DISCURSO
20-N-2004
Compatriotas,
camaradas y amigos:
Bienvenidos un
año más a este hermoso espectáculo del 20-N, donde el alma de un
patriota español se eleva a las más altas cimas de la emoción, el
sentimiento y el amor a unos ideales que son a su vez la más alta
expresión de una civilización occidental y cristiana.
Nos ayuda, y
mucho, la maravillosa visión del color y el movimiento de nuestras
banderas, del sonido de nuestras canciones y gritos, del gesto y del
testimonio, del reencuentro y de la camaradería. Como os dije el año
pasado, necesitamos una liturgia que exprese popularmente los grandes
principios. La teología, sin la liturgia, sería patrimonio de unos
pocos sabios. Y lo mismo ocurre con los principios políticos, los del
bien común, los que forjan los pueblos y las naciones, los que
construyen civilización.
Porque llevamos
en vasijas de barro, que somos nosotros, el tesoro de unos ideales
grandiosos que son la quintaesencia del pensamiento social cristiano
hecho realidad, cultura, progreso, ciencia y convivencia. Porque esos
principios que nosotros defendemos han hecho de España la nación católica
por excelencia, cuando se han aplicado, la han hecho vencedora de un
Islam fanático anclado en la prehistoria de las religiones, aunque la
secta agarena fuera la última en inventarse. España, vencedora de la
conspiración, de la usura y del engaño de los judíos. España,
vencedora del cinismo egoísta del protestantismo. España, que llevó
de la mano de un puñado de valientes a todo un continente, de la Edad
de Piedra a la Civilización, en un abrazo de amor generoso, superador
de razas y fronteras. España, decaída por el abandono de esos
principios, que en cuanto los recuperó supo dar al mundo el maravilloso
espectáculo de una Nación, un pueblo, un Ejército y una Iglesia
capaces de derrotar en la última Cruzada de la Historia a la
confabulación del torvo comunismo, del anarquismo terrorista y del
separatismo traidor. Con los principios de la España eterna que acrisoló,
guardó y puso al servicio de la Patria el Carlismo. Con la doctrina preñada
de Justicia Social, de Grandeza y Libertad, de afanes de Imperio, de
unos precursores que fueron Onésimo Redondo, Ramiro Ledesma Ramos y José
Antonio Primo de Rivera, caídos en el gigantesco holocausto donde
pereció la España más auténtica para servir de simiente de una España
mejor. Y con un Caudillo, prototipo de los valores de la raza, que supo
conducir a España a la victoria, a la paz, a la prosperidad, a la
justicia, al orden y a la dignidad.
No nos lo
pueden perdonar los revanchistas que aún supuran por aquella herida.
Quisieran que plegáramos nuestras banderas y nuestros símbolos, que
desapareciéramos. Quisieran que desaparezca toda alternativa real al
pensamiento único y totalitario de lo políticamente correcto. Pero no
estamos dispuestos a ello. Y esas banderas y esos símbolos, que
representan aquellos principios, prenden con fuerza cada día en la gran
mayoría de los jóvenes españoles que se sienten orgullosos de ser
españoles.
No tenemos nada
de que arrepentirnos. Y no nos asustan los discípulos de Lenin, aquel
que decía "contra los cuerpos, la violencia; contra las almas, la
mentira". Por eso los impenitentes comunistas, los que no se
arrepienten de nada, teniendo sobre sus conciencias la más espantosa
matanza de inocentes de toda la humanidad, 100 millones de muertos,
2.000 millones de seres humanos reducidos a esclavitud, miedo y pobreza.
Esos mismos son los que promueven campañas en contra de la España
gloriosa que los derrotó en 1939. Y que los volvió a derrotar con la
División Azul. Y los volvió a derrotar con la Guardia Civil que acabó
con el maquis terrorista y comunista. Pero no podemos arrepentirnos de
haber salvado a España, de haber impedido que cayera en las garras del
comunismo.
No podemos
arrepentirnos de haber salvado a la Iglesia Católica de la mayor
persecución de su historia, donde murieron asesinados 13 Obispos, 7.000
sacerdotes, religiosos y monjas y decenas de miles de fieles a manos de
comunistas, socialistas y anarquistas.
No podemos ni
queremos arrepentirnos de haber hecho justicia con gran parte de los
criminales que fueron prendidos, y que pagaran con su vida fanática y
asesina las vidas inocentes y justas que ellos arrebataron. Porque eso
es justicia, definitiva, espléndida, rotunda justicia. Y en España
brilló una vez un Sol de Justicia. Con Francisco Franco Bahamonde,
Caudillo de España y Generalísimo de sus Ejércitos.
