Casi
a la misma hora en que el papa Benedicto XVI llevaba a cabo
la solemne de la dedicación de la Basílica menor de la
Sagrada Familia de Barcelona, a unos cientos de kilómetros
de allí, unos religiosos benedictinos, encargados del culto
de otro templo de igual rango tenían que celebrar la Santa
Misa al aire libre.
Esta
mañana, hacia las 11, la Guardia Civil volvía a impedir a
los fieles el acceso a la Basílica. Según han informado
alguno de los presentes: Los agentes que custodian la
entrada no hablan: simplemente dicen que está cerrado, nada
más.
Vigilados
por las fuerzas de seguridad, más de doscientos fieles
asistieron a la celebración de la Santa Misa por la
Comunidad Benedictina en pleno y solemnizada por la
escolanía. La ceremonia tuvo lugar en la calle, en la
explanada que hay a mano derecha del acceso al recinto. Una
mesa hacía las veces de altar, unas sillas plegables para el
clero, un órgano y unos altavoces...
Reproducimos la homilía de Fray Santiago Cantera tal y
como nos la ha hecho llegar otro de los asistentes:
"Queridos hermanos en
Cristo Jesús:
Las
lecturas de hoy resultan sugerentes sobre todo para dos
aspectos de nuestra vida actual. Por un lado, nos
encontramos en el mes de noviembre, dedicado a la
intercesión por las almas de los difuntos: se abre con la
solemnidad de Todos los Santos, que nos recuerda que todos
estamos llamados a la santidad ante Dios y a la salvación
eterna; y al día siguiente prosigue con la conmemoración de
los Fieles Difuntos, que instituyó el abad cluniacense San
Odilón a inicios del siglo XI.
Es precisamente en el
segundo libro de los Macabeos donde se encuentran algunos de
los textos en los que la Iglesia Católica fundamenta la
creencia en el Purgatorio o unas penas purgatorias, que es
un dogma de fe definido por el II Concilio de Lyon en 1274.
Para pasar a contemplar la belleza infinita de Dios, las
almas deben estar limpias de toda mancha dejada por sus
pecados.
Nosotros podemos ofrecer
nuestras oraciones, penitencias, limosnas y sobre todo el
Santo Sacrificio de la Misa para que las almas que se
encuentran en ese estado puedan pasar a disfrutar de Dios.
En el texto que hoy se ha
leído, contemplamos la firme esperanza de los hermanos
Macabeos en el premio eterno por su muerte martirial en
defensa de la fe. “Dios quiere que todos los hombres se
salven”, dice San Pablo.
Y Jesús nos habla de la
inmortalidad, pues Dios “no es Dios de muertos, sino de
vivos, porque para Él todos están vivos”. Dios desea que
todos podamos llegar a gozar de la visión de Él en el Cielo.
La secta de los saduceos, que trataron de poner a prueba a
Jesús, tuvo su origen precisamente en la época de los
Macabeos: fueron los judíos helenizantes que colaboraron con
las autoridades impías y aceptaron elementos provenientes
del paganismo y del racionalismo. Serían unos de los
responsables en llevar a Jesús al Calvario. Aquí entra la
segunda consideración.
Los Macabeos son un ejemplo
de martirio en tiempos de persecución religiosa. No tenían
miedo a la muerte, porque creían en el premio eterno.
Jesucristo ha culminado lo que ellos anticiparon y se ha
convertido en el Gran Mártir de la verdad y del amor de
Dios, la Víctima que se ha ofrecido al Padre para redimirnos
del pecado y abrirnos las puertas del Cielo. Por eso todos
los mártires han dado desde entonces su vida por Él y con
Él.
Hoy vivimos tiempos
difíciles para la fe en España y el testimonio de los
mártires debe servirnos de estímulo frente a la adversidad.
Ayer mismo celebrábamos la memoria de los mártires españoles
del siglo XX. En el avión de venida, el Santo Padre
Benedicto XVI dijo ayer que España está sufriendo una
ofensiva laicista muy semejante a la de los años 30.
