Oviedo, ciudad indómita.


Por Don Esteban Greciet. 14/10/2008.  


(Pregón a la Hermandad de Defensores de Oviedo, 14.X.2008)

Muchas gracias, queridos amigos, por darme la oportunidad de ser el pregonero de este año a invitación de vuestro presidente. Me interesa, también,. por varias razones: la primera porque, como decía Pepe Isbert en "Bienvenido, Mr. Marshall", os debo una explicación por mi participación en la modificación del callejero. Además, como sabe Fermín, vengo luchando desde hace años con una novela coral y difícil titulada "La ciudad indómita". Y esa ciudad es, indudablemente, Oviedo.

Advierto, de entrada, para clarificar mi posición, que en mi trayectoria profesional en tiempos de Franco, he tenido muchos problemas con el Ministerio porque en los cinco diarios que he dirigido he mantenido siempre mi independencia, y una línea editorial de apertura, que ya demandaban los nuevos tiempos.

Yo he sido siempre afín a los postulados de la Democracia Cristiana, no he pertenecido a la Falange y pienso, con absoluto respeto, que el régimen, con todos los aciertos de desarrollo económico y de progreso social, indudables, también tuvo aspectos discutibles, como un régimen de prensa restrictivo, un anquilosamiento político y sindical, y, en sus orígenes, aunque en tiempos de guerra, algún episodio como el error Alas, que las desesperadas gestiones de don Benjamín Ortiz y del rector Gendín no pudieron evitar, y que rememoraba estos días, con muy digna y dolorida mesura, su hija doña Cristina.

No es un secreto mi rotunda simpatía por vuestra Hermandad, entre otras cosas porque mis primeras vivencias infantiles fueron del cerco de Oviedo, como contaré después. Pienso que la epopeya de esta ciudad fue mucho más grave y destructiva que el bombardeo de Guernica, pero ha sido oscurecida injustamente.

Que esto es así, y vosotros lo sabéis bien, tuvo que ser reconocido no sólo con los hechos sino también con las palabras, hasta por los intelectuales de la propia izquierda. El escritor Juan Antonio Cabezas, a quien tuve el gusto de conocer, dejó escrito en su libro sobre la guerra civil que, después de la ofensiva de febrero," tuvimos la impresión -dice- de que Oviedo era invulnerable".

¿Por qué esta ciudad fue capaz de resistir la aplastante superioridad del enemigo en hombres, en material y en su privilegiada situación sobre el terreno?.. Yo veo dos razones principales: la refinada estrategia militar del entonces coronel Aranda -que se estudia en las principales academias militares del mundo- y la elevada moral y disciplina de los sitiados con el decisivo apoyo de una gran parte de la población civil.

Una segunda cuestión estriba en las causas de aquellos dramáticos acontecimientos. Sin duda, una República débil, cuyos resortes se apresuraron a ocupar algunos políticos sectarios con dos obsesiones principales: la revolución y el exterminio de la Iglesia en España. Las palabras de los gobernantes no ofrecen lugar a dudas, empezando por Azaña, pero son muy expresivas las del jefe del POUM, Andrés Nin, después sacrificado por los suyos: "La República no supo resolver el problema religioso. Nosotros lo hicimos suprimiendo los curas, las iglesias y el culto".

Tras la apresurada huida del rey y una Constitución revanchista, los resultados fueron cinco años largos de un desorden intolerable, de asesinatos impunes, inseguridad en la calle, incendios de iglesias y conventos, censura de prensa, recorte de libertades, ataques a la familia y a la religión. La antes apacible vida de la capital asturiana sufría una tensión creciente que dividía a la sociedad local. Los intelectuales, a la sombra de la prestigiosa Universidad ovetense, estuvieron desde el primer momento por la República con una perspectiva moderada.

Pero la reacción antidemocrática de una izquierda intolerante contra la legítima entrada de la CEDA en el Gobierno, desencadenó la trágica Revolución de Octubre de 1934, un cruento alzamiento contra la convencional legalidad republicana, que, dígase lo que se diga, supuso el ensayo general para la guerra con vistas a implantar en España la dictadura del proletariado.

Oviedo sufrió un agresión feroz, aunque la resistencia, en inferioridad de condiciones, no permitió que se ocupara la ciudad entera. Sin embargo, el desastre fue inmenso: destrozada la universidad y su valiosa biblioteca, volad a la Cámara Santa de la Catedral, asaltado el Banco de España, incendiados y destruidos el Arzobispado, la Audiencia y numerosos edificios, cuarteles, empresas e infraestructuras...

