Acotaciones a un Testamento.


Por Rafael C. Estremera (redacción "La Tribuna de España"), 20/11/2007.  


Españoles:

Al llegar para mí la hora de rendir la vida ante el Altísimo y comparecer ante su inapelable juicio, pido a Dios que me acoja benigno a su presencia, pues quise vivir y morir como católico.

Creo que fue en 1980 –acaso el 79- cuando a mi Jefe de Distrito de Fuerza Nueva se le ocurrió realizar una jornada de convivencia entre los militantes del Distrito, con sus familias –padres, esposas, maridos, hijos...- en un lugar cercano a El Escorial, desde donde divisábamos la mole del Monasterio, maciza, fuerte, sugestiva.

Como católicos, quisimos comenzar el día con la Santa Misa, y el entonces capellán de Fuerza Nueva –un cura con sotana y con las manos y el alma más llenas de Dios que todos los, a la sazón, príncipes de la Iglesia- logró el permiso correspondiente para oficiarla entre los pinos. Alborotaban los pajarillos mientras Dios bajaba a nosotros en las manos de aquél sacerdote que, en la homilía –más que homilía, charla entre hermanos, todos hijos del mismo Padre- nos confesó que él le rezaba todos los días al Caudillo.

“Esto –comentó el buen páter- es algo que mientras la Iglesia no lo reconozca como tal no se puede decir; pero estoy convencido de que un día, Francisco Franco será elevado a los Altares”.

En el nombre de Cristo me honro, y ha sido mi voluntad constante ser hijo fiel de la Iglesia, en cuyo seno voy a morir.

Ángel Palomino –el gran Ángel Palomino, ¡presente!- lo dejó escrito en “Caudillo”: Franco salvó dos veces a la Iglesia. Una, en la Cruzada, nombre que no se inventó él; que se lo dieron los Obispos porque entonces tenían muy claro que, sin Franco, la Iglesia Católica habría desaparecido –físicamente, nada de eufemismos- y quién sabe si la europea.

Otra, cuando permaneció fiel a la Iglesia de Roma a pesar de que –precisamente por fiel católico- debía resultarle muy simpática la postura de Monseñor Lefebvre. Si Francisco Franco se hubiera inclinado por la Iglesia tradicional que este representaba, España se hubiera ido con él.

Dos veces salvó, pues, Franco a la Iglesia católica. Fue hijo fiel de ella, y la jerarquía eclesiástica se lo pagó con los monseñores Tarancón y los Obispos Setienes. Con los monseñores que impedían el procesamiento de los curas revoltosos, rebeldes sin causa, comunistas, amigos y cómplices de terroristas; de los curas que en sus sacristías guardaban armas para ETA; de los curas que negaban la extremaunción a los asesinados, y hasta de un Papa –Pablo VI- más atento a vengar el fallecimiento de un hermano suyo de las Brigadas Internacionales que a su misión espiritual.

Dos veces salvó Franco a la Iglesia, y aún la jerarquía eclesiástica estuvo a punto de excomulgarle por el fusilamiento de seis asesinos confesos, en los que Franco no tuvo más parte que la que le correspondía en la legislación vigente: darse por enterado, en Consejo de Ministros, de la sentencia, y no plegarse a las voces farisaicas que pedían gracia para los criminales y se olvidaban de las víctimas.

Como hoy: nada nuevo bajo el sol.

Pido perdón a todos, como de corazón perdono a cuantos se declararon mis enemigos, sin que yo los tuviera por tales. Creo y deseo no haber tenido otros que aquellos que lo fueron de España, a la que amo hasta el último momento y a la que prometí servir hasta el último aliento de mi vida, que ya es próximo.

Los que se declararon tus enemigos, mi General, no eran los peligrosos. Entonces, como hoy, no eran ni son mas que una panda de golfos, trepadores y sinvergüenzas. Eran los que se llevaron tesoros en barcos, o los mandaron por anticipado a la madrecita URSS; los valerosos “luchadores por la libertad” que no iban al frente porque era más sencillo y menos arriesgado asesinar en las checas y hacerse con un capitalito robando a los asesinados. Eran los que se apuntaban a un bombardeo, pidiendo a socialistas y comunistas que les regalaran un trono. Eran los ineptos probados, que exigían más oportunidades para llenarse los bolsillos.

Eran los tontos –nada útiles- que se llenaban la boca con la palabra “exilio”, pero ocultaban que nadie les había echado; que se habían ido porque ya les habían calado y nadie les prestaba atención: algo que su desmedida soberbia no podía tolerar.

