Desmontaje
de la estatua de Franco.
«La noticia mala es que
estamos gobernados por unos miserables, cuyo objetivo es
acabar con la derecha democrática. La noticia buena... No
hay noticia buena» |
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Ornato de la ciudad y aliviadero de las palomas urbanas son,
al cabo, las funciones más relevantes de las esculturas,
bronces estáticos (los dinámicos son las campanas) que puntúan
calles, plazas y parques públicos. Primariamente son también
homenaje a personajes del pasado, mayormente políticos, que
la miseria del oficio requiere de mucho aparato para su
disimulo. Incluso homenaje a personajes del presente, cuando
los políticos son despóticos o los personajes representados
tan vanidosos que no han podido esperar a morirse.
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Pero los homenajes en vida suelen ser menos minerales. Uno de éstos
le acaban de dedicar a Santiago Carrillo. Y el soviet que nos gobierna
le ha regalado la retirada de una estatua de Franco. Valerosa y
ejemplar lanzada al moro muerto. No la extrañaré yo, que no soy
vecino de Madrid, y aún en mi pueblo suelo andar cabizbajo, sin
perspectiva para reparar en estos erguidos monumentos. Tampoco han de
extrañarla las palomas que podrán defecar sobre los bronces de Largo
Caballero e Indalecio Prieto, vecinos del ahora desterrado.
Por eso, más que la estatua me interesan las circunstancias de su
retirada. Creo que es Chateubriand quien describe el ingreso en un salón
parisino de Talleyrand del brazo de Fouché, como el del vicio apoyándose
en el crimen. Y como la historia se repite, como caricatura, dijo Marx,
Peces Barba y Carrillo repitieron a Talleyrand y Fouché. Don
Gregorio, muy profesoral, definió los buenos, los menos buenos y los
malos. Don Santiago arrastró, con la donosura que lo caracteriza,
todos sus crímenes, desde Paracuellos al menos cruento asesinato del
Partido Comunista de España. Es lógico que por este último le deban
gratitud los socialistas. Hay con todo un Carrillo bueno (es decir,
malo para Peces Barba), el de la política de la "reconciliación
nacional" y el de la transición, de cuya obra él y Adolfo Suárez
fueron principales artífices. Pero no fue éste el homenajeado. Este
acto marca el fin de la transición, no como culminación de un
proceso, sino como traición a él. La izquierda española (incluidas
"comunidades nacionales", nacionalidades y regiones) es
rufianesca por naturaleza, como el escorpión de la fábula es
asesino, tan ajena al honor como a cualquier comprensión del interés
nacional. Es bueno que no lo olviden quienes se hallen en ocasión de
pacto con ellos.
La anciana (que diría Francisco Umbral) vicepresidenta manifestó que
no hay consenso para mantener la estatua de Franco. Y durante los
catorce años de gobierno de Felipe González, ¿había consenso? ¿Cómo
sabe que ahora no lo hay? Por medios humanos es imposible saberlo,
pues no se ha preguntado. Ni siquiera el alcalde de Madrid sabía que
se iba a retirar la estatua (un buen ejemplo de “legalidad
revolucionaria”, el de su retirada). Y para que menos se supiese la
operación se hizo de noche. Sólo cabe una explicación sobrenatural
de la certidumbre de la vicepresidenta. A ella y a las otras
ministras, pastorcitas de Fátima, habillées en Vogue, y al
presidente y a los otros ministros, pastorcitos de Fátima, con
mejores trajes que almas, se les habrá aparecido la Pasionaria en
carne mortal, y con tierna sonrisa revolucionaria les habrá dicho: no
hay consenso, y Santiago, aunque haya sido un algo barbián, se lo
merece: retirad la estatua.
Dicho y hecho. Pero no se debe abusar de lo sobrenatural y la señora
Pasionaria, sin duda, tiene más cosas que hacer que ilustrar al
gobierno zapateril todo el tiempo. Por cierto, doña Dolores Ibarruri,
aprovechando su condición vasca podría hacernos el favor de aparecérsele
a Ibarreche, pues la hagiografía progre cuenta y no para de la recia
españolidad de esta señora. Un soponcio sobrenatural parece el único
remedio para los del PNV. Pero, como iba diciendo, no se debe abusar
de lo sobrenatural. Por tanto, el Gobierno de Zapatero, tan reluctante
a gobernar como preocupado por la imagen, debería organizar las
oportunas consultas sobre el grado de consenso que suscitan las
estatuas de nuestras ciudades, villas y aldeas. Tendría en que
ocuparse toda la legislatura, y si sale reelegido, en las legislaturas
siguientes. ¿Hay consenso para la estatua de Largo Caballero, para la
de Indalecio Prieto, para la de Cánovas, para la de Narváez, para la
de los Reyes Católicos, para la de Alfonso X el sabio, para la de
Alfonso el Casto, etc.? Bien pudiera acontecer que alguna de estas
estatuas no alcanzasen consenso en la ciudad de su actual
emplazamiento, pero sí en otra, con lo cual, en lugar de recluir en lúgubre
almacén a la estatua desconsensuada podría ser trasladada de lugar,
con notable beneficio de la industria del transporte y otros
inducidos, fácilmente imaginables. Como en las cercanías de mi casa
no hay ninguna estatua supongo que las palomas de la vecindad
agradecerían aunque fuese una de Franco. Nunca sería lo mismo para
ellas que poder cagar sobre un bronce de Largo Caballero, que debe ser
placer orgásmico para cualquier paloma buena, como Peces Barba. Pero,
entre las palomas, como entre los cristianos, siempre las ha habido
con más y menos fortuna.
En fin, la noticia mala es que la izquierda, y sus compañeros de viaje,
congregada en el homenaje a Carrillo, está otra vez instalada en la
guerra civil. La noticia buena es que el bando opuesto está magro de
efectivos: sólo unos pocos cientos de personas reivindicaron a Franco.
La noticia mala es que estamos gobernados por unos miserables, cuyo
objetivo es acabar con la derecha democrática. La noticia buena... No
hay noticia buena. La menos mala es la esperanza de que estos vividores
del común, millonarios en fraude de ley, artistas, profesores y
periodistas por méritos de partido, políticos cínicos y venales,
alguno de los cuales ya fueron franquistas antes que carrillistas, por
miedo a perder sus privilegios, se limiten a dar lanzadas al moro
muerto. Y nos dejen algo tranquilos a los “malos”, que somos muchos
y les pagamos sus vicios.
® Libertad
Digital. 18 de Marzo de 2.005.-
© Generalísimo Francisco Franco.
18 de Marzo de
2.005.