Manuel Aznar
Zubigaray nació en Echalar (Navarra) el 18 de noviembre de 1894. Se formó en
Pamplona y Madrid, donde estudió Derecho.
En el año 1912,
atraído por el periodismo escribió en el periódico tradicionalista Tradición
Navarra de Pamplona. Se trasladó a Bilbao donde colaboró en el diario
Euzkadi bajo el nombre de “Imanol”.
Frecuentó la
tertulia del Lyon d’Or en la que participaban, entre otros, Miguel de
Unamuno, José María de Areilza, Gregorio de Balparda, Ramón de Basterra, José
Félix de Lequerica, Pedro Mourlane Michelena, Rafael Sánchez-Mazas, Julián
Zugazagoitia Mendieta e Ignacio Zuloaga.
El 4 de
noviembre de 1915 se casó con la bilbaína Mercedes Gómez-Acedo Villanueva.
Durante la I
Guerra Mundial escribió crónicas del frente firmando con el seudónimo Gudalgai
(“recluta”, en euskera). Colaboró en la revista Hermes y en el deportivo
nacionalista Excelsior.
En 1916 se
afilió al Partido Nacionalista Vasco (PNV) representando la tendencia más
radical dentro del mismo; este mismo año nació su hijo Imanol.
En el año 1917
pasó del Euzkadi a El Imparcial
En 1918,
gracias a su trabajo como corresponsal de guerra, fue nombrado director del
periódico El Sol de Madrid, al que proporcionó el talante ameno y abierto
que le caracterizó en la preguerra mundial.
Como buen
cronista de guerra, escribió la que se desarrollaba en Marruecos.
En 1922 cruzó
“el charco” con su familia para dirigir sucesivamente los periódicos El País
(1922-1926) y el Diario de la Marina (1926-1928) en Cuba, donde
permanecería hasta la instauración de la Segunda República Española.
En 1928 publicó
La España de Hoy, colección de crónicas desde La Habana. En el año 1930
volvió a Madrid para dirigir El Sol, dándole un notable impulso,
especialmente en la época republicana.
Políticamente
estuvo afiliado al Partido Republicano Conservador, dirigiendo la campaña
electoral de 1933 que dio el triunfo a las derechas del llamado “Bienio Negro”.
El Alzamiento
militar le sorprendió en Madrid donde fue recluido en una checa y condenado a
muerte, salvando la vida por la mediación de Negrín. Desde Francia atravesó la
frontera y entró en zona nacional, siendo nuevamente condenado a muerte por su
pasado “dudoso”. Parece ser que la directa intervención de Franco es la que le
salvó esta vez.
Pese a sus
antecedentes nacionalistas, trabajó en Burgos como propagandista y cronista
militar, granjeándose el aprecio de los nacionales.
Tras la Guerra
Civil española publicó una Historia militar de la guerra de España
1936-1939 (1940) desde la óptica de los vencedores; Política de
Inglaterra y de España (1940); 2.° y 4.° volumen de la Historia de
la Segunda Guerra Mundial (1941); Guerra y victoria de España, 1936-1939
(1942); Antecedentes diplomáticos de la
Segunda Guerra Mundial (1943); La batalla de Francia y el
armisticio de 1940 (1944); vols. 28 a 36 de Historia de la Cruzada
(1943-1944); El Alcázar no se rinde, etc.
En cuanto a sus
actividades diplomáticas fue ministro plenipotenciario en la embajada de
Washington (1945) de la que pasó a ser en 1947 consejero de Embajada en
Washington, donde ayudó los intentos de José Félix de Lequerica de establecer
relaciones diplomáticas con el régimen de Francisco Franco.
En 1948 fue
nombrado embajador en la República Dominicana. El 28 de diciembre de 1948,
asistió a la apertura de la Academia Hondureña de la Lengua, aprovechando el
viaje como representante español a la toma de posesión del nuevo Gobierno
hondureño, el 1 de enero de 1949.
En 1952 fue
trasladado como embajador a la República Argentina, cesando en el año 1954,
volviendo a dedicarse al periodismo.
Dirigió la
Asociación de Prensa de Madrid (1955), la Agencia EFE (1958) y, vuelto a las
actividades diplomáticas, representó a España en la ONU entre 1957-1958.
