Por
Alfredo Amestoy. El
Mundo, 19 de Noviembre de 2006.
Antes de la promulgar la Ley de la Memoria Histórica, quizás convenga derogar la ley del silencio que, en perjuicio de todos, vencedores y vencidos, ha regido en torno a lo que ocurría en el Valle de los Caídos. Convertir su basílica en un Museo de la Dictadura ha sido una de las reivindicaciones más repetidas por la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega. Pero el cambio de uso de esta basílica no depende de Patrimonio Nacional, Quizá esté en manos de la comunidad benedictina, que tal vez repetirá el gesto de Cristo con el denario: «A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César»...
Nunca se dieron a conocer datos sobre la construcción de la obra. El informe elaborado en 2006 por el socialista maltés Leo Brincat para el Consejo de la Unión Europea «con objeto de que se condene internacionalmente a la dictadura franquista», insista en cifras que, después de muchas investigaciones, han sido rectificadas. Por ejemplo, el número de presos políticos que trabajaron en las obras.
Según la prensa de la época, en l943 trabajaban en el valle 600 obreros. Y, en el libro que escribió el arquitecto director, Diego Méndez, se señala que «durante los 15 años que duraron los trabajos intervinieron 2.000 hombres (y ni todos a la vez, ni todos penados)». O sea que es un error la cifra dada por TVE en Memoria de España, al decir que intervinieron 20.000 presos.
Los documentos rectifican estos datos del director y elevan la cifra de obreros a 2.643, de los cuales el numero de penados, 243, no era ni un 10%. De estos 243, que se habían acogido libremente a la «redención de penas por el trabajo» -seis días de redención por cada uno trabajado- y gracias a los indultos y concesiones de «libertad provisional», en l950, nueve años antes de que terminaran las obras, asegura la Fundación Francisco Franco que ya no quedaba ni un sólo preso político; aunque sí comunes.
Estas informaciones sobre el Valle no se hacían públicas y, en 40 años de periodista, yo sólo recuerdo una ocasión en la que se habló de este tema en TVE. En l979, Francisco Rabal me comentó en pantalla que, en los años 40, el único trabajo que encontró su padre, tunelero, fue el de horadar el Risco de la Nava, en cuyo interior se construiría la basílica. Los Rabal, comunistas, ocupaban viviendas que se habían construido para los trabajadores. El actor reveló también queá«en la obra reinaba una gran solidaridad y los familiares de muchos presos dormían en nuestra casa y les dejábamos nuestras camas».
Con el padre de Rabal (condenado a muerte a quien se le conmutó la pena) estuvo en el Valle Gregorio Peces Barba. A los cuatro meses de permanecer allí toda la familia, el padre del político recibió la condicional y explicó: «No puedo decir que heáestado arrancando piedras, sería estúpido decir eso; no hubiera sido demasiado útil arrancando piedras... yo estaba trabajando en las oficinas».
En el dispensario estuvo otro preso que llegó de los primeros al Valle, en l940, para redimir pena, el doctor Angel Lausín. Ya libre, decidió quedarse hasta el final de las obras. Su testimonio como médico titular es que «en 18 años de obra faraónica hubo sólo 14 muertos». Menos de los que se registran en nuestras carreteras durante un fin de semana.
Se puede hablar de «obra faraónica» puesto que se trata de una de las más colosales no sólo del siglo sino de la Historia. La basílica es el mayor templo del mundo con una capacidad de más de 24.000 personas en su nave de 300 metros de longitud. Fuera, en la plaza, caben otras 200.000 almas. La cruz, de 150 metros, no tiene parangón.
En cuanto al costo, se han barajado cantidades astronómicas, reprochando a Franco un gasto impropio de un país empobrecido. Las últimas cifras hablan de que, al cerrarse las cuentas, se habían invertido 1.033 millones de pesetas; al parecer, hace tiempo amortizadas con los 400.000 visitantes anuales que se contabilizan. Durante años fue, tras el Palacio Real y El Escorial, el monumento nacional más visitado.
Frente a las acusaciones de represión y «esclavitud» de los grupos de izquierda, la derecha busca demostrar que los presos percibieron, al principio, un jornal mínimo de siete pesetas más la comida, que pronto se elevó a 10 diarias, más pluses por trabajo a destajo o peligrosidad, lo que unido a vivienda y escuela gratuitas les permitió llevar a sus familias a residir en el Valle.
Un sueldo de 300 a 400 pesetas mensuales, en los 40 y primeros 50, era lo que cobraba un profesor adjunto en la Universidad. Y el ya mencionado doctor Lausín superaba las 1.000 al mes, como el maestro, don Gonzalo (ex condenado a muerte); o el practicante Orejas, con más de 500... También recuerdan que ya en 1950 no había penados. En l959, cuando se inaugura el monumento, ya lleva tres años funcionando en España la televisión y hay casi un millón de receptores; visita nuestro país y abraza a Franco el vencedor de Hitler, Dwight D. Eisenhower, presidente de EEUU, y en diciembre, un tren de alta velocidad entonces, el Talgo, une Madrid y Barcelona. Se considera un despropósito la cifra de 50 céntimos que se ha llegado a publicar como salario que recibían los penados.
