Contradicción: Católico ferviente se mantuvo fiel a las Autoridades Frente Populistas

El General Vicente Rojo Lluch y la defensa de Madrid

Por Eduardo Palomar Baró. 

 

Vicente Rojo Lluch nació el 8 de octubre de 1894 en Fuente la Higuera, municipio situado a la cabecera del valle de Montesa en el sector oeste de la Serra Grossa y al extremo suroeste de la provincia de Valencia.

Hijo de militar. Huérfano de padre y madre, cursa sus estudios en el Colegio de Huérfanos del Ejército, en Toledo. Ingresa en la Academia de Infantería el 30 de agosto de 1911 y obtiene el grado de 2º teniente el 25 de julio de 1914. Alumno modelo, obtuvo el número 4 de su promoción.

Su primer destino fue Ceuta en el Batallón de Cazadores de Arapiles núm. 9 al que perteneció hasta su ascenso a primer teniente que se produjo el 25 de julio de 1916 en que pasó al grupo de Fuerzas Regulares Indígenas Ceuta núm. 3 que mandaba el teniente coronel José Sanjurjo Sacanell que, por aquellas fechas, ascendió a coronel.

Rojo fue ascendido a capitán el 2 de diciembre de 1919, cuando se encontraba destinado en el regimiento Vergara núm.57 y desde el que pasó al de Cazadores de Alfonso XII, 5º de Montaña, aquél de guarnición en Barcelona y éste en Seo de Urgel. En 1923 se le destina a la Academia de Infantería como profesor de táctica y en estas tareas docentes continúa hasta 1932 en que pasa a la Escuela Superior de Guerra para efectuar el curso de Estado Mayor y en la que permanece hasta que en 1936, ya terminados sus estudios y prácticas de Estado Mayor, ingresa en los cuadros de este servicio, siendo destinado a la Plana Mayor de la 16 Brigada de Infantería de donde pasa agregado al Estado Mayor Central. Ascendió a comandante el 25 de febrero de 1936, pocos días después de las elecciones que dieron lugar el triunfo al Frente Popular.

Hasta entonces la carrera de Rojo había sido destacada, pero poco brillante; cuando ascendió a comandante ya eran coroneles los de su promoción Pablo Martín Alonso, Juan Bautista Sánchez González, Pablo Martínez Zaldívar y Joaquín Ortiz de Zárate. Carlos Asensio y Antonio Alcubilla eran tenientes coroneles.

Sus cinco años en África no le habían dado oportunidad de sobresalir, sin embargo sus nueve años de academia sí le dieron ocasión de destacar como un profesional conocedor de su oficio, con vocación para el estudio y la enseñanza.

Al estallar la Guerra Civil, y con sorpresa para muchos, este hombre, católico practicante, se mantuvo fiel a las autoridades del Frente Popular en el poder y puso su talento militar al servicio del Gobierno.

Actuó en los momentos iniciales del conflicto primero en el frente de Somosierra luego fue destinado, el 15 de agosto de 1936 al Estado Mayor del Ministerio de la Guerra, destino en el que se le confirma el 11 de septiembre.

El 20 de octubre, al tomar Francisco Largo Caballero el mando de los Ejércitos, se reorganiza el EM, y Vicente Rojo pasa a ocupar la 2ª Jefatura del mismo. El día 25 de ese mes se publica en el Diario Oficial su ascenso a teniente coronel por lealtad.

Por esos días Rojo había mandado en el sector de Illescas una de las columnas de la agrupación que tenía por jefe al coronel Ramiro Otal.

Cuando las tropas nacionales llegaron a los arrabales de Madrid, el Gobierno decidió abandonar la capital y dejar en ella al general Miaja, nombrado jefe de las Fuerzas de Defensa de Madrid, le designó su jefe de Estado Mayor. Fue la gran oportunidad de Vicente Rojo que logró un éxito espectacular.

Durante el invierno de 1936-1937 junto a Miaja rechazó cuantos intentos hizo el mando nacional por ocupar o envolver Madrid, en las batallas de la carretera de La Coruña, el Jarama y Guadalajara

Rojo fue nombrado jefe del EMC. Su nombramiento se publicó el 13 de marzo de 1937, en los momentos más graves de la batalla de Guadalajara y por esta causa quedó sin efecto al día siguiente. La situación y la exigencia de Miaja pospusieron la elevación de Rojo al más alto nivel del Ejército Popular. El día 20 ascendía a coronel manteniéndosele en su puesto de jefe de EM del Ejército del Centro.

Al caer en mayo de 1937 el gobierno de Largo Caballero, se constituye el Gobierno de Negrín. Al designarse a Indalecio Prieto como ministro de Defensa Nacional el 18 de mayo de 1937, nombró  a Vicente Rojo jefe de Estado Mayor Central de las Fuerzas Armadas y del Estado Mayor del Ejército de Tierra. Lanzó una serie de ofensivas, Huesca, Segovia, Brunete, Belchite, Zaragoza, y Teruel, que fracasaron sucesivamente en sus designios estratégicos, pese a algunos éxitos iniciales pasajeros que alcanzaron su mayor esplendor cuando las tropas rojas consiguieron ocupar Teruel, única ocasión, aunque fugaz, en que lograron poner su pie en una capital de provincia ocupada por sus adversarios.

Para entonces Rojo era ya general del Ejército y alcanzaba así la máxima jerarquía  militar existente en el Ejército Popular. El decreto de fecha 21 de octubre de 1937 se publicó en La Gaceta:

«Los méritos contraídos durante la actual campaña por el coronel don Vicente Rojo Lluch le hace acreedor de una alta recompensa. Antes como jefe del EM del Ejército del Centro y ahora como jefe del EMC, ha acreditado suficiente amor al trabajo y entusiasmo verdaderamente singulares. A sus planes estudiados concienzudamente y a su asesoramiento del mando mientras aquéllos se desarrollaban, cabe atribuir buena parte de los éxitos obtenidos por nuestras armas en la defensa de Madrid durante el pasado invierno y en las operaciones que el verano último tuvieron por teatros las cercanías de aquella capital y las proximidades de Zaragoza. Pero donde más vienen sobresaliendo las dotes del coronel Rojo es en la organización del Ejército del pueblo, ardua empresa, frecuentemente encomiada por los técnicos militares extranjeros que enfocan su atención hacia nuestra lucha guerrera»

La conquista de Teruel le proporcionaría la más alta condecoración del Ejército Popular, la Placa Laureada de Madrid. La concesión se efectuó por un decreto de 1938 que en su artículo 1º decía:

«Se concede la Placa Laureada de Madrid al general don Vicente Rojo Lluch que, como jefe del Ejército, dirigió las operaciones por él ideadas para la conquista de Teruel, y en las que, acreditando sabiduría, pericia y valor, logró resultados francamente beneficiosos para el triunfo de la República haciendo variar la faz de la guerra».