El 5 de febrero
de 1960 fue nombrado director del diario barcelonés La Vanguardia Española,
sustituyendo a Luis Martínez de Galinsoga de la Serna, que fue destituido por el
Gobierno, con motivo de una protesta al sacerdote de la iglesia de San Ildefonso
de Barcelona, por pronunciar la homilía en catalán, y más tarde por proferir
graves insultos a los catalanes. El grupo “Cristians Catalans”, liderado por
Jordi Pujol, organizaron una campaña contra el diario de los Godó.
Manuel Aznar,
con Laureano López Rodó y José Mª de Porcioles, publicó Tres actitudes de hoy
ante la Barcelona de mañana (1962). Ese año pasa a desempeñar el cargo de
embajador en Marruecos y en 1964 es delegado español permanente en la ONU hasta
1968, año en que se le nombra presidente del Consejo de Administración de la
Agencia EFE.
Escribe
Primer curso de radiodifusión para las fuerzas armadas y en el año 1970
Canciones del mañana y del mediodía, crónicas sobre el País Vasco, y
Un joven de 1915 ante José Ortega y Gasset.
Poseyó la Gran
Cruz del Mérito Militar y la Orden de Carlos III. Escribió numerosísimos
prefacios, artículos, traducciones y pronunció un gran número de conferencias.
En el año 1975
se publicó su obra póstuma, titulada lacónicamente de este modo: Franco y
que Manuel Aznar no pudo ver impresa, ya que falleció en Madrid el 10 de
noviembre de 1975, diez días antes que lo hiciera Francisco Franco, al que había
conocido durante la guerra de África, y de lo que hace referencia en ese
mencionado libro.
Tiene una calle
en su honor en la ciudad de Irún, la calle Embajador Manuel Aznar, en el barrio
de Dunboa.
ARRIBA
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El año 1939 que se abre hoy, ¿puede anunciarse como decisivo
para la victoria de las armas nacionales?
−Evidentemente, lo anuncio como el año
decisivo. Que nadie lo dude. En los venideros meses de este
año, la victoria militar más rotunda coronará todos los
esfuerzos; alcanzaremos el triunfo con la deseada plenitud.
Salimos a vencer, y ya se acerca, a pasos agigantados, el
ansiado final. El término de esta guerra de liberación de la
Patria –lo he dicho cien veces− no podía esperarse más que
del éxito indudable, rotundo, de nuestras armas. El año 1939
conocerá, en toda su amplitud, esa gloriosa realidad.
La opinión nacional sigue con gran emoción y entusiasmo las
primeras fases de la batalla de Cataluña: ¿Está usted
plenamente satisfecho, mi General, del desarrollo de la
operación?
−Absolutamente satisfecho. La realidad no ha
desmentido, ni siquiera rectificado un solo detalle de mis
planes y de mis proyectos de ofensiva. Todo está previsto
ahí, en esos planos que ve usted. La batalla de Cataluña ha
sido minuciosamente estudiada y preparada; responde a un
sistema completo y la caracterizan, en el orden material, la
necesaria acumulación de medios, y en el orden moral, una
fe, una decisión y un cálculo jamás desmentidos cuando se
trata de tropas españolas y de jefes y oficiales de España.
Nadie sienta inquietudes ni impaciencias, porque esta
batalla, como todas las anteriores, y probablemente mejor
que ninguna, nos traerá la victoria por sus pasos contados y
siguiendo los caminos elegidos.
Se ha cumplido lo que se esperaba; ahora se recogen las
cosechas sembradas en la batalla del Ebro: ¿No es así, mi
General?
−La batalla del Ebro es, de todas las que ha
librado el Ejército nacional en esta guerra, la más áspera,
y por decirlo así, la más “fea”. Apoyado el enemigo en dos
tramos del río, bien cubiertos sus flancos, dueño del
sistema de observatorios que domina la región, apretada la
densidad de tropas que presentaba frente a nosotros y muy
abundantemente nutridos los batallones rojos de armas
automáticas, considerada, además, la escasa extensión del
frente de combate, resultaba muy difícil, por no decir
imposible y contraproducente, maniobrar desde el primer
instante. Yo me decidí a aprovechar la coyuntura que me
ofrecían las circunstancias. Es cierto que las unidades
marxistas tenían a su favor algunas ventajas de orden
táctico, pero, al propio tiempo, estaban sometidas a la
desventaja de encontrarse de espaldas a un río inmediato.
