Ánimus iocandi Por MANUEL MARTÍN FERRAND
Si es cierto, como rezaba un anuncio publicado en los periódicos de los
cuarenta,
Su padre, fabricante de paraguas, y su madre, propietaria de buenos
huertos de naranjos, le llevaron a estudiar con los jesuitas y, por eso
de la guerra, comenzó el bachillerato con un par de años de retraso.
Los recuperó enseguida y ya en 1951, renunciando al cómodo estatus de
hijo único en una acomodada familia de Valencia, estaba en Madrid y
escribía, con éxito, en «Triunfo», entonces una revista dedicada al
cine y al espectáculo. De ahí le vino su primera cartera de clientes
como abogado: actores, guionistas, productores y directores desamparados
a los que él, como magnífico laboralista, representó con eficacia.
De hecho, Vizcaíno Casas era, de lunes a viernes, un abogado solvente y
trabajador. A las nueve de la mañana ya estaba en su despacho y, sin
cansarse y después de desgastar la toga, en él seguía al caer la
noche. Era un dominguero de las letras. Se retiraba a su casa de
Navacerrada y con el único recreo de un rato de charla y partida con su
fraternal Antonio Buero Vallejo, sacaba adelante sus muchos y muy
vendidos libros. De algunos, como «... Y el tercer año resucitó», se
vendieron más de 600.000 ejemplares y todos los demás -«Niñas...
¡al salón!», «Las autonosuyas»,
«La boda del señor cura», «Hijas
de María»...- merecieron el favor del público en docenas de
miles de ejemplares. Sólo con Planeta, su editorial de referencia,
vendió en España cuatro millones de ejemplares con treinta y tantos únicos
títulos.
Fue uno de los miembros del primer equipo de Antena 3 TV. Redactó, como
abogado, el reglamento laboral que marcó los primeros y pacíficos años
de aquella casa hoy enrarecida y, como escritor, los guiones de un
serial -«El orgullo de la Huerta»- que,
durante seis meses, fue uno de los éxitos de la primera televisión
privada.
Todos los géneros le eran propios, desde el artículo a la charla
radiofónica, de la novela al cuento pasando por el teatro y el ensayo,
y sus tres tomos de memorias -«Los pasos contados»-,
lo más fresco de su obra, son un testimonio valioso de la historia
reciente en una contemplación tan sesgada como honesta y chispeante.
Vivió y escribió, siempre con un toque de vanidad, haciendo gala del
animus iocandi. Su hijo Eduardo tiene publicada una magnífica biografía
de un escritor singular, un abogado señero y un hombre lleno de
amigos... y de enemigos. Un gran hombre en consecuencia. |