Aparte de numerosas bajas de soldados y miembros de la Guardia Civil, asesinatos de civiles, muertes de sacerdotes y religiosos: el padre Eufrasio, carmelita, denunciado por un enfermero en el hospital; los jóvenes seminaristas ametrallados por la espalda en Santo Domingo, los religiosos mártires de Turón, el párroco de la Corte, don Román Cossío, tras su calvario particular... Todos, sin un paso atrás. Una verdadera orgía de fuego y de sangre.

La ciudad, aún no se había recuperado del desastre en 1936. Pues bien, algunos de los protagonistas del asalto ¡tienen calles a su nombre en nuestra ciudad!... Precisamente cuando la llamada Ley de la Memoria Histórica pretende eliminar del callejero los de aquellos que la defendieron en la guerra aún a costa de su vida. ¿Consumará el Ayuntamiento esta injusticia que ofendería gravemente a gran parte de la población?.. Pregunto

Sé que éste es un punto muy sensible para vosotros, como lo es para mí, aunque más de una persona ha reprochado mi colaboración en la Comisión creada por el alcalde para este fin. Al final de este pregón explicaré el porqué de mi presencia y algunos de los efectos que ha tenido.

Os aseguro que mi vida, como niño de la guerra que soy, ha estado profundamente marcada por aquellos acontecimientos. Mis primeros recuerdos infantiles se asocian con escenas de guerra. Aún tengo en la memoria las imágenes de mi madre, sus hermanas y mi abuela, "mujeres solas" que se decía entonces, en la tarea inútil de escarbar en las ruinas de su casa para tratar de encontrar algo que no las dejara a la intemperie.

Y de esas mismas manos curando a los heridos y ayudando a bien morir a los defensores en el hospitalillo de urgencia del chalet de Menéndez de Luarca. Siempre oí relatar a mi madre, que acaba de fallecer, anécdotas de aquel tiempo, como la de aquel soldado que le dijo a la monja que le atendía: "Hermana, si su Dios no existe, vaya chasco que se va a llevar usted", pero ella contestaba: "Pues si existe, el chasco lo llevas tú". y el moro malherido sin miedo a la muerte porque declaraba; "Si Alá querer, yo vivir"...

He citado a las mujeres de mi casa, pero con ellas a muchas más, desde las Damas de la Cruz Azul, de Pura Merás, Paula Echevarría, secundadas por la secretaria y correo de Aranda, Amada García, y otras, que organizaron la intendencia, la cocina y el rancho de los combatientes, la higiene y el lavado de ropa (a veces, con agua de lluvia, cuando el suministro fue cortado por los sitiadores), la costura, la enfermería, la asistencia a moribundos, la recogida de tabaco, las ropas de abrigo, los donativos y las bebidas para los combatientes; los comedores de Auxilio Social... y quienes atendieron, en su adolescencia, los recados y servicios auxiliares, corriendo riesgos, como el mismo Fermín y el inolvidable Luis Riera. Es decir, el núcleo duro de la intrahistoria más humana que tanto influyó en mantener la moral.

No todo era muerte, tristeza y destrucción, pues cualquier pretexto servía como desahogo para una pequeña celebración, Uno de los animadores de las trincheras fue el famoso Aquiles Sorribas, con obsequios, caramelos, cánticos. Era la época emocional de los himnos y las canciones populares, como "Chaparrita", "Si te quieres casar con las chicas de aquí...", "Los de la Harka" y muchas más. Alguna vez funcionó la que llamaban Radio Panchito, luego suprimida, o se formaba una pequeña orquestina.

En cuanto a la organización de los suministros a la población, no olvidemos al heroico capitán Almeida, eficaz administrador local de la precariedad creciente, muerto en el polvorín de Uría, como diremos después, y una de las personalidades ignominiosamente despojadas de sus calles. Personas beneméritas y desinteresadas, médicos y enfermeras que operaban durante horas sin descanso, sacerdotes que llevaban el consuelo espiritual, religiosas abnegadas, sanitarios y samaritanos que trataban de aportar esperanza entre tanta desgracia y tanta incertidumbre.