Por otra parte, la densidad de tropas a que antes me he
referido permitía a nuestros elementos de combate y de
castigo emplearse a fondo en la tarea de destrucción y de
aniquilamiento. La zona en que se desarrollaban los
encuentros es enojosa, por la sucesión de cotas que la
caracterizan y por la escasa diferencia de altitud que hay
entre unas y otras. La operación de desgaste tropezó, a
consecuencia de estas y de otras circunstancias, con
dificultades notorias. Sin embargo, todas fueron vencidas
sistemáticamente, mientras se infligía un terrible castigo a
las unidades rojas. Dada la concentración de nuestros
fuegos, comprobábamos diariamente que la proporción de bajas
era de cuatro a una en contra del enemigo. El final no podía
ofrecer dudas; el ejército marxista de Cataluña saldría del
Ebro casi deshecho, y el “comité” de Barcelona, en
condiciones profundas de inferioridad para el momento en que
yo planteara una batalla a fondo. Ahora asistimos a los
resultados y consecuencias de la batalla del Ebro. Ahora se
ve con claridad la utilidad del tenacísimo esfuerzo en
aquella ocasión. “Fea” y sin lucimiento aparente, en la
batalla del Ebro hay que buscar, pese a todo, el origen
verdadero de los espléndidos triunfos actuales. Bien pudo
adivinarse esto desde el primer día; pero mucho más cuando,
ya terminadas las operaciones de castigo, pudimos maniobrar
por los flancos y producir el tremendo desplome de las
líneas rojas. Toda la decantada combatividad de los
marxistas −que no fue tanta como se ha dado en decirse−
acabó en muy pocos días. ¡Combatividad! ¿Qué podían hacer
unos hombres con un río a la espalda, y con las
ametralladoras de los comisarios políticos listas para
fusilarlos si intentaban replegarse?
De suerte, General, que si siempre fueron muy importantes
los observatorios a los fines de la táctica, ¿han pasado a
ser decisivos en la guerra moderna?
−Tan
decisivos, que la guerra moderna podría definirse como una
sucesión de batallas por los observatorios. Quien posea los
mejores, combate en condiciones de inmensa superioridad. Por
eso, las batallas actuales, en todo el mundo, tienen como
finalidad la conquista de un sistema de observatorios, desde
los cuales se domina un determinado campo de combate; una
vez que se es dueño de aquellos, se es, casi
automáticamente, dueño de éste. Entonces se reanuda la
operación con vistas a otro sistema de observatorios más
alejado, desde el cual se somete, a su vez, otro campo de
combate, y así, la maniobra se va desenvolviendo al través
de campos completos, partiendo del dominio de una
observación superior a la del enemigo.
¿Qué conclusiones le van dictando la realidad y la
experiencia acerca del actual Ejército español?
−La
primera de todas se refiere a las cualidades de guerrero de
nuestro soldado. En ciertas épocas señaladas por un
pesimismo desolador pudo alguien creer que esas cualidades
de tipo histórico habían desaparecido, o que, por lo menos,
se habían atenuado hasta un grado equivalente a la
desaparición. Pues bien; yo afirmo, solemnemente, que no es
así. Las condiciones de combatividad del soldado español
permanecían intactas, igual que en los años más gloriosos de
nuestro esplendor nacional y patriótico. Produce asombro ver
a nuestros combatientes en la batalla. Yo no trato −ni he
tratado nunca− de exagerar; pero aseguro, sin temor a que
nadie me rectifique ni desmienta, que ningún otro soldado
del mundo aventaja al español, ni en la ofensiva ni en la
defensiva. La maniobrabilidad, la elasticidad de los
movimientos, la adaptación a las diversas fases de una
batalla, el conocimiento de los efectos del fuego, el
ímpetu, la solidez, la moral inquebrantable; sean cuales
sean las circunstancias, se están dando, durante esta
guerra, en proporciones de cantidad y de calidad
insuperables. Esto, en cuanto al soldado; por lo que hace a
los jefes y oficiales, y pese a las pésimas, tristísimas
condiciones en que han tenido que desenvolverse hasta ahora
en España; no vale la pena de descubrir el Mediterráneo. En
cuanto al heroísmo y al espíritu de sacrificio, hablan por
ellos y por mí las estadísticas de bajas; en cuanto a la
capacidad técnica, son bien elocuentes los resultados de las
batallas, tanto ofensivas como defensivas. La rapidez de
concepción, la capacidad de improvisar, cuando la guerra
exige improvisaciones, y la fina penetración en lo que se
refiere al conocimiento de las técnicas más modernas, han
encontrado en el jefe y en el oficial de nuestro Ejército un
campo fecundísimo; por eso son tan admirables los
resultados. Se puede, por consiguiente, contemplar con
perfecto optimismo y con enérgica serenidad la perspectiva
de nuestro Ejército futuro.