Eran los bobos que no entendían que sin su concurso, los españoles fueran saliendo de la miseria a la que los había condenado varias décadas de monarquía liberal marrullera, un quinquenio de república estéril, una guerra dolorosa pero inevitable, y una década de aislamiento internacional suplicado por los mismos que se ofrecían como salvadores; que en España cada año mejoraran las condiciones de vida de todos, no sólo de los privilegiados; que en España se construyeran carreteras que aún hoy son ejes básicos; pantanos que todavía hoy nos dan de beber; industrias que ofrecían empleo; que en España se creara una Seguridad Social que países más ricos no se podían permitir. Que en España dejara de existir la miseria que parecía consustancial a nuestra nación tras siglos de mal gobierno.

Pero esos, mi General; los que se declararon tus enemigos sin que tú los tuvieras como tales porque siempre supiste que lo eran por serlo de España, no eran peligrosos.

Los peligrosos eran los amigos, mi General. Los que juraban a boca llena y firmaban adhesiones a cuatro manos -o a cuatro patas-, aquellos gobernadorcitos civiles, aquellos directorcetes generales, aquellos ministrillos llenos de soberbia y de bilis, que no llegaron a comprender algo muy sencillo: ellos no eran mas que peones, piezas que los españoles respetaban porque los había nombrado Franco.

Quiero agradecer a cuantos han colaborado con entusiasmo, entrega y abnegación, en la gran empresa de hacer una España unida grande y libre.

Gracias, mi General. Te doy las gracias porque de verdad lograste que los españoles hicieran una España unida, y grande, y libre. Y te doy las gracias porque, cuando hoy, que dicen que estamos en democracia, que es el pueblo el que se gobierna a sí mismo, no hay político, politiquillo ni politicucho que no se crea el centro del universo, el ombligo del universo, las mismísimas criadillas fecundadoras de Zeus, que un estadista de verdad -de los que dejan huella en su pueblo-, agradezca el esfuerzo, el sudor -la sangre a veces-, de los que día tras día suman su tarea personal y menuda a la gran tarea colectiva, muestra tu grandeza de ánimo. Y la razón por la que el pueblo español se sentía –se sabía- bien gobernado.

Los españoles –como tus regulares que decían “sabe manera”, como tus legionarios que estaban seguros de que nunca les harías correr un riesgo innecesario y a la hora del avance estarías en cabeza- supieron siempre que si les pedías un esfuerzo más; un sacrificio más, era por una razón, por una necesidad, por algo que después les reportaría un beneficio. Ahora, mi General, se les pide que aprieten el cinturón para que los bancos dupliquen cada año sus ganancias, para que los políticos se suban los sueldos el quince o el veinte por ciento; para que los criminales tengan “derechos” y las víctimas se jodan, y disculpa, mi General, el lenguaje cuartelero que tú tan bien usabas cuando los deberes del cargo no te lo impedían.

Gracias, en fin, mi General, por decir que los logros de tus décadas de Gobierno fueron posibles gracias al esfuerzo de los españoles. No me alcanzó la edad para tomar parte en ello; pero ahora, cuando esta bandada de cuervos zarrapastrosos que nos ha inundado pretende borrarte de la Historia, me ofrezco como colaborador tuyo.

Por el amor que siento por nuestra Patria, os pido que perseveréis en la unidad y en la paz y que rodeéis al futuro rey de España, don Juan Carlos de Borbón, del mismo afecto y lealtad que a mí me habéis brindado y le prestéis, en todo momento, el mismo apoyo y colaboración que de vosotros he tenido.

Pues no, mi General; lo siento, pero no.

La unidad, mi General, nos la han roto. Aquí, España ya no le importa a casi nadie, y a los pocos que nos importa nos miran como bichos raros. Somos peligrosos, fíjate bien; unos fascistas, ultras, antisociales... Y todo porque decimos –eso sí, bien claro- que el español que no reconoce a España como su madre, es que es un hijo de puta. Pero es que... ¡hay tantos, mi General!

Incluso nosotros mismos –los ultras, fachas... en fin, todo eso- hemos roto la unidad. La nuestra; la santa hermandad de los hombres de España. Cada uno va por su lado –hay tantas cabezas de ratón que impedirían ver a un león aunque apareciese-, cada uno ataca al de al lado; cada uno va a lo suyo y mientras tanto, España, nuestra Patria, nuestra madre, se nos va derechita al muladar de la Historia.

Incluso hay –siento decírtelo, mi General, pero así es- gentes que piensan que declarándose falangistas pero “antifranquistas” van a hacerse más simpáticos. Hasta falangistas que declaran solemnemente que el aliado natural de la Falange sería el PSOE, ya ves qué cosas. Y hasta ignorantes que se apuntan a la dialéctica del enemigo, con tal zafiedad que, si José Antonio levantase la cabeza, lo primero que mandaría sería que los metieran en una cuba de aceite de ricino.

