Hasta ahora, el
presidente de
Patrimonio
Nacional siempre
ha sido un
hombre que
contaba con el
visto bueno del
Rey, dada la
estrecha
relación de este
organismo con la
Corona. Desde
hace una semana
ocupa este cargo
un hombre de
confianza del
presidente del
Gobierno, José
Luis Rodríguez
Zapatero. A
Patrimonio
Nacional le
corresponde
legalmente «la
custodia de los
bienes de
titularidad del
Estado afectados
al uso y
servicio del Rey
y de los
miembros de la
Familia Real
para el
ejercicio de la
alta
representación
que la
Constitución y
las leyes les
atribuyen».
Además de los
antiguos bienes
de la Corona,
administra
conventos y
monasterios que
fundaron los
Reyes a lo largo
de la historia y
que siguen bajo
el patronazgo de
Don Juan Carlos.
Entre otros
edificios,
custodia el
Palacio Real, el
Monasterio de El
Escorial, las
Descalzas
Reales, el
Panteón de
Hombres Ilustres
o la residencia
de La Mareta, en
Lanzarote. Para
dar una idea de
lo estrecha que
es la relación
de este
organismo con la
Corona basta
decir que hasta
para reparar una
gotera en el
Palacio de La
Zarzuela o talar
un árbol del
jardín tiene que
intervenir
Patrimonio
Nacional.
Aunque este
organismo
depende del
Ministerio de la
Presidencia -o
sea, de María
Teresa Fernández
de la Vega-, ha
sido una de las
pocas
instituciones
que habían
logrado escapar
de los intereses
políticos, ya
que su principal
cometido es
custodiar los
antiguos bienes
de la Corona.
Sin embargo, en
1957 a
Patrimonio
Nacional se le
asignó también
la
administración
de la Abadía del
Valle de los
Caídos,
monumento contra
el que el
Gobierno de
Rodríguez
Zapatero
mantiene una
hostilidad que
no oculta. Desde
que se aprobó la
Ley de la
Memoria
Histórica, no
han cesado las
presiones del
Ejecutivo y el
pasado
diciembre,
alegando la
necesidad de
realizar unas
obras, el
Gobierno
procedió a su
cierre sin
previo aviso. El
último coletazo
de esta larga
historia de
presiones ha
sido el relevo
del presidente
de Patrimonio
Nacional, Yago
Pico de Coaña,
un hombre que
siempre ha
tratado de que
se respetara la
legalidad. En
los casi 35 años
de Reinado, solo
ha habido cuatro
presidentes en
este organismo:
Nicolás Cotoner,
que era Jefe de
la Casa del Rey
(1976-1986);
Manuel Gómez de
Pablos, que lo
compatibilizó
con su cargo de
presidente de
Iberduero, pues
en aquella época
no estaba
remunerado
(1986-1997), y
los diplomáticos
Álvaro
Fernández-Villaverde
(1997-2005) y
Yago Pico de
Coaña
(2005-2010).
Termina la época
de la cortesía
Hasta ahora
existía la
costumbre de que
este
nombramiento se
consultara
previamente con
Don Juan Carlos,
a quien se solía
ofrecer una
terna de nombres
para que
eligiera. Pero
como no existe
ninguna ley que
obligue a
hacerlo, en esta
ocasión el
Gobierno se ha
limitado a
informar del
nombramiento al
Jefe del Estado.
Así termina una
costumbre basada
en la cortesía y
la lealtad
institucional
que se había
mantenido
durante toda la
democracia. En
general, los
presidentes de
Patrimonio
Nacional deben
ser personas con
gran capacidad
de diálogo,
habilidad para
lograr el
consenso y
espíritu de
concordia, pues
les toca tratar
con
ayuntamientos de
todas las
ideologías,
órdenes
religiosas y
políticos. El
nuevo presidente
de Patrimonio
Nacional,
Nicolás Martínez
Fresno (Segovia,
1935), también
es un
diplomático
experimentado,
como sus dos
predecesores,
pero gran parte
de su carrera la
ha desarrollado
muy cerca del
poder político.