Días de escasez creciente, de la falta de alimentos básicos yagua potable, medicinas, munición, combustibles, fluido eléctrico, incluso de ataúdes... y la consecuencia inevitable en la higiene pública, con el añadido del tifus y las plagas de ratas y parásitos... Cobraba entonces mucho aprecio la carne de los pobres gatos, perseguidos a tiros por los tejados (yo mismo lo vi).

  Pero vosotros, como yo, sabéis que no toda la población cercada colaboró en la defensa: hubo espías, "pacos", saboteadores, y también aquellos que no quisieron aportar su esfuerzo y esperaron que otros les sacaran las castañas del fuego. y muchos de talante burgués que no movieron un dedo para interrumpir sus vacaciones de verano. Oscar Pérez Solís, ardiente defensor y rocambolesco personaje, asegura que hubo tres "Oviedos": el auténtico, el enemigo y el egoísta, éste el peor.

El anecdotario sobre todo esto es extensísimo: cuando mi abuela preguntó al dueño de una carpintería próxima, que era comunista, si los aviones que aparecían eran los de la base de León, y por ello nacionales, con una expresión convenida, "¿Son los de la base?", él respondió: "Ahora vienen de 'la-base' y después van a peinase". La zona de nuestra casa, en la carretera del Cristo, estuvo alternativamente en poder de los dos bandos; cuando llegaban los nuevos ocupantes, los vecinos salían de sus escondrijos y uno de ellos, Alfredo, un industrial que fue después muy conocido en Oviedo, se abrazaba lo mismo a los rojos que a los nacionales exclamando con igual entusiasmo: "¡Menos mal que llegaron los nuestros!".

Algunos, por necesidad, se incorporarían forzosamente a la defensa al final por razones de supervivencia, pues los sitiadores no venían repartiendo florecillas, cuando todavía su eslogan ponía el acento en "tomar café en el Peñalba", símbolo de la burguesía local, satirizada en una conocida cuarteta de aquel tiempo: "Al pasar por el Peñalba, / lo primero que se ve / es una panda de vagos / sentados en el café".

Por los incesantes bombardeos, muchas familias, con sus casas destruidas, o faltas de cristales en pleno invierno, permanecían recluidas en los refugios, muchos abiertos de manera constante y minuciosamente regulados por la autoridad. Un peligro añadido para los escasos peatones o las colas callejeras fueron las "balas perdidas", que causaron muchas víctimas, incluso infantiles.

Pero los niños jugábamos y reíamos, en aquel escenario para nosotros excepcional, entre las sombras bailarinas que la luz de las velas proyectaba en las paredes, ajenos como estábamos a la gran dimensión de la tragedia, mientras los mayores, llenos de angustia, rezaban como poniendo telegramas urgentes a la corte celestial: "Madre mía de Covadonga, salvad nos y salvad a España"", "Santo Dios, Santo fuerte, Santo inmortal, líbranos señor de todo mal"...

Habría que destacar la labor de la radio, que funcionó con grandes dificultades tratando de elevar la moral de la población. Desde lo alto de la Casa Blanca, en la calle Uría, el periodista Paco Arias de Velasco transmitiría por primera vez el desarrollo de una batalla, como quien comenta un partido de fútbol. La prensa también tuvo graves problemas para continuar. El 19 de diciembre del 36 salía a la calle "La Nueva España", impresa gracias a un compresor conseguido en una descubierta de película. Ese primer número incluía, entre otras esquelas, la de un niño de once años muerto por una bomba de aviación.

Los atacantes disparaban con preferencia sobre la población, a la que trataban de desmoralizar ¡Cómo olvidar la bomba que penetró por el patio de luces de la casa del Chorín, en Foncalada, con decenas de muertos en el sótano, muchos de ellos niños!... Ni las espantosas ofensivas de septiembre, de octubre y de febrero, que causaron muchas víctimas civiles junto a destrozos sin cuento e incendios que no era posible apagar por falta de agua para los bomberos... Y aún, la explosión ocasional del polvorín de Uría en noviembre del 36, que causó 41 muertos, entre ellos el heroico capitán Almeida, y 60 heridos. En febrero, era abatido el pináculo de la catedral, cuya reparación duraría muchos años.

Pero lo más increíble e imperdonable fue la orden de bombardear sin compasión el Hospital el23 de febrero de 1937, pese a ostentar bien visibles los signos de la Cruz Roja, atestado de pacientes, la mayoría causados por la guerra, donde se produjeron escenas dantescas: heridos que se arrojaban por las ventanas, una mujer recién mutilada que estaba dando a luz, muertos y restos humanos por doquier, bombas sobre los quirófanos, un hombre sin piernas que huía a gatas sobre las manos...