Después vendrían los tiempos de la campaña de Aragón en las que Rojo logró rehacer su maltrecho ejército. Aún puso en dificultades a los nacionales en Levante y el Ebro aunque su prestigio quedó muy deteriorado ya durante la campaña de Cataluña.

Terminó la guerra como teniente general, según decreto de 12 de febrero de 1939.

Tras la caída de Barcelona (26 de enero de 1939) y la de Cataluña en febrero, Rojo se exilió un corto tiempo a Francia y posteriormente partió hacia Buenos Aires Posteriormente se asentó en Bolivia en donde de 1943 a 1945 dio clases en la Escuela de Estado Mayor.

Regresó a España en 1957 y fue condenado a treinta años de reclusión por un consejo de guerra, sentencia que no fue ejecutada, sustituida por la de libertad vigilada.

Rojo escribió tres libros fundamentales: ¡Alerta los pueblos! (1939), España Heroica (1961) y Así fue la defensa de Madrid (1967)

Vicente Rojo padecía de enfisema pulmonar. Su adición al tabaco le impidió de fumar. Murió en casa de su suegro en Ríos Rosas, 48 de Madrid, el 15 de junio de 1966. Sus restos fueron trasladados al Cementerio de San Justo.

 

Fragmentos de su libro “Así fue la defensa de Madrid”

«La batalla de Madrid, como acontecimiento militar, tuvo un jefe, un conductor que, como tal, gobernó el suceso afrontando con entereza una responsabilidad inmensa, y una masa que, como ejecutante, lo llevó a cabo con abnegación; el conductor fue el general Don José Miaja Menant; la masa, el pueblo español. A ellos corresponde la gloria que del suceso narrado pueda desprenderse».

Vicente Rojo, jefe de Estado Mayor de la Defensa de Madrid

 

Pocas veces el objetivo de una acción bélica se ha mostrado con tan sobresaliente poder como en el caso de la batalla de Madrid, por cuanto era, al propio tiempo, un objetivo de valor estratégico y táctico, político y social, económico y geográfico (...) La importancia atribuida al objetivo por ambos contendientes quedó revelada en el hecho de que los dos sistemas de fuerzas que se batían absorbieron la mayor parte de las reservas en hombres y materiales que pudieron crear o adquirir durante cuatro largos meses sus respectivos Comandos Superiores.

(...) Como todas las batallas, la de Madrid tenía un antecedente de maniobra, ya conocido hasta la noche del día 6. Correspondía al tiempo que había mediado entre el 6 de octubre de 1936 y el 6 de noviembre de 1936, durante el cual el adversario, partiendo de la base Maqueda-Torrijos-Toledo, maniobró para consolidar su enlace con el frente de combate ya existente en la serranía, al oeste de Madrid, y ganaba una buena base de partida para dar el asalto o ataque a su objetivo, dejando previamente cubierto su flanco derecho, apoyado en la línea Jarama-Tajo.

(...) Fracasado el contrataque de Illescas a primeros de octubre, con el cual quiso el mando del Ejército del Centro contener el ataque a Madrid batiendo a la principal columna adversaria. (...) Las fuerzas, replegadas con algún desorden, se reorganizaron en la línea de los Torrejones, a vanguardia de la carretera de Valdemoro a Griñón.

(...) La confusión fue extraordinaria mientras nuestras tropas se hallaron en campo abierto, y sus esfuerzos resultaban baldíos porque las pequeñas unidades que los realizaban se veían fácilmente desbordadas y en peligro de ser envueltas, en razón de la mayor aptitud maniobrera de las tropas enemigas y por ser mejor el encuadramiento y la conducción de las mismas. Nosotros prácticamente carecíamos de cuadros subalternos de mando.

En síntesis: las unidades de milicias podían resistir esporádicamente en algunos lugares donde se imponía la energía de algunos jefes, pero esto no impedía que el conjunto fuera incesantemente arrollado y que el despliegue careciese de un mínimo orden, aunque en la lucha se multiplicasen los actos de valor.

(...) Como ya se ha dicho, en esos mismos días el gobierno decidió su desplazamiento a Valencia. Se había discutido en el campo político con opiniones contradictorias −y muy agrias− si procedía efectuarlo. Prevaleció la respuesta afirmativa, y los rápidos progresos de la maniobra atacante en los primeros días de noviembre obligaron a que se llevase a cabo con alguna precipitación.

Tal circunstancia provocó, primero, una crisis que deprimió la moral de la masa ciudadana y después una reacción que sería en el orden militar favorable a la defensa, por cuanto el pueblo madrileño comprendió la gravedad del peligro de ver asaltada su ciudad y la necesidad de consagrarse abnegadamente a su defensa.

Tal crisis se manifestaba en unos sectores en forma de exaltación patriótica, vinculada o no a sus ideales políticos, pero ahora con un significado profundamente humano; en otros se descubrían caracteres de negro pesimismo, temor, desconcierto, miedo…; los más, eran víctimas de la duda. ¿Era posible la resistencia, o inevitable la caída? Sin embargo, la crisis era cierta y la ansiedad de saber qué iba a suceder tenía, en los más, signos de angustia.

El resultado de esa crisis dependía realmente de cómo se revelase la voluntad de acción de las masas humanas −combatiente y meramente humana−, es decir, de cómo se produjese la revulsión del enfermo que iba a entrar en periodo de coma, hacia la muerte o hacia la vida. El doctor (gobierno), al despedirse del paciente, le había recetado simplemente unos paliativos sin transcendencia curativa alguna, dejándolo en manos de Dios para que la fe y la naturaleza hiciesen lo que la ciencia rectora de la política no había sabido o podido hacer. Y fueron esa fe, a través de la moral de guerra, y esa obra de la naturaleza, a través de la voluntad −savia inextinguible en el hombre español, en sus horas difíciles−, las que produjeron una exaltación de la moral a la que contribuyeron poderosamente los dirigentes políticos, viejos y jóvenes, que voluntariamente se quedaron en Madrid conservando sin desmoralizar el espíritu de sacrificio, luchando hasta el fin.

