MI ORFANDAD SIN SU CAPITANÍA

 

Por el Teniente General Antonio BARROSO

 

Me encuentro anonadado, como la mayoría de los buenos españoles, ante este duelo nacional. Con la muerte de Franco desaparece mi mejor jefe, mi amigo entrañable, mi compañero de armas más querido. En aquel julio de 36, cuando España ardía, me buscó, me nombró jefe de sus operaciones, y en su Estado Mayor conviví con él, durante tres tensos años. Todo se hundía, pero él, con su gran tesón, salvaba los obstáculos y no se arredraba ante nada. Llegamos a tener, partiendo de un Ejército dividido y pequeño, 60 divisiones que cubrieron 2.800 kilómetros de frente, reuniendo, además, un núcleo operativo que recuperaba lo de mayor valor militar, como era la zona del Norte, y lograba constituir las reservas necesarias para tomar y mantener la iniciativa.

Franco, como digo, supo vencer, acompañado de una juventud magnífica, que no vaciló en entregar sus vidas con derroche y generosidad.

Y, ahora, él hizo su gran último servicio a España, dejándonos un sucesor que sabrá llevar las riendas del Estado de un modo brillante, como brillante han sido los años de un principado. Franco se va para todos, y con él muchas ilusiones y, para mi, una vida militar muy larga y muy densa. Me encuentro ya huérfano sin su capitanía.

Sólo me resta rezarle mucho y seguir recordando a mis amigos y familiares lo que Franco ha sido y lo que Franco puede ser todavía, si sabemos ser fieles a su memoria, para alcanzar una España todo lo grande, todo lo una y todo lo libre que unánimemente anhelamos. Arriba España.

 

ABC. 21 de Noviembre de 1975


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