Por Francisco Torres
Leo con escaso asombro la segunda entrega -de la tercera mejor ni hablar- de documentos inéditos sobre Francisco Franco publicada por El País -¡qué manía tienen algunos con eso de que sus pretendidos inéditos van a cambiar la historia!-.
No es nada nuevo ver sobre el papel la tesis de que Franco despreciaba a José Antonio, para poder así luego sostener que, por ambición y cálculo político, el general más joven de Europa, el máximo prestigio militar español en su época, presa de los celos, no hizo todo lo posible por salvar al joven líder del paredón de fusilamiento. La pléyade de expertos en tal aserto es tan larga como su capacidad de censurar aquello que molesta a la tesis o incluso establecer una disección entre lo que una misma persona ha dejado como testimonio reproduciendo solo una parte de su argumentación, lo que también es una manipulación.
Ya en mi libro “El último José Antonio” (elultimijoseantonio@terra.com) subrayaba la curiosa proscripción que se prodiga en los trabajos que versan sobre el particular de la última propuesta realizada desde la zona nacional para intentar un canje. Curiosamente es la única que hizo personalmente Francisco Franco -los demás intentos fueron propuestas de otros a los que él brindó su apoyo y colaboración, e incluso su asesoramiento militar-. Fue el cuatro de noviembre de 1936 tras desecharse la posibilidad de realizar un acción de comandos -el juicio comenzó el día 16-. Franco ofrecía un canje por el diputado socialista, líder de la revolución de octubre, Graciano Antuña y 4 millones de pesetas. Como El País ha tenido la amabilidad de convertir en euros actuales las cifras de la época, cifras por cierto coincidentes con los cálculos que yo hice en mi trabajo -pese a las dificultades de valorar la moneda en los primeros meses de la guerra-, resulta que Francisco Franco, el hombre que según la nueva entrega de un tal Jesús Ruiz Mantilla despreciaba a José Antonio, que lo quería “mejor muerto que vivo”, ofreció para facilitar el canje la nada desdeñable cantidad de 4 millones de pesetas de la época que actualizadas a euros de hoy son unos 8.660.080 Euros, casi 1.500 millones de pesetas; ochenta veces más de lo que habitualmente se estaba pagando en Alicante para conseguir una liberación -unas 50.000 pesetas, algo más de cien mil euros actuales-.
Curiosa forma de detestar, sobre todo porque además había autorizado, para otra operación de canje, el gasto de seis millones de pesetas: unos 12.990.120 Euros o 2.156 millones de pesetas. Gasto que por cierto fue criticado por otros sectores de la zona nacional, tal y como se desprende de un testimonio de Fal Conde (los carlistas comenzaron a reunir un millón de pesetas de la época para colaborar). Evidentemente con estas cifras en la mano resulta difícil pensar que Franco detestara a José Antonio o prefiriera que se quedara en Alicante y si lo ejecutaban mejor.
Eso sí, dado que la antipatía mutua, los celos y similares tienen muy poca base documental y sólo queda un testimonio al que todos hacen referencia, casi siempre de forma incompleta, Jesús Ruiz Mantilla y El País nos presentan por fin el documento que demuestra de forma fehaciente el desprecio que roía a Franco: la contestación que, por orden suya, se transmite a una supuesta y desconocida “novia” de José Antonio que escribe al “Excmo. General Franco” el 24 de noviembre de 1936. Y a la que Franco no da largas, pues una semana después ya tenía la “novia” la dolorosa respuesta.
No sé si la redacción de el diario El País ha querido jugarle una mala pasada a su articulista al situar junto a su segunda tontería, muestra al mismo tiempo de cierta ignorancia, rotulada con el titular sensacionalista de “El desprecio de Franco por José Antonio”, una entrevista con Raúl Zurita en la que se destaca como síntesis y epígrafe su sentencia “Vivimos la agonía del idioma”. Ignoro si la pluma del señor Ruiz Mantilla es agónica, pero de lo que no tengo ninguna duda es que necesita con cierta urgencia repasar la asignatura de “análisis y comentario de textos”, porque nadie creería que un periodista de El País se deje llevar por los prejuicios, la falta de investigación o la práctica de la manipulación.
Dispuesto a sorprendernos el periodista nos trae una carta dirigida a Franco por la “novia de José Antonio”. Aclaremos para su disgusto que no es ninguna novedad. Hace ya años José María García de Tuñón -¡Ah la funesta manía de algunos de no indicar las fuentes!- escribió sobre esta carta que estaba a la venta a un elevado precio en un anticuario de la villa. Merced a su investigación hice referencia a ella en mi libro “El último José Antonio”.Lamentándolo mucho El País no nos desvela lo esencial, la identidad de, según el autor, “una de las misteriosas amantes de José Antonio” -corrección: novia y amante no son sinónimos, aunque lo parezca ni significan lo mismo-. ¿Quién es María Santos Kant vecina de Segovia? Ya podría El País, que tiene dinero y medios, haber enviado al señor Ruiz Mantilla a investigar en la calle citada pues Segovia no ha cambiado tanto, pero el periodista se ha conformado con consultar los índices onomásticos de unos libros, donde naturalmente no aparece, y mirar en Google según nos informa. ¡Ay, en lo que ha quedado el periodismo de investigación!
