitándole empréstitos de pago a largo plazo y bajo
interés que les permitan solucionar sus problemas de producción,
de comunicaciones y de consumo, que, mejorando sus economías,
puedan elevar definitivamente su nivel de vida. Si esto se
realizase serían pocos los excedentes de producción para poder
atender en estos años a tanta demanda.
No creo que pudiera existir en el mundo
operación que más prestigiase ante el universo a los Estados
Unidos de Norteamérica, ni acontecimiento histórico de más
trascendencia, que, al tiempo que abre el comercio universal zonas
inmensas, crearía mercados importantísimos a la sobreproducción
europea y americana, lo que sirviendo al interés común
establecería por lo menos una tregua en sus divisiones y
rivalidades. El impacto que con esto en la «guerra fría» se
lograse no podría ser más importante.
El que podamos ver claras los soluciones para
los graves problemas que al Occidente y al mundo se presentan no
quiere decir que los demás hayan de contemplarlos e
interpretarlos en la misma forma. No nos olvidemos que de nuestras
primeras voces de alarma frente al peligro del comunismo en acción,
tuvieron que pasar años para que el mundo llegase a reconocerlo y
hacerle frente. Por ello, si grandes son los horizontes que a España
se le ofrecen en el campo internacional, sólo podrán convertirse
en realidad con el fortalecimiento de nuestra unidad y de nuestras
virtudes interiores.
Volviendo a nuestro quehacer interior, las
empresas nacionales que tenemos en marcha no han dejado de llevar
el ritmo acelerado que nuestras posibilidades han permitido. No
voy a cansaros con la repetición de los acontecimientos
favorables que ya las crónicas de fin de año registran, sino
destacaros los aspectos que suelen escapar al conocimiento
general.
Un dato importante que refleja la situación
económica de la Nación es el de que, pese al mal año agrícola
que padecimos por la enorme sequía, el nivel de vida de la Nación
y de sus suministros han sido sostenidos, cuando no mejorados. Si
miramos hacia atrás y recordamos la España que recogimos, y que
nuestros adversarios proclamaban como no viable y otros creían no
podría levantarse sin el apoyo extraño, apreciamos mejor la España
de hoy, pujante y renovada por nuestro propio esfuerzo. ¿Cómo
hubiéramos podido satisfacer las necesidades en materias primas
de nuestras industrias, la creación de otras nuevas y el
sostenimiento de cinco millones más de españoles, si una
acertada política económica no hubiera presidido durante estos años
nuestra obra de gobierno?
Jamás una política de servicio al bien común
se desarrolló más clara y con mayor constancia. Hay quienes con
un espíritu mesánico pretenden asignar el mérito de la obra
exclusivamente a la inquietud de los que la rigen y no a la feliz
conjunción del Gobierno y del propio pueblo, cuando lo feliz de
la obra descansa precisamente en haber ido a buscar en el propio
corazón del pueblo sus inquietudes y sus necesidades: en haber
ido recogiendo en Burgos y lugares aquellas aspiraciones seculares
sobre los problemas pendientes, en cuyo estudio y confección
intervinieron desde las más modestas Hermandades campesinas a las
más altas autoridades provinciales, con la colaboración del
Sindicato y fuerzas vivas, lo que estudiado y depurado por los
organismos técnicos en las organizaciones centrales, sirvió para
los programas de Gobierno y las leyes últimas sobre la redención
de Badajoz y Jaén, aprobadas con aplauso unánime en las Cortes
de la Nación.
Gracias a vuestros sacrificios, a vuestra
disciplina y a los desvelos de todos, nuestra Patria está ganando
una puesta en marcha sustancial de sus recursos económicos;
estamos coronando los primeros picachos de la industrialización
nacional; restaurando y mejorando nuestra superficie agrícola y
recuperando para el arbolado las calveras y los montes; estamos
poniendo en explotación nuestros recursos mineros y rescatando
para España, en procedimientos y formas de trabajo, la más
amplia difusión de las distintas técnicas.
