Periódico ABC.

EL VALOR

 

Por el general don José Millán Astray.

El valor, como el amor, el honor y la religión, se practican más sencillamente que se define. "Valor militar", llamémosle así, es por el que los hombres arrostran el peligro y llegan a sacrificar su vida, exaltándose con el nombre de virtud, cuando se emplea en nobles ideales: Dios, Patria, Honor, Caridad y Libertad con Justicia. "Valor cívico" es el que ofrendamos para lograr o defender nuestros ideales, para abrir paso a la verdad, hasta llegar a la Verdad suprema, que es Dios. En el "valor cívico" se sacrifica más, y tiene más mérito que el "valor militar". En éste se pone en peligro la vida, jugándosela, si llega el caso, aun sabiendo casi seguro que se va a perder. Como el heroico Sanjurjo, por no citar más que un solo nombre y ya un glorioso muerto, que se sacrificó, conocedor del peligro que le amenazaba, para luego, más adelante, morir sacrificado. En el "valor cívico" se arriesga todo cuanto se tiene, lo más nuestro, lo más querido, el fruto de nuestros trabajos, de nuestros éxitos. Y se juega la carrera, los bienes, la libertad, el patrimonio de los hijos, tal vez la miseria. Por esto, el valor cívico es mucho más grande que el valor de jugarse la vida.

Don  José Millán Astray

Como escribo por grata invitación del ABC, satisfaré sus deseos y hablaré de la Legión. El "valor legionario" ofrece variadas manifestaciones: el "valor heroico", del que ama el peligro y no solamente se juega la vida, sino que llega, en algún momento sublime, a regalarla hasta con desdén. El "valor estoico" es ecuánime, es constante ante todos los peligros sin arrebatos ni depresiones. Y "la bravura", intermedia y mejor entre el heroísmo y el estoicismo; el bravo, sin dejarse llevar por ímpetus de inflamado entusiasmo, sin pensar que lo están mirando o que lo pueden mirar, sin temer al enemigo porque sea mucho ni despreciarlo porque sea poco, domina sus nervios y conserva la calma; en término vulgar, "no pierde la cabeza". Y, desde luego, y aun con la misma bravura y hasta sin ella, basta con la vergüenza o negra honrilla para no temblar jamás. Y cuando el riesgo aumenta y se acerca la muerte, no pierde su sonrisa ni su optimismo, que ha de comunicar a sus tropas. Y así, en un lance duro del combate, cuando la tropa de al lado deja el sitio atropelladamente, el jefe dice: "No, no se retiran: cambian de posición".

Como soy militar de la Infantería española y de la Legión, después de rendir el culto que mi corazón legionario guarda para todos los que murieron en la Legión y todos los que han sufrido por ella, voy a satisfacer un deseo, ya que se me presenta ocasión propicia para decir lo que está latente en mi corazón. ¿Valor heroico? El de los maquinistas, fogoneros, guardafrenos, guardabarreras, ferroviarios, que asombra el número de sus muertos y heridos. Los tranviarios y los guardias de la circulación. Los bomberos. ¡Hay que verlos avanzar, decididos, con la cabeza gacha y el pico en la mano, buscando el foco del incendio! ¡Bomberos! Yo os he visto. Yo os saludo. Los mineros y los peceros, unos y otros, llegado el momento, son héroes; pero cuando su bravura alcanza las cumbres es cuando hay que ir en busca de los compañeros sepultados o accidentados por el grisú, el derrumbamiento, la inundación o las emanaciones de gas letal. Los pirotécnicos de fuegos artificiales, los obreros de las fábricas de explosivos, y entre ellos, las obreras, mujeres que trabajan en los talleres de carga de detonadores, fáciles de estallar. ¡Ellas tienen un pequeño sobresueldo de "peligro"! Los alegres y castizos albañiles, siempre valientes, y más cuando trabajan en obras que ellos ven y prevén, por lo que sea, que el peligro les acecha. ¡Y siguen cantando en el andamio!

