Los Reyes, presidieron el funeral de «córpore insepulto»
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Luis Alfonso de Borbón llevó el féretro con su abuelo el Marqués de Villaverde y sus tíos Francis Franco, Cristóbal y Jaime Martínez-Bordíu. Sus Majestades los Reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía presidieron, a la una de la tarde del domingo, día siete de febrero, en la capilla del cementerio de El Pardo (Madrid) la misa funeral de «córpore insepulto» por el eterno descanso de doña Carmen de Meirás en la cripta del panteón familiar. En el cementerio y alrededores se habían congregado varios millares de personas que querían rendir homenaje y dar el último adiós a la viuda del anterior jefe del Estado. Sus Majestades, que ocuparon dos reclinatorios en el presbiterio, en el lado del Evangelio, llegaron al lugar instantes antes de que lo hiciera el cortejo fúnebre con los restos mortales de doña Carmen. Al final de la misa y fuera de protocolo, Don Juan Carlos y Doña Sofía manifestaron su pésame a la familia de la señora de Meirás, acompañándola en su dolor y besando a la duquesa de Franco al igual que a sus hijas Carmen, Mariola, Merry y Arantxa. En la capilla del cementerio se encontraban entre otras personalidades y allegados a la familia Franco, S.A.R. el Duque de Cádiz con su hijo Luis Alfonso, el ex presidente Carlos Arias Navarro y el general Sabino Fernández Campo, Secretario de la Casa Real, además de Rafael Ardíd, esposo de Mariola, María Suelves, la mujer de Francis Franco, María José Toledo, esposa de Cristóbal. El féretro estaba situado en el centro de la capilla, delante del altar y el primer banco de la derecha -el lado de la epístola estaba ocupada por la duquesa de Franco y sus hijas Carmen, Merry, Mariola y Arantxa, mientras que, en la izquierda, ocupaban la primera fila -del centro hacia el extremo, el marqués de Villaverde y sus hijos Francis, Cristóbal y Jaime. |
LA DUQUES DE FRANCO MANDA ABRIR LAS PUERTAS El sábado, día de su muerte, Madrid amaneció lluviosamente gris. El domingo, día de su entierro, la mañana llegó envuelta en sol y claridad. Y, ya desde primeras horas, numeroso público se fue congregando en la confluencia de las calles de Hermano Bécquer y General Oraa, al tiempo que una cola de personas que querían acercarse a la capilla ardiente y dar el pésame subía hasta Serrano, doblando y llegando casi hasta María de Molina. En un principio, se intentó que todo transcurriera de modo familiar y privado. Pero, ante la insistencia del público, la duquesa de Franco, su hija, ordenó –el sábado por la tarde- que fueran abiertas las puertas para que el público pudiera visitar la capilla ardiente, como sucedió hasta pasada la medianoche. La Señora de Meirás –que en la mañana del entierro sería embalsamada, razón por la cual las personas ya no pudieron entrar en la capilla ardiente, al igual que no su pudo celebrar una Misa de “córpore insepulto” en la misma capilla en que ella escuchaba, a diario la Santa Misa- estaba envuelta en un blanco sudario, en sencillo féretro.
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EL PARDO: SU ÚLTIMA MORADAA las doce y veinte de la mañana del domingo, los restos mortales de la Señora de Meirás eran introducidos en el coche fúnebre que, por General Oraa, el Paseo de la Castellana, la Plaza de San Juan de la Cruz (donde se encuentra, en un lateral de los Nuevos Ministerios la estatua ecuestre de Franco), Ríos Rosas e Islas Filipinas, se encaminaría –carretera de la Coruña adelante- hacia El Pardo. Desde aquel 31 de enero de 1976 en que los sones del Himno Nacional, abandonó el palacio de El Pardo, sólo había vuelto al lugar una vez: el día en que, rota de dolor, acompañó a su nieta Mari Carmen para enterrar al hijo mayor de ésta, Fran, en el mismo cementerio en el que ahora ella descansa,. (Y precisamente hoy, siete de febrero, se cumple el cuarto aniversario de la muerte de Fran de Borbón Martínez-Bordíu). Ahora, doce años después, regresa a El Pardo, donde viviera durante treinta y cinco años, y donde sus restos mortales tienen ya, desde las dos de la tarde del domingo 7 de febrero, su última morada terrenal Los accesos al cementerio de El Pardo , donde se han reunido algunos millares de personas, quedaron, por momentos, colapsados: Doña Carmen, que quiso vivir en silencio los años en que la muerte la quiso tener separada de su esposo, fue despedida por muchos de los que la querían. Y en esta despedida, al margen de instantes o expresiones que nada tenían que ver con la seriedad del acto religioso que se estaba celebrando, había esencialmente afecto y dolor. En el cementerio de El Pardo, Luis Alfonso de Borbón, que asistió, junto a su padre, el Duque de Cádiz, a las exequias, ayudó a llevar el féretro de su bisabuela junto a su abuelo, el marqués de Villaverde, y sus tíos Francis Franco, Cristóbal y Jaime Martínez-Bordíu y otros familiares. Finalizado el sepelio, Don Alfonso de Borbón y su hijo se acercaron a orar sobre la tumba de Fran, en el cuarto aniversario de su muerte. Por su parte, Carmen Rossi, horas antes del entierro de su abuela, se había acercado al cementerio para depositar unas flores sobre la tumba de su hijo Fran, y rezar una oración.
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