El examen más exigente de la tarea realizada
y el estudio de los posibles perfeccionamientos, nos llevan a
intensificar el ritmo y a señalarnos más ambiciosas metas. Si en
el orden industrial es tanto lo que ya se viene logrando en
nuestra producción eléctrica y de materias primas, no es menor
el despertar de nuestro campo con la modernización de cultivos,
mejora de simientes y de especies, empleo de maquinaria y abonos,
obras de nuevos regadíos y de colonización, concentración
parcelaría, repoblación forestal y tantas y tantas obras que,
como la de multiplicación de viviendas, son objeto de la más
viva inquietud y de la atención por nuestro Gobierno. La obra
continúa en las direcciones superadoras del pasado abandono y con
intensidad cada día mayor, por que son estos sectores de nuestra
economía los que hemos de considerar incorporados permanentemente
a nuestra atención para no incurrir en la negligencia de tantos años
de desgobierno, cuyas consecuencias ha tocado padecer a las
generaciones actuales.
España, por tanto, cada vez más, debe
prepararse a recoger el fruto de esta acción sostenida y continua
en forma de aumento real y considerable de la renta nacional. Pero
esta cosecha de la sangre y del espíritu de los mejores españoles
debe llegar directamente a los grupos más numerosos y más
necesitados, para que no se repita, después de ciento cincuenta años,
el mismo recorrido en otros países por la revolución industrial,
con su cortejo de egoísmos, miserias e injusticias.
Con la ayuda de Dios hemos de restablecer el
fundamento de un patriotismo que no se alimente de mitos y de fábulas,
sino de la tradición viva y de la experiencia inmediata. Los
abusos y los errores por los cuales ha podido arraigar la idea de
una oposición del pensamiento político de los pueblos
occidentales desde el siglo XVIII, deben ser superados por los cánones
clásicos de la acción del Estado. Es asombroso comprobar desde
nuestra actual perspectiva histórica el arraigo que alcanzó la
idea liberal del Estado. Esa idea es la que está en la base de
los procedimientos con arreglo a los que se ha desarrollado la política
social hasta hoy en todos los países.
Han pretendido alcanzarse los fines sociales
sólo con medios indirectos, imponiendo obligaciones de difícil
tangibilidad positiva, creando estímulos y aprovechando resortes
de todas clases. Todo menos proponerse esos fines como un deber
primario del bien común y concebir las medidas que inmediata y
directamente aseguren su consecución.
Durante más de cien años se ha sembrado y
cultivado sistemáticamente la idea de que el Estado era una
creación absorbente, de dinamismo expansivo y peligroso; un mal
necesario cuyos pasos había que vigilar con celo. Y acaso no haya
otra razón que ésta para explicar la serie inacabable de
ensayos, tanteos y falsos caminos, evitando atribuir al Estado una
misión que no podía imaginarse sino como extensión de las que
ya ha venido cumpliendo a través de los siglos. Pero, no: el
poder y la autoridad vienen de Dios; se dan a la sociedad para
cumplir los fines primarios del bien común, entre los que se
encuentran los fines sociales básicos.
En torno a estos problemas sociales se
ventila la satisfacción intima, la unidad y el fortalecimiento de
la fe de nuestro pueblo. No hay objetivo más importante en la política
exterior e interior, en especial si se tiene en cuenta que puede
llegar a necesitarse de toda la fuerza de esa unión y de esa fe
para conservar las esencias de nuestra civilización, amenazadas
de cerca por el comunismo. Insistimos y persistimos en los afanes
sociales de nuestro Movimiento porque no queremos incurrir en el
error de no ver las cosas en toda su corpórea y cierta realidad.
Hoy hace un año que os hablaba a esta misma
hora de nuestra voluntad de llegar a conquistas sociales
positivas. Toda nuestra obra está dirigida a la solución del
gran problema social de nuestro tiempo. Es el capítulo del gran
quehacer nacional, donde contamos con el mayor volumen y mejor
calidad de obras, hasta el punto de que para una sinceridad y para
un empeño menores que los de nuestro Movimiento, con lo hecho ya
habría para llenar de orgullo a otras generaciones.
