70 años del asesinato de Don José Calvo Sotelo.
Fernando González M. El Confidencial Digital. 06/07/2006.
Mucho
se escribirá sobre el 70 aniversario del llamado “Alzamiento Nacional”.
Pero lamentablemente, casi nadie hablará sobre los antecedentes o las causas
que dieron origen a la guerra civil española. Para muchos, se señala a un solo
culpable: Franco.
Resultaría interesante
rescatar los discursos de los líderes políticos de la II República. Sobre
todo los del PSOE, los anarquistas o los comunistas.
Por dar una idea de cómo
estaba el ambiente en los días previos al 18 de julio de 1936, citaré una
frase del líder del partido socialista Largo Caballero, conocido como el “Lenín
español”, por sus discursos incendiarios: “La clase trabajadora tiene que
hacer la revolución... Si no nos dejan, iremos a la guerra civil. Cuando nos
lancemos por segunda vez a la calle (la primera vez fue en Asturias en 1934),
que no nos hablen de generosidad y que no nos culpen si los excesos de la
revolución se extreman hasta el punto de no respetar cosas ni personas”. Esta
frase la pronunció en un mitin en Valencia el 2 de febrero de 1936, cinco meses
antes del estallido de la guerra.
Otro ejemplo de la tensa
situación prebélica en esos días, lo podemos recoger en el diario del Partido
Comunista, "Mundo Obrero" del 23 de enero de 1936, en donde se puede
leer la siguiente frase: ”Siempre hemos intentado formar un partido unido que
no tuviera nada que ver, directa o indirectamente con la burguesía: un partido
que adoptara como norma la insurrección armada para la conquista del poder y el
establecimiento de la dictadura del proletario...”. Resumiendo, casi nadie
recuerda que este era el tipo de discurso lanzado por los socialistas,
anarquistas y comunistas durante la II República.
A quién afirma que las
derechas fueron los únicos conspiradores en contra de un régimen republicano
que surgió tras la victoria electoral indiscutible de los monárquicos en abril
de 1931. Pero nadie recuerda que los primeros en conspirar contra la llamada
“democracia republicana”, fueron los socialistas y los grupos de izquierda
en el famoso levantamiento en Asturias en 1934. Asturias fue el primen intento
de guerra civil, financiado en alguna medida por la extinta Unión Soviética,
con un saldo de 1.325 muertos, 2.951 heridos, 935 edificios destruidos, y
122.561 armas decomisadas.
Hoy se pinta a la II República
como un régimen democrático, de libertades. Pero nadie recuerda las quemas de
conventos en 1931, nadie recuerda la persecución política, la censura a los
medios de comunicación, con multas y cierres de decenas de periódicos por la
aplicación de la llamada “Ley de Defensa de la República”, la cual impedía
la libertad de expresión. Un caso muy famoso fue el del diario ABC, el cual fue
cerrado, y a punto de ser confiscado por el gobierno republicano en 1931.
Casi nadie recuerda los
asesinatos de curas, empresarios, o de gente vinculada a la llamada
“derecha” (falangistas, monárquicos, conservadores, católicos, militares,
etc.)
Casi nadie recuerda que
entre 1931-1936, las huelgas eran el pan de cada día, con enfrentamientos,
disturbios, atentados, en donde los anarquistas y los comunistas pusieron su
grano de arena.
Casi nadie recuerda que en
estos días se cumple el 70 aniversario del asesinato del diputado conservador,
Don José Calvo Sotelo, quien era considerado como uno de los principales líderes
del sector que enfrentaba a la amenaza de sovietización de la sociedad española
en esos días, y que dicho asesinato, para algunos historiadores, fue la
gota que derramó el vaso y dio pie a que un grupo de militares y de la sociedad
civil, se levantará en armas en julio de 1936 para defender sus derechos,
frente a los planes de un levantamiento revolucionario y sangriento en el mes de
agosto de 1936.
