Ánimus iocandi Por MANUEL MARTÍN FERRAND
Si es cierto, como rezaba un anuncio publicado en los periódicos de los
cuarenta,
que
«los rojos no usan sombrero», Fernando
Vizcaíno Casas nunca se quitó el chambergo ni tuvo la más mínima
tentación de hacerlo. Este valenciano cabal y divertido nació, como
anticipo de su sentido del humor, el 23-F del mismo año en que
Francisco Franco ascendió a general de brigada y, hombre de lealtades y
sin complejos, nunca renegó de la memoria del dictador aún siendo,
como fue, un espíritu abierto, un talante liberal y un manantial de
sonrisas.
Su padre, fabricante de paraguas, y su madre, propietaria de buenos
huertos de naranjos, le llevaron a estudiar con los jesuitas y, por eso
de la guerra, comenzó el bachillerato con un par de años de retraso.
Los recuperó enseguida y ya en 1951, renunciando al cómodo estatus de
hijo único en una acomodada familia de Valencia, estaba en Madrid y
escribía, con éxito, en «Triunfo», entonces una revista dedicada al
cine y al espectáculo. De ahí le vino su primera cartera de clientes
como abogado: actores, guionistas, productores y directores desamparados
a los que él, como magnífico laboralista, representó con eficacia.
De hecho, Vizcaíno Casas era, de lunes a viernes, un abogado solvente y
trabajador. A las nueve de la mañana ya estaba en su despacho y, sin
cansarse y después de desgastar la toga, en él seguía al caer la
noche. Era un dominguero de las letras. Se retiraba a su casa de
Navacerrada y con el único recreo de un rato de charla y partida con su
fraternal Antonio Buero Vallejo, sacaba adelante sus muchos y muy
vendidos libros. De algunos, como «... Y el tercer año resucitó», se
vendieron más de 600.000 ejemplares y todos los demás -«Niñas...
¡al salón!», «Las autonosuyas»,
«La boda del señor cura», «Hijas
de María»...- merecieron el favor del público en docenas de
miles de ejemplares. Sólo con Planeta, su editorial de referencia,
vendió en España cuatro millones de ejemplares con treinta y tantos únicos
títulos.
Fue uno de los miembros del primer equipo de Antena 3 TV. Redactó, como
abogado, el reglamento laboral que marcó los primeros y pacíficos años
de aquella casa hoy enrarecida y, como escritor, los guiones de un
serial -«El orgullo de la Huerta»- que,
durante seis meses, fue uno de los éxitos de la primera televisión
privada.
Todos los géneros le eran propios, desde el artículo a la charla
radiofónica, de la novela al cuento pasando por el teatro y el ensayo,
y sus tres tomos de memorias -«Los pasos contados»-,
lo más fresco de su obra, son un testimonio valioso de la historia
reciente en una contemplación tan sesgada como honesta y chispeante.
Vivió y escribió, siempre con un toque de vanidad, haciendo gala del
animus iocandi. Su hijo Eduardo tiene publicada una magnífica biografía
de un escritor singular, un abogado señero y un hombre lleno de
amigos... y de enemigos. Un gran hombre en consecuencia. |