Hemos conformado la fisonomía social de España
con el régimen de las relaciones laborales, la red de
instituciones de previsión social y los servicios que en todas
partes y de todos modos traducen la intensidad y la constancia de
nuestras decisiones. El gran sector de la formación profesional,
al que van unidos los mejores intereses y la más nobles
aspiraciones de la Patria, está siendo objeto de un avance
profundo, sostenido y sistemático.
Esta inquietud sobre el orden social que
viene presidiendo la legislación de nuestro Estado, y que alcanza
preferente atención en nuestra obra de gobierno, que el
Movimiento Nacional ha llevado a los ámbitos de la Nación, no
es, sin embargo, bien conocida y comprendida por algunos de los
que de esta materia se preocupan, y con frecuencia vemos arrastrar
los viejos resabios liberales e incurrir en importantes errores,
sembrando la confusión, cuando no el daño, entre aquellos a
quienes se pretende servir.
Mas no podríamos abordar este tema si una
vez más no llamáramos la atención de todos sobre lo que
constituye la piedra angular del bienestar social: la necesidad
imperiosa de aumentar la productividad y de obtener mayores
rendimientos; sólo rindiendo y aumentando la producción se
pueden alcanzar verdaderos avances en este camino.
Existe una ecuación, que muchos parecen
ignorar, entre los salarios y los precios, que no es posible
violentar. De poco valdrían las mejoras de aquellos si a su
progresión aritmética correspondiese en los segundos la progresión
geométrica. Es necesario ser dueños de los precios y disfrutar
de disponibilidades en la balanza comercial para poder mantener
aquel concierto. Materia es ésta tan grave y delicada, que el
Gobierno atiende con la mayor solicitud, siempre dispuesto a
resolver dudas, a sostener el diálogo y a satisfacer las inquietudes
que en este orden puedan presentársele.
España, para saltar desde el trance de
disolución de 1936 a la estabilidad, la continuidad y la
fortaleza duraderas, precisa aceptar de pleno e incluso sobrepasar
a los demás países en la concepción feliz y la ejecución
atinada de soluciones políticas y sociales que se echan de menos
en todas las naciones.
Es verdad que Dios nos ayuda y que podernos
estar seguros de que acaso en ningún otro tiempo ha marchado
nuestra Patria tan directamente por el camino que conduce a la
prosperidad y la gloria. Hay motivos sobrados de satisfacción;
mas no habla de servir todo ello única y exclusivamente pava
envanecernos y perder el impulso o la conciencia de cuanto sigue
absolutamente necesario. Si cediésemos a la ligereza de los
fatuos sin caridad y sin inteligencia, si nos conformáramos con
soluciones a medias y con palabras, si dejáramos discurrir
nuestra obra por la senda de la retórica vana y de la
insinceridad, cuanto hemos hecho quedaría comprometido para el
futuro.
Es necesario mantener el alerta contra
quienes ni ven ni sienten la grandeza de esta hora histórica, en
la que el comunismo, como resultado de una larga evolución donde
hacen crisis antiguas apostasías y desvíos, niega a Dios el
derecho de presidir nuestra vida, el derecho de inspirar las
instituciones y de recibir homenaje público de los pueblos.
Si con la ayuda de Dios y con el sacrificio
de nuestros caídos hemos podido evitar a España el duro calvario
por el que pasan otros pueblos de Europa, justo es que renovemos
en esta hora nuestras promesas de ser fieles a sus mandatos y no
descansar en defensa de la unidad, de la fe y del fortalecimiento
de nuestra Patria.
Que Dios os depare a todos unas felices
Pascuas, en paz con vuestra conciencia y con vuestro prójimo, y
en atenta espera hacía los afanes y trabajos del año que
comienza, encomendemos a España y la suerte del mundo, en este Año
Santo Mariano y compostelano, a nuestros amados y santos Patronos.
¡Arriba España!