El capitán y el comandante más joven.

 

          Ha comenzado así una vida deslumbrante por las circunstancias que le rodean y por los hechos que la ilustran.

         A partir del momento en que se encontró en tierra africana, el vivo anhelo de Franco se orientó hacia la posibilidad de ser destinado a las Fuerzas Regulares Indígenas que había fundado el coronel don Dámaso Berenguer. Se trataba de unas formaciones especiales integradas por voluntarios marroquíes y mandadas por jefes y oficiales españoles. También éstos casi siempre voluntarios. Cuando Franco buscaba su incorporación a los Regulares, el número de los solicitantes sobrepasaba ampliamente las necesidades de la campaña.

         En abril de 1913, aproximadamente un año después de su llegaba a Melilla, el oficial ferrolano, Franquito, consigue un destino en el cuadro de oficiales de las Tropas Indígenas y muy poco después, los Tabores que venían combatiendo en la zona melillense son reclamados por el Alto Comisario, general Alfau, para operar en la de Tetuán, donde la agitación de algunas cabilas, atizada por los agentes de Mohamed el Rajsuni, planteaba problemas militares urgentes y graves. Entonces se abrió un período decisivo para Franco. El mando español había señalado y estudiado la conveniencia, la necesidad -cabria decir- de ir despejando de enemigos el territorio inmediato a Tetuán, capital del Protectorado. Decidió, para ello, desarrollar unas operaciones sobre los caminos que unían Tetuán con el Fondak de Ain Yedida, cruce cabileño de comunicaciones desde el cual se dominaba el principal sistema de enlaces territoriales con Tánger. Lograr que los mencionados caminos entre Tánger y Tetuán fueran permanentemente seguros era, en aquel instante, el objetivo militar más calificado de la campaña.

      El primer obstáculo serio se alzaba en la colina de Laucién, posesión en que se recordaba una acción, heroica del oficial don Miguel Primo de Rivera.

      Desde el 22 de junio de 1913 hasta bien entrado el otoño, el teniente Franco Babamonde no tuvo, apenas, un día de descanso. Luchó incesantemente porque los cabileños en armas contra el Protectorado, situados en excelentes guaridas o en montes de difícil acceso y de fácil defensa, habían llegado al convencimiento de que podrían sitiar, y quién sabe si tomar al asalto, la blanca y bellísima ciudad de Tetuán. Los encuentros a que dio lugar el plan del Estado Mayor español eran, muchas veces, sangrientos. Las bajas, considerables. Los resultados, lentos.

       Hay un cuadro ,del pintor Bertuchi, que el general Berenguer conservaba en su casa de Madrid, en que el pincel del artista trata de recoger o reflejar escenas de los combates librados sobre la posición de Izarduy y sobre el cerro de Laucién. El general solía explicar, cuando mostraba el lienzo a sus amigos:

 - ¿Ven ustedes esa tropa ,que está coronando la loma y va a decidir el choque? 

     El teniente que ola manda se llama Francisco Franco.

     De las jornadas de Laucién y del rescate del montículo de Izarduy es el conocido episodio en que Berenguer, viendo cómo avanzaba una determinada fuerza de Infantería, preguntó, dirigiéndose a sus ayudantes:

   - ¡Qué bien opera esa Sección! ¿Quién la manda?

  A lo que le contestaron:

    - "El teniente Franquito.

     A este período de la guerra de Marruecos pertenece otro recuerdo singular: el de la bala en el vaso. Se hallaba Franquito en la extrema vanguardia, preparando el asalto final. Sintió deseos de tomar un poco de café. Cuando se disponía al primer sorbo, una bala le arrancó de la mano el vaso. El teniente gritó, dirigiéndose al enemigo, que se hallaba muy próximo:

   - ¡A ver si apuntáis mejor!

     Por aquellos días comenzó a circular entre los ,marroquíes la voz de que un joven oficial llamado Franquito tenía baraka, es decir, protección especial del cielo contra las balas. No pasarían muchos meses sin que esa interpretación resultara exagerada.