Y nos negamos a
decir que todos fueron iguales. Porque unos mataron inocentes y otros
pagaron con sus vidas por matar inocentes. Porque unos se mataban entre
sí como bestias y otros vivieron en camaradería y hermandad, superando
cualquier divergencia en aras del bien común de la Patria.
Unos odiaban a
Dios y blasfemaban. Y Otros fueron mártires de Cristo.
Y no nos
arrepentimos de que unas cuadrillas de facinerosos se redimieran
voluntariamente construyendo el Valle de los Caídos en justo y simbólico
pago por los 20.000 edificios religiosos que destruyeron durante la
nefasta República y durante la Guerra Civil. Como aquellas campanas de
Compostela, que fueron a hombres de presos cristianos a Córdoba y
volvieron dos siglos y medio después a hombros de presos moros desde Córdoba
a Compostela. Así es España y a España deben temer todos los
forjadores de desmanes. Que la actual impunidad no les confunda ni les
deje tranquilos. Ese Sol de Justicia volverá a brillar con fuerza en
nuestra Patria, cuando y como quiera el "Dominus Deus Sabbaoth",
El Señor Dios de los Ejércitos, que da la Victoria no al número ni al
oportunismo, sino a los fieles y a los justos.
Ni nos
avergonzamos de haber hecho morder el polvo a los separatistas,
construyendo una España unida sin tener que pedir permiso a cada paso a
los enemigos interiores de España. Enemigos que una vez se exiliaron. Y
que otra vez deberán dar cuenta de sus actos. Y deberán perder la
nacionalidad española, que no les corresponde, aunque hayan nacido en
territorio español. Y tener un estatuto de apátridas sin derechos políticos.
Y ser expulsados de España si atacan a España. Y dar con sus huesos en
la cárcel si cometen delitos contra nuestra Patria. Y pagar con la pena
de muerte sus actos terroristas.
¿Vamos a
avergonzarnos de haber sacado a España del subdesarrollo y haberla
convertido en una potencia mundial?
¿Nos
avergonzaremos de haber sacado de las chabolas, de las cuevas y de las
infraviviendas a los obreros, a los campesinos y proporcionar un modo de
vida digno a toda la ciudadanía?
Mientras que
ahora se hace cada vez más difícil formar una familia. En primer
lugar, por la propia configuración psicológica de los individuos, que
ya no están forjados en una educación cristiana, en una pedagogía de
la familia, sino en el consumismo, el materialismo, el placer y el egoísmo.
En segundo lugar, porque es difícil para la mayoría de los jóvenes
españoles ocupar un empleo fijo y bien remunerado. En tercer lugar,
porque el precio de la vivienda es inalcanzable para la gran mayoría de
los jóvenes que quieren formar una familia superando todas las
dificultades anteriores.
¿Vamos a
avergonzarnos de haber repoblado el suelo español, uno de los menos
poblados de Europa a principios del siglo XX, doblando su población y
protegiendo las familias numerosas, trayendo 600.000 españolitos nuevos
al mundo cada año? ¿O nos avergonzaremos de haber casi duplicado la
esperanza media de vida de los españoles desde los poco más de 40 años
de principios del siglo XX a los 80 de ahora?
No, de lo que
hay que avergonzarse es de la matanza continua de españolitos antes de
nacer, más de 70.000 cada año, en virtud de una infame ley firmada el
5 de julio de 1985 por un individuo que juró por Dios mantener el
Estado Católico, de grandeza y bienestar asentado en los Principios y
Leyes Fundamentales del Movimiento Nacional.
Un individuo
que fue calificado por otro genocida famoso, el Duque de Paracuellos,
Santiago Carrillo, ni confeso ni mártir, ahora tan amigo del inquilino
de la Zarzuela, como Juan Carlos el Breve, que bien se ve que la de
augur no es su verdadera naturaleza, pues para breve la vida de aquellos
que él se encargó de acortar. Se quiso adelantar al apelativo que
suele ilustrar el nombre de los monarcas con más propiedad que su número
ordinal. Así, Isabel y Fernando son los Reyes Católicos; a ella la
honraremos esta semana, 500 años justos después de su muerte.
Fernando, el Santo; Alfonso, el Sabio; Felipe, el Prudente; Carlos, el
Hechizado, Wifredo, el Belloso. La mayoría de los buenos españoles
tienen para Juan Carlos varios epítetos que empiezan todos por T. Pero
puede ser que se le llegue a apodar, después de la desaparición de
tantas cosas, tantas tradiciones, tanta unidad, tanto inocente por
aborto, como el Exterminador.
