Editorial.

CORAJE HASTA EL ÚLTIMO ALIENTO

 

Puesto ya el pie en el estribo, el Papa Juan  Pablo II rinde a los católicos y a todos los hombres sin distinción de creencias una última lección de grandeza: la de vivir con coraje hasta el último aliento. Aquel «Huracán Wojtyla» que hace más de 25 años asombró al mundo con la fuerza de su fe y de su humanidad, se extingue sin rendirse a los dictados del dolor.

Desde que saliera por última vez del hospital Gemelli, hace menos de un mes, el Pontífice ha hecho todo lo posible para bendecir a los fieles que acudían a la Plaza de San Pedro. Han sido horas y días difíciles, en los que el mundo ha podido contemplar a un Papa de indoblegable energía, capaz de enfadarse porque no podía hablar o de desafiar el consejo de los médicos para dirigirse una vez más a los fieles, como hizo hasta el miércoles pasado. Con ello, Juan Pablo II ha culminado un modo de entender el Pontificado: gastarse sin reservas ni tasa en su misión pastoral. No quiso volver al hospital romano porque sabía que los médicos, en el cumplimiento de sus obligaciones deontológicas, no le permitirían ser pastor, sino sólo paciente. Y este Papa no ha renunciando a ejercer su ministerio un solo segundo de su vida, incluso en aquellos dramáticos días que siguieron al atentado del 13 de mayo de 1981. Nada más lejos de la mentalidad de Carol Wojtyla que someterse mansamente a la esclavitud terapéutica. Ha defendido infatigablemente el derecho a la vida y combatido el aborto y la eutanasia, pero con su ejemplo ha predicado que no tiene sentido prolongar artificiosamente la existencia con métodos y servidumbres que anulan la dignidad de la persona. La determinación y la lucidez con la que se ha enfrentado a su decadencia física son más elocuentes que muchos tratados y discursos sobre el valor de la vida y el desafío de la muerte.

Líder para el mundo. Son lecciones finales de un pastor excepcional que no conocía el verbo rendirse. En estas horas, millones de creyentes acuden a sus lugares de culto para rezar por él, que es una forma de darle las gracias por su entrega y su valentía. No sólo católicos, sino también musulmanes, judíos o hindúes elevan sus plegarias por el más destacado líder espiritual de las últimas décadas.

La dimensión universal, en efecto, que ha alcánzado Juan Pablo II ha sido una de las notas más destacadas de su pontificado. Ni siquiera sus más feroces detractores han sido capaces de negarle que, además de por otras muchas cosas, pasará a la historia por haber sido un líder mundial con un poder de convocatoria que no es capaz de igualar ningún otro mandatario, como lo demuestran las misas multitudinarias que ha celebrado en prácticamente todos los rincones del planeta. De todas ellas, quizás las más emotivas han sido las que han tenido lugar en muchos de los países situados más allá del antiguo Telón de Acero, a cuya caída contribuyó de forma decisiva. Sin la voz de este profeta clamando ante el muro de la vergüenza, las dictaduras comunistas aún hubieran prolongado sus estertores finales y oprimiendo a millones de personas.

En esta misma línea, también es necesario subrayar el relevante papel que ha desempeñado como portavoz de la lucha por la paz, la justicia y los derechos humanos, con unos mensajes siempre claros y valientes, y por la cercanía que ha demostrado con los pobres y los más desfavorecidos. Juan Pablo II ha revitalizado con inusitado vigor intelectual la doctrina social de la Iglesia que inaugurara el Papa León XIII. Su defensa de los pobres, su reivindicación de la dignidad del trabajador y su denuncia implacable del capitalismo salvaje han sido universalmente reconocidas.

Su labor doctrinal se ha cimentado en la propagación de una fe sin complejos en el Evangelio y, al mismo tiempo, en una apertura sin precedentes a los otros cultos, en una apuesta por el ecumenismo. Las imágenes del Papa junto a las máximas autoridades de las principales religiones del mundo han sido fundamentales para trasladar una imagen abierta, moderna y tolerante de la Iglesia católica.

Y para España. En relación con España, Juan Pablo II mantuvo siempre una especial relación. Sus cinco viajes a nuestro país, el primero en 1982 y el último en 2003, se convirtieron en multitudinarias expresiones de respeto y cariño. Millones de españoles acudieron a todos y cada uno de sus encuentros, que recibió un afecto que siempre supo valorar y devolver con su cercanía y emotividad en momentos especialmente dramáticos para nuestro país como el de la matanza del 11-M. Sus reuniones con los jóvenes españoles fueron momentos muy satisfactorios para el Papa, que tuvo siempre un don especial para conectar y disfrutar con las nuevas generaciones. Su dominio de nuestro idioma le permitió además un conocimiento y comprensión de la identidad hispana realmente notables, que supo trasladar como pocos pontífices en su misión pastoral. Los graves problemas de salud nunca fueron un obstáculo insalvable para la defensa de los intereses de millones de católicos españoles en momentos políticos especialmente delicados, con un Gobierno embarcado en un política anticlerical. Hace sólo unas semanas, casi postrado, Juan Pablo II fue capaz de sacar fuerzas de flaqueza para reivindicar justicia y respeto para los católicos de nuestro país y pronunciar un exigente discurso dirigido hacia el de Rodríguez Zapatero.

La Razón. 02 de Abril de 2.005.-
   


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