POR DIOS Y POR ESPAÑA


Reproducimos, por su importancia, el discurso del Cardenal Primado de España, Enrique Plá y Deniel (foto), a los alféreces provisionales de nuestra Guerra de Liberación el día 30 de junio pasado:


“Habéis hecho bien dijo- en venir a Toledo, que si ha dejado de ser la capital civil de España, continúa siendo su corazón, porque aquí los concilios toledanos forjaron la unidad católica de España, y en nuestros días el Alcázar de Toledo no sólo es el mejor recuerdo y símbolo de la Cruzada, sino que el gesto de un nuevo Guzmán el Bueno y el patético diálogo de él con su hijo se ha incorporado ya a los hechos heroicos de la historia universal.

También vosotros, los alféreces provisionales, me parece que sois los que mejor demostráis el genuino carácter de la Cruzada. No fue ésta un mero pronunciamiento militar; si hubiese sido esto simplemente, habría fracasado al no triunfar en los primeros momentos en Madrid, Barcelona y Valencia. Fue el sano pueblo español el que se incorporó al Ejército, dándole el carácter de Cruzada al luchar por Dios y por España. Fuisteis vosotros, sobre todo, los que entonces en plena juventud, aceptasteis la carga de adquirir en pocos días los conocimientos militares imprescindibles para tener el honor de mandar a los soldados que obtuvieron la victoria. La imperfección de vuestra técnica militar fue suplida con creces por vuestro entusiasmo, por vuestro arrojo, que tuvo que ser moderado por la superioridad, por vuestro heroísmo ofreciendo sus vidas veinte mil de vuestros compañeros.

Creo muy oportuna la constitución de vuestra Hermandad porque hoy, a los cuatro lustros de terminada la Cruzada, algunos quieren empequeñecer a la misma y aún disputarle su carácter de tal. Vosotros sabéis bien que si dejasteis vuestros estudios, vuestros trabajos y ocupaciones, fue por luchar por Dios y por España. En  las esquelas funerarias de vuestros hermanos se les llamaba siempre gloriosamente caídos por Dios y por España.

La Iglesia no hubiera bendecido un mero pronunciamiento militar ni a un bando de una guerra civil. Bendijo, sí, una Cruzada. El Pontífice San Pío X, hoy elevado a los altares, no quiso bendecir a Austria cuando se desencadenó la primera guerra mundial; Pío XI, por encima e independientemente de toda consideración política, bendijo a los que emprendieron la difícil empresa de defender los derechos de Dios y de la religión en España. Después de esta bendición pontificia, pudimos los Obispos españoles no empuñar las armas, que esto a nosotros no nos correspondía, pero sí declarar el derecho que se tenía a un justo alzamiento contra el terror y la anarquía por el bien común y por la salvación de España. La guerra, que siempre causa muchos males, sólo es justa cuando es necesaria, y aun entonces está sujeta también a normas de derecho, y si se violan en algún caso determinado, deben ser tales hechos condenados.

La Iglesia enseña a dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios; y, en su consecuencia, proclama la sumisión y obediencia a los poderes legítimamente constituidos, pero a la vez enseña que no son los pueblos para las autoridades, sino la autoridad para el pueblo, para el bien común, para la sociedad. Cuando el poder se convierte en tiranía, o lo abandona dejando que los crímenes produzcan la anarquía en la nación, o él o sus agentes organizan estos mismos crímenes, entonces la sociedad, que es la que designa las formas de gobierno y aun las personas que encarnan la autoridad que , en último término viene de Dios, tiene el derecho no de producir subversiones, que agravan los males, pero sí de restaurar el orden y una verdadera autoridad, si es posible por medios legales, pero en último término por la fuerza, cuando ésta se tiene y hay probabilidades de éxito. Esta es la doctrina de grandes doctores de la Iglesia, y a la cabeza de ellos Santo Tomás de Aquino, quien, proponiéndose la dificultad de cómo se compagina esta doctrina con la obediencia debida a los poderes constituidos, contesta que en este caso no hay subversión del orden, sino restablecimiento del mismo. Esta doctrina, durante nuestra misma Cruzada, la enseñó ya claramente Pío XI en su encíclica dirigida a Méjico.

¿Quién puede dudar que en 1936 se había llegado en España a este estado de subversión y de anarquía, cuando se habían cometido desmanes, incendiado iglesias y cuando los mismos agentes armados del Gobierno habían allanado moradas para cometer asesinatos nocturnos? A esto se había llegado antes del 18 de Julio. Más después de esta fecha, en vez de contener los crímenes y desmanes, dejaron que se multiplicasen. Funcionaron las checas como en Rusia, sin proceso alguno fueron millares las víctimas; la Iglesia Española tuvo doce obispos mártires y unos siete mil sacerdotes y religiosos por lo menos. La sola diócesis de Toledo tuvo unos cuatrocientos y sólo a uno se le formó proceso.

La situación de España era, como ha sido más tarde, la de los países sujetos al comunismo soviético; como es hoy la de la desdichada Hungría. ¿No ha recorrido todo el mundo el derecho de la Hungría esclavizada a alzarse contra la tiranía esclavizadora? ¿No está ahora protestando contra la ejecución de los que contra ella se levantaron?

Así es de notar que la carta colectiva del Episcopado español de 1937 recibió contestación de las jerarquías eclesiásticas de todos los países de cualquier régimen político, de Francia, de Bélgica, de Alemania, de los Estados Unidos, solidarizándose con el Episcopado español. Lo cual no es de extrañar, porque, como dijo muy acertadamente el insigne presidente del Gobierno portugués, “la guerra de España no era una guerra civil, sino una verdadera guerra internacional en un territorio nacional. Fue una guerra ideológica, porque a un bando y a otro afluyeron combatientes de muchas naciones, y por ello fue una verdadera Cruzada por los que combatían por Dios y por España”.

Eso es lo que hoy algunos olvidan y otros quieren tergiversar. Por ello creo yo muy útil la creación de vuestra Hermandad.

La Iglesia ha predicado y predica la paz y pide el perdón, el olvido, la verdadera fraternidad. Sabe bien que no basta vencer, sino que es necesario convencer; que ahora no es tiempo de luchar con las urnas, sino de trabajar juntos para remediar injusticias sociales que había en nuestra España, para promover su progreso espiritual y material, el adelanto de su agricultura atrasada, de una mayor industrialización, de una estructuración definitiva del Estado con representaciones sociales auténticas.

La Iglesia bendice, pues, vuestra Hermandad para que, como ayer en la Cruzada, hoy en puestos tan distantes como os halláis colocados, en tan diversas profesiones, trabajéis unidos con el mismo lema de la paz, por Dios y por España.”

ABC. 18 de Julio de 1958.-


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