EL
PAÍS, EN LA CALLE
Por Jaime Campmany.
EL Gobierno de Zapatero lo ha conseguido. Tiene al gentío en la
calle, y mayormente al gentío de la derecha. Lo tradicional, lo
acostumbrado, lo de siempre es que sea la izquierda la que salga a la
calle con gritos, con pancartas, con insultos también y con los
Bardem. En cuanto la izquierda quiere ganar en la calle lo que no ha
ganado en las urnas, se juntan todos los Bardem y salen a la calle
ejerciendo con entusiasmo admirable el derecho de manifestación.
La derecha, en cambio, no sé si más comedida o más perezosa, difícilmente
se echa a la calle para protestar. En todo caso, se manifiesta para
celebrar, que es más bonito y de mejores maneras. Pero este Zapatero
hace unas cosas tan desmesuradas, tan insensatas y tan sin gracia que
logra el milagro de que hablen los mudos, se encalabrinen los mansos y
salga a la calle el gentío de derechas. Se ha empeñado en negociar
con los etarras, y cada vez que los invita a una conversación, los
etarras sacuden un bombazo.
Y él, erre que erre, los invita otra vez, porque otra cosa no será,
pero empecinado sí que lo es, este Zapatero de las ocho ministras.
Los terroristas ya llevan este año dieciséis bombazos, y continúan
las invitaciones. Tanta cortesía con los terroristas terminó por
soliviantar a las Víctimas, que organizaron una manifestación
gigantesca de casi un millón de personas, a pesar de que faltaron los
Bardem. Si llegan a ir los Bardem, la manifestación se sale de
Madrid.
Otra terquedad de Zapatero ha provocado esa manifestación de
Salamanca que hacía rebosar de gentío la inigualable Plaza Mayor.
(Hombre, si se trata de repartir Salamanca entre las demás
Comunidades, a Murcia que le den esa Plaza). Yo creo que el único
salmantino que no estaba allí es Jesús Caldera, que quizá estuviese
entretenido velando su propio cadáver, ese que puso tendido junto al
Tormes para detener a los que quieren trocear el Archivo de la Guerra
Civil y darle un pedazo al Carod-Rovira o como se llame ese catalán
de pacotilla. Lo ratifica constantemente la ministra fraila. Yo lo he
puesto en versos de cabo roto. «Dará doña Carmen Cál- la ministra
de Incultú-, el Archivo a Catalú-, quiera o no quiera el alcál-. Lo
dará, además, de bál-, pues así Carod-Roví- podrá tener un Archí-
con recuerdos de la gué- que hubo en un país pequé- cuajado de españolí-».
Y todavía queda por salir la manifestación del «matrimonio gay»,
que eso es algo así como llamar arroyo a la cordillera, bosque al
desierto o alcornoques a los rosales. Esa será una bendición que
además de contar con la protesta de las familias productivas, estará
bendecida por la Iglesia, y con la Iglesia hemos dado, Sancho.
Llamarle matrimonio a la unión legal de las sáficas o los
monfloritas, legalización conveniente y hasta en algunos casos
necesaria, es como llamarle Penélope Cruz a Rodríguez Ibarra o Mike
Tysson a María Teresa Fernández de la Vega. O sea, un contradiós.
Ahí, para ser un matrimonio como mandan Dios y la Naturaleza, o falta
una matriz o sobran espermatozoides, dos materias precisas para
perpetuar el gentío.
ABC. 13 de Junio de
2.005.-