La crueldad de los sitiadores, por ejemplo con los cautivos de San Esteban de las Cruces metidos en barricas, no se detuvo ni aún en vísperas de la caída del frente norte. Mi primo Manolo, atado de pies y manos, fue asesinado por medio de un cartucho de dinamita en la boca.

Para aligerar un poco tan dramáticas referencias, nada mejor que recordar un par de anécdotas del final, poco antes de la desbandada del bando rojo: un combatiente se presenta en el puesto de mando de madrugada y saluda "Buenos días nos dé Dios". El jefe supremo le regaña: "Camarada, aquí ya no hay religión, así que vuelve a salir y saluda como Dios manda".

Cuenta Manolo Pilares que el jefe del pelotón "Molotov", formado por 20 mineros, repartió los últimos cartuchos; diez a cada uno y, de pronto observó que uno de los combatientes orinaba sobre ellos: "¿Qué estás haciendo, traidor?", le gritó, pero el supuesto saboteador replica: "Un momento: puesto que las balas son escasas, lo hago para que se oxiden y sean mortales sin remisión". El jefe, entonces, da una voz: "¡Pelotón, a formar! ¡Es una orden: todos a orinar sobre la munición".

Me quedan por decir algunas palabras respecto a la Comisión municipal de la Memoria Histórica. Comprendo que algunos tachen mi presencia en ella como una muestra de colaboracionismo. Pero, pensando precisamente y sobre todo en la Hermandad de Defensores y en las familias y vecinos, creí que debía dar un paso al frente para salvar lo salvable. Allí he abogado por una aplicación prudente, restrictiva y respetuosa de la Ley, ya que no se puede hacer otra cosa, y doy mi palabra de honor que he votado la permanencia del nombre de todas las calles y de las inscripciones y monumentos.

¿Qué hemos obtenido?.. Pues, por escaso margen, dos logros sustanciales: mantener el nombre de la plaza de Gesta y las notas del escudo de Oviedo "invicta y heroica", aparte de otros 19 nombres puestos en entredicho. Sólo por eso, creo que ha merecido la pena estar en la Comisión.

He abogado, además, por la cesión a la Hermandad de los elementos retirados, que pueden dar origen a un museo, y también, en otro extenso voto particular que recoge vuestro boletín, con la propuesta de que sean suprimidos del callejero local los nombres de calles, inscripciones y monumentos dedicados a exaltar a quienes tuvieron responsabilidades en el asalto a la ciudad en octubre de 1934 y a cuantos hubieran participado o cooperado en la organización, dirección o ejecución en los hechos revolucionarios.

En fin, en un escrito al alcalde de 18 de agosto, que recogió la prensa, he renunciado a la Medalla de Bronce de la ciudad que el Consistorio local ha concedido a los miembros de la referida Comisión, por la falta de unanimidad deseable en el pleno y por no considerarme merecedor de una distinción en una tarea por la que no deseo otro reconocimiento que el sentido de la responsabilidad ante a mis conciudadanos y mi conciencia.

Es lamentable que más de 70 años después Oviedo necesite ser defendido de una posible rendición, si es que reniega de su gloriosa historia. El Ayuntamiento tendrá que "mojarse": si va a eliminar a sus defensores, con mayor motivo tendrá que hacerlo con sus atacantes.

Creo que vuestra Hermandad, además de plantear ante cualquier instancia vuestros derechos, está en el deber de buscar y emplear todos los medios para que, por medio de conferencias, exposiciones, publicaciones y convocatorias de tipo cultural, sea conocida y divulgada la verdad.

Para que Oviedo vuelva a ser la ciudad de talante liberal, tolerante, democrática y nunca opuesta a la diversidad ideológica, sí, pero también defensora de su indomable reciedumbre, de su dignidad y de su historia. Tenéis la razón. Tenemos la razón. Y por ello, hemos de continuar en la defensa de Oviedo.

Porque la ciudad padece ahora un cerco más sutil y sibilino que en el año 36 de quienes quieren ganar la guerra después de haberla perdido. Yo confío en que los consistoriales tengan la sensibilidad y la valentía suficientes como para que no tengamos que exclamar, como Aranda en los momentos críticos: "Termina Sagunto y empieza Numancia".

Muchas gracias a todos.


 

Artículo de opinión extraído de la página: www.generalisimofranco.com