(...) La crisis que acabamos de exponer no podía percibirla el adversario, pero por su proceder parece que la intuía. Lo que no podía sospechar ni intuir era la mutación que simultánea e insensiblemente se estaba produciendo en la masa combatiente, ajena a aquel derrotismo.

Pensando con la lógica en la mano, nuestros adversarios veían fácil, llana, rápida la acumulación de su obra entrando en Madrid, pues era natural que así lo estimasen después de la experiencia de un mes de operaciones victoriosas y, especialmente, por los resultados que habían obtenido los últimos cuatro días. De aquí que, paralelamente a la elaboración de su Orden de Operaciones para la maniobra de ataque, otros organismos ajenos al Mando militar redactasen el programa de festejos con que se había de celebrar tan gran acontecimiento, tanto en Madrid como en toda España.

Esperaban como suceso natural y fulminante el derrumbamiento de la moral de su adversario. Pero la verdad, al otro lado del Manzanares, era que a moral se exaltaba de manera pocas veces igualada.

Este hecho, concebido por pocos, provocado no se sabe por quién, pero alentado por innumerables hombres y mujeres de acción, sin distinción de clases ni de matices políticos, y vivificado por la voluntad de cientos de miles de españoles, entre los que naturalmente no se contaban los que se habían marchado a Valencia, hizo variar en el curso de media jornada el panorama de la lucha.

 

Actividades en el Comando de la Defensa

Situémonos en el ambiente del Estado Mayor: desde la misma noche del 6 de noviembre, y de acuerdo con el Comandante de la Plaza en la interpretación del problema, comprendimos la necesidad de no perder una sola hora en la adopción de algunas medidas de máxima urgencia. Fueron las siguientes:

1. Convocar a los jefes de las fuerzas que operaban cubriendo los ejes de penetración en Madrid, y a los jefes de organismos de retaguardia (Parque de Artillería, Abastecimientos, Sanidad, Transportes, etc.) para obtener información directa y precisa de la situación y de la disponibilidad de medios, y darles órdenes (las transmisiones funcionaban mal y se sospechaba que estaban intervenidas).

2. Informar a los combatientes y a la ciudad del cambio de Mando y de los propósitos del comandante que se había designado para dirigir la defensa.

3. Poner orden en el desorden reinante en el frente y en la retaguardia.

4. Asegurar, con elementos de enlace, la relación con los mandos responsables y con las unidades que pudieran localizarse en el frente de lucha, garantizando la continuidad de esa relación mediante un sistema de transmisiones directamente controlado por el Comando.

5. Dar vida a una consigna a la que unánimemente se atribuyó la máxima importancia: todos los hombres aptos para la lucha y todas las armas que poseían y se mantenían en la retaguardia debían desplazarse al frente porque allí estaba el deber de los primeros y el más eficaz empleo de las segundas.

6. Citación a los jefes y oficiales disponibles en Madrid para ser empleados dando una nueva estructura a la red de Mandos.

7. Establecer una permanente y estrecha colaboración con cuantos organismos oficiales o privados pudieran auxiliar al Mando o simplificar su libertad de determinación en la conducción de las fuerzas.

8. Resistir sin idea de repliegue. Exigir que todos mantuviesen, a través de jefes responsables, contacto permanente con el Comando de la Defensa. Asegurar enlaces laterales entre las unidades y columnas del frente de combate. Reaccionar sistemáticamente contra las infiltraciones de pequeños grupos. Intensificar las tareas de fortificación en todo el frente y esperar nuevas órdenes, que llegarían dentro de la jornada del 7, tan pronto se aclarase la situación y se estableciese un ordenamiento táctico de las tropas. Todo ello sería tema de la orden categórica que se daría a los jefes de Columna que accedieran al llamamiento indicado en el inciso 1; a los demás se les comunicaría mediante agentes de enlace antes del amanecer.

9. En razón de la manifiesta penuria de medios, recabar del Mando Superior las urgentes ayudas que se consideraban indispensables y que se precisarían tan pronto se conociesen las disponibilidades reales de la defensa.

(...) Las primeras doce horas de la defensa fueron tan críticas como fecundas. Desde los primeros cañonazos del atardecer del 6, hasta las primeras horas del ataque del 7, había transcurrido una noche de verdadera fiebre bélica para aquel enfermo que era Madrid, y la espiritualidad del enfermo pasaba del máximo desaliento a la máxima exaltación. Fueron horas de extrema confusión y desconcierto; choque de unas voluntades firmes con otras huidizas, desmoralizadoras. A las 12 de la noche aún dominaban en el ambiente las ideas de evasión, afanes de eludir lo que se estimaba un aplastamiento inevitable, porque las manifestaciones de la lucha durante los días 4, 5 y 6 de noviembre habían atraído el fantasma de la derrota con todos sus implacables augurios, y mostraban como luz mortecina próxima a extinguirse la del deber político, militar, nacional, humano...

Mas, si para unos ya era un deber imposible de cumplir, porque todo estaba agotado, para otros la tarea había de cumplirse hasta el sacrificio total porque lo que se defendía no era una entelequia, sino un derecho, el de la soberanía, y un ideal, el de la libertad, encarnados en una ciudad de un millón de almas, que podía conocer, con la vergüenza de la derrota, el horror de las represalias.

(...) No caben aquí especulaciones literarias ni metafísicas. Sólo quiero aportar algo de luz sobre una situación y unos hechos que dejaron al descubierto esta verdad indiscutible: el gigantesco espíritu de sacrificio del hombre español, que se disponía a defender Madrid con una abnegación que no sería heroica, sino realidad candente que testimoniarían los hechos mismos.

No cabe duda alguna de que en ese complejo psicológico creado por las múltiples circunstancias que se han ido señalando, pesaban los ideales políticos, las creencias religiosas y sociales, los intereses de unos y otros grupos involucrados en el problema, las influencias de los agitadores, las consignas, las arengas, el incesante martilleo de la prensa y la radio, las alocadas promesas de los que ofrecían mucho y nada podían dar, el temor a un mañana dramático... pero insisto en que todo eso se vio superado por la cruda imagen de la realidad: el hombre ante su deber de hombre, de padre, de hijo, de patriota, de ente vinculado a una empresa, cuyo significado justiciero y digno intuía hondamente, sin que apareciese la duda, aunque no llegara a comprenderlo ni supiese explicarlo.