Si no hay indiscreción en la pregunta, ¿podría conocer
España su opinión acerca de ese nuestro Ejército futuro?
−Dadas
las condiciones en que suele desenvolverse habitualmente la
vida de España, y dadas las circunstancias geográficas que
nos definen en el tiempo y en el espacio, nosotros no
necesitamos sostener un Ejército permanente muy grande. Más
bien le diré que nos basta con un Ejército permanente corto.
Eso sí; la eficacia de ese Ejército ha de ser tan alta y tan
fuerte que ninguna otra organización militar la supere.
España tiene que organizarse como “nación en armas”. A ese
concepto responderá la realidad futura. Al lado del Ejército
permanente, exigiremos una educación premilitar y militar
continuada, rigurosa, completa. Cada ciudadano ha de ser un
soldado dispuesto a tomar eficientemente las armas en el
momento necesario. En esta guerra he comprobado la rapidez
con que en España se pueden organizar nuevas Divisiones si
se dispone de los cuadros necesarios. La capacidad del
español para el combate autoriza todas las esperanzas. Se
desarrollará hasta el límite la preparación de los oficiales
de “Complemento”. Si en otros tiempos estos oficiales
parecían desdeñables, yo le aseguro que en el porvenir
inmediato les prestaremos una atención muy cuidadosa. Harán
cursos y prácticas regularmente; maniobrarán; estudiarán...
Además, los técnicos civiles de todo orden, los titulares de
carreras especiales serán llamados a practicar trabajos y
ejercicios militares; de suerte que en todo momento, estará
al servicio de la “nación en armas” cuanto suponga juventud
estudiosa y clases técnicas del país. Por su parte, el jefe
y oficial de carácter profesional trabajarán intensamente,
muchísimo más que antes; el promedio de rendimiento habrá de
aumentarse en proporciones muy elevadas. Y lo harán, porque
ahora, ese jefe y ese oficial tendrán los estímulos
indispensables y la ilusión imprescindible. De ese modo,
España podrá movilizar un gran Ejército en el término de muy
pocas fechas, si las circunstancias lo exigen.
Pero, ¿y la inmensa base industrial que un ejército moderno
requiere? ¿Cómo resolveremos ese problema?
−Cuando España sepa lo que llevamos hecho en
ese sentido, sentirá tanta satisfacción como asombro. Tiene
usted razón; es inmensa la base industrial que un Ejército
moderno requiere; pero ¿qué pensaría usted si le dijese que,
aun viéndonos obligados a improvisar, casi la hemos logrado
plenamente en lo que va de guerra?
¿Hasta ese punto, General?
−Hasta ese punto. Puedo anunciarle que
España se bastará a sí misma completamente en orden a las
industrias de guerra; y que eso que podríamos llamar un
“milagro” se producirá en un plazo de años muy corto.
Tendremos fabricada por nosotros, la artillería necesaria,
todas las armas automáticas, toda la fusilería; resolveremos
amplísimamente −como lo resolveremos hoy− el enorme problema
del municionamiento; saldrán de nuestras fábricas los
aviones, los motores, los elementos de transporte. Esté
seguro de ello. Anote un dato; en la Gran Guerra se dio, más
de una vez, el caso de tener que suspender una maniobra o
atenuar la intensidad de un ataque a causa de la escasez de
municiones; en España, pese a la intensidad del fuego, no
sólo no puede darse semejante contratiempo, sino que estamos
a cubierto hasta de la más ligera limitación. Nos bastaremos
ampliamente a nosotros mismos, le repito; y con ello, con
una Marina pujante y una Aviación fuerte, nos hallaremos en
condiciones de servir los ideales de la grandeza nacional.