Y la paz, mi General... Llevamos treinta y dos años sin saber qué es la paz. Y ahora está por aquí, recién llegado del Limbo un tal señor Rodríguez, empeñado en que su abuelo tiene que ganar la guerra como sea. Sí, esa guerra que ganaste tú. Tú, y los cientos de miles de falangistas, requetés, voluntarios diversos, soldaditos de reemplazo, oficiales legionarios y oficiales provisionales. Y, para quien lo quiera saber, mi padre. Y a mucha honra.

Pues ahora tenemos a este señor Rodríguez, empeñado en que su abuelo –ese capitán Rodríguez Lozano que tanto se distinguió cuando el Gobierno de la IIª República te mandó sofocar la revolución socialista de Asturias- tiene que ganar la guerra. Y me temo que, como esa ya no la va a ganar, quiera llevarnos a otra, a ver si así el “nietísimo” Rodríguez consigue hacer bueno el deseo de la república soviética de su abuelo.

Y lo siento, mi General, pero no nos vamos a dejar. Aunque cada uno estemos por un lado y cada uno caigamos por un sitio, no nos vamos a dejar así como así, de forma que nada de paz, mi General.

Y lo de la colaboración con el señor de Borbón... pues qué te voy a decir que tu no sepas, mi General. Yo me convertí en “franquista” el mismo día 22 de noviembre de 1975. Como otros muchos. El afecto y la lealtad hay que ganarlos y merecerlos, ya lo sabes, mi General. Y mejor no sigo.

No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta, velad también vosotros y para ello deponed frente a los supremos intereses de la Patria y del pueblo español toda mira personal.

Los supremos intereses de la Patria y del pueblo español, mi General, ya no le importan a nadie. Lo que les importa son los derechos sin obligaciones, el me da la real gana, el me sale de... bueno, ya sabes; lo que importa son los votos de los fanáticos de cada partido, partidillo y partidete, que cada cuatro años miccionan su parte alícuota de soberanía popular en el vespasiano de la urna.

No tienen ni puta idea de nada; no saben ni quien es el tercer mono de la lista, pero meten su papeleta marcada con un dibujo que les facilite el reconocimiento. Cualquier día de estos, se harán grabar ese símbolo en el anca para que no se les olvide a qué ganadería pertenecen y qué cabeza hueca prefieren como esquilador.

Lo que les importa es el viejo “pan y circo”, que –la verdad sea dicha- ha mejorado mucho. ¿Recuerdas aquello de que tu ponías fútbol y toros en la tele para “adormecer al pueblo”? Pues ahora hay cientos de emisoras televisivas, todas poniendo a la vez programas donde unos iletrados se insultan recíprocamente, antes, durante y después de haber puesto a parir al desgraciado de turno, que a su vez ha vendido la exclusiva de sus diversos concubinatos. Porque ahora, mi General, lo que está bien visto y sale en la prensa y vende publicidad en la televisión, es que los famosillos y famosetes se dediquen a divulgar sus cópulas más o menos repetitivas, o las quinielas acerca de quien es el padre de tal o cual hijo. O meter en una casa, un autobús, un plató de televisión o una cueva a unos cuantos individuos –si hay algún marica, alguna prostituta o algún híbrido, mejor que mejor- para que se tiren los trastos a la cabeza, se pongan de chupa de dómine, y acaben amancebados ante las cámaras unos con unas, otras con unos, otros con otros o unas con unas.

Mucho más barato que el “pan y circo”; estos demócratas liberales y socialistas son la mar de ahorradores.

Y los más jóvenes lo presentan aún más fácil. Con dejarles que se emborrachen como cosacos cada fin de semana; que críos y crías de 15 ó 16 años lleguen a su casa al día siguiente, cercanos al coma etílico o con más drogas que sangre en las venas, todo listo. ¡Ah!, y con facilitarles a las niñas píldoras abortivas, para que las diversiones botelloneras no tengan consecuencias, porque a pesar de que las escuelas les enseñan que forniquen con todo bicho viviente, con aquello de la borrachera y las pastillitas o la coca se les va el santo al cielo, y luego no saben ni con quien se han acoplado y vienen los líos y hay que mandarlas a clínicas concertadas con la Seguridad Social a que aborten, criaturitas, tan jóvenes para complicarse la vida con un hijo.

En fin, mi General, que las miras del pueblo español de hoy son esas: emborracharse como cosacos, copular como bonobos, y defecar cada cuatro años en las urnas.

No cejéis en alcanzar la justicia social y la cultura para todos los hombre de España y haced de ello vuestro primordial objetivo. Mantened la unidad de las tierras de España, exaltando la rica multiplicidad de sus regiones como fuente de la fortaleza de la unidad de la Patria.

