Vizcaíno Casas, el humor de derechas

 

Julián García Candau

    Pepe Santamaría, ex jugador del Real Madrid, compartía horas de dominó con Antonio Buero Vallejo y Fernando Vizcaíno Casas, y entre el ahorcamiento del seis doble o el cierre con la blanca doble, que tenía música de revista, les miraba y se preguntaba cuál era el misterio de España. En tiempos de la dictadura había vivido el éxito teatral de Buero y con la democracia, donde éste debería sentirse más cómodo, sin censura, quien vendía libros y triunfaba era Fernando, que no había renunciado a su franquismo y a «por el Imperio hacia Dios». Lo inimaginable era que el izquierdismo no diera a Buero grandes réditos en el democracia y Vizcaíno, desde la derecha, se hiciera rico con obras franquistas. Nunca cambió de chaqueta y ello fue su gran éxito editorial. Nunca dejó de ser madridista, pero trató de no enfadar a los García Berlanga, todos valencianistas. Renunció al buen negocio de sus padres, dos establecimientos en Valencia y una cancioncilla que hizo popular la radio («Los paraguas Vizcaíno / son señora lo más fuerte / y lo más fino»), por el teatro, el periodismo y la literatura, y acertó. Triunfó con un humor de derechas, en contra de lo que se llevaba.
   A Madrid llegó cuando el mundo del cine tenía nombre valenciano, Cifesa, y en los estudios estaban Juan Antonio Lacomba, campeón de atletismo, periodista y represaliado; Rafael Torres, campeón de vallas, que tuvo que saltarse la de la cárcel; y los Luis Lucía, otro que las pasó canutas por ser hijo de quien fue, Vicente Escrivá, Vicente Coello y José Luis Colina, entre otros. Fernando, que había estudiado Derecho, se convirtió en un abogado laboralista muy conocido. Por su despacho de la calle Fernando el Católico pasaron todas las grandes figuras del cine y el teatro. El Derecho le permitió vivir en su salsa. Cada día podía comenzarlo en un juzgado, pero cada noche se le podía ver en la tertulia de Mayte Comodore, donde, además de Berlanga, estaba Tono, y José María Forqué, José María Rodero y Elvira Quintillá, y otros famosos del cine que, entre copa y copa, podían consultarle sobre la conveniencia de un contrato. Tenía la virtud de la ironía y la frase amable cuando convenía. Era complaciente con algunos de quienes política o deportivamente discrepaba profundamente. Cada vez que el Valencia apuntaba alegrías me decía: «Ja tenim equip». Y era vikingo convencido.
   Le conocí en Castellón. Llegó acompañando una caravana que recogía fondos para la campaña navideña. Eran los días del «siente un pobre a su mesa» que sirvió a Berlanga para su «Plácido». Como era un gran coñón, aguantó una conferencia que di en los cursos de la Complutense en Almería. En el coloquio, dio su versión patriótica y recordó que el Barça, que se sentía mártir, había tenido como capitán, después de la guerra, a un jugador apellidado Franco. Era su tema y con él vendió cientos de miles de ejemplares.

La Razón. 4 de Octubre de 2.003

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