En ese caso, ¿considera usted que la victoria próxima es
solamente una etapa hacia otras victorias venideras?
−Exactamente; la victoria próxima no es sino
la etapa hacia el futuro y pleno renacimiento español. Mejor
dicho: esa victoria debe ser considerada como un medio, y
jamás como un fin. Quienes la tuvieran como fin demostrarían
un total desconocimiento de nuestra Historia, y una
ignorancia aun mayor de la profundidad y alcance del
Movimiento liberador de la Patria. Ni siquiera es la próxima
victoria de las armas la más difícil de las etapas; al día
siguiente de ella nos esperan otras más arduas y complejas.
Pero las venceremos, con la ayuda de Dios, igual que
vencemos ésta. Dios −digo− me asistirá; y el pueblo español,
apretado en un solo haz, estará a mi lado con su gigantesco
esfuerzo.
Es muy halagüeño escuchar de sus labios palabras tan
optimistas acerca del esfuerzo espiritual y material del
pueblo español, porque hay quienes suponen que saldrá de la
guerra civil fatigado. No es ese, por 1o visto, su parecer.
−¡Cómo podría serlo, si estoy viendo la
maravilla actual, y percibo, por los innumerables datos que
llegan a mi conocimiento, la reacción moral de la juventud
que se produce en la sociedad española! El pueblo español
saldrá de la guerra reforzado en sus ímpetus por un gran
convencimiento, por una vasta fe y una radiante esperanza.
¿Qué quiere decir usted, mi General, cuando habla de
“convencimiento”?
−Quiero, sencillamente, decir que yo no aspiro solamente a
vencer, sino a convencer. Es más; nada o casi nada me
interesaría vencer, si en ello no va el convencer. ¿Para qué
servía una victoria vacua, una victoria sin finalidades
auténticas, una victoria que se consumiera a sí misma por
falta de horizontes nacionales? Los españoles, todos los
españoles, los que me ayudan hoy y los que hoy me combaten,
se convencerán.
¿Cómo y cuándo, General?
−Cuando adviertan, sin género alguno de
dudas, que en la España Nacional vamos a poner en práctica
esa política de redención, de justicia, de engrandecimiento
que años y años, de las más diversas propagandas, vinieron
prometiendo sin cumplir jamás sus promesas. Las masas
españolas que se rindieron a los fáciles halagos del
extremismo izquierdista, del Socialismo y del Comunismo,
para acabar explotadas y engañadas, verán, con meridiana
luz, que es aquí, en la España Nacional, en nuestro régimen,
en nuestro sistema, donde la aplicación de los principios y
de las normas auténticamente justos van a tener amplia
realización. Yo quiero que mi política tenga el profundo
carácter popular que ha tenido siempre en la Historia .la
política de la gran España. Nuestra obra, la mía y la de mi
Gobierno, estará orientada hacia una constante preocupación
por las clases populares, por esas que se han llamado
“clases bajas”, así como por la vasta tristeza de las clases
medias. La victoria tiene que abrir a todos los españoles
una posibilidad de bienestar mayor y de satisfacción más
verdadera. Estamos batiéndonos por el pueblo de España; esto
no es solamente una frase, sino un propósito que llevo desde
el primer día de lucha en el corazón. Quiero convencer, y
convenceré. Ya tenemos en marcha una considerable obra de
carácter social-popular; pero la que, en conjunto, acometeré
el día de mañana, merece el calificativo de inmensa, por los
límites que alcanza y por los deseos que contiene dentro de
sí. En cumplirla íntegramente, y en acomodar mis actos a mis
palabras pongo todo mi empeño y mi sentido de la
responsabilidad.
¿Qué aspectos de la obra social, ya enunciada y en vías de
cumplimiento, cree usted que recoge mejor su pensamiento y
sus intenciones?