 

La lucha, el 7 de noviembre de 1936

Se habían dado órdenes imperativas, categóricas: resistir sin ceder un paso. Lo exigía Madrid; y esto no había ocurrido hasta entonces.

Ese día, cuando se inició el ataque, aún se perdió algún terreno porque el desequilibrio de poder material y de organización lo hacía inevitable; pero ya no se cedía gratuitamente; sólo en algún lugar se era arrollado, pero no se dejaba de combatir y se luchaba con mayor vigor.

Los primeros partes llegados al Comando acusaban que se combatía en todo el frente, desde Villaverde hasta Pozuelo y Boadilla. Por los agentes de enlace y los comandantes de Unidad y de Columna, se nos informaba que la resistencia era más tenaz y que se replicaba al ataque con el contrataque, aunque no se hiciese con el orden que podía desearse (...).

Del conjunto de las precarias informaciones que llegaban al Comando, y no obstante la confusión que imponían las noticias contradictorias, se podía sacar la impresión de que el adversario hacía el ataque rectamente sobre la ciudad, frontalmente y por las alas.

La fortuna quiso que en las primeras horas de la noche llegara a nuestras manos, inopinadamente, la Orden General de Operaciones que el mando de las fuerzas adversarias había dictado para el ataque a Madrid. La llevaba consigo un oficial de carros de combate adversario, que en los combates preliminares había caído en nuestras líneas.

La importancia del documento no había sido apreciada por quien había hecho la captura, pero −cosa rara en aquella situación− tuvo el acierto de aportarlo, como elemento de información, en el momento en que nos hallábamos cenando los miembros del Cuartel General. Mi sorpresa fue extraordinaria cuando me entregaron el documento y le di la primera ojeada para ver de qué se trataba, mientras continuaba la cena. Aprecié inmediatamente la importancia del hallazgo, aunque pudiera ser fraudulento, e informé de ello al general Miaja.

Sintetizando el documento (...) puede decirse lo siguiente:

Las Columnas 4, 1 y 3 formarían el ala izquierda del ataque, constituyendo la masa encargada del esfuerzo principal. La 4 cubriría el flanco izquierdo para crear la seguridad en el curso de la maniobra a las 1 y 3, las cuales realizarían la acción profunda arrollando y batiendo por sorpresa a nuestras fuerzas en la zona boscosa de la Casa de Campo. Penetrarían a través de los boquetes abiertos por la Artillería en las tapias que circundan el bosque y por las puertas de Rodajos y el Batán. Después, progresarían rápidamente hacia el Manzanares, que pasarían por puentes y vados, profundizando hasta ocupar a viva fuerza una base de partida para la maniobra dentro de la ciudad. Base definida por el frente que va desde el Cuartel de la Montaña hasta la Cárcel Modelo, dominando el barrio de Argüelles y teniendo batidas con fuego las principales avenidas de penetración de Madrid: Cea Bermúdez, Fernando el Católico, Bulevares, Plaza de España, Gran Vía y calle de Bailén.

Tal objetivo era ambicioso y sólo podían confiar alcanzarlo en una jornada, admitiendo que el adversario estuviera ya derrotado. Tan persuadidos debían de estar de su fácil éxito, que se precisaba en la orden de operaciones la ubicación que debían tener dentro de Madrid los puestos de mando de las columnas que iban a penetrar en la ciudad.

(...) Admitimos desde el primer momento que tratar de contener con una reacción directa y frontal, de choque, y con la baja calidad técnica de nuestras tropas, un ataque de la envergadura del que ya había comenzado, era un empeño ilusorio y burdo. Entendimos que la mejor solución era actuar sobre el atacante con una acción inesperada y en un punto muy sensible, para provocar la contención por efecto de la sorpresa, tanto o más que por el poder del esfuerzo material, dando lugar a la desarticulación de su rigorista y detallado dispositivo de fuerzas y mecanismo de ataque que había montado, y, especialmente, en la parte fundamental del mismo: los medios y misiones del principal esfuerzo (columnas 4-1-3).

Ese punto sensible quedaba al descubierto en su Orden de Operaciones. Se revelaba, en ésta, un desprecio del adversario que hacía factible la sorpresa. Ese desprecio es un vicio de guerra relativamente frecuente, al que ni siquiera escapan los conductores de grandes empresas de transcendencia histórica: incurrió en él Napoleón en Waterloo, en Rusia y en España; Hitler, después, también cometería el mismo error en Libia y en la URSS.

(...) Disponíamos de muy poco tiempo para maniobrar y nuestra única tropa medianamente organizada y mandada, equipada con medios adecuados para un esfuerzo intenso, y bien situada para reducir el tiempo necesario par entrar en acción, era la Brigada 3, que en aquellos momentos ya había empeñado parte de sus fuerzas, un tanto al azar, pero útilmente, según luego se comprobó.

La disposición relativa de nuestros frentes de combate −envolvente el nuestro− era el único motivo de superioridad que podíamos explotar; y la elección hecha por el enemigo de la Casa de Campo como zona de penetración, favorecía nuestro designio.

Por eso se decidió empeñar esa unidad resueltamente, a fondo y a riesgo de todo, desde la zona de Humera, creando una seria amenaza sobre el flanco y la retaguardia de las fuerzas enemigas que se aventurasen en la Casa de Campo, donde ya se luchaba con intensidad. A dicho ataque cooperarían las malparadas columnas de Fernández Cavada y Barceló. Si esa acción contra el flanco del esfuerzo principal tenía éxito, nuestra reacción podía generalizarse.

(...) Ya muy entrada la noche, se redactó precipitadamente una Orden de Operaciones. No conservo aquella orden. Solamente notas personales que me sirvieron para su redacción y el recuerdo vivísimo de esos momentos:

Hoy el enemigo ha seguido sus ataques, preparando el general sobre Madrid. Las columnas del Centro y de la Casa de Campo deberán mantener a toda costa los frentes que ahora ocupan. Las del flanco derecho (Galán y Barceló) y del flanco izquierdo (Bueno y Líster) atacarán sobre el flanco y la retaguardia del enemigo. Las columnas de reserva, en el extremo del paseo de Rosales y en el puente de Toledo, repondrán bajas y apoyarán el frente donde se les ordene.

