SANGRE Y LÁGRIMAS

Por IGNACIO SÁNCHEZ CÁMARA. Catedrático de Filosofía del Derecho. Universidad de La Coruña

    La victoria de la civilización sobre el terrorismo sólo es posible pagando un alto precio en sangre y lágrimas. Ahora le ha tocado el turno a España, nación que no ignora lo difícil de la lucha ni la dureza del coste del triunfo. Nada importante se consigue sin esfuerzo. Y la libertad es importante, algo por lo que, como afirmó el sabio y cuerdo hidalgo cervantino, los hombres deben arriesgar sus vidas. Y así lo hicieron los ocho funcionarios del Centro Nacional de Inteligencia español que sufrieron el ataque terrorista y traidor -son términos equivalentes y sinónimos- al sur de Bagdad. Sólo uno salvó la vida; todos la arriesgaron. Han sido víctimas del terrorismo, es decir, testigos de la libertad y la civilización. No era un sacrificio anunciado e inevitable, pero sí probable y presentido. Todos los españoles y todos los defensores de la civilización deben saber que han muerto por la libertad y el bienestar de todos. Sobra decir que no es un sacrificio inútil.

    Es un episodio de la guerra de Irak, pero es algo, mucho, más. La guerra de Irak es sólo una batalla en la guerra declarada a Occidente por el terrorismo fundamentalista islámico. Es la cuarta guerra mundial. La tercera enfrentó a la democracia liberal con el totalitarismo comunista. Sólo los ignorantes, los cómplices o los resentidos siguen hablando de una guerra imperialista de intereses petroleros. La naturaleza del conflicto es muy otra. Basta con atender a las declaraciones de quienes lo desencadenaron. Nadie mejor que el agresor para explicitar la naturaleza de sus intenciones. Y es que tendemos a pensar que el terror, como la muerte que anuncia y provoca, es siempre cosa ajena. Sólo cuando tritura las propias carnes desvanece todas las dudas. El terror no es sólo el medio que utilizan los canallas para lograr sus fines. Es también su verdadero, su único fin. Es el camino y la meta. Los medios no justifican el fin; simplemente lo proclaman. Son la misma cosa.

    Las ocho víctimas españolas del terrorismo, sólo una escapó a la muerte, no eran miembros de unas fuerzas militares de ocupación ilegítima, puros invasores, sino representantes y ejecutores de la legalidad internacional. Pertenecen a la misma estirpe de las víctimas anteriores: soldados de Estados Unidos, Gran Bretaña, Italia, Polonia y otras naciones, José Antonio Bernal, funcionarios de Naciones Unidas, miembros de Cruz Roja, voluntarios, cooperantes, diplomáticos, ciudadanos iraquíes y de tantos otros lugares. Y conviene, lo exigen la verdad y la justicia, no sucumbir a las trampas del lenguaje. No han sido víctimas de la resistencia iraquí sino del terrorismo de los partidarios de Sadam Husein y del fundamentalismo islámico. Los terroristas no son resistentes sino puros criminales. Nada más urgente que proclamar la legalidad, la importancia y la legitimidad de quienes se oponen a él. Nada más imprescindible que oponerse a todos los intentos falaces de desvirtuar la realidad y devaluar el alto valor de su misión. El sacrificio no es nunca inútil. La claudicación y la imposible neutralidad son algo peor que inútil. Para lo último que debería servir la tragedia sería para argumentar en favor de la ilegitimidad e inutilidad de la presencia internacional en Irak. Los crímenes no alteran el diagnóstico y la valoración de la guerra; los corroboran. Han podido existir, han existido, errores en la política de información a las opiniones públicas occidentales. Han podido existir, han existido, errores en la gestión de la situación que siguió a la ocupación del territorio iraquí. Pero los errores no son argumentos en favor del desestimiento y la retirada, sino razones e incentivos para evitarlos y corregirlos. La solución para lo que se hace mal no consiste en dejar de hacerlo, sino en hacerlo bien.

    La actitud de la oposición española ante la tragedia ha sido dual, buena y mala. Buena por la parte del Partido Socialista. En esta ocasión, Zapatero ha estado a la altura de las circunstancias. No cabe decir lo mismo de la que han exhibido Izquierda Unida y el PNV, pidiendo la dimisión del ministro de Defensa y el regreso de las tropas españolas. Los riesgos que corrían eran conocidos por todos. A nadie le otorga la tragedia una razón que no tuviera de antemano. Es triste, mas no extraño, que la izquierda radical, que siempre buscó una posición intermedia entre la libertad y el terror, cuando no abrazó directamente a este último, la misma izquierda que llegó a condescender y a pactar con Hitler y a bendecir a Stalin, reitere sus errores tradicionales. Para ella, el mal absoluto reside siempre en Estados Unidos y Occidente. Lo demás pueden ser, si acaso, errores o excesos. Pero sólo faltando a la verdad es posible sostener que la presencia de las tropas españolas en Irak no cuenta con el aval de la legalidad internacional. El Gobierno no ha hecho sino lo que debía hacer: anunciar que la colaboración española en favor de la libertad y la civilización y en contra de la tiranía y la barbarie continuará hasta permitir la transición de Irak hacia un régimen de libertades, respetuoso con la legalidad internacional. Se trata de la misma historia de siempre. Quienes terminarán por beneficiarse de las consecuencias de la acción que deploran, pregonan el valor del aislamiento mundial y de la neutralidad entre la razón y la sinrazón. Además no tienen que pagar un alto precio, ni siquiera bajo, por defender sus posiciones. Como afirmaba ayer Michael Ignatieff, en una entrevista publicada en estas páginas, el coste de decir «no» a Estados Unidos no está creciendo sino que se está abaratando. Ante un terrorismo dispuesto al asesinato masivo, como se comprobó al menos desde el 11 de septiembre, no es posible sentarse tranquilamente a esperar el próximo zarpazo. Dicen las encuestas que los españoles somos los menos favorables a la intervención aliada en Irak. Las opiniones públicas de los países con un mayor nivel de bienestar son poco receptivas a las demandas de sangre y lágrimas. Siempre ha sido así. También lo fue en el caso del nazismo. Pero, tarde o temprano, la perspectiva histórica pone las cosas en su sitio y las opiniones públicas modifican sus dictámenes y terminan por ensalzar a quienes un día supieron oponerse a ellas y convencer.

    Los servicios de información e inteligencia prestan en Irak un servicio imprescindible en la lucha por la libertad y la dignidad. Ésta es la misión que tenían encomendada los españoles que fueron atacados a traición al sur de Bagdad. Trabajaban, por lo tanto, para el bienestar y la seguridad de todos. Y para ello tenían que arriesgar los suyos propios. No dudaron en hacerlo y por eso merecen la admiración de todos los ciudadanos. La consigna y la terapia son las mismas que hubo que aplicar contra Hitler y contra los herederos de Stalin. Ahora, contra los promotores del terrorismo islamista: sangre y lágrimas. Es el precio de la libertad. Si no se está dispuesto a pagarlo, no se merece la libertad, aquello por lo que los hombres deben arriesgar sus vidas.

ABC. 1 de diciembre de 2.003

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