Por Jaime Campmany
Los huertanos de mi cuna murciana, que
se han hecho un castellano particular para ellos solos, resumen su
filosofía sobre la vida en esta frase: «Hoy semos y mañana,
estautas», traducción panocha del famoso adagio latino «Vita brevis,
ars longa», compuesto al alimón entre Salustio e Hipócrates. Aquí,
en la frase de mi tierra, se entiende muy bien lo del «hoy semos», o
sea, «somos», como equivalente al «vita brevis». El «ars longa»
se lo pone la «estauta», o sea, «estatua». Como dijo Pemán del
catalán, el panocho es «un vaso de agua clara».
Desde hace casi treinta años, Franco es ya «estauta», y su vida,
que no fue tan breve como muchos (unos por unas razones y otros por
otras) hubieran querido, es ya Historia. Y quieren bajarlo del caballo
ahora, cuando ya no cabalga. Recuerdo que un año corrió la voz de
que iban a atentar contra su vida precisamente en el aniversario del
fin de la guerra, y Franco apareció a caballo, solo, por mitad del
Paseo de la Castellana, en la parada militar que entonces se llamaba
Desfile de la Victoria y que ahora se llama Desfile de la Sentada. No
lo bajaron vivo del caballo, y a los treinta años de su muerte
quieren bajarlo «estauta». Lo mismo hizo la República con los
vestigios de la Monarquía, y lo mismo hizo el franquismo con los
recuerdos de la República. Se sustituye la placa de una calle o se
derriba un monumento y ya está.
En estos cantones, que hacia eso vamos, somos proclives a creer que
echando abajo monumentos y estatuas, cambiando el nombre de las calles
y borrando los vestigios disgustosos, cancelamos también la Historia.
Creemos los batuecos que es posible ese milagro que ni siquiera Dios
puede hacer. Repetiré los dos famosos endecasílabos de Manuel
Machado: «Que lo que sucedió no haya pasado, / cosa que al mismo
Dios es imposible». Lo que sucede es que también el poeta es de por
aquí, de estos cantones, y encima él viene de las taifas del
califato, y concluye así: «Mas no siendo imposible, no lo quiero».
Olé. «España y yo somos así, señora».
Hay algunos rojelios que se han empeñado en que Franco no ganara la
guerra, y quieren bajarlo del caballo, o llevárselo a no sé dónde
con caballo y todo. Hay que ver la importancia que da un caballo, por
ejemplo el de Espartero. El general Pavía tuvo la precaución de
entrar a caballo en el Congreso, y los diputados se tiraban a la calle
desde las ventanas. Si entra a pie, no le hacen caso, y siguen
debatiendo. Al general ese de la Guardia Civil que trasladaba a Suiza
los monises de los barandas del «Gal», hay que subirlo a un caballo
y erigirlo delante del Banco de España. Es lo menos que pueden hacer
los que se quedaban con la pastizara en la cuenta del Credit Suisse.
Naturalmente, quitar la estatua de Franco es una gilipolluá. Antes
que yo lo dijo Felipe González. Mi amigo y compadre Enrique de
Aguinaga me recuerda unas frases del que entonces era presidente del
Gobierno (1984 y 85). «Me parece una estupidez eso de ir tumbando
estatuas de Franco... Franco ya es Historia de España... Siempre he
pensado que si alguno hubiera creído que era un mérito tirar a
Franco del caballo, tenía que haberlo hecho cuando estaba vivo».
ABC. 09 de Noviembre de 2.004.-