Durante la misma noche del 6 y durante toda la jornada del 7, el Comandante de la Defensa solicitó reiteradamente el envío de unidades organizadas; las Brigadas similares a la 3, que se estaban formando en Levante, así como brigadas de voluntarios internacionales, que también se sabía que se estaban organizando en la base de Albacete Las reiteradas peticiones al Comandante del Ejército del Centro tuvieron esta respuesta telefónica −el día 8− del Jefe de Estado Mayor de dicha gran unidad (teniente coronel Bernal): «General Kléber [era el comandante de la B.I. XI, 1ª Internacional] dice que esta tarde no puede actuar porque necesita para ello orden del ministro y que mañana tampoco puede actuar por haberle asignado otro cometido el ministro».

(...) La primera brigada que acudió en refuerzo de los defensores fue la 4, mandada por el comandante Arellano, que se empeñó con oportunidad y eficacia en el sector de La Bombilla −entre el puente de la República y el de los Franceses, defendido éste por el Batallón del comandante Romero−. Insistiré más adelante sobre esa cuestión. Ahora sólo afirmo categóricamente que en los combates de las tres primeras jornadas, en los que quedó frenado y desarticulado el ataque y asalto a Madrid, no participó un sólo Batallón de voluntarios internacionales.

(...) Si en realidad, el conocimiento que se tuvo de la Orden de Operaciones adversaria y las disposiciones de Mando que de ese hecho se desprendieron contribuyeron decisivamente al fracaso del ataque −conviene realzarlo antes de que esto se produzca−, la verdadera raíz del éxito de la defensa se halla en la mutación que se había producido en el orden moral en las primeras 24 horas, tanto en la masa combatiente como en sus inmediatos colaboradores de retaguardia.

Se hizo patente precisamente en los combates del día 7, en los que nuestro combatiente luchó con una voluntad indomable y con el más alto espíritu de sacrificio. Nadie puede robarle ese mérito. La falta de armas, de organización, de técnica, de fortificaciones, se suplía con verdadera superabundancia de fuerzas espirituales, de moral exaltada, de pequeños y valerosos caudillos y de una masa ciudadana, contando en ella a la mujer, dispuesta a cumplir con su deber a cualquier precio, a pesar de los cobardes y timoratos −que ciertamente no se los tragó la tierra− y a pesar de la 5ª columna.

(...) Antes de las 6 de la mañana del día 8, todas las unidades del frente estaban alerta. No se ocultó ni desfiguró el peligro a los combatientes ni a las gentes de la ciudad, a todos los cuales se dirigió el Comandante de la Plaza con una lacónica arenga:

«Las fuerzas del enemigo, con todos sus elementos, están atacando Madrid. Espero de todos vosotros que no retrocedáis un solo paso. Quien dé orden en tal sentido será considerado faccioso y como tal debe ser tratado; de mí sólo se recibirá la orden de avance. Os felicita por la brillante actuación de hoy, vuestro general Miaja.»

(...) Muchas explicaciones se han dado del suceso que estamos considerando, tan elemental como trascendente, y muchas también no logran salir de la confusión porque, como dice un autor del campo adversario, Aznar: «La mutación había sido tan rápida que nadie conseguía romper el secreto» (...). La explicación que nos dábamos aquellos días en Madrid era simple, pero vigorosa, y por su simplicidad, tal vez la más cabal. Al marchar el Gobierno hacia Levante, ya fuese porque se alejaba del peligro o porque lo exigiese la conducción de la guerra, con él se desplazaba el pesimismo, el recelo, la discordia, el derrotismo de algunas élites egoístas.

 

El ataque directo

Lanzados ya, el día 8, los atacantes a la conquista de la capital, la lucha se reanudó encarnizadamente en todo el frente.

En el ala izquierda adversaria, las Columnas 4 y 1, que ya habían penetrado en la Casa de Campo por Rodajos y el amplio portillo abierto en el ángulo sureste al derrumbarse la tapia, trataban de avanzar por donde tal vez no esperaban hallar una fuerte oposición.

Al desorden impuesto en los encuentros del 7 y por la irrupción a fondo de las columnas, sucedió el del combate en una zona boscosa, donde era difícil de evaluar y localizar un adversario inesperadamente activo y agresivo, por lo cual el apoyo artillero que necesitaban dichas columnas, y sus propios fuegos, carecían de eficacia. Así comenzó a desarticularse su sistema de fuerzas, mientras la sorpresa se hacía general en todo el frente.

La Columna 4 realizaba un deslizamiento hacia el norte por el interior de la Casa de Campo, donde ya actuaba desde el día 7; pero antes de que pudiera encontrar buenos puntos de apoyo, recibió el golpe inesperado, por lo violento y audaz, de nuestra Brigada 3 que, desde Humera, se había lanzado nuevamente al contraataque con todos sus medios, apoyada por la Columna Cavada y, en parte, por la Columna Barceló hacia el Ventorro del Cano.

La duda prendió en el atacante; tuvo que desplegar prematuramente la totalidad de sus fuerzas para contener aquella reacción y no sólo vio frenada su propia maniobra de penetración, sino que dejó sin apoyo a la Columna 1, la cual hubo de acudir en su ayuda con parte de sus tropas.

(...) El atacante progresaba muy lentamente y con bajas muy superiores a las normales. Se había producido un combate de encuentro difícil de conducir, por el desconocimiento, para unos y otros, tanto de la calidad y volumen de la resistencia como de la magnitud del ataque.

(...) Las noticias que llegan al E.M. son en gran medida contradictorias; pero del conjunto de ellas se puede sacar una impresión satisfactoria, cual es la de saber que en todo el frente se combate y se resiste, que el control que de sus fuerzas hacen los mandos −salvo en algunas, pocas, pequeñas unidades− es efectivo, y que la reacción apuntada en la jornada anterior tiene una expresión más real y positiva.

De la calle llega la impresión de que el elemento civil vive la angustia que proviene de una lucha de dudoso resultado; pero no hay signos de desaliento. No faltan informantes que aprecian sombríamente el suceso; sin embargo, los vence el ambiente de satisfacción general, que es real, aunque injustificadamente cargado de optimismo.

Del frente se multiplican las peticiones:

−¡Necesitamos más gente!

−¡No tenemos reservas!

−¡Envíen municiones!

−¡Que nos apoye la Artillería!

Pero no hay gente, reservas para reforzar, municiones que repartir, ni horario para que la Artillería pueda dejar satisfechas las innumerables peticiones de apoyo, porque la batalla estaba en la plenitud de su desarrollo en todo el frente, y de la retaguardia no llegaban refuerzos.

