LAS VIRTUDES DE FRANCO

 

Por Juan CASTAÑON DE MENA

 

No he sabido negarme a la invitación que se me ha hecho de remitir estas líneas, en estos momentos en que nuestro pensamiento está puesto en nuestro Caudillo pero he debido hacerlo porque apenas si puedo coordinar mis ideas, me siento confuso me cuesta pensar y convencer me (aunque tan pocas esperanzas teníamos ya) de que el Generalísimo no está con nosotros. Quizá los casi veinticinco años, tan próximo tan cerca de él, me lo impidan.

Pero en ésta mi confusión de ideas y de sentimientos uno en unión del cariño, domina sobre todos: mi agradecimiento un agradecimiento muy personal, un agradecimiento sobre ese que todos los españoles le tendremos siempre, de una Patria rehecha con un presente próspero y un futuro con una sucesión muy preparada, muy bien preparada (soy testigo de ello), manifestación de ese espíritu previsor que fue la constante de toda su vida. Mi agradecimiento sobre este otro es muy personal, es el de haber podido ver y vivir sus virtudes, sus virtudes humanas, base de las sobrenaturales, también abundantes en él, «Las virtudes de Franco».

Virtudes fuertes, recias  bien arraigadas, que se han podido ver claramente en su vida.

Decisión firme consecuencia de su audacia y su prudencia, y con ellas el espíritu de humildad y sencillez cristiana.

Yo le he oído decir en cierta ocasión ante una Comunidad de religiosos al agradecerles las oraciones de su vida contemplativa que después de trabajar con la mayor voluntad y toda nuestra inteligencia en cualquier obra, si luego ésta era coronada por el éxito, había de agradecérselo a Dios, porque si así no fuera su voluntad hubiese sido con el mismo empeño en el trabajo un rotundo fracaso. Lo decía el que había cosechado en su vida de militar y de gobernante los mayores triunfos en las circunstancias más difíciles.

Su energía y humanidad sensible, su aparente frialdad que encubría un corazón lleno de afecto y emotividad.

Su don de ponderación -uno de los más sobresalientes en él- y su espíritu de justicia.

Todo ello presidido por una paz interior que hacía posible el ejercicio pleno de sus grandes virtudes.

Ver tan de cerca plasmadas en su vida diaria, en su vida de entrega total, del que lo entrega todo como si no entregase nada, enseñanza perfecta con ese ejemplo maravilloso, que hubiera sido eficaz para quien algo de esas virtudes poseyera, creo que bien merece el mayor de los agradecimientos.



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