Vosotros mismos lo podéis contemplar hoy en esta
celebración, que a mí me recuerda a las misas del Beato
mártir Jerzy Popieluszko en la Polonia de los años 80.
Por ello, debemos mirar el
valor de los mártires para llenarnos nosotros mismos de
valor. Traigamos a la memoria los cerca de 50 católicos
asesinados esta semana en Iraq por elementos islamistas.
Ojalá los católicos españoles seamos capaces de decir con
convicción lo que ha dicho el cardenal arzobispo de Bagdad:
“No tememos la muerte”.
Es preferible una Iglesia
mártir −y recordemos que la palabra mártir significa
“testigo”− que una Iglesia connivente con el mal por temor a
perder un bienestar temporal. A medio y largo plazo, la
Iglesia que realmente pervivirá será la primera. Hoy no
honramos a ciertos eclesiásticos que en los años de la
persecución en México pactaron los denominados “arreglos”
con el gobierno masónico, sino que veneramos como santos y
beatos a los mártires cristeros, procedentes sobre todo del
pueblo sencillo.
No tengamos miedo a
defender la verdad de Cristo. San Juan Crisóstomo fue
desterrado dos veces por denunciar públicamente la
corrupción de la corte de Constantinopla, pero ante la
persecución afirmaba: “Decidme, ¿qué podemos temer? ¿La
muerte? ‘Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir’.
¿El destierro? Del Señor es la tierra y cuanto la llena’.
¿La confiscación de los bienes? ‘Sin nada vinimos al mundo y
sin nada nos iremos de él’. Yo me río de todo lo que es
temible en este mundo y de sus bienes. No temo la muerte ni
envidio las riquezas. Yo leo esta palabra escrita que llevo
conmigo: […] ‘Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el
fin del mundo’”.
Evitemos el odio que pueda
surgir en nuestro corazón hacia quienes persiguen la fe.
Oremos por ellos y que el amor de Cristo venza el muro del
odio. Pero, sin dejar de amarles, sepamos también mostrar
nuestra firmeza, porque el Señor está con nosotros y tenemos
que defender su heredad, de la que forman parte las iglesias
y los lugares de culto. Que podamos decir con convencimiento
las mismas palabras que el abad benedictino Santo Domingo de
Silos dijera a un rey de Navarra en el siglo XI: “La vida
podéis quitarme, pero no más”.
Quiero terminar extractando
algunos preciosos versos de una canción
que entonaban los cristeros mejicanos y que revelan el valor
y el anhelo de eternidad que debemos tener. Dicen así: “El
martes me fusilan / a las seis de la mañana / por creer en
Dios eterno / y en la Gran Guadalupana. […] Matarán mi
cuerpo, pero nunca mi alma. / Yo les digo a mis verdugos /
que quiero me crucifiquen, / y una vez crucificado /
entonces usen sus rifles. […] No tengo más Dios que Cristo,
/ porque me dio la existencia. / Con matarme no se acaba /
la creencia en Dios eterno: / muchos quedan en la lucha / y
otros que vienen naciendo. […] ¡Viva Cristo Rey!”
Que la Santísima Virgen nos
alcance del Espíritu Santo el don de fortaleza y haga que la
visita del Santo Padre traiga sobre nuestra querida y
atribulada España frutos copiosos de una fe recia y de un
espíritu ardiente".
Finalmente, se anunció que mientras el Gobierno siga en su
empeño de mantener cerrado el Valle de los Caídos, la
Comunidad Benedictina en pleno, acompañada por la escolanía,
celebrará cada domingo la Misa de 11 a las puertas del Valle
de los Caídos.
Comentando
el hecho en Facebook, alguien ha escrito: Aunque parezca
mentira, dentro del atentado que está cometiendo el Gobierno
contra los católicos, esto es una buena noticia.
Y tanto
que lo es. Porque más que los ataques de los laicistas,
duele y desarma la actitud de la mayor parte de la jerarquía
y de los católicos españoles.
Y porque,
cuando se ha tirado por la borda el patrimonio de siglos de
fe y de civilización cristiana no hay posibilidad de
reconquista sin altiva intemperie ni guardia bajo las
estrellas. |