(...) Así llegaba la capital de España al fin de su primera jornada defensiva; la jornada en que debía ser asaltada la ciudad, con el estupor de saber que el enemigo ni siquiera había podido llegar a la orilla del Manzanares. Los hombres que lo habían impedido fueron los primeros sorprendidos.

(...) Los días siguientes prosiguió en la Casa de Campo una lucha encarnizada y confusa. Nuestro contraataque de Humera, realizado por una unidad nueva, que había tenido su bautismo de fuego los días 7 y 8, era difícil llevarlo más a fondo contra las fuerzas, ya superiores, con que el enemigo había acudido a contenerlo.

En nuestra izquierda, el contraataque de las columnas Líster y Bueno también seguía con gran eficacia, fijando el frente de combate en campo abierto, lejos del río y absorbiendo parte de las reservas de esa zona.

Había comenzado la terrible lucha casa a casa. La granada de mano se había convertido en el arma esencial del combatiente. La lucha cuerpo a cuerpo se volvía frecuente y en ese frente, y en ese tipo de combate de máximo apasionamiento, descollaría por su sobresaliente actuación el batallón de la FETE (Federación Española de Trabajadores de la Enseñanza), compuesto por universitarios, profesionales, intelectuales y artistas, que pronto serviría de solera para proporcionar cuadros de mando cuando se organizaron las fuerzas.

A Madrid habían comenzado a llegar las primeras fuerzas importantes de retaguardia; primero, la Brigada 4, que fue empeñada en la Casa de Campo entre el lago y el puente de los Franceses; después, la XI Internacional y posteriormente la columna catalana de Durruti y la XII Brigada Internacional, seguida de otras españolas que habían participado en el contraataque de La Marañosa.

Antes de llevarse a cabo este contraataque, habíamos vivido en Madrid la angustiosa situación de carencia de reservas (...) No teníamos otro recurso que maniobrar de algún modo para poder disponer de algunas unidades de reservas sacándolas de las ya empeñadas en el frente, y eso fue lo que hicimos. Entre tanto, se reiteraban apremiantemente las peticiones, hasta que el Mando Superior modificó sus planes y autorizó el envío de unidades.

(...) Hasta aquí lo ocurrido durante los primeros días del ataque. Fueron jornadas de verdadero agobio material y espiritual porque, a pesar de las primeras disposiciones dictadas por el Comando, el manejo de aquel mecanismo de fuerzas resultaba extraordinariamente dificultoso, mucho más si se tiene en cuenta la seguridad con que el atacante procedía en la aplicación de sus esfuerzos, aunque terminaran frustrados.

(...) La irregularidad en la conducción de las fuerzas era, en gran medida, inevitable en el maremágnum de los primeros días (...) En las jornadas a que nos venimos refiriendo, en los organismos directivos se trabajaba en bloque y nadie pudo dormir más de dos horas, tanto en el E.M como en el C.G. o en los frentes, porque el combate era incesante e implacable y porque pensábamos que en cualquier momento podría sobrevenir una crisis decisiva.

Cuando, recordando aquel maremágnum, se leen los disparates que con posterioridad han venido a enredarlo aún más, los forjadores de la historia, como modestamente ha sido uno, es natural que se sientan más desconcertados y tengan alguna compasión hacia quienes, con el tiempo, hayan de acudir a tales fuentes para perpetuar la “verdad histórica”. Así me ha sucedido a mí al leer las páginas 268 y 270 de la obra “La Guerra Civil española” de Hugh Thomas, escritas, no lo dudo, con la mejor intención (se refieren a la jornada del día 8): “Kléber se hizo cargo del mando de todas las fuerzas republicanas de la Ciudad Universitaria y de la Casa de Campo [...] La brigada fue extendida de un modo que cada uno de sus miembros combatiese al lado de cuatro españoles, con el fin de levantar la moral y dar lecciones de tiro correcto (...)”.

Tan luminosa idea de acción táctica tal vez fue expuesta o desarrollada por algún genial periodista extranjero o español, por cualquier agitador, en la mesa de alguno de los cafés madrileños que continuaban abiertos al servicio público, o en algún supuesto despacho de algún supuesto dirigente de la batalla.

Pero lo cierto es que, digan lo que quieran todos los libros que relaten el suceso en esos o similares términos, o cualquiera de los flamantes periodistas que desde sus parapetos de los hoteles madrileños anunciaron la inminencia de la caída de Madrid, aquel día Kléber y sus hombres (que tan valiente como eficazmente se comportarían varios días después, cooperando con los otros 20.000 o 25.000 que ya estaban defendiendo heroicamente la capital) simplemente estaban tomando el sol en algún pueblo del valle del Tajo o del Tajuña, adonde ni siquiera llegaba el eco de la batalla.

 

La lucha de los días 11, 12 y 13

(...) En esas jornadas se llevó a cabo la contraofensiva, más bien el contraataque, preparado por el Mando Superior sobre la retaguardia enemiga, en el que participaron solamente Brigadas nacionales bisoñas, organizadas apresuradamente en Levante, con pocos y defectuosos cuadros, y otra Brigada internacional.

Tal reacción no tuvo éxito. Era difícil que lo tuviera. Nuestro miliciano sabía resistir, pero no maniobrar. Nuestra reacción fue desorbitada por la prensa y la propaganda, más atenta a las informaciones privadas procedentes de fuentes políticas que a las realidades que podían pulsarse en el Comando.

En verdad, fue el día 13 cuando la Columna 1 adversaria consiguió colocar su primer escalón en el Manzanares, entre el puente de los Franceses y el Hipódromo, ocupando un frente aproximado de 1.000 metros aunque sin pasar el río. Por su parte, la Columna 4 pudo profundizar hacia el O. y el N. sin alcanzar la tapia. Fueron también aquellos días de lucha cruentísima por haber concurrido a la Casa de Campo las reservas de ambos contendientes. En esa lucha se batió brillantemente la XI Brigada Internacional.

(...) Un detalle, aparentemente insignificante, pero de extraordinario valor técnico, que contribuyó a frenar el ataque y que obligó a las tropas de l Columna a fortificarse al llegar a la linde del río, fue que unas pocas ametralladoras, hábilmente situadas, enmascaradas y protegidas en el puente de los Franceses, bastaron para detener con su fuego e impedir el paso a toda una Columna, equipada con carros de combate y ampliamente dotada de armas de acompañamiento y de apoyo artillero.

