EL
VERDADERO ROSTRO DE COMPANYS
Por César Vidal.
Esta semana, el gobierno
presidido por el señor Rodríguez Zapatero decidió sumarse a las
iniciativas del tripartito nacional-socialista catalán destinadas a
rehabilitar de manera pública y oficial la figura de Companys. El
gesto –que parece desandar la política de reconciliación que
caracterizó la Transición– resulta aún más controvertido si se
tiene en cuenta la trayectoria específica del personaje.
Lluis Companys nació en el seno de una familia
acomodada en Tarrós, en la comarca de Urgell, en 1883. Cuando se
trasladó a estudiar derecho a Barcelona, se convirtió con menos de
dieciocho años en uno de los fundadores de la Asociación escolar
republicana. En buena medida, puede decirse que comenzaba a transitar
entonces un camino que ya no abandonaría durante el resto de su vida,
un camino que pasaba por el nacionalismo catalán pero, de manera muy
acentuada, por la lucha anti-sistema. Redactor en jefe de «La
Barricada», un semanario que dependía del Bloque autonomista catalán,
al año siguiente sufrió una dura derrota en las elecciones
municipales que le llevó a radicalizar sus posiciones. En abril de
1917, se convirtió en uno de los fundadores del Partido republicano
catalán y se sumó de manera nada oculta a la labor de acabar con la
monarquía parlamentaria. No mucho después, Companys entró en uno de
los recovecos de su carrera que suelen pasar por alto sus partidarios
y que ilustra más claramente su carácter moral. Nos referimos al
momento en que decidió asumir la defensa de terroristas de signo
anarquista que, desde 1919, habían precipitado a Cataluña en lo que
se denominaron los «años del pistolerismo». Para muchos, Companys
simplemente colaboraba con las fuerzas políticas anticonstitucionales
de mayor peso –y violencia–. No obstante, junto con esta razón
nada descartable puede indicarse otra de no escasa importancia.
Companys había sido iniciado en la masonería precisamente en una época
en que la presencia de ésta en los partidos anti-sistema era muy
considerable, pero, sobre todo, en que la relación era muy estrecha
con el sector del anarquismo que propugnaba el atentado como vía política
privilegiada. De hecho, anarquistas habían sido tanto Ferrer Guardia,
responsable de las atrocidades de la Semana Trágica como Mateo Morral
que había intentado asesinar a Alfonso XIII el día de su boda. No
resulta pues nada extraño que Companys, además de intentar derribar
la monarquía parlamentaria, estuviera ayudando a compañeros de la
Logia. De hecho, en noviembre de 1920, fue detenido junto con otros
anarquistas implicados en acciones violentas y recluido en el castillo
de Mahón. Fue su elección como diputado de partido republicano catalán
la que le libró justo al mes siguiente de la cárcel. Regresó a
prisión por actividades subversivas en 1930, pero a esas alturas la
conspiración contra el sistema parlamentario estaba muy avanzada.
Aunque el alzamiento armado de los militares Galán y García Hernández
fracasó, en abril de 1931 se proclamó la república. Fue éste un
episodio idealizado por la propaganda aunque muy turbio en su
desarrollo ya que se produjo tras unas elecciones municipales en que
las candidaturas monárquicas obtuvieron casi cinco veces más
concejales que las republicanas. El día 16 del citado mes, Companys
proclamó la república desde el ayuntamiento de Barcelona. A partir
de ese momento, su carrera –ya vinculada a la Esquerra republicana
de Cataluña– resultó fulgurante. Diputado, miembro del comité
ejecutivo de ERC, presidente del parlamento catalán o ministro de
marina fueron algunos de los cargos que ocupó mientras erosionaba
mortalmente al catalanismo de derechas. Al morir Francesc Maciá en
1933, Companys se vio catapultado a la presidencia de la Generalidad
catalana precisamente en unos momentos en que el catalanismo era ya
claramente de mayoría izquierdista e independentista. Fue entonces
cuando se produjo un hecho que no comprendió –ni aceptó– ninguna
de las fuerzas que durante décadas se había propuesto aniquilar la
monarquía parlamentaria y luego caminar hacia sus distintas utopías
a través de la república. Tras un gobierno republicano-socialista
que duró dos años y que no resolvió ninguno de los problemas que
acometió, aunque sí dividió dramáticamente a los españoles, las
derechas ganaron las elecciones de 1933. La respuesta de nacionalistas
e izquierdas –especialmente de PSOE y ERC– fue preparar un
alzamiento armado que aniquilara al gobierno legítimo y les
permitiera volver al poder mediante la violencia. Companys se sumó
con entusiasmo al plan y, de hecho, tenía el propósito de aprovechar
la sublevación armada dirigida por el PSOE para proclamar la
independencia de Cataluña. En octubre de 1934, el PSOE se lanzó a la
calle proclamando que había llegado el momento de implantar la
dictadura del proletariado. Sin embargo, Companys, siguiendo los
consejos de un enviado del republicano Manuel Azaña, limitó sus
pretensiones a sumarse a la rebelión y a proclamar el Estado catalán
dentro de la República federal española. Sería Madariaga el que
afirmaría que con el alzamiento de 1934 las izquierdas habían
perdido toda legitimidad para condenar la sublevación de julio de
1936. También perdieron aquel envite y Companys fue condenado a
treinta años de reclusión por alzarse en armas contra el gobierno
legítimo. Como en otras ocasiones anteriores, los cambios políticos
permitieron a Companys eludir la acción de la justicia. En febrero de
1936, la victoria del Frente popular no sólo lo sacó de la cárcel,
sino que le devolvió a la presidencia de la Generalidad. Cuando se
produjo el alzamiento de julio de 1936, Companys supo trabar una
alianza con la CNT que tuvo, entre otras consecuencias, el
desencadenamiento del Terror roji-negro sobre Cataluña. Se trató de
un Terror al que no fue ajeno –más bien entusiasta partícipe– su
partido, la ERC. Desde mayo de 1937 –cuando el PCE decidió
aniquilar a sus rivales en la España del Frente popular comenzando
por el POUM– Companys se amoldó a la nueva hegemonía comunista, a
la vez que estrechaba lazos con el gobierno vasco preparándose para
la independencia posterior a la guerra. Sin embargo, la guerra no la
ganaron las fuerzas del Frente Popular. En enero de 1939, mientras las
tropas de Franco avanzaban por Cataluña, Companys huyó a Francia.
Los vencedores lo buscaban por varios cargos entre los que se
encontraban de manera fundamental los referidos a los fusilamientos,
los saqueos, las torturas y las atrocidades cometidas en Cataluña
mientras Companys era presidente. El dirigente de ERC pudo escapar
hasta que el III Reich venció a Francia en el verano de 1940.
Concedida la extradición por las fuerzas de ocupación alemanas,
Companys fue entregado a las autoridades españolas y juzgado. Se le
condenó a muerte siendo fusilado el 15 de octubre de 1940 en el
castillo de Montjuic. El acto no pudo estar más cargado de
simbolismo. En los fosos de aquel mismo lugar, más de mil doscientas
personas habían sido fusiladas por el Frente Popular sin que Companys
hiciera nada por impedirlo.
La Razón. 16 de
Octubre de 2.004.-