Con Felipe
González fue
jefe de
Protocolo de la
Presidencia del
Gobierno, y con
Rodríguez
Zapatero,
secretario
general de la
Presidencia del
Gobierno,
durante la
primera
legislatura, y
Alto
Representante
para la
Presidencia
española de la
UE, desde abril
de 2008. Su
penúltimo cargo
fue suprimido
como medida de
ahorro en el
Consejo de
Ministros del 23
de julio, pero
en esa misma
reunión el
Gobierno le
asignó otro: el
de presidente de
Patrimonio
Nacional, aunque
a los 75 años ha
superado en un
lustro la edad
de jubilación de
los
diplomáticos. El
pasado miércoles
tomó posesión de
su cargo en
presencia de la
vicepresidenta
del Gobierno,
María Teresa
Fernández de la
Vega, quien le
animó no sólo a
gestionar «uno
de los
patrimonios más
importantes de
Europa» sino a
ejercer de
«albacea de la
memoria».
Martínez Fresno
también ha sido
embajador en
Bélgica y
Argentina.
Cuando ocupó la
Secretaría
General de la
Presidencia del
Gobierno, se le
atribuyó la
responsabilidad
de haber puesto
a disposición de
la esposa de
Zapatero,
Sonsoles
Espinosa, a un
diplomático de
carrera, Carlos
Ruiz González,
que entonces era
consejero
político de la
Embajada de
España en Argel,
para que la
atendiera
durante su
estancia de
varias semanas
en París, donde
formó parte del
coro de una
representación
de ópera.
Primera
destitución
fulminante Su
nombramiento no
solo ha
sorprendido por
la forma, sino
también por el
momento, pues es
la primera vez
que se destituye
de forma
fulminante a un
presidente de
Patrimonio
Nacional, que
además fue
nombrado por
consenso entre
el Gobierno y el
Rey y por el
mismo equipo que
ahora le cesa.
El último acto
público de Pico
de Coaña al
frente de este
organismo fue la
recepción que la
Familia Real
ofreció a la
selección
española de
fútbol en el
Palacio Real.
Cuando a Pico de
Coaña le dijeron
que su nombre
había sido
elegido para
presidir
Patrimonio
Nacional, en
2005, le
acababan de
comunicar su
destino como
embajador en
México, país con
el que mantenía
estrechos lazos
por razones
familiares. Sin
embargo, no
llegó a cruzar
el océano
Atlántico porque
tuvo que ponerse
al frente de
este organismo.
Ahora podría ir
a alguna
Embajada.
Tensiones por el Valle de los Caídos
La Abadía Benedictina del Valle de los Caídos, donde están enterrados Franco y José Antonio Primo de Rivera, junto a 30.000 víctimas de los dos bandos de la Guerra Civil, era uno de los monumentos más visitados de Madrid. Unos 370.000 turistas se acercaban cada año a la basílica y pagaban entre 2,5 y 5 euros cada uno por acceder a la misma, aprovechando su proximidad al Monasterio de El Escorial. También lo visitaban algunos grupos de nostálgicos, pero hacía ya décadas que se rezaba por los caídos de los dos bandos, según relató a ABC su abad, el benedictino Anselmo Álvarez. Sin embargo, el Gobierno de Zapatero siempre mostró cierta animadversión hacia este monumento y el pasado diciembre lo cerró al público, alegando la necesidad de realizar unas obras. En abril empezó a desmontarse para su supuesta restauración el conjunto escultórico de La Piedad, obra de Ávalos. El proceso iba a durar 20 días, pero también está paralizado. El anterior presidente de Patrimonio Nacional consideraba que había que respetar la legalidad y que, pese a tratarse de una basílica menor, ésta no podía ser cerrada al público. Ahora sólo se permite el acceso a la Santa Misa. Según la Ley de la Memoria Histórica, la Abadía del Valle de los Caídos «se regirá estrictamente por las normas aplicables con carácter general a los lugares de culto y a los cementerios públicos» y está prohibido celebrar en la Abadía «actos de naturaleza política ni exaltadores de la Guerra Civil, de sus protagonistas, o del franquismo ».