Don Santiago
Ramón y Cajal nació el 1 de mayo de 1852 en Petilla de Aragón, lugar poco
accesible, medio perdido, sin carreteras ni caminos vecinales.
Hijo de Justo
Ramón Casasús, licenciado en Medicina y Cirugía, Don Santiago se licenció en
Medicina en la Universidad de Zaragoza, se doctoró en la Universidad de Madrid y
realizó gran parte de su actividad científica en Valencia y Barcelona.
Su existencia
coincidió con la segunda revolución científica e importantes avances
científico-técnicos del conocimiento humano se produjeron en este periodo.
En el campo
biológico, el concepto de tejido como estructura elemental en los seres vivos se
reemplazó por el de célula.
La vida y la
obra de Ramón y Cajal ha cautivado a quienes han leído su autobiografía “Mi
infancia y juventud” y, sobre todo, “Recuerdos de mi vida”, libro que recoge
también su actividad científica. En esta obra se descubre la vida de un hombre
excepcional que, sin maestros, con exiguos medios, trabajando en solitario,
manteniendo con sus escasos medios su laboratorio y las revistas que editó para
dar a conocer su producción científica, consiguió con tenacidad y fuerza de
voluntad tantos y tan importantes, hallazgos en el campo de la neurobiología,
que hoy se le considera unánimemente el fundador de la Neurociencia moderna.
Premio Nobel en
1906, al formular su Teoría Neuronal y posteriormente los grandes tratados sobre
Degeneración y Regeneración del Sistema Nervioso, obras de consulta obligada
para todos aquellos profesionales que investigan y tratan acerca del cerebro
humano y sobre todo para comprender la plasticidad del tejido nervioso “la
morfología del tejido nervioso no obedece a causa inmanente y fatal, mantenida
por herencia, como ciertos han defendido, sino que depende de las circunstancias
físicas y químicas del ambiente” siendo este concepto el que hoy en día y tras
casi cien años de su descubrimiento el que utilizamos: la enfermedad y su causa
es fruto de la suma de factores genéticos y de factores ambientales y con
ello el concepto de neuroplasticidad “ la respuesta del cerebro para adaptarse a
las nuevas situaciones para restablecer un equilibrio alterado”.
Paralelamente
Don Santiago dominó el dibujo, la pintura, la fotografía y fue un escritor con
una obra literaria muy original, y también un gran pensador. Falleció en Madrid
el 17 de octubre de 1934.
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He aquí unas palabras escritas por el padre
de la Neurociencia y Premio Nobel Don Santiago Ramón y Cajal
el año de su muerte, 1934, poco antes de que estallara la
cruenta guerra civil española. Bueno es recordarlo para que
los vascos y los catalanes no ignoren y no olviden la
Historia:
«Deprime y
entristece el ánimo, el considerar la ingratitud de los vascos, cuya gran
mayoría desea separarse de la Patria común. Hasta en la noble Navarra existe
un partido separatista o nacionalista, robusto y bien organizado, junto con
el Tradicionalista que enarbola todavía la vieja bandera de Dios, Patria y
Rey.
En la
Facultad de Medicina de Barcelona, todos los profesores, menos dos, son
catalanes nacionalistas; por donde se explica la emigración de catedráticos
y de estudiantes, que no llega hoy, según mis informes, al tercio de los
matriculados en años anteriores. Casi todos los maestros dan la enseñanza en
catalán con acuerdo y consejo tácitos del consabido Patronato, empeñado en
catalanizar a todo trance una institución costeada por el Estado.
A guisa de
explicaciones del desvío actual de las regiones periféricas, se han
imaginado varias hipótesis, algunas con ínfulas filosóficas. No nos hagamos
ilusiones. La causa real carece de idealidad y es puramente económica. El
movimiento desintegrador surgió en 1900, y tuvo por causa principal, aunque
no exclusiva, con relación a Cataluña, la pérdida irreparable del espléndido
mercado colonial. En cuanto a los vascos, proceden por imitación gregaria.
Resignémonos los idealistas impenitentes a soslayar raíces raciales o
incompatibilidades ideológicas profundas, para contraernos a motivos
prosaicos y circunstanciales.
¡Pobre
Madrid, la supuesta aborrecida sede del imperialismo castellano! ¡Y pobre
Castilla, la eterna abandonada por reyes y gobiernos! Ella, despojada
primeramente de sus libertades, bajo el odioso despotismo de Carlos V,
ayudado por los vascos, sufre ahora la amargura de ver cómo las provincias
más vivas, mimadas y privilegiadas por el Estado, le echan en cara su
centralismo avasallador.
No me
explico este desafecto a España de Cataluña y Vasconia. Si recordaran la
Historia y juzgaran imparcialmente a los castellanos, caerían en la cuenta
de que su despego carece de fundamento moral, ni cabe explicarlo por móviles
utilitarios. A este respecto, la amnesia de los vizcaitarras es algo
incomprensible. Los cacareados Fueros, cuyo fundamento histórico es harto
problemático, fueron ratificados por Carlos V en pago de la ayuda que le
habían prestado los vizcaínos en Villalar, ¡estrangulando las libertades
castellanas! ¡Cuánta ingratitud tendenciosa alberga el alma primitiva y
sugestionable de los secuaces del vacuo y jactancioso Sabino Arana y del
descomedido hermano que lo representa!
La lista
interminable de subvenciones generosamente otorgadas a las provincias vascas
constituye algo indignante. Las cifras globales son aterradoras. Y todo para
congraciarse con una raza (sic) que corresponde a la magnanimidad castellana
(los despreciables «maketos») con la más negra ingratitud.
A pesar de
todo lo dicho, esperamos que en las regiones favorecidas por los Estatutos,
prevalezca el buen sentido, sin llegar a situaciones de violencia y
desmembraciones fatales para todos. Estamos convencidos de la sensatez
catalana, aunque no se nos oculte que en los pueblos envenenados
sistemáticamente durante más de tres decenios por la pasión o prejuicios
seculares, son difíciles las actitudes ecuánimes y serenas.
No soy
adversario, en principio, de la concesión de privilegios regionales, pero a
condición de que no rocen en lo más mínimo el sagrado principio de la Unidad
Nacional. Sean autónomas las regiones, más sin comprometer la Hacienda del
Estado. Sufráguese el costo de los servicios cedidos, sin menoscabo de un
excedente razonable para los inexcusables gastos de soberanía.
La
sinceridad me obliga a confesar que este movimiento centrífugo es peligroso,
más que en sí mismo, en relación con la especial psicología de los pueblos
hispanos. Preciso es recordar –así lo proclama toda nuestra Historia– que
somos incoherentes, indisciplinados, apasionadamente localistas, amén de
tornadizos e imprevisores. El todo o nada es nuestra divisa. Nos falta el
culto de la Patria Grande. Si España estuviera poblada de franceses e
italianos, alemanes o británicos, mis alarmas por el futuro de España se
disiparían. Porque estos pueblos sensatos saben sacrificar sus pequeñas
querellas de campanario en aras de la concordia y del provecho común».
Sin
comentarios a éstas palabras de uno de los españoles más grandes de los
siglos XIX y XX. Por cierto, es su época, Ramón y Cajal estaba considerado
ideológicamente como un “liberal peligroso”.
Santiago Ramón y Cajal. El Mundo a los Ochenta Años.
Parte II. (Madrid 1934.)
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