La Justicia Social, mi General, ya no es lograr que cada uno tenga oportunidades para mejorar sus condiciones de vida, ni que tenga lo que en derecho le corresponde, ni que la riqueza se reparta equitativamente. Ahora, a lo que llaman justicia social es a que el Estado de ayudas para todos los parias, aún a costa de negársela a los necesitados. Ahora lo que quieren es que cada pareja –porque eso de matrimonios ya es obsoleto- reciba un regalillo por tener un hijo, que a los jóvenes –ahora, mi General. la juventud es sumamente elástica, y llega más allá de los 30 años- les pague el alquiler de un piso el Gobierno; que a los parados se les den subsidios, en vez de trabajo; que a los jóvenes se les esclavice con contratos de trabajo de unos meses de duración, para no tener que hacerles fijos. Esa es la justicia social que hoy eligen los españoles.

Piden ayudas, ayudas, más ayudas, en vez de exigir un trabajo en condiciones, en vez de pedir que el sueldo de una persona permita mantener dignamente una familia. La justicia social que quieren es que las mujeres tengan que trabajar fuera de su casa por narices, para poder enriquecer a los bancos y a los prestamistas. Pero no pedirán que la mujer tenga el derecho a decidir si quiere cuidar de sus hijos y de su casa. Eso -darle a la mujer el derecho a decidir-, es machista, mi General.

Y la cultura de los españoles de hoy, mi General... La cultura es la de llevar al Olimpo de la tele a los bastardos que “se cagan en la puta España”, lo cual es un mérito indiscutible para que concejalas del Partido Popular les cedan teatros municipales. La cultura es darle subvenciones a espuertas a una panda de titiriteros de segunda fila, pero que alborotan en las calles. La cultura es hacer doctor “honoris causa” al genocida de Paracuellos, Santiago Carrillo. La cultura es que roben incunables de la Biblioteca Nacional, mientras su directora se dedica a decir que debían cerrarse los periódicos de derechas. Y el botellón, las drogas, y otras similares muestras de cultura. Y quitarte los doctorados que las Universidades españolas perdían el culo por darte, y los  nombres de calles y plazas, y los símbolos que aún –aunque en pocos sitios- declaran que las casas que se honran en tenerlas fueron hechas por la Obra Sindical del Hogar.

En cuanto a las regiones, mi General, pues lo normal en este desbarajuste. Los marxistas leninistas de ETA siguen a lo suyo, pero con la complicidad del Gobierno de ese señor Rodríguez, que en cuanto pasen las próximas meadas colectivas democráticoliberales les volverá a ofrecer lo que sea con tal de que no molesten. Y los señoritos catalanes, de vuelta a lo de antes. A imponerles a los críos un idioma que en el futuro no les valdrá de nada, y a mentir sobre lo reprimidos que estuvieron bajo tu Gobierno. Como los pobre habitantes de Cataluña han sido engañados hasta el límite de lo creíble, a ninguno se le ocurre irse a una hemeroteca y comprobar que había premios literarios en catalán en los años 40, por ejemplo.

Y los gallegos. Sí, mi General, los gallegos, que también dicen que son una nación, toma gaita. Y Canarias, y Baleares, y Valencia, y Andalucía. Que son cuatro gatos, también es verdad; pero cuatro gatos a los que los Gobiernos centrales, débiles, incapaces, blanditos y  -sobre todo- sin la menor idea de lo que es gobernar, dan cualquier cosa con tal de apoltronarse. Cuatro gatos que van envenenando a los niños desde la guardería, y a los que toda la Historia de España que se les va a enseñar es la de los dos últimos siglos y –eso sí- en su lengua vernácula.

Quisiera, en mi último momento, unir los nombres de Dios y de España y abrazaros a todos para gritar juntos por última vez, en los umbrales de mi muerte. ¡ARRIBA ESPAÑA! ¡VIVA ESPAÑA!

¿Sabes, mi General? Lo mismo este año es el último en que uno puede recordarte  públicamente sin riesgo de ir a la cárcel.

Lo que ahora enseñan en las escuelas, escupen en la prensa, vomitan en la televisión, defecan en la radio, es que fuiste un atroz dictador, que matabas a todo el mundo –así hubiera sido verdad, coño-, que te comías a los niños crudos y que ibas casa por casa fustigando la libertad, a pesar de lo cual los heroicos luchadores por la libertad lograron triunfar y darnos esta soberbia y maravillosa democracia que disfrutamos. Lo repiten demasiado, acaso para ver si así se lo creen ellos mismos.

Pero eso no quita para que muchos sigamos pensando, con José Antonio:

“¿Qué aparato de gobernar, qué sistemas de pesos y balanzas, consejos y asambleas puede reemplazar a esa imagen del Héroe hecho Padre, que vigila junto a una lucecita perenne el afán y el descanso de su pueblo?”

¡Arriba España, mi General!

Artículo de opinión extraído de la página: www.generalisimofranco.com