FRANCO, PARA LA HISTORIA Por el Doctor Vicente Pozuelo Escudero, médico del Generalísimo. Comienza en la madrugada la diálisis peritoneal con antibióticos y ya necesita mucha Dopamina para mantener la tensión. De pronto empiezan a aparecer estrasístoles, se alarga el espacio P.R. del electrocardiograma y la onda R y advertimos un bloqueo de arborización. Desaparece el complejo ventricular, permanece la onda P y después el encefalograma es plano. Aparece la cianosis y cesan la respiración y el latido. Se realiza masaje cardiaco por el equipo asistente: Vital Aza, Artero, María Fernanda Población. No se recupera. Todo ha terminado. Se Procede a la desintubación de los catéres, se lavan las partes en las que había sangre de las punciones y las zonas de los esparadrapos y se prepara el cadáver paralamascarilla y el embalsamamiento. En ese momento estamos reunidos Vital Aza, María Paz Sán- chez, Alonso Castrillo, Artero, Martínez Bordiú, Roldán, Francisco Fernández. El personal no médico lo integran el teniente coronel Antonio Galbis, el comandante Manolo Llaneras, Mariano Vázquez Álvarez, Marín Reino, Martín, Ruperto Zamorano, Juan Muñoz Gil, Maximino González y Heliodoro Herrero Ibáñez. Las enfermeras de turno eran María Fernanda Población, Concepción Villar Martín y María Teresa Manjarro Manfarrés. Se establece la seguridad de la muerte a las 5.25, después de objetivar la ausencia de respiración, de pulso, de latido y de haber visto el aplanamiento total de las ondas del electrocardiograma y del encefalograma. A las cinco y media llegó el presidente del Gobierno, don Carlos Arias Navarro. La emoción de los que estábamos dentro, después de la enorme lucha de tantos días, nos tiene a todos aplanados. No hablamos. Tenemos un nudo en la garganta y cada uno gasta su emoción in- tentando colaborar en algo. Una vez limpio se dispuso el cadáver, cerrándole los ojos, arreglándole la cara y la boca como se hace habitualmente, pero con muchísimo cariño, por parte de las enfermeras de servicio, Juanito, Zamorano y yo. Poco antes de las seis se produjo el relevo de la guardia del Regimiento de la escolta del Generalísimo. Posteriormente serían re- forzadas considerablemente las fuerzas de la Policía Armada. A las seis y media llegó a La Paz cl ex ministro Monreal Luque y minutos después el señor Fernández Victorio, presidente del Tribunal de Cuentas del Reino. Permanecían en la planta el presiden- te del Gobierno, don Carlos Arias Navarro, el presidente de las Cortes, don Alejandro Rodríguez de Valcárcel, y el ministro de Trabajo, don Fernando Suárez. El certificado de defunción, cuyo original entregué al ministro de Justicia, notario mayor del Reino, para ser incluido en el acta, lo firmé alrededor de las seis de la madrugada. El certificado es histórico. En principio, se quiso plantear la posibilidad de no declarar el diagnóstico de una peritonitis como causa primaria de la muerte, pero se impuso el criterio de que en realidad la parada cardiaca no se hubiera producido sin el shock endotóxico por peritonitis. Había superado el infarto de miocardio, y la prueba de que su corazón reaccionó extraordinariamente, es que pudo soportar tres intervenciones quirúrgicas sin morirse, a los 82 años. Estaba todo el equipo médico habitual avisado para elaborar el parte final, que se redactó en La Paz, donde se escribieron los anteriores, y que dice textualmente así:
A las seis y doce minutos de la mañana, el ministro de Información y Turismo, don León Herrera Esteban, leyó a través de Radio Nacional, en conexión con todas las emisoras, el siguiente comunicado:
Se había previsto una operación cívico-militar planificada con el orden de los avisos por las Casas Civil y Militar y por la Presidencia del Gobierno para el mismo momento de la muerte. Esta operación se pone en marcha. Consiste en información directa a los jefes de las Casas Militar y Civil, al presidente del Gobierno y a la familia. Ellos tenían que decir todo lo demás. Había ido personalmente a avisar a la familia Cristóbal Martínez Bordiú, aunque el ayudante que estaba de servicio en La Paz había comunicado por teléfono la noticia al que estaba de servicio en El Pardo. Tenía yo unas órdenes estrictas de Su Excelencia el Jefe del Estado y de don Juan Carlos: informar al Príncipe inmediatamente después de producirse la muerte. Esto se hizo así. Entonces, indiqué que había que realizar, antes de que se estableciera el rigor mortis, el vaciado de la mascarilla y de las manos. Era esencial que España conservara algunos elementos positivados de la persona que durante cuarenta años había gobernado España. Entre ellos, aparte de las fotografías y de los retratos, la mascarilla y las manos. No estaba prevista esta operación, pero se barajaron una serie de nombres y se propuso finalmente el de Santiago de Santiago. Inmediatamente se le buscó por Madrid, enviándose a