Periódico ABC.

LA INTELIGENCIA

de saber batirse.

 

Por el general don Luis Bernúdez de Castro.

Son muchas las cualidades del Ejército de Franco que en la guerra de Liberación han contribuido a la victoria, sin qu epueda calificarse cuál de ellas ejerció mayor influjo en el triunfante resultado: todas son indispensables a la guerra, hasta el punto de que la carencia de una sola inutiliza a las demás. Aparte del valor, la disciplina, y la educación del soldado, el prestigio del general en jefe y del Cuerpo de oficiales generales y particulares, ganado no por sus jerarquias, sino por haberlo adquirido con fuego y sangre, han coincidido con el "sentido del honor" -frase feliz  del director de ABC- (porque el honor es un sentimiento y no un concepto) y con, la buena instrucción táctica (eso que llaman los moros con exacta palabra "tener manera".

Don  Luis Bermúdez de Castro

Las campañas de Africa, desde la de 1909, han sido el afilador del ánimo militar de España; grandes maniobras con bajas y escuela de guerra para todos los empleos y las Armas; Yebala y el Rif fueron una práctica de mandos con terreno difícil y enemigo valiente; las operaciones y los servicios iban perfeccionando el manejo de un ejército en campaña.

... al enemigo le faltó la "inteligencia". ¡Qué oficialidad, de general a sargento! ...
Evidente era el desequilibrio entre el ejército rojo y el nacional; los nacionales no contaban más que con su decisión de morir o vencer; los rojos lo tenían todo; dinero, armamento moderno abundantísimo de todas las fábricas del mundo (con el que se fue armando su adversario) y ayuda moral y material de todas las naciones europeas. ¡Ah!, si los militares que no pudieron escapar de la zona infernal y los que fueron asesinados se hubiesen volcado en las filas republicanas, posiblemente la victoria habría estado indecisa y quizá se inclinara hacía éstas; pero aquellos militares, que perecieron de hambre o martirizados en las checas y en los solares y en las cárceles, despreciaron los ofrecimientos de adelantos en sus carreras y aun de pingües fortunas, y al enemigo le faltó la "inteligencia". Si alguno de sus mandos sabía planear y dirigir una operación, los que habían de realizarla ignoraban en absoluto el modo de hacerlo.

¡Qué oficialidad, de general a sargento, y con qué inconsciencia entregaban al azar la vida de sus subordinados!

Si no hubiese sido tan trágica, tan siniestra, tan cruel aquella época de maldades, el heroico Muñoz Seca, que se burlaba de su segura y próxima muerte, habría escrito la comedia más graciosa de todo su admirable repertorio; cosa era de mucho reír contemplar los modos de aquellas multitudes que se creían ellas mismas un Ejército; vaya un botón de muestra:

Hallándose el que firma sentado en el paseo de los Terreros, de El Escorial, para que le diera el sol a su nietecillo Luis (hoy teniente del Regimiento de la Guardia), no sin riesgo, ciertamente, vinieron a sentarse en el mismo banco dos jefes, que saludaron con el "salú" habitual: ambos calzaban alpargatas sucias y sobre el pecho de sus desabrochadas guerreras lucían los óvalos de esmalte azul, emblema del Servicio Mayor y la barra dorada de comandante. Uno sacó un periódico y el otro un pitillo; el lector, después de recorrer con la vista la primera plana, dijo al oyente: "Oye esto es muy güeno; escucha: Telegrama de Nueva York; se ha celebrado una imponente manifestación por España democrática, en que miles y miles de personas desfilaron pidiendo que los Estados Unidos declaren la guerra a Franco; parece que el Gobierno norteamericano va a estudiar el asunto". Luego de una pausa preguntó el oyente: "¿Nueva York es nuestro?" A lo que el interrogado contestó_ "Hombre, no seas bruto; Nueva York está en Londres."

El general de la división de estos cultos y distinguidos jefes era un aprovechado estudiante de tercer año de Derecho, que, sin duda, pensaba como el coronel del cuento del admirable escritor francés y teniente de Infantería Alfred de Vigni; el cuento es como sigue.

Con su anteojo de campaña contemplaba Napoleón en la batalla de Austerliz el choque de un regimiento de coraceros y una masa enorme de Caballería enemiga: el coronel francés embistió al enemigo con tal heroísmo, que lo puso en fuga. Entusiasmado Bonaparte, ordenó a un ayudante de órdenes que buscará al denodado coronel y le comunicase que le concedía el ascenso a general sobre el campo de batalla.

No sin trabajo halló a dicho jefe en manos del cirujano del regimiento, que trataba de recomponer un sablazo terrible desde la frente al occipucio. Enteróse el herido de la buena nueva, y comenzó a gritar: "¡A ver!, que me traigan un caballo; que venga un ordenanza; darme el cinturón, el sable, las manoplas; voy a darle las gracias a Su Majestad el Emperador".

- ¡Pero qué ha de ir usted, mi coronel!, si tiene usted los sesos fuera, y en cuanto se mueva se le caerán al suelo -exclamó el cirujano; a lo que gritó el ascendido:

- ¡No importa!, ¡no importa!, ¡ya no los necesito!, ¡soy general!, ¡soy general!

® ABC . 01 de Abril de 1953


© Generalísimo Francisco Franco. 01 de Abril de 2.005.-


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