Vizcaíno
Casas.
Alfonso USSíA
FERNANDO Vizcaíno Casas fue un
hombre generoso, un amigo leal y un escritor valiente.
Representante único del franquismo liberal, que es difícil de
catalogar, pero él lo supo llevar sin dificultad alguna. Hubo un
franquista liberal -Vizcaíno-, como hay un liberal falangista, Enrique
de Aguinaga, maestro de periodistas y azote de los desmemoriados.
Fernando era, además, un prestigioso y reclamado abogado laboralista,
que humanizó con su sentido del humor y su agudeza las salas de los
juzgados. Se ganó y cultivó amigos en todas partes, que respetaban sus
ideas como Fernando respetó siempre las que arañaban su sensibilidad.
Era valenciano, como Luis Sánchez Polack «Tip». Un día le pidió a
su amigo y paisano que le presentara un libro. Las presentaciones de los
libros de Fernando eran multitudinarias. «Tip» llegó al salón
abarrotado de lectores con una caja de cartón bajo el brazo. En la
mesa, José Manuel Lara, «Tip» y el autor. No recuerdo de qué libro
se trataba, que Fernando escribió más de cuarenta, pero la actuación
de «Tip» resultó asombrosa. Nos tuvo veinte minutos hablando de los
árboles caducifolios. La gente no sabía dónde mirar. «Tip», muy
serio, seguía refiriéndose a los árboles de hoja caduca. Pasada la
media hora interrumpió la lectura: «Perdón, me he equivocado de
folios. He traído los que he escrito para presentar un libro de árboles.
Los del libro de Fernando me los he dejado en casa. Pero da igual,
porque será un éxito seguro. Y ahora, con su permiso, los de la mesa
nos vamos a comer las croquetas que he traído de mi casa». Y abrió la
caja de cartón y se repartieron las croquetas. A Fernando, aquella
gamberrada de «Tip» le hizo mucha más gracia que una presentación
formal. Otro autor se habría tirado al cuello del maravilloso Luisito.
Fernando tenía el don de la ubicuidad. Acudía a todos los actos
convocados por sus amigos. Yo tuve la fortuna de presentarle dos libros.
Defendía sus ideas con valentía y gracia, y a más de uno dejó sin
argumentos ni palabra. Pero no se regodeaba con la falta de ingenio del
prójimo, porque su bondad se lo impedía. Escribió novelas, ensayos,
entrevistas, artículos, guiones y teatro. Fue amigo de todos los
grandes maestros de la «Otra Generación del 27», desde Edgar Neville
a Pepe López-Rubio, pasando por «Tono», Enrique Herreros, Mihura y
Jardiel. También de los hijos de esa generación, y especialmente del
hijo predilecto, Antonio Mingote. Se ganó la antipatía de muchos
escritores sin lectores, de los grandes genios que no ha leído nadie.
No fue su militancia posfranquista el motivo de la animadversión, sino
sus éxitos editoriales. Molestaban sus abrumadoras cifras de venta y su
abono permanente a la relación de libros más vendidos. Fue ninguneado
y despreciado por los envidiosos, por los que Fernando sentía piedad.
No era un virtuoso de la floritura escrita, pero su estilo directo era
de una eficacia indiscutible. Vivió y dejó vivir, y jamás gastó un
segundo de su vida para el rencor o el resentimiento.
Ha muerto a sabiendas de que lo hacía y con su buena educación
característica. Como era más presumido que un pavo real en época de
celo, no quiso que sus amigos vieran su desmoronamiento físico. Su gran
amigo, Antonio Buero Vallejo, le dejó sin partida serrana. Fue de los
pocos que consiguieron un casi imposible. Que Buero Vallejo sonriera con
sus ocurrencias improvisadas. Fue leal a su gente y a sus ideas, y nunca
se le secó el pozo de la cordialidad. Es de esperar que los envidiosos
hayan descansado con su muerte. Y que aprovechando su alivio, reconozcan
al fin las muchas virtudes literarias de un escritor que fue
protagonista y cronista de toda una época. Duerme para siempre en
Navacerrada un hombre bueno. ABC. 5 de Noviembre de 2.003 |