Si el periodista hubiera trabajado más se habría encontrado con algunas variables como posible respuesta a su interrogante: primera, que se tratara de la misteriosa Isabel, chica como la firmante de la Sección Femenina, que José Antonio conoció a finales de 1935 y de la que se conservan varias cartas -cabría la posibilidad de que se llamara María Isabel o que utilizara un seudónimo-, pero de la que sabemos que vivía en la calle Santa Engracia de Madrid; segunda, que fuera Carmen Magallón, que si no recuerdo mal o era de Segovia o tenía relación con la localidad; tercera, la que me parece más plausible, que fuera un seudónimo de mujer muy conocida, también falangista, que sí me consta que se dirigió al Cuartel General y que por ello sería posible que se le contestara y de la que hablo en mi libro. Esta última opción es la más lógica y la propia carta nos deja entrever que es un nombre falso, pues nos indica que para contestarle “las señas más seguras son”. De otra parte esta carta y la respuesta ha salido de una partida de documentos de Franco que sorpresivamente salieron a venta. Precisamente por ser importante Franco la guardó.
La identidad, salvo por la curiosidad, es lo menos trascendente de la noticia del diario oficial de la izquierda. Lo fundamental para el articulista es presentar a un Franco frío, cruel, como demuestra la respuesta que da a la pobre novia que se agarra como un clavo ardiendo a que su amado no haya muerto. Franco ni siquiera se toma la molestia de contestarle directamente, sino que lo encarga a su secretaría, lo que como todos sabemos es muy extraño en el proceder de un Jefe de Estado. Amén de esto es en el análisis de la respuesta donde el periodista muestra su escaso conocimiento del contexto -en realidad no hace análisis alguno-. Dejo a un lado sus “piropos” a José Antonio y su entierro, “procesión propia de santurrón medieval”. Pero es que en realidad José Antonio interesa muy poco al señor Ruiz Mantilla, solo es un recurso para meterse con un Franco deseoso de verlo muerto para quedarse con un “aseado corpus ideológico… para fundamentar su política de odio”.
Cerremos este comentario con el análisis de la respuesta de la que el autor deduce el desprecio de Franco. Apliquemos algo tan elemental como la lógica: una señorita escribe a Franco diciendo que es la “novia de José Antonio”. Como partimos de la base de que era alguien conocido y no una chalada, que es lo que en primera instancia podría pensarse, el general Franco, que no debía tener otro asunto más importante que atender mientras intentaba sostenerse ante Madrid y evitar la llegada de material soviético, ordena que se le conteste. Estoy seguro que ni se le pasó por la cabeza preguntar si José Antonio tenía una novia. Evidentemente contesta por consideración a José Antonio. En ello no puede ir mucho más allá de lo que aparece en un texto que, al contrario de lo que anota el periodista, está muy lejos del desprecio.
Algunos, con insidia, han utilizado lo que no dice la carta como prueba del desprecio por el tono despectivo que ellos suponen, así afirman que se refiere a José Antonio como “ese señor”. La realidad es que lo que la carta dice es “dicho señor”. Lo hace porque once palabras antes (incluyendo artículos) ya se menciona a Primo de Rivera, evitando así una reiteración. Dejando a un lado la gramática, lo sorprendente es que Franco, que evidentemente no sabe “directamente nada relativo a la suerte…” -otra frase que el periodista considera prueba de desprecio- de José Antonio, ordene que se confirme indirectamente que el fundador de la Falange ha sido fusilado (“no es creíble que lo digan sin que sea ello verdad, pues el mentir en este asunto no tendría para ellos utilidad”). No ha reparado el periodista en que Franco se había comprometido con la decisión de la Falange, tomada en su Consejo Nacional, de no difundir la muerte de José Antonio y que pese a ello confirma su muerte a esta “novia” sin comprometerse: una confirmación indirecta nada más y nada menos que del Cuartel General del Jefe del Estado. No quiere dar falsas esperanzas a María cuando podía haberse callado o alegar que se estaba trabajando en su liberación. Cierra con un “sintiendo no poderle dar mejores noticias”, que no me parece sea sinónimo de frialdad en este tipo de contestaciones. Y es que Franco no podía en realidad ir mucho más allá.