Cabe pensar que tan insultante cantidad no hubiera sido consentida por los falangistas, como José Antonio Girón, ministro de Trabajo a la edad de 29 años, y que emprendió una política social que asustó a la derecha conservadora; ni tampoco por los arquitectos Muguruza o Méndez, autor y director del proyecto, ni por el progresista Juan de Avalos, artífice del conjunto escultórico.
Avalos, gran amigo mío hasta su fallecimiento en julio, a los 94 años, era republicano y carné número 5 ó 7 del PSOE de Mérida. Explicaba que él ganó «un concurso para hacer unas estatuas con un equipo donde no había esclavos y que fue una obra hecha con la vergüenza de haber sufrido una guerra increíble entre hermanos y para enterrar a nuestros muertos juntos». Nunca quiso decir la cantidad que cobró por las gigantescas cabezas de los evangelistas que figuran al pie de la Cruz, por las virtudes y por la piedad, pero hay que pensar que fue bien retribuido.
Tampocoáestuvo mal pagado otro escultor, autor del auténtico del Cristo vasco que preside el altar mayor de la Basílica. Nos referimos al artista guipuzcoano Julio Beobide. Porque en el Valle, como en el monte del olvido de la canción, están clavadas no una, sino dos cruces. Y las dos son vascas.
Pedro Muguruza es el padre de la del exterior, la de 150 metros, y Beobide, de la interior, la del altar. En 1940, Franco, siempre previsor, lo tenía todo «cortado y bien cortado». Hasta la madera -de sabina- para hacer su pieza favorita: un gran crucifijo que en el altar mayor de la basílica es lo que único que permanece iluminado durante la consagración. Pero tenía que buscar alguien capaz de tallar «el Cristo más importante del siglo XX». Y volvió a tener lo que le atribuían los moros: baraka, suerte.
Ese mismo verano, al visitar a un viejo amigo suyo, al pintor Zuloaga en su casa de Zumaya, descubre en su capilla al Cristo que siempre había soñado. Le pregunta si se lo puede vender. Zuloaga le dice que ya pertenece a unos americanos que se lo llevarán cuando termine el policromado. Franco le pregunta que quién es el autor. Es Beobide, un escultor nacionalista vasco. Pero se lo oculta a Franco. Y a Beobide le engaña también diciéndole que un americano se ha encaprichado de su Cristo y quiere otro.
Al final, ambos, escultor y falso americano, acaban conociendo sus respectivas identidades. Se contó que Zuloaga le ocultó siempre a Beobide quién era el cliente, «porque de saber su destino jamás hubiera realizado el trabajo». Una falacia. Y la prueba es el talón, por 20.000 pesetas -precio de un buen piso- que se le ingresa por orden de Franco, según se le comunica en carta de la Jefatura del Estado, que obra en nuestro poder, fechada en el Palacio de Oriente el 23 de junio de l941 y donde se le pide «acuse de recibo».
FRANCO: «YO, AQUÍ»
El Caudillo nunca pensó en que le enterrarían bajo ese Cristo. A Franco, otra vez la cara y la cruz del Valle, por culpa de las broncas que le organizaban allí los falangistas, creo que ya no le gustaba que le llevaran a Cuelgamuros. «Ni vivo, ni muerto». Aunque la periodista Victoria Prego aporta cierta luz sobre el asunto: «El único testimonio existente en ese sentido es el del arquitecto Diego Méndez, quien cuenta que, durante las obras, Franco le señaló un lugar junto al altar mayor y le dijo: "Yo, aquí", Nada más. No existe constancia escrita de este deseo». Además, cuando Arias Navarro preguntó a la hija de Franco: «¿Le llevamos al Valle de los Caídos?», ella fue rotunda: «No».
Así que quizá Franco no construyó el Valle para que fuera su gran mausoleo. Consta que las obras para acondicionar una tumba se realizaron a toda prisa y con el dictador ya irremediablemente enfermo. De labios de un oficial de su escolta, dueño de la librería en el Mercado de los Mostenses de Madrid, al que encargaron preparar su tumba en un par de semanas, escuché los problemas que hubo que resolver, incluso de inundación por rotura de cañerías, para hacer una fosa imprevista detrás del altar, ya que en su día sólo se hizo el hoyo para enterrar los restos de José Antonio que se habían depositado, antes, en El Escorial.
¿Cuántos restos, además de los de José Antonio y Franco, hay de verdad en el Valle? La cifra, siempre discutida, se ha movido de 70.000 a 30.000. Pero ya está bien de contar muertos. Que descansen todos en paz debajo de las dos cruces. Vasco era también Carmelo Larrea, el autor de la canción Dos cruces, las del «monte del olvido». No estaría mal que también el Valle de los Caídos fuera «el Valle del Olvido». Lo mejor para no repetir es perdonar. Y olvidar. Hay que olvidar todos los muertos; los 1.000 de ETA y los millares de la Guerra Civil. Este «perdón histórico» y con «olvido colectivo» puede ser, además, «políticamente más correcto».
Artículo extraído de: http://www.generalisimofranco.com