LA SUCESIÓN AL TRONO

No cabe duda que es uno de los temas controvertidos en torno a la figura de Isabel. Unos la tachan de usurpadora de un reino que no le correspondía, mientras otros defienden su soberanía a capa y espada.

No pretendemos tener la última palabra, ni la solución sobre este tema tan complicado de puntualizar. Creemos, simplemente, que mal se podrán entender los hechos consumados, sin analizar el contexto de los mismos. Tarsicio de Azcona, en el marco del Simposio sobre Isabel I de Castilla, celebrado en octubre de 2000, en la Universidad de Valladolid, ponía el dedo en la llaga al denominar a aquel momento: TIEMPOS DE REVOLUCIÓN.

 

TIEMPOS DE REVOLUCIÓN

En el panorama sombrío de una beligerante Península casi despedazada por linajes y noblezas donde impera la ley del más listo, del más fuerte o del más oportunista, como en casi todas las épocas, destacan varias fuerzas encontradas unas veces y al encuentro, según convenga, otras.

A nuestro entender se ha perdido mucho tiempo en investigar a quién verdaderamente correspondía la sucesión, como si fuera posible dar marcha atrás al curso incontrovertible de la Historia. Quizá sería mucho más interesante analizar las estrategias, los juegos, las tramas, los errores o los aciertos de los contendientes en liza. Lo que está claro es que nadie "tiraba de la cuerda" a favor del vecino sin un claro propósito de llevarse la mejor parte. Algo que resulta tan antiguo como actual, pues forma parte del presente continuo de la Historia, protagonizada por hombres y mujeres de carne y hueso, aunque sirvan a nobles causas...

 

MAREJADA DE FONDO: LA NOBLEZA

Englobamos en la palabra Nobleza, tres categorías: Los Nobles ostentanto títulos familiares.

Los Segundones, muchos de ellos prelados, dueños de territorios en episcopados y abadías.

Los Caballeros, hombres de guerra y de armas, algunos de ellos cuentan con sus propias mesnadas.

Hombres clave, que con argucias y desde los intrincados vericuetos de la astucia, manejan más que nadie la sociedad del siglo XV. Muchas de las culpas que han recaído sobre los soberanos de entonces se deben a este puñado de estrategas ávidos de sacarle partido a todo y a todos.

¿Quién sirve a quién? ... ¿El Rey a la nobleza o la nobleza al Rey?

En este momento que intentamos plasmar, nombres como: Carrillo, Villena, Pacheco, etc.., juegan papeles a veces irrisorios, a veces decisivos. Si observamos este momento de transición cultural entre fin de la Edad Media y comienzo de la Moderna desde la “movida” que se cuece en los Señoríos Nobiliarios, quizá demos otro giro al dictamen sobre aquel momento y sus hechos consumados.

 

¿EN QUÉ SE APOYA LA LEGITIMIDAD SUCESORIA DE ISABEL?

 

a)      ¿... “LA HIJA DE LA REINA” ...?

Hablamos de Juana la tan traída y llevada hija de paternidad no ciertamente definida. Lástima de prueba de A.D.N. que hubiera evitado, quizá, tantos quebraderos de cabeza y especulaciones sobre el tema.

Sin excusar a nadie, es totalmente comprensible la lucha de ambos bandos teniendo a Juana o Isabel por fichas sobre el tablero medieval, siempre en jaque.

¿Fueron usurpadores Isabel y sus partidarios ...? Y si la suerte se hubiera puesto del otro lado del ajedrez, ¿no habría hoy quien tachara a Juana de usurpadora por “Beltraneja”?

 

b)      GUISANDO

Los acuerdos se firmaban o se rompían con suma rapidez. Aparecían, desaparecían, autentificados o falsos en forma de capitulaciones, bulas, etc. ¡eran tan pocos los que sabían medianamente leer, no digamos escribir ...! que el fraude estaba a la orden del día.

Lo que intentamos resaltar en el corto espacio que nos permite esta hoja informativa, es que eran tiempos de “chanchullos”, era mucho lo que se ponía en juego y el ambiente estaba poco propicio para honradez y claridad.

Y tras este preámbulo que ilustra de algún modo los “desacuerdos” que suceden al tratado de Guisando, donde Isabel es declarada LEGÍTIMA SUCESORA, nos remitimos a la autorizada palabra del profesor D. Luis Suárez:

“El derecho de Isabel al trono de Castilla se fundamenta en un documento del 18 de septiembre de 1468, en que Enrique IV declara que reconoce a Isabel como heredera, con estas palabras: “Para que quede sucesión de nuestro linaje” lo cual quiere decir que no hay otros herederos legítimos del linaje. Se ha discutido mucho a qué puede deberse esta declaración de no legitimidad de la hija de la reina doña Juana como la llaman los documentos. Puede deberse a que, como decían las malas lenguas, fuese hija de la Reina pero no del Rey, o puede deberse a una nulidad del matrimonio de Enrique IV y Juana de Portugal, como se afirma en el texto actualmente conocido del Pacto de los Toros de Guisando. Me parece que lo que interesa en esta causa no es discutir sobre la razón o razones que hubo para no declarar legítima a esta persona o muchacha como la llaman también los documentos. Basta con comprobar que hubo una declaración libre, oficial y auténtica de Enrique IV en el sentido de que en 1468 Isabel era la única heredera posible legítima de su linaje”.

 

LA ACTITUD DE ISABEL

Para los que asumimos el reto que supone sólo el mencionar una posible canonización de Isabel la Católica, determinadas políticas, como la que estamos tratando, pasan a segundo plano.

