Lenin en Madrid.


Por Jaime L. 09/11/2007.  


Me levanto y me arreglo. Desayuno durante media hora larga y me dispongo a salir. Entre los muchos vicios que me enorgullezco de tener, no está, afortunadamente, el de madrugar los domingos, así que no me sorprende la escasez de tráfico. Me dirijo a recoger al amigo con peor carácter que tengo y que tiene esa mañana la bondad de informarme de que no son las nueve y media sino las ocho y media. Un barrendero me confirma que la madrugada anterior se había cambiado la hora y tras disculparme con la fiera desvelada, decido ir a dar un paseo por la Plaza de Oriente. Me recreo en la gloriosa historia de España con los Reyes godos, con Felipe IV, el palacio de su sobrino y me interno en los jardines de Sabatini. Ensimismado y casi agradeciendo, por el grato paseo, mi descuido con los usos horarios, me topo en los jardines de Palacio, a escasos metros de Carlos III, con un ruso de metal vestido con corbata y peor cara que la de mi amigo cuando le desperté. Por ser Lenin el máximo ejemplo de los valores de libertad que ahora tanto se exaltan, en un país tan cercano a nosotros -casi hermano- como lo es Rusia, no me sorprendió su inmortalidad en nuestra Villa y Corte. En realidad pocas cosas sorprenden hoy en día, pero colocar a ese santo varón medio escondido -plácida eternidad en ese bendito pensil- en los jardines del Palacio Real, con lo monárquico que era, me parece casi una ironía.

Así que, ya que estamos con historia política internacional, propongo que se le de a su estatua un lugar más vistoso, el jardincillo de la Puerta de Alcalá, por reubicarlo a la republicana y que se reconstruya la escultura. Se podría poner debajo de su bota, por ejemplo, la cabeza del inhumano General Pinochet, Lucifer encarnado, que sumió a su país en la miseria y el desorden más absolutos –¡pudiendo haber seguido a Lenin!- para que el Ministro Bermejo vea demostrado que en España hace ya tiempo que somos jueces sin necesidad de oposición. Aquí quitamos a Franco, le dejamos la escolta roja a unos metros en La Castellana, prohibimos el culto político en el Valle de los Caídos y admiramos a Lenin en bucólico paseo por los Reales Jardines. España es una nación gobernada por caraduras y arribistas menores de edad mental, un país que padece un Alzheimer grave que se regenera cada treinta años, plenamente escolarizado pero adiestrado e ignorante al fin y al cabo y lo que es peor, profundamente estúpido. Una república bananera mediterránea, una chica guapa y tonta con la que uno se divierte y que le obliga, eso sí, a aguantar callado sus frivolidades y a no tomar en serio sus barbaridades. En España se puede ser feliz siempre que no se sea patriota. Y algunos sí tenemos ese raro vicio.

 

 

Artículo de opinión extraído de la página: www.generalisimofranco.com