una persona para que le acompañara a La Paz, a fin de que se pudiera realizar el vaciado antes del embalsamamiento. El escultor llegó con su material y se puso a trabajar sobre la camilla de intervención en que se había colocado el cadáver. Santiago de Santiago dispuso una masa que depositó sobre la cara y las manos, aguardó a que solidificara, separándola después cuidadosamente. Nos maravilló el hecho de ver que lo había realizado en un momento, con técnica perfecta. Entonces entró el equipo de embalsamamiento que iba a dirigir el profesor Bonifacio Piga, catedrático de Medicina Legal de la Facultad de Medicina de la Universidad de Madrid, integrado por su hijo, Antonio Piga, el forense doctor Martínez Piñeiro y el doctor Haro Espín, que rápidamente se dedicaron a preparar el cadáver con inyecciones conservadoras. El embalsamamiento duró hasta las diez de la mañana. Si tenemos en cuenta que estaba anunciado el funeral de córpore insepulto en El Pardo, se comprenderá que tuviésemos prisa en terminar la operación. No habían contado las Casas Civil y Militar con la laboriosidad de estos preparativos que era preciso efectuar con el cadáver, desde la mascarilla al embalsamamiento. Se mandó por el uniforme de capitán general de gala para cumplir lo que era un deseo del Generalísimo, el cual había escrito en su libro Raza que la gala militar es para casarse, para la festividad del Corpus Christi, y para entrar en batalla antes de morir. No se le pudo vestir a él de gala para morir, pero se le vistió de gala después de muerto. Estuvimos acompañando y ayudando a vestir de capitán general el cadáver. Es inolvidable el momento de prender la laureada sobre la guerrera, lo cual se hizo con el llanto silencioso de Juanito y el respeto tenso y emotivo de Zamorano, mío y de los que estábamos dentro de la habitación. Seguíamos luchando con el tiempo y con nuestra emoción; pero en aquel momento recordé que se encontraba allí el protocolo médico relacionado con la asistencia a Su Excelencia. Di orden de que se metiera todo en un cajón para ser trasladado al Pardo por si algún día se pensaba en llevarlo al Archivo Histórico Nacional. En ese cajón se incluyeron las gráficas, los informes, los resultados analíticos que se hablan realizado, todo lo cual fue entregado a la Casa Civil. Tres vehículos, uno militar y dos de los servicios fúnebres, hicieron su entrada en el recinto de La Paz hacia las siete de la mañana. El primero era un furgón del Ejército de Tierra, matrícula ET-OO 067; el segundo, una furgoneta azul, matrícula M-BO2246, y el otro, una carroza negra acristalada de la Empresa de Servicios Funerarios. A las diez en punto de la mañana el presidente del Gobierno, don Carlos Arias Navarro, se dirigió a los españoles a través de la radio y la televisión. Estaba muy emocionado. Nosotros nos dispusimos a escucharle en una situación de tensión y angustia, con los nervios destrozados. Dijo:
La lectura del testamento de Franco nos impresionó profunda- mente. Sobre todo al oír la frase final. Habíamos asistido a la agonía larguísima de un hombre que no se quejó ni una sola vez, pero que tuvo la entereza de enfrentarse con la muerte con ánimo ejemplar, escribiendo su testamento dirigido a los españoles, que ninguno de nosotros conocíamos. Entonces nos preguntamos cuándo y cómo lo había escrito. Llegamos a la conclusión de que pudo ser el sábado 18 de octubre por la mañana, cuando se encerró en su despacho. La multitud estaba ya en la calle. Esperaba. El murmullo se percibía desde la planta de arriba. A nosotros, que llevábamos treinta y nueve días prácticamente encerrados, la salida a la luz y aquella masa de gente silenciosa, tensa, nos impresionaron extraordinariamente, al darnos cuenta de la emoción compartida de tantas y tantas personas. Desde La Paz fuimos al Pardo para asistir a la misa de córpore insepulto. Después se dispuso el traslado al palacio de Oriente. Le acompañé en todo momento, en cada etapa, con los nervios destrozados y en esa situación de resignación y al mismo tiempo de rebeldía que tenemos los médicos cuando un enfermo se nos muere. En El Pardo estaban Mariano Mañero y los demás ayudantes: Fernando Lens, Rodríguez Colubi, Morales Vara del Rey y Suanzes. No encontraba un minuto para descansar, ni para ponerme en mí. En los oídos me machacaban de continuo su últimas palabras: «No me deje.» Le acompañé en el palacio de Oriente. Luego acudí con la multitud al Valle de los Caídos. Y cuando todo el mundo se marchó, me quedé todavía unos minutos ante la tumba. En la soledad y en el silencio impresionantes de la basílica, sus palabras sonaban aún dentro de mi cerebro: «No me deje; no me deje.» Yo estaba allí para decirme a mí mismo que creía haber hecho lo que debía. Por eso escribo este libro. Seguramente mi último acto. Yo no he querido dejarlo hasta hoy. Hoy ya sí. Lo dejo para la Historia. |