Existen datos de esta adolescente, ciertamente comprobables, que dicen mucho más a favor de una posible Canonización, de lo que pudieran impedir temas tan manidos como el Derecho Sucesorio.

Pero puesto que no podemos pasar por alto este tema tan complicado, y a la vez tan decisivo, vamos a intentar entresacar su actitud más íntima y personal. Nada más fidedigno que las propias palabras de Isabel, para sumergirse en el alma de esta joven, en su psicología. Es una lástima no poder reproducir en su totalidad, el testimonio en el que nos basamos a continuación, pues representa un documento hagiográfico de primera magnitud.

Se trata de una Circular de la Princesa Isabel a los Concejos del Reino exponiendo el derecho que tiene a la Corona después de la muerte de su hermano Enrique IV y las razones que la movieron al matrimonio con el Príncipe de Aragón. Sale al paso de críticas ofensivas que su hermano ha hecho públicas en el Reino. Dada la extensión de la carta, más de cinco folios, no podemos más que entresacar los párrafos más significativos.
                 Su cordura, inteligencia, caridad y su profunda fe, se hacen patentes, y no necesitan comentario adjunto.

 

PINCELADAS DE UN ESPÍRITU TRANSCENDENTE

"...segund he visto por el trasunto de una carta patente quel dicho señor Rey mi hermano ha mandado publicar por estos regnos, mirando muy mal por mi honra: pues no se puede ofender la una sin que la otra quede mancillada, siendo como somos fijos de un mismo padre."

 "...A la qual protesto de responder por las deshonestidades en ellas contenidas, las quales si fuesen verdaderas, yo me debería doler y doleria mas de la culpa que de la pena; y sin duda yo puedo decir con santa Susana que me son angustias de todas partes, porque nin puedo callar sin ofender y dañar a mí, nin hablar sin ofender y desagradar al dicho señor Rey mi hermano lo qual todo es á mi grave. Mas porque si estas cosas dejase so silencio parecería que yo misma las otorgaba opremida por necesidad, responderé á los puntos substanciales de la dicha carta lo menos deshonesto y más templado y breve
que pudiere.
"

A continuación hace una exhaustiva defensa de las actitudes que ella tomó en el asunto y pone de manifiesto las transgresiones continuas a lo acordado por parte de Enrique IV. Y concluye esta parte de la extensa carta con estas frases contundentes:

"En conclusión de este capítulo, por e1 parecerá por quál de las partes fueron quebrantadas las cosas prometidas y juradas en los toros de Guisando, y a quien eran obligados de ayudar los fiadores, pues esto que yo digo parecerá por escrituras firmadas y selladas y juradas de todos".

El siguiente párrafo que entresacamos a continuación nos muestra una Isabel humana, audaz a la vez que delicada y con fortaleza evangélica.

"Ala que dice que la Reina juró en manos del Cardenal que la sobredicha niña era hija del dicho señor Rey y suya, y quel dicho señor Rey juró que siempre la avia tenido por tal, a su señoria no quiero responder otra cosa, salvo que por otras muchas apariencias y por testigos dignos de fe y por escrituras muy auténticas podía parecer lo contrario, y soy mucho maravillada porque en tan poco tiempo su merced aya querido mostrar tantas contrariedades. Pero no me maravillaré de lo que la Reina juró, pues no sufre razón natural que otra cosa debiese jurar, siendo el tal juramento tanto a favor suyo y de su hija; mas ya vos vedes si sufre ningun derecho divino ni humano que por tal
testigo yo deba ser condenada por muchas y claras razones que se callan por mi honestad; y porque no se pueden aclarar sin ofensa del dicho señor Rey".

Es sumamente interesante escuchar las versiones que sobre el tema que nos ocupa, la sucesión al trono de Castilla, se han dado y se dan.

Unos se obstinan en apuntar con índice inamovible a una Isabel déspota, usurpadora y cruel al eliminar del mapa sucesorio a Juana. Otros intentan mitificar a una muchacha llena de cordura y serenidad, renunciando al trono en tanto que viva su hermano Enrique IV:

Algo que necesita urgentemente recuperar la figura de Isabel es una disección entre hechos políticos, y actitud personal.

A unos y otros, lanzamos esta serie de cuestiones, muy elementales si se quiere, pero suficientes para hablar por sí mismas. 

.¿Quién verdaderamente estaba detrás de esas luchas intestinas por la sucesión? ¿Podía una adolescente de 16-18 años luchar con ese tesón "por su puesto"?


            .¿Es Isabel, ella personalmente, la que decide renunciar al trono en vida de su hermano, o es también una cuestión de estrategia, del sector político que le asesoraba?


            .¿La cuestión sucesoria, no es más una cuestión de estado que personal?


 

ORACIÓN, que, según testigos de la época, repetía incesantemente Isabel en estos difíciles días de la Sucesión.

 

“Tú, Señor, que conoces el secreto de los corazones, sabes de mí que no por vía injusta, no con cautela ni tiranía, más creyendo verdaderamente que de derecho me pertenecen estos reinos del Rey mi padre, he procurado de los aver, porque aquello que los reyes mis progenitores ganaron con tanto derramamiento de sangre no venga en generación agena.

Y tú, Señor, en cuyas manos es el derecho de los regnos, por la dispusición de tu providencia me has puesto en este estado real en que oy estoy, suplícote humildemente, Señor, que oigas agora la oración de tu sierva, y muestres la verdad y voluntad con tus obras maravillosas; porque si yo no tengo justicia, no aya lugar de pecar por ynorancia; y si la tengo, me des seso y esfuerzo para que, con la ayuda de tu brazo, lo pueda proseguir e alcanzar, e dar paz en estos reynos que tantos males e destruiciones fasta aquí, por esta causa, an pedecido”.


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