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Entre el dolor y la esperanza


 

Jueves 20 de noviembre. A las diez de la mañana, Televisión Española iniciaba sus programas con la noticia estremecida de la muerte de Franco. Tras la sobre impresión de esta noticia en las pantallas de todos los televisores españoles, la voz pausada,
firme, dolorida, del Presidente del Gobierno comunicaba al país un acontecimiento histórico singular envuelto en el mensaje imperecedero que Franco quiso legar a todos los españoles.

A partir de aquí, Televisión Española cumplió fielmente su tarea de informar, como lo había hecho en los difíciles momentos de la enfermedad del Jefe del Estado. Un total de nueve unidades móviles con 34 cámaras electrónicas, de ellas cuatro unidades y 15 cámaras para color; cuatro estudios con sus dotaciones de personal y material para servicios informativos, corresponsales y comentaristas de televisiones extranjeras; 20 equipos de enlaces móviles, cinco generadores de energía eléctrica, 20.000 metros de cable y 500 personas prestaron servicio directo para las retransmisiones relacionadas con el fallecimiento del Caudillo y la proclamación del Rey.

Veintitrés equipos de filmación sonora, 13 cámaras de filmación muda, 18 equipos de montaje en dos turnos, 19 de realización y 14 de producción, con un total de 215 técnicos de televisión y unos cincuenta periodistas, cubrieron la amplia actividad informativa de aquellos días y más de mil empleados de los servicios técnicos atendieron las necesidades de la red en sus diferentes puestos de trabajo. Así, 35 millones de españoles siguieron al momento los solemnes actos de unas tensas jornadas. Desde la capilla ardiente, instalada en el Palacio de El Pardo, en la que se plasmó el inmenso dolor familiar por la muerte de aquel ejemplar español que fue Francisco Franco, hasta la recepción oficial con la que el pueblo español, junto a los Reyes, celebraban el comienzo de una etapa de esperanza. En sucesivas secuencias, fielmente difundidas en directo por las pantallas de TV, los más apartados rincones de nuestra geografía sintieron cercano el nervio motor y el latido cálido de unos acontecimientos singulares.

Televisión Española cumplió sencillamente con su deber al servicio de la información. No busco efectismos fáciles ni protagonismos, excluyentes; buscó sólo aproximar a sus espectadores y a los de todo el mundo a través de las 16 cadenas extranjeras que retransmitieron en directo algunas de las principales ceremonias y a través de las cadenas que pasaron en diferido imágenes para los 52 países con los que tienen establecidos intercambios de programas -con un total de cuatrocientos millones de telespectadores- a la magnitud de un momento crucial en la vida de España, con el mismo sereno rigor con que se pronunciaron los españoles. Las imágenes fueron elocuentes de este esencial espíritu que corrió por todas las mentes y corazones de los millones de españoles que estuvieron presentes en la Plaza de Oriente! en aquellas interminables colas; en el Valle de los Caídos dando el último adiós al Caudillo; en la Carrera de San Jerónimo, en la Cibeles o en las distintas calles madrileñas por las que pasaron los Reyes de España.

Pero aquellas imágenes no podían quedar en el fugaz paso de la pantalla, porque se trata de unas imágenes vivas en el recuerdo de todos los españoles. Por ello, se edita en dos volúmenes, separados tan sólo en la forma que no en lo hondo de su contenido, todo aquello que  contemplaron, emocionados, los ojos abiertos de tantos millones de compatriotas ante las pantallas de su televisor, en el silencio de sus hogares o en el ambiente tenso de sus lugares de trabajo o de ocio. Se trata no de un álbum seleccionado de fotografías directas, sino justamente de aquellas que causaron impacto a través de la pantalla, sacadas frente al monitor que volvió a repasar una y otra vez en «video» el calor vivo del recuerdo. De ahí que éste sea su primordial interés; por encima de la calidad fotográfica se ha buscado el valor de la autenticidad. y de ahí que sea una sucesión de imágenes que ya vimos y que ahora hemos querido salvar de la fugacidad.

Este primer volumen se abre con el testimonio doloroso de los restos de Franco en su capilla ardiente y se cierra con una de las numerosísimas coronas florales que acompañaron al Caudillo hasta su última morada, en el Valle que quiso fuera signo de reconciliación y hermandad irrenunciable de todos los españoles que sirvieron a su Patria hasta el sacrificio. Entre ambas, las imágenes sinceras del Presidente del Gobierno, Carlos Arias, comunicando a España la irreparable pérdida de su Caudillo; la capilla instalada en el Palacio de El Pardo con el dolor familiar en los servicios fúnebres aplicados por su alma; la interminable despedida de los españoles en la Plaza de Oriente, encabezados por los Reyes, minutos después de que el Rey fuese proclamado; los solemnes funerales con los que España y el mundo decían adiós a un estadista singular; el entierro en la roca de Cuelgamuros... Todos los actos reflejados en una colección que permita mantener la retina abierta sobre el fugaz destello de una pantalla que aquellos días tembló estremecida en el dolor y la esperanza.


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