Por don Fernando
Vizcaíno Casas.
Se trata de otro de los tópicos hoy en circulación: el
franquismo asfixió
a las regiones, marginó sus peculiaridades históricas, acogotó
su posibilidades de desarrollo, maniató todas las
manifestaciones características y tradicionales de su cultura. En
definitiva, las anuló como individualidades con personalidad
propia, peculiar y definida.
Vamos por partes. Efectivamente, en los meses
inmediatamente posteriores a la finalización de la guerra civil, se
desató una hostilidad clara contra el hecha regional. Una vez más
habrá que insistir en las especialísimas circunstancias emocionales de
la época: quedaban todavía muy cerca 32 meses de lucha cruenta y
fratricida, en la cual el bando vencido había puesto en línea de
combate (física e ideológica) a las regiones autónomas. Si bien
merece la pena releer con calma a don Manuel Azaña y sopesar sus ácidos
comentarios acerca de la actuación de los dos líderes más
caracterizados de ellas, José Antonio Aguirre y Lluís Companys. Ambos
quedan maltrechos (incluso destrozados) en las
memorias del entonces presidente de la Segunda República. Y no menos
violentos son sus ataques a la labor de los gobiernos autónomos de
Vizcaya y Cataluña. (Es curioso destacar que, durante la República, la
exigencia autonómica sólo se manifestó seriamente en el País Vasco y
en Cataluña. Compárese con los actuales entes en preparación).
En su libro Cataluña bajo el régimen
franquista,(Josep Benet, Cataluña bajo el régimen franquista,
Editorial Blume, Barcelona, 1979, p. 243) el comunista Josep Benet reproduce unas declaraciones del entonces ministro del
Interior, Ramón Serrano Suñer, pretendiendo extraer de ellas una inequívoca
prueba de la persecución sañuda de los valores regionales por el
franquismo; lo que llama el genocidio cultural. Sólo la constante demagogia que aparece en todas y cada una de las páginas de esta
obra y un odio feroz y no disimulado al régimen de Franco, pueden
llevar a semejante conclusión. Ya que la respuesta de Serrano Suñer
a la pregunta sobre su postura frente a la lengua catalana fue ésta: Respetaremos
el lenguaje catalán. ¿Por qué no? Si el catalán es un factor y un
vehículo de separatismo, lo, combatiremos. [...] Si el catalán
es un elemento de la grandeza de la Patria, ¿por qué no respetarlo,
como respetó Francia los versos de Mistral, y España los de La Atlántida?
Sentada semejante declaración de principios el
24 de febrero de 1939 (es decir, todavía en plena guerra civil), no
parece justo interpretarla hoy negativamente. Antes al contrario, se
recoge en ella lo que sería la norma inspiradora de toda la política
del franquismo respecto de las regiones en sus primeros años: de 1939 a
1945. Cuando la tolerancia, el respeto e incluso el fomento de las
peculiaridades de cada hecho regional andaban siempre frenados
por el fantasma (tan cierto) de los separatismos. Pienso que la actual
postura, en tal sentido, del señor Benet abona la razón de semejantes
cautelas de entonces.
Para
situar debidamente los idearios originales de ciertos
«catalanistas». considero muy interesante recoger estas
opiniones de Manuel Tarín Iglesias, en un artículo publicado el
14-VI-80: «La manipulación vigente ha corrido un silencio sepulcral
sobre el aserto de que las primeras manifestaciones nazis en España
sur- gen de la mano de Estat Català. Era la época en la que los
totalitarismos estaban de moda en Europa, pero existía una cierta
pugna, escasamente analizada, entre el totalitarismo mediterráneo,
fascismo de Mussolini, y el germánico, nazi de Hitler. Pues bien, el
nazismo entra por los Pirineos del brazo del separatismo catalán y así
se propugna la creación del partido único, y así, en la última
decena del mes de octubre de 1933, se celebra el desfile del
nazismo catalán -escamots- con pardas camisas hitlerianas, por
el parque de Montjuich, todo ello bajo los auspicios del Estat Catala
que don Francisco Macia había proclamado dos años antes.»
Merece la
pena repasar, aunque sea brevemente, la trayectoria seguida por las
culturas regionales más caracterizadas durante los mal llamados cuarenta años.