Como veremos, lo pasarían varios días después, con graves pérdidas; pero la posición del puente de los Franceses se convirtió, en el proceso de la batalla, en el pequeño objetivo táctico más codiciado y más dura e insistentemente atacado por nuestro adversario.

Lo más espectacular de aquellas jornadas fue la lucha aérea librada, con sorpresa para el adversario tanto como para Madrid y sus defensores, en la mañana y en la tarde del día 13, sobre el cielo de la ciudad misma. Primeras acciones aéreas de importancia −acciones de lucha, pues a resistir indefensos los bombardeos ya se habían habituado− que presenciaba el pueblo madrileño. Los victoriosos resultados que para la defensa tuvieron, sirvieron para reforzar considerablemente la moral, por la sensación de verse defendidos desde el aire.

(...) Se pensó otra vez en llevar a cabo una fuerte reacción contraofensiva, reuniendo en la Ciudad Universitaria, frente a Garabitas, y junto al foso del Manzanares, una fuerte concentración de efectivos.

El propósito era forzar el paso del río por las inmediaciones de la zona que ya había conquistado el adversario y, al propio tiempo que se acentuaba la presión sobre los flancos, cortar el espacio de maniobra enemiga en la Casa de Campo, avanzando rectamente hacia la puerta de Rodajos. Con tal maniobra tratábamos de eliminar al enemigo que ya era dueño de Garabitas y desbordar o provocar el repliegue de los que habían penetrado hacia el lago y el río; si teníamos éxito, con esas fuerzas y con las del flanco derecho, nuestra cuña de maniobra constituiría una poderosa amenaza sobre el ala izquierda enemiga, o haría retroceder, al menos, todo su frente, liberando a la ciudad de la presión que padecía. El buen resultado dependería, en parte, de los refuerzos que hubieran podido llegar a las columnas adversarias que ya estaban situadas dentro de la Casa de Campo.

 

Día 15

El enemigo, según se ha sabido después, había recibido refuerzos de la sierra y de la retaguardia; y para dar mayor potencia a su ataque en la Casa de Campo sumó a las Columnas 1 y 3, la Columna 2 (...) Realmente y en buena lógica, aquel ataque debió ser detenido en seco con los medios que allí teníamos reunidos, muy superiores a los de cualquier otro momento o lugar durante los anteriores días de la batalla. Pero en este caso, el atacante había aplicado la máxima potencia en un frente muy estrecho y además, había tenido la fortuna de provocar el pánico en una de nuestras improvisadas unidades que, por haber llegado desde otros frentes y por no haber vivido la crisis de reacción moral del día 7, aún no había captado el ambiente de la lucha en Madrid.

Esa unidad retrocedió en desorden, contagiando otras fuerzas, y el enemigo pudo arrollarlas, penetrar en la Ciudad Universitaria y ocupar diversos edificios, hasta llegar al hospital Clínico como lugar más avanzado.

Aquella jornada o la siguiente pudo ser la decisiva en la suerte de la defensa; pero no lo fue porque otras unidades reaccionaron valientemente antes de abandonar la Ciudad Universitaria, mientras que dos batallones muy bien mandados de las Brigadas Internacionales, situados en la zona de Puerta de Hierro, y otro español (Romero) en el puente de los Franceses (sobre el que gravitó el peso del ataque, sin que se quebrase su capacidad de resistencia) y en el parque del Oeste mantuvieron semiestrangulada la cuña de penetración, infringiendo enormes pérdidas a las unidades que realizaban el asalto. Frontalmente, en el Clínico, la Brigada 2, muy bien conducida por el Comandante Martínez de Aragón, tuvo la misma enérgica actuación, logrando detener el ataque.

(...) En el curso de aquellas jornadas, con todo el frente en tensión, siendo Madrid día y noche un infierno de fuego y destrucción, cuando de todos los lugares de la línea de combate llegaban angustiosos pedidos de reservas y de apoyo; cuando no faltaban algunas frases de alarma peligrosamente deprimentes:

−No podremos resistir una hora más...

−Si la artillería no nos apoya esto va a derrumbarse...

Cuando había que alentar a todos y con algunos maldecir e imponerse utilizando las interjecciones propias del caso, porque pensábamos que bastaba una grieta para que se crease la brecha, y a ésta sucediese la caída de un sector, y cuando tras esto podría sobrevenir...; cuando en aquel incesante batallar desde Humera hasta Villaverde había que administrar los últimos recursos y apoyos, tampoco faltaban en el teléfono respuestas que revelaban entereza, serenidad, gallardía:

−¿Cómo va eso?

−Está duro de pelar, pero va bien...

−¿Cómo va eso?

−Mucho “tomate”, mi jefe, pero por aquí no pasan

−Te felicito, C... Apreciamos lo magníficamente que está resistiendo tu gente. Estáis aguantando muy bien lo más duro del ataque. Ánimo. ¿Necesitas algo?

−Nada, resistiremos con lo que hay. Si a usted le falta gente, dígamelo; creo que aún podría darle alguna Compañía.

Estas, y otras, eran expresiones elementales, sencillas; lo mismo las cargadas de pesimismo o angustia que las rebosantes de confianza. Su conjunto mostraba lo que en un frente de batalla no debe dejar de estimarse permanentemente: la sensibilidad, el poder de aguante del esfuerzo enemigo, la capacidad de resistencia o de réplica, las probabilidades de quiebra, ya sea por el lado de la moral del jefe o de sus soldados, o por el lado del poder militar en acción.

(...) Después de varios días de lucha desesperada aún pudimos lanzar un fuerte contraataque, con el cual, aunque sólo pudieran recuperarse pequeñas porciones de terreno frente al Clínico y en el parque del Oeste, se hizo patente al adversario que no se había quebrado la voluntad y que, tanto como a nosotros, le urgía fortificarse, como así hizo.

Si en táctica es cierto que se fracasa cuando no se alcanza el objetivo, el esfuerzo de esas tres jornadas, que pudieron ser decisivas, constituiría un fracaso para nuestros enemigos. Siguieron terribles represalias contra la ciudad, llevadas a cabo por la Artillería y por la Aviación, provocando más de 1.000 bajas (el día 19), pero no la desmoralización deseada.

 

El incidente de Moncloa

Un incidente nos permitió a los miembros superiores del Comando, por obra del azar, participar en el propio frente en el suceso que voy a relatar, uno de los más críticos a lo largo de todo el proceso de la batalla.