¡A esta áurea lista hay que añadir a tantos! A todos los que, en la práctica de la caridad pública, privado familiar, ofrendan su vida al contagio de temibles o mortales enfermedades, y más en las epidemias. Por cierto que en nuestras explicaciones de doctrina legionaria, alguna vez les preguntábamos: "Cuando a una ciudad la haya asolado la peste y queden los cadáveres insepultos y nadie quiera entrar en aquel pueblo, ¿quién irá a enterrar a los muertos?" Y con bronca voz contestaban todos a una: "¡Los legionarios!". Y los médicos y las enfermeras de guerra y de paz, los visitadores de las sociedades de caridad, alojamientos. ¿Cuántos sois los que habéis podido ir a visitar los tugurios, las cuevas y los mechinales en donde viven hacinados los humildes, los pobres y los miserables? Yo os lo aseguro; se necesita más valor, mucho más, para entrar allí y sentarse con ellos que para otros hechos por los que se reciben aplausos y recompensas.

Las Hermanas de la Caridad, a las que tanto quiero y tanto debo. Los que asisten a los leprosos. Los Hermanos de San Juan de Dios, que cuidan de los niños enfermos, tullidos, pobres y miserables, algunos que, como dicen los Hermanos, "los primeros días, cuando los traemos, muerden como perritos". Y los heroicos misioneros, que abandonan la Patria, algunos ya para siempre, como aquel padre jesuita, legionario, que me decía cuando le estrechaba entre mis brazos, despidiéndose: "Porque me voy a una misión en la que hay muy pocos que vuelvan". Y todos, misioneros y misioneras, no sólo luchan con los salvajes y los infieles, sino que luchan también con el clima y las enfermedades exóticas. ¡Terrible mosquito "stegomya", del vómito de la fiebre amarilla, que das más miedo al verte en el camarote o en la tienda de campaña que las mismas balas, por fuerte que silben!

... al enemigo le faltó la "inteligencia". ¡Qué oficialidad, de general a sargento! ...
Y por si esto no bastara, hoy, en medio del mundo civilizado, hay prisioneros torturados y esclavos que, con la fe en Cristo, convierten en placer sus dolores y esperan el día, no lejano, en que recobrarán su perdida libertad. ¡Qué pena para nosotros, católicos fervientes, que ya se acabaran aquellos tiempos de las Cruzadas, en que se podía, con un estandarte, una espada y un caballo, arengar a los cruzados diciéndoles: "¡Por Dios y por la Fe, vamos por ellos!"

¡Marines y aviadores, hombres del aire y de la mar: el puesto de honor os corresponde!

Y en nuestros gloriosos Ejércitos, en Melilla, año de 1921 (Annual). El general en jefe dice: "Las noticias son que el enemigo va a atacar fuerte. Cuento con mil regulares y con dos mil legionarios". El jefe de Estado Mayor: "Perdón: la Legión no ha traído más que mil legionarios." El general en jefe insiste: "¡Dos mil!" El jefe de la Legión: "Sí, dos mil legionarios. Muchas gracias, mi general".

En la Ciudad Universitaria, el enemigo ataca por la mina. En una trinchera hay un cartel, en el que, debajo del emblema de la Aviación, se lee: "Esta compañía está dispuesta a volar sin necesidad de aeroplanos."

Y ya de la mano, y así como van abriéndose los capullos de las rosas conforme avanza la primavera, al hablar del valor, acabamos por entonar un himno al valor hispánico. ¡Españoles de la Liberación! ¡70.000 muertos, 350.000 heridos, 50.000 caballeros mutilados de guerra por la Patria, al lado del inmenso número de los mártires!

Y con este valor español, imperecedero e inextinguible, estamos seguros y firmes de que en cada momento, y sea cómo sea, por el favor de dios, alcanzaremos para España el puesto de honor y de respeto entre todas las naciones que nos corresponde por derecho propio.

® ABC . 01 de Abril de 1953


© Generalísimo Francisco Franco. 01 de Abril de 2.005.-


ANTERIOR