(Artículo
publicado en la Revista Época)
El Valle de los Caídos fue concebido como un monumento a la
victoria. Concretamente a la victoria sobre una revolución
de tipo totalitario auspiciada y orientada por Stalin, y
sobre las tendencias separatistas basadas en concepciones
racistas y, en general, antiespañolas. Es probablemente el
monumento de sus características más notable y conseguido
artísticamente que se haya levantado en el siglo XX en
cualquier país.
Al mismo tiempo fue entendido como un monumento a la
reconciliación nacional. Pese a lo mucho que se ha insistido
en estos años últimos en que el franquismo llevó a cabo
hasta el final una política vengativa contra los vencidos,
nada está más lejos de la realidad. Los únicos realmente
vencidos fueron los dirigentes del Frente Popular que
huyeron de España abandonando a los suyos y llevándose en
cambio ingentes tesoros saqueados a particulares y a la
nación entera. Para entender quiénes eran aquellos vencidos,
conviene leer lo que opinaban de ellos Azaña, Marañón, Pérez
de Ayala, el modo como se calificaban unos a otros, sus
asesinatos mutuos durante la guerra civil, sus disputas por
el botín, su revolución en la zona roja, que causó el hambre
mayor padecida en España en el siglo XX, bastante peor que
la de los años 40, inducida por el semiboicot inglés y
después por la política de aislamiento internacional.
Si bien el franquismo aplicó después de la guerra una dura
investigación sobre los chekistas y criminales que,
abandonados por sus jefes, cayeron en poder de los
nacionales, represión que seguramente afectó a bastantes
inocentes, el hecho real es que la reconciliación, para la
inmensa mayoría, se produjo muy pronto, porque, después de
las experiencias arriba mencionadas, muy pocos siguieron
identificándose con el Frente Popular y sus ideales, como
comprobarían quienes intentaron reanudar la guerra civil
mediante el maquis. Por todo ello, la reconciliación resultó
fácil. Es ahora, con un gobierno colaborador con banda
armada y exaltador de los chekistas de antaño, a quienes
presenta como víctimas inocentes y demócratas, cuando se
intenta anular la reconciliación, simbolizada también por el
Valle de los Caídos.
La campaña contra el Valle de los Caídos participa, no podía
ser menos, el "Himalaya de mentiras" que denunciaba Besteiro,
de la "constante mentira de los rojos" que tanto irritaba a
Gregorio Marañón, etc. Empezaron propagando que el monumento
había sido construido por 20.000 prisioneros del Frente
Popular en régimen de trabajos forzados, con numerosas
muertos por las pésimas condiciones de trabajo, etc. Esa
calumnia gigantesca ha sido propalada a diestro y siniestro,
con apoyo incluso de la derecha, y por sí misma revela los
odios y el espíritu neochekista en que tratan de sumergir de
nuevo a la sociedad española. Juan Blanco ha replicado con
un detallado examen de esa orgía de embustes, pero, por
desgracia, no ha recibido la acogida, tampoco por parte de
la derecha, que quedó reservada para la propaganda del
actual gobierno. En la España actual, la verdad está muy
acosada y muy poco defendida, y los responsables de ello
contraen una muy grave responsabilidad política.
Ahora el gobierno procede al hostigamiento burocrático con
el objetivo de agotar a los monjes que mantienen el
monumento y obligarles a irse, dificultando las visitas o
impidiendo la recaudación que ayuda a mantenerlo. Si por
ellos fuera, el monumento sería volado (Gibson y otros lo
han dicho, y ciertos "rojos" como el gobierno han puesto
allí varias bombas), tal como hicieron los talibanes con
otros en Afganistán. Siéndoles ello más difícil en Europa,
posiblemente piensen en provocar su ruina progresiva por
desatención o convertirlo en un centro de la falsificación
histórica en que son expertos. Los españoles que no se
sientan talibanes tienen también una grave y seria
responsabilidad en impedir tales fechorías. |