El 16 de abril de 1936, ante
los representantes del parlamento, Calvo Sotelo se levanta para responder a unas
afirmaciones hechas ese día en el Congreso por Manuel Azaña, encargado de
formar nuevo gobierno en la república tras el triunfo del Frente Popular
(coalición de partidos de izquierda). Sotelo manifiesta: “El Señor Azaña
recomendaba calma y no quiere la guerra civil. Todo eso, dicho a principios de
marzo, hubiera podido sonar muy bien y ser aplaudido por muchos. Pero hablar de
calma ahora, al cabo de varias semanas en que se puede decir que no existen en
muchos puntos de España garantías de vida...; cuando por todas partes se
sienten las amenazas y se oye gritar ¡Patria, no! ¡Patria, no!; cuando a los
vivas a España se contesta con vivas a Rusia, y cuando se falta al honor del Ejército
y se encarnecen las esencias de la Patria; cuando todo eso está ocurriendo
durante seis, siete y ocho semanas, yo me pregunto: ¿Es posible tener calma?
Envidio a su señoría, señor Azaña, por la muestra formidable de su
temperamento frívolo.”
Para finalizar ese día su
discurso, Calvo Sotelo señala: “Señor Azaña, no se puede jugar con la
Historia. ¿Es que su Señoría no sabe que se están armando grupos de
proletarios para dar el golpe el día que tengan los medios suficientes en su
mano? ¿Es que su Señoría ha procurado evitar la introducción de armamentos
con destino a fines comunistas en España?... nosotros tenemos que levantarnos
aquí a gritar que estamos dispuestos a oponernos con todos los medios, diciendo
que el ejemplo de exterminio, la trágica destrucción que las clases
conservadoras y burguesas de Rusia vivieron, no se repetirá en España, porque
ahora mismo si tal ocurriese, nos moveríamos a impulsos de un espíritu de
defensa que a todos llevará al heroísmo, porque antes que el terror rojo...”
El 13 de julio de 1936, a
las dos de la mañana fueron a buscar a Calvo Sotelo a su casa un Grupo de
Asalto, en donde había pistoleros disfrazados de guardias, destacándose entre
ellos Victoriano Cuenca, así como el militante de juventudes socialistas
Santiago Garcés. El jefe del grupo era el capitán de la Guardia Civil Fernando
Condés Romero. Tras llegar el grupo a la casa de Sotelo, le despiertan, y él
al ver las intenciones de detención algo sospechosas, alega que dada su condición
de parlamentario no podía ser detenido sin la previa aprobación de
suplicatorio por parte del Congreso. Trató de comunicarse con la Dirección
General de Seguridad pero los intrusos habían arrancado el hilo telefónico.
Condés, mostrando su carné que le identificaba como capitán de la Guardia
Civil, hizo que Sotelo cambiará de actitud, y más que no podía resistirse,
pues los intrusos le advirtieron que tenía que seguirlos “por las buenas o
por las malas”. Tras vestirse, se despidió de sus hijos y de su mujer que le
insistía que no se fuera. Salió de su casa prometiéndole a su esposa que él
telefonearía en breve “a menos que estos señores me peguen cuatro tiros”.
Tras ser montado en un camión con letreros de “Dirección General de
Seguridad”, al llegar al cruce de las calles de Velásquez y Ayala en Madrid,
Victoriano Cuenca, que iba sentado detrás de el detenido, le acerco el cañón
de la pistola a la nuca y disparó dos tiros. Condes quien, al ver a Sotelo
muerto, ordena al conductor que se dirija al cementerio del Este, en donde
descargaron el cadáver, indicando a los sepultureros que estaban de guardia,
que era el de un sereno que habían encontrado muerto en la calle. Los empleados
del cementerio dejaron el cadáver en el deposito.
La familia de Calvo Sotelo
tras su detención se puso inmediatamente en movimiento, y desde la casa de unos
vecinos, telefonearon a parientes, amigos y correligionarios, comunicándose con
autoridades. Cuando averiguaron que no había sido cursada ninguna orden de
detención, se sospechó lo peor, siendo localizado su cadáver en el deposito
del cementerio.
Se podría decir que hay un autor intelectual del asesinato de Calvo Sotelo. Una base es ¿el por qué un capitán de la Guardia Civil tomase la iniciativa de secuestrar a un parlamentario para luego asesinarle?. Hay ciertos indicios que apuntan hacia Indalecio Prieto (líder de una rama del PSOE). Las autoridades habían intervenido sin demasiada energía para esclarecer el asesinato, practicándose algunos arrestos, tomándose declaraciones y se abrió un sumario. El 25 de julio, pocos días después de estallar la guerra, se presentó en el Palacio de Justicia una patrulla armada que sustrajo por la fuerza el sumario. Desde entonces los asesinos del Calvo Sotelo -tanto intelectuales como materiales- quedaron en libertad de movimiento.