A los 66 años de una gran fecha


 

Comienza la ofensiva Nacional sobre Cataluña.

 

Jefe del Estado Mayor Central, Coronel Vicente Rojo.

Una vez que las tropas de Franco resultasen vencedoras en la larga, durísima y sangrienta batalla del Ebro, el Caudillo inició el 23 de diciembre de 1938 la ofensiva sobre Cataluña, con un contingente de hombres que alcanzaba la cifra de unos 340.000, a los que se opusieron los 220.000 que integraban los efectivos del general republicano Juan Hernández Saravia en Cataluña, fuerzas integradas por el diezmado Ejército del Ebro, al mando del comunista Modesto, y el Ejército del Este, cuyo jefe era el coronel Perea. Por lo que respecta al material, la desproporción era todavía más acusada.

Los nacionales contaban con 800 piezas de artillería, alrededor de 300 tanques, unas 100 piezas de artillería de la DCA y aproximadamente unos 600 aviones, en tanto que los hoy llamados republicanos no disponían más de 250 piezas de artillería, 40 tanques y 80 blindados, 46 piezas de artillería de la DCA, 80 aviones de caza y 26 aparatos de bombardeo, según datos recogidos de la obra “¡Alerta los pueblos!”, del general Vicente Rojo Lluch, jefe del Estado Mayor Central del Ejército Popular. Después de la batalla del Ebro, el Generalísimo había reorganizado y reforzado sus tropas antes de lanzarlas sobre Cataluña. Unos 40.000 hombres, al mando del general García Valiño, habían engrosado los efectivos que iban a iniciar la ofensiva, a la vez que Franco había conseguido nuevos envíos de material de guerra, especialmente de origen alemán.

Por el contrario, el Ejército Popular, que había logrado retirarse a la orilla derecha del Ebro, no pudo reponerse de las cuantiosas pérdidas que había sufrido tanto en hombres como en material. El comunista Enrique Líster, manifestó: “Terminada la batalla del Ebro, nos dedicamos a reorganizar rápidamente nuestras unidades. El Ejército del Ebro -al que pertenecía Líster-, recibió 15.000 reclutas y personal sacado de diferentes servicios de retaguardia; 8.000 fusiles y unos centenares de ametralladoras. El Ejército del Este recibió 5.000 hombres y algún armamento. Todo eso era muy poco. Los 30.000 hombres que tenían que venir de la Zona Central, no llegaron”.

El General Juan Yagüe, acompañado por el General habilitado Barrón y el Teniente Coronel Mariano Alonso.

Según Guillermo Cabanellas, en su libro “La guerra de los mil días”, escribe: “Después de la batalla del Ebro, la única perspectiva militar de los republicanos en Cataluña residía en oponer una heroica resistencia a la feroz acometida que se aguardaba. Pero han transcurrido más de dos años de lucha y, sobre todo, Barcelona no es Madrid. Bombardeos incesantes, sucesivas derrotas, impiden que los catalanes se les pueda exigir el mismo temple épico que a los madrileños.

Cataluña, al iniciarse la ofensiva de los nacionales, aparecía agotada en todos los órdenes y, principalmente, en lo político. En amplios sectores, la moral bélica estaba por los suelos. Se recogía la cosecha de los grandes errores cometidos durante los años de lucha; de modo singular, la debilidad engendrada por sangrientas rencillas”. [...] Un mes y tres días después de comenzada la ofensiva (23 de diciembre de 1938) Barcelona caía en poder de los nacionales. En las últimas horas del 25 de enero de 1939, las tropas de Franco inician la ocupación de la abandonada Barcelona, en lo que al aspecto militar se refiere. El pueblo catalán y el Ejército republicano ni podían ni querían defender la capital de Cataluña. Resultaba innecesario que Barcelona fuera declarada ciudad abierta dado que las tropas la habían evacuado y quienes permanecían en ella estaban tan cansados de la lucha que, simpatías aparte, presenciaban con alivio el desfile por las Ramblas de los soldados hasta la víspera enemigos, aunque mostraban también señales inequívocas de agotamiento. El anhelo generalizado consistía en terminar cuanto antes con una sangría que se consideraba inútil: la de los frentes de combate. El 26 de enero el general Yagüe entraba en la Ciudad Condal, sin encontrar más que una resistencia simbólica”.

Tres días antes de que la ciudad fuese liberada por las tropas nacionales, el Gobierno republicano, con su presidente al frente, había huido secretamente con dirección a Francia, aunque, por razones de prestigio, hiciera escala en Figueras (Gerona). Tras sí dejaba abandonados grandes cantidades de material bélico, archivos,  documentos, y lo que es peor a los que habían sido sus “incondicionales”, los cuales formaban una verdadera oleada de enfermos, heridos, hombres, mujeres y niños, que tuvieron que emprender un angustioso peregrinar en camiones -los más afortunados-, en carros o a pie, con sus humildes enseres hacia la frontera, en un patético éxodo. Eran los restos de la organización militar republicana, funcionarios civiles, carabineros, guardias de asalto, personas con las manos ensangrentadas, chivatos -entre los que se encontraban porteros de viviendas y sirvientas-, vigilantes de las checas y de las cárceles, asesinos de curas, monjas, directores de empresa, etc. etc.,  mientras que los “jefazos” lo hacían con toda comodidad en coches y sin problemas económicos, pues ya se habían preocupado de tener bien asegurado su futuro en otros países extranjeros, como así se pudo comprobar más tarde.

 © Generalísimo Francisco Franco.


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