Beatificación en Roma.


Por don Ángel Garralda. 09/11/2007.  


Bajo un sol radiante en la Plaza del Vaticano, hemos visto subir a los altares a 498 mártires de la bien llamada “Cruzada” de los años 30 del pasado siglo XX, entre aplausos emocionantes y lágrimas que se desbordaban del alma, de todos pero especialmente de sus familiares situados en lugar preferencial.

El episcopado español en pleno rodeado por 1500 sacerdotes concelebrantes y 50.000 peregrinos, que no turistas, se ha convencido por experiencia propia y por el empeño personal de Juan Pablo II durante el cuarto de siglo de su pontificado, de que el gran pecado del olvido de los mártires ha vaciado los seminarios y noviciados de España, y que sólo creyendo en nuestros mártires se volverán a llenar, produciendo nuevas hornadas de presbíteros con la fe dispuesta al martirio, y se pondrá freno a tanta apostasía que ellos supieron evitar, porque prefirieron morir por Aquel que primero murió por ellos.

Sí, en Roma, en la misma colina donde Pedro fue crucificado; en la Roma de las catacumbas, cuna de la auténtica memoria histórica de la cristiandad; en Roma, donde después de 20 siglos, a los 70 años de la persecución, se ha dado el espaldarazo, a pleno sol ante el mundo entero, a 498 mártires entresacados de los casi 7000 sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas, sólo por serlo, y muchos miles de seglares, sólo por ir a misa, de la Iglesia martirizada en 1934, 36-39.

Sí, en Roma, donde el emperador Constantino promulgó el Edicto de Milán el año 313, sacando la Iglesia de las catacumbas a disfrutar de la libertad, de la misma manera que, tras la victoria el año 1939, Francisco Franco sacó la Iglesia de las catacumbas del comunismo ateo fiel seguidor del Stalin que segó la vida de 160.000 clérigos ortodoxos y dispuesto a no dejar vivo a ningún clérigo en nuestra patria, en la que por primera vez llevó las de perder. A partir de esa fecha, jamás tuvo la Iglesia en España oportunidad mejor de evangelizar a todos los niveles de libertad, desde el tiempo de los Reyes Católicos.

No le falta razón al portavoz de la Conferencia Episcopal Española, Juan Antonio Martínez Camino, cuando dice que estas beatificaciones no son políticas, defendiéndose con sonrisa intelectual del rictus del actual Frente Popular. Pero no podría decir lo mismo de la tardanza en producirse estas beatificaciones por no darle la razón a su debido tiempo a quien la tenía. Tengo para mí que si Juan Pablo II no rompe y hace trizas esa actitud política, no se hubieran ratificado con infalibilidad el largo millar de beatificaciones y canonizaciones habidas hasta la fecha. Gracias a Juan Pablo II la CEE está en las antípodas de la Asamblea Conjunta de obispos y sacerdotes del 1971, presidida por el cardenal Tarancón, ya que, no en vano, han discurrido los 25 años que el cardenal González Martín calculaba como necesarios para el cambio efectivo en beneficio de la Iglesia en España. Efectivamente, ahí quedan los 25 años del largo Pontificado de Juan Pablo II, marcando los hitos a seguir colocando mártires en la hornacina del retablo de su pueblo natal y prescindiendo de los halagos a la progresía clerical que tanto prejuicio ha causado, incapaz de llevar una sola vocación al Seminario.

Las palabras de “perdón” y “reconciliación” salieron volando de los labios Benedicto XVI como las palomas familiarizadas con la Plaza del Vaticano; palabras de Cristo que murió perdonando después de enseñarnos a rezar el Padre nuestro de la reconciliación. Perdón y reconciliación, el último aliento de nuestros mártires. Perdón y reconciliación, único sentido de la gran cruz del Valle de los Caídos, a cuya sombra se guardan los caídos en ambos bandos esperando la resurrección final.

¡Qué misterios encierra la vida! Azaña, amigo personal de insignes agustinos de El Escorial, no movió un dedo para evitar que el genocida Carrillo les perdonara el “paseo” a Paracuellos de Jarama. Sin embargo, ¡misterio!, Azaña acude en el destierro al obispo de Tarbes (Francia) para que le escuche en confesión pidiendo perdón y reconciliación. ¡Qué pena que Santiago Carrillo no siga los mismos pasos!

La homilía del cardenal Saraiva, Prefecto de la Congregación de los Santos, más bien floja: no así la del Secretario de Estado, cardenal Bertone, en la misa de acción de gracias, recordando a los que cayeron gritando con todas las fuerzas de su alma: ¡Viva Cristo Rey!

¡Gracias, Dios mío, por esta peregrinación a la ciudad eterna! Gracias porque nuestra Iglesia ya no tiene cabida en la tristemente célebre Asamblea conjunta de Obispos y Sacerdotes del año 1971, manipulada por la progresía, pretendiendo denigrarla por ponerse al lado de la verdad de quienes luchaban jugándose la vida por Dios y por España católica, de cuyas rentas estamos viviendo. Gracias porque la Iglesia no se olvida de sus mártires porque son Cristo de nuevo crucificado que murieron perdonando a sus enemigos.

¡Gracias, beatos españoles que gozáis de la visión de Dios desde el instante de vuestro bautismo de sangre! Interceded por nosotros.

 

Artículo de opinión extraído de la página: www.generalisimofranco.com