La mañana del ataque había amanecido relativamente tranquila, en aparente calma, sin indicios de que algo de inusitada gravedad pudiera producirse. Era como una invitación para visitar el frente y captar en él la realidad de la situación, en la parte más sensible de la defensa: la desembocadura de la Ciudad Universitaria en Madrid por la plaza de la Moncloa.

A las 10 horas, aproximadamente, con el comandante de la Plaza y su escolta, partimos hacia aquella zona del frente para otear desde el observatorio de la parte superior de la Cárcel Modelo la situación del frente de combate, recibir las impresiones directas de los combatientes y sus jefes, y pulsar su moral de guerra.

Por la calle de Fernando el Católico desembocamos en la plaza de la Moncloa, y como si esto hubiera sido la señal de la hora H, súbitamente se desencadenó una masa de fuegos que parecía tener como principal objetivo la propia Cárcel Modelo, adonde nos dirigíamos. Realmente lo era, pero aquel día lo ignorábamos.

Tuvimos tiempo de penetrar en el edificio. Soportamos allí el violento fuego de artillería, al que se superponían reiterados bombardeos de la Aviación. Uno de los coches de la escolta del general Miaja quedó destrozado al pasar del primero al segundo patio. Intentamos ascender al observatorio. Trepamos, más que subimos, por la escalera; pero al observatorio había que llegar en el último tramo valiéndose de una escalerilla de mano. Era imposible mantenerla en equilibrio, apoyada en un piso y en unas paredes que se tambaleaban o derrumbaban.

El fuego artillero y los bombardeos se acentuaban, y se percibía la intensidad que iba cobrando de manera creciente el fuego de Infantería que, por momentos, se aproximaba a la plaza. En suma, cuanto podíamos apreciar, sin ver, encerrados entre aquellas paredes que en cualquier instante podían enterrarnos, pregonaba demasiado expresivamente −en razón de la violencia del ataque hacia el punto sensible en que nos hallábamos− que tal vez había llegado la hora más crítica del asalto a la ciudad, en el lugar elegido por el adversario para romper el frente, en el vértice de la cuña que pocos días antes se había clavado en el Clínico.

Estimé imprudente que el comandante de la Defensa se encontrase allí, porque aunque hubiesen quedado en el E.M. jefes que sabrían tomar las decisiones necesarias, no debíamos desconocer lo que estuviese ocurriendo en el resto del frente (las transmisiones desde el Puesto de Mando de la Cárcel Modelo estaban interrumpidas desde el primer bombardeo, que coincidió con nuestra llegada).

(...) Salimos a la plaza, para observar directamente el frente de la Ciudad Universitaria, y culminó nuestra alarma al ver por dicha plaza, retirándose con algún desorden, tropas que provenían de la zona del Instituto Rubio y del parque del Oeste, mientras otros combatientes, más valerosos desde sus ametralladoras emplazadas en la parte alta de la vaguada del parque, y en el cruce de la avenida con la plaza, donde había una barricada, hacían el fuego característico de las crisis del combate. Fuego ciego, precipitado, en el que más que eficacia y buena puntería, se pide a todos los santos que el arma no se encasquille.

Nuestra presencia en la plaza de la Moncloa, he pensado muchas veces −porque creo en Dios− que fue providencial: los hombres que retrocedían en tropel se dieron cuenta de nuestra presencia, reconocieron al general Miaja, lo proclamaron a voces y bastó esto para que también en tropel volvieran a la línea de fuego, que aún no había ocupado el atacante.

La palabra del general y las voces de cuantos le acompañábamos bastaron para que se restableciese el orden en plena fiebre de lucha y para que todos volviesen a sus puestos, aunque algunos no se pudieran recobrar; incluso los más ligeros, los que ya huían −esta es la palabra justa− por las calles de Fernando el Católico, Meléndez Valdés y Princesa, no necesitaron para volver a sus puestos de otra acción coercitiva que el ejemplo y las incitaciones de sus camaradas y jefes que se habían quedado atrás.

(...) Aquella batalla defensiva que tan difícil, confusamente, había comenzado el día 7, y cuyo primer éxito comentábamos al terminar la jornada del 8, seguía riñéndose de manera desesperada. Mientras conservásemos la capital, la victoria sería nuestra; y la conservábamos al terminar el ataque directo.

{Desde luego su visión de los acontecimientos bélicos no fueron nada proféticos, a Dios gracias}

 

Vicente Rojo, personaje contradictorio y acomodaticio

Para el coronel de Aviación, que luchó en el bando Nacional en la Guerra Civil española, Ramón Salas Larrazábal, el general Vicente Rojo Lluch es un personaje contradictorio y acomodaticio.

Contradictorio. Porque las circunstancias hicieron que este hombre, ferviente católico, se encontrara alineado con hombres en cuyo programa entraba la destrucción de la Iglesia y la prohibición de su culto; porque hombre de espíritu liberal y opuesto a cualquier extremismo totalitario –doctrinas que creía que no podían echar raíces profundas en nuestro pueblo−, resultó un firme apoyo de la penetración comunista en el ejército, al poner su confianza en militares del partido; porque militar, enemigo por sistema de la promoción por méritos, en la que veía el peligro de que se impusiera el favoritismo y la arbitrariedad, fomentadas por la adulación y la ambición –punto de vista que defendió incluso en sus primeros tiempos de jefe del EMC−, acabó siendo ferviente partidario de un sistema en el que encontró el más sólido apoyo para el mantenimiento de la moral del combatiente y del que él mismo fue máximo beneficiario al alcanzar cinco empleos en cuatro ascensos por méritos que le hicieron general al año y medio de ascender a comandante y teniente general a los 44 años, meteórica carrera sin parangón en el siglo XX español.

Acomodaticio. Porque se adaptó perfectamente a las cambiantes circunstancias políticas de la zona republicana, lo que le permitió ser sucesivamente jefe de EM de Miaja, Prieto y Negrín sin que las diferencias entre los jefes a cuyas órdenes estuvo sucesivamente le impidieran desarrollar su labor. Aquí más bien podríamos decir que fueron sus jefes los que se adaptaron a él más que él a ellos; sin embargo no era fácil servir la política de Prieto con dedicación y entusiasmo y hacer lo mismo con su sucesor Negrín. Con éste tuvo, al parecer, diferencias muy especialmente a última hora, diferencias que motivaron su práctico divorcio al finalizar la campaña de Cataluña, pero entonces la guerra ya estaba prácticamente terminada.

 

Documento extraído de la página: www.generalisimofranco.com