Dicho sea con
el mayor de los respetos, naturalmente, que yo todo lo digo con el mayor
de los respetos. También exterminador de la moral, que ha llegado a
extremos vergonzosos con su República coronada. Ahora todos los desvaríos
y amoralidades son gays, alegres, divertidas. Oí decir que el otro día,
quizá cuando volvió de matar osos en Rumanía, Don Juan Carlos decidió
salir del armario. Y va y le dice a Sofía: "Sofía, Sofía, que
soy guey, que soy guey". Y ella le contesta: "Anda, y yo
gueina, y yo gueina".
Dicho sea,
claro está, con todo el respeto y unas gotas de humor que tampoco
vienen mal. Como dice San Pablo: "Sea vuestro discurso hecho con
sal".
No nos
avergonzamos del pleno empleo. Ni de que funcionaran bien todos los
servicios públicos. Ni de que estuviera bajo mínimos la delincuencia.
Los que tienen
que avergonzarse son los políticos de ahora, de izquierdas y derechas,
centralistas y separatistas, que nos han traído la cultura de la muerte
y de la mentira. Y ya sabéis que el Padre de la mentira y de la muerte,
según la Escritura, es el Demonio. Por eso es tan propio que este
sistema sea una Demoniocracia, que en apócope se dice Democracia.
Democracia
mentirosa, que cuando alguien no les conviene y amenaza su poder,
resulta eliminado. Ahí está la recentísima prohibición del Bloque
Flamenco, mayoritario en varias ciudades y regiones de Bélgica. Ahí
está el asesinato de Pim Fortuym y ahora del cineasta Van Gogh en
Holanda. Ahí está la persecución que sufrió Jesús Gil, que terminó
llevándole a la muerte, privándole del Atlético de Madrid y de sus
derechos políticos en cuanto su éxito desbordó los límites de
Marbella para triunfar en toda la Costa del Sol, en Ceuta y en Melilla.
Democracia que
está llevando a la Nación Española a su fragmentación por los
separatismos, a la sumisión al mundialismo, a la pérdida de nuestra
identidad católica trocada en la nadería del patriotismo
constitucional, a la extinción de nuestra población por una natalidad
suicida y por la invasión migratoria, sobre todo por la peligrosísima
de los musulmanes, que siempre serán un estado dentro del estado hasta
que puedan imponerse y acabar con los demás. Que son la carne de cañón
para el terrorismo islámico, por una imprudente política de relación
con los árabes, como la guerra injusta de agresión a Irak para
quedarse con su petróleo y para asegurar al dólar como moneda única
de intercambio en el comercio mundial y especialmente en el petróleo.
Una imprudente política de aceptación de masas de musulmanes. Una
imprudente política de represión contra el delito, porque la pena de
muerte está ausente, siendo la verdadera justicia que hay que aplicar a
los terroristas. Que quien la haga, la pague. Y quien quita vidas a propósito
y para destruir una sociedad, que reciba de esa sociedad la pena máxima
y justa, que no puede ser otra que la pena de muerte. Y otra política
lenitiva de complicidad entre policías y delincuentes, de corrupción
en cuerpos de seguridad que antaño eran incorruptibles y que desde que
la Guardia Civil sufrió la deshonra de tener a su frente a un ladrón.
Y desde que los Ministerios del Interior y la Dirección General de
Seguridad fueron ocupados por criminales y ladrones, socialistas para más
señas.
Camaradas,
amigos:
Vamos a
comprometernos militando, engrosando las organizaciones patrióticas.
Por ejemplo, la Confederación Nacional de Combatientes, que admite
también a quienes participan de los ideales, no sólo a los ex
combatientes, porque entonces terminaría por desaparecer con el tiempo.
Tenemos que comprar nuestras publicaciones y votar en las elecciones a
quienes se presenten defendiendo estos principios.
La Democracia
miente. La Democracia mata. La Democracia corrompe. Es una verdadera
tiranía que lleva puesta la careta de la Libertad. Vamos a
desenmascararla. Vamos a decir la Verdad. Vamos a recuperar la Unidad,
la Grandeza y la Libertad de nuestra Patria. Con nuestras banderas. Con
nuestras canciones. Con nuestra palabra. Con nuestro ejemplo.
¡Arriba España!,
¡Viva Cristo Rey!
José Luis Corral
©
Información facilitada por AJE. 22 de Noviembre de 2.004.-