      En la tarde del 27 de septiembre de 1913 dio el teniente ferrolano una colección de coraje, mostró sus condiciones para el mando yo reveló la serenidad de su ánimo. En las laderas de ola posición de Izarduy habían quedado algunos muertos y algunos heridos de las unidades españolas. Era necesario evitar que la jarka enemiga, envalentonada y fanática, se apoderara de ellos. Franco fue el encargado de la operación de rescate, Dispuso sus modestísimos efectivos de tal suerte, organizó el fuego con tallita eficacia infundió a sus soldados una moral tan enérgica que, después de un choque muy duro que duró varias horas, todos los oficiales y todos los soldados de las tropas Regulares caídos bajo el fuego enemigo eran acogidos en la retaguardia. En el campamento de la columna y en las tertulias de los cafés de Tetuán se relataba el suceso poniendo de relieve la conducta ejemplar de un oficial.

      Así transcurrió el año 1913. No fueron inferiores, en punto a riesgos y asperezas, los doce meses de 1914. Los combates en olas orillas del río Mal1tín, en Dersa, en los senderos montañeses que llevan al Fondak, en los riscos y valles de la cabila de Anyera, en los vericuetos de Wad Ras, mantuvieron a Franco y a sus soldados en constante actividad de combate. De nuevo se distinguió en la cabila de Beni Salem, en los asaltos a las «cudias» de Kassan, otra vez en Izarduy. Lucha desde el amanecer hasta la noche: salidas urgentes de la ciudad para responder a las sublevaciones del monte, retorno a Tetuán o a Ceuta para procurar unas horas de reposo; y al día siguiente, vuelta al fuego, a la emboscada, a la carga, al sol abrasador o a los temporales de lluvia.

     Enero de 1915 trajo consigo una operación brillante: la toma de 108 peñascales de Beni Hosmar, cuya ocupación era indispensable para completar el sistema defensivo, de la región de Tetuán. Franco estuvo ese día, como iba siendo habitual, en las líneas avanzadas. Unas semanas después se publicó su ascenso a capitán. Era por supuesto, el más joven de los capitanes. Tenía veintidós años. Su nueva jerarquía le planteó un problema inmediato. No había una sola vacante de capitán en su Grupo Indígena. Tendría que ir destinado a uno de los Batallones. El se resistía. No quería abandonar las fuerzas de choque. Solicitó, gestionó, rogó que se le permitiese continuar en una Unidad de Regulares. Tras mucha insistencia consigue ser destinado en comisión, por si fuera necesario cubrir alguna baja. La ocasión del destino definitivo no tardaría en presentarse. Y así, el 7 de marzo, tomó el mando de la Tercera Compañía del Segundo Tabor. Maniobró en vanguardia por la zona del Fondak y recibió parabienes oficiales. Le comunicaron que le había sido otorgada la tercera Cruz del Mérito Militar con distintivo rojo. Al mismo tiempo, se le asignó la función de Cajero de campaña. Por consiguiente, tendría que afrontar, junto a las responsabilidades de la lucha inmediata y directa, la de la administración de los fondos destinados a las tropas y a las pagas de los oficiales.

      Cinco días después de haberse incorporado al Tabor hubo de salir otra vez al campo de operaciones. En aquel momento se trataba de ocupar la loma de Malalien, posición de singular interés para cubrir un ¡buen sector de las comunicaciones entre Ceuta y Tetuán. Se iba a taponar desde Malalien uno de los boquetes de Anyera por donde los cabileños insumisos venían reiterando ataques y golpes de mano. El resultado fue concluyente. La Orden del Día citó con gran elogio el nombre de Franco.

      Y así, con escasas oportunidades de descanso, alerta a todas horas, elegido para una serie de pequeñas pero peligrosas actividades de vigilancia, descubierta y penetración en territorio agitado por la rebeldía, transcurrió para Franco el año 1935, inolvidable en las crónicas de Marruecos por la amplitud e intensidad con que se desarrollaba en Tánger, la campaña del espionaje alemán y aliado, pues los dos bloques combatientes en la primera guerra mundial –1914 a 1918- buscaron con ahínco el predominio sobre unos territorios de interesante significación estratégica, por su situación respecto del estrecho de Gibraltar.


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