Ante el 18 de Julio.

 

 

ALZAMIENTO, HORA 0


 

El hoy general Julio de la Torre recuerda a continuación, después de treinta y seis años, los instantes que decidieron el comienzo precipitado del alzamiento:

«Antes de iniciar mi relato debo hacer una breve descripción del edificio de la comisión de limites de Melilla, ya que en él ocurrió el episodio capital de esta narración. El edificio es de una sola planta y está situado en el barrio de la Alcazaba. Tenía abundantes ventanas y lo rodeaban unas tapias, formando en su centro un gran patio, como plaza de armas. En él estábamos citados los que íbamos a actuar en la plaza de Melilla.

Serían las tres de la tarde del día 17 de julio de 1936 cuando el teniente coronel Maximino Bartomeu llamó a mi casa y me pidió que fuera con él a la Comisión de Límites.

Ligeros fuimos allí y dentro del edificio ya se encontraban algunos jefes y oficiales, entre los que recuerdo al teniente coronel Seguí Almuzara, cerebro oculto del movimiento en la plaza, el teniente coronel Darío Gazapo, capitán Carmelo Medrano y los tenientes Bragado, Comas, Tasso, Sánchez Suárez, Samaniego, Cano y otros que siento no recordar.

El teniente coronel Seguí empezó a darnos instrucciones concretas a cada uno: a Bragado, le ordenó hacerse cargo de la delegación gubernativa; a Sánchez Suárez, la inutilización de las radios de todos los barcos del puerto...

Entre tanto nuestros enemigos no dormían.

Sabían que algo iba a ocurrir. Las autoridades gubernamentales estaban al tanto de otra contrarrevolución que se estaba tramando a la sombra de la nuestra y se encontraban indecisas.

Pero entre nosotros hubo un Judas, que atemorizado, denunció el sitio y hora de la reunión y por eso, en el momento más crítico, vimos entrar en el patio a un grupo de guardias de Asalto, armados de fusiles, con un oficial, junto con unos policías de paisano.

Los guardias se distribuyeron alrededor del patio y de esta forma dominaron todas las ventanas del edificio y sus salidas. Al ver esta maniobra, nos miramos todos comprendiendo la situación desesperada en que nos encontrábamos.

El valiente teniente Sánchez Suárez nos distribuyó granadas de mano, a las que pusimos detonadores, y con nuestras pistolas cargadas nos agazapamos detrás de los muros de las ventanas dispuestos a defender duramente nuestras vidas. En nuestras miradas había el brillo de las heroicas decisiones. Nuestras manos no temblaban. Sabíamos cual era. nuestro fin y teníamos la valentía de la nobleza de nuestra causa y el empuje sagrado de los años mozos.

Se acercaron los policías a la puerta y llamaron. Les salió al encuentro el teniente coronel Gazapo, quien serenamente les preguntó qué deseaban.

La orden de registro y de detención de los que allí estuvieran, era el propósito de aquellos policías y entonces Gazapo y el capitán Medrano intentaron convencerles de que siendo aquel un edificio militar no podían efectuarlo de esa forma.

Mientras se desarrollaba esta conversación, llamé por teléfono a la representación de la Legión, que eran vecinos nuestros, y allí estaba de guardia mi fiel y valiente sargento legionario Sousa.

-Ven inmediatamente a la Comisi6n de Límites con unos legionarios. ¡Corremos peligro!

Y aquel sargento, fiel a nuestro grito glorioso de, ¡A mí la Legión! acudió velozmente e irrumpió a la carrera en el patio del edificio en donde estábamos, con un grupo de legionarios.

Pero aquel pelotón de legionarios no vela a nadie. No veían a sus oficiales, vacilaban y se encontraban rodeados de guardias de Asalto.

¡Fue un momento de una intensidad inenarrable. Dentro, nosotros sin poder salir al exterior ; en el patio, los legionarios rodeados, sin saber qué hacer... No sé lo que pasó por mí. De Dios fue aquélla inspiración. Me latía el corazón y parecía que me iba a estallar; temblaba mi cuerpo de exaltación y mis nervios me ordenaban salir, y sin poder dominarme, salté al patio atropellando a los que estaban en la puerta y tomé el mando de los legionarios.

- “¡Fe en mí! ¡Carguen! ¡Apunten!” Los fusiles de los legionarios apuntaron a los guardias y mi pistola buscó, certera, el corazón del teniente de Asalto. En nuestros ojos había la cruel y firme decisión de matar..., pero en aquel momento trágico, cuando la voz de fuego era inminente, uno de aquellos guardias, con el terror reflejado en su rostro, arrojando su fusil al suelo, gritó:

- ¡Mi teniente! ¡Mi teniente! ¡No disparéis! ¡Que somos padres de familia!

- ¡Rendios! -ordené, y aquellos guardias, que en honor a la verdad no sabían el alcance de su misión, depusieron las armas y se sumaron incondicionalmente a nuestros legionarios. Serían las cuatro de la tarde del día 17 de julio de 1936.

En aquel momento empezaba una nueva era en la historia de España».

 


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