−Es difícil hacer un resumen cabal, porque
la tarea llevada a cabo es muy amplia. Sin embargo, por vía
de ejemplo, quiero citar lo que se ha logrado ya en materia
de “vivienda”. Es una verdadera vergüenza que millares de
familias españolas habiten en sitios sin condiciones, y ni
siquiera elementales de salubridad. Hay que acabar con eso,
y le aseguro que acabaremos. Ya se está estudiando el tipo o
los tipos de casas que deben construirse, sobre todo en lo
que se refiere a la vivienda rural. Van levantados ya unos
cuantos millares de edificios, destinadas a las clases más
necesitadas. Mediante el pago de un alquiler
extraordinariamente barato, podrán las familias humildes
habitar viviendas nuevas, risueñas, bien ventiladas, en vez
de seguir habitando en las actuales zahúrdas. El esfuerzo,
en esta dirección de la vivienda −cuya Fiscalía representa
una organización que dará grandes frutos− llegará hasta
donde sea necesario. Construiremos cien mil o doscientas mil
casas en un plazo relativamente breve, y lo haremos con
nuestros propios medios, sin acudir a nadie, porque no
necesitamos ayuda para ello. España tiene recursos sobrados
para resolver autárquicamente el fundamental problema de la
vivienda destinada a las clases medias y al proletariado.
Igualmente me parece oportuno mencionar la organización,
eficacísima, del subsidio familiar, que las familias de las
clases trabajadoras empezarán a cobrar inmediatamente. En
cuanto al problema de la “sanidad”...
¡Enorme problema el sanitario, mi
General!
−Desde el primer día constituye hondísima
preocupación para mí. La realidad dice elocuentemente que,
lejos de descuidarlo, lo he impulsado en términos que me
satisfacen, aunque todavía nos hallamos lejos del ideal. En
plena guerra, el número de camas destinadas en los
sanatorios a los españoles modestos se ha elevado de dos mil
a ocho mil. Aspiro a que ese número de camas sea de treinta
y cinco mil, con lo cual pasaremos a ser la nación más
abundantemente dotada desde el punto de vista del auxilio a
los tuberculosos y pretuberculosos que carecen de recursos.
Estoy convencido de que dentro de poco tiempo los
trabajadores de España no tendrán queja que formular en el
orden sanitario. Haremos cuanto sea posible para regularizar
y mejorar la alimentación del español pobre. Atacaremos,
implacablemente, las causas de la mortalidad infantil.
Desarrollaremos, con gran amplitud, las instituciones de
Puericultura. La cifra de mortalidad infantil, cuyo descenso
se ha iniciado ya, debe reducirse al mínimo, y verá usted,
cómo lo conseguimos en plazo no muy largo. La acción de la
Falange en este sentido, ha de ser sistemática, entusiasta y
continuada. Así, en muy pocos años, habremos rescatado para
1a población general de España, las dolorosas bajas que
inevitablemente produce 1a guerra. Atenderemos al problema
general de los salarios, a fin de que el trabajo se halle
bien remunerado, con lo cual podremos exigir una
productividad intensa, base de la prosperidad de las
industrias y de las empresas mercantiles. Aun podría
hablarle de nuestros propósitos en orden al acceso de los
españoles necesitados a las posibilidades de la “cultura”...
¿Podría conocer algo de esos proyectos?
−La idea es ésta. Es frecuentísimo el caso
de las familias españolas que no pueden pagar a sus hijos
una carrera, sencillamente porque carecen de medios
económicos con que subvenir a los inevitables gastos. Esto
da lugar a una verdadera injusticia social; pero, además,
priva a la Patria de muchas capacidades que si hubiesen
podido desenvolverse normalmente y entrar en la Universidad,
se hubieran revelado con brillo y pujanza. Para que esa
injusticia no subsista, me ha parecido útil y adecuado crear
un sistema de “Créditos Bancarios”, de los que son
beneficiarios los padres que no poseen recursos con destino
a la educación de sus hijos. Esos “Créditos Bancarios” se
irán retirando a medida que las Universidades y las Escuelas
extiendan los documentos acreditativos de los estudios en
curso. La garantía para los Bancos estará constituida por
los ingresos del padre, y solidariamente por el trabajo del
hijo o de los hijos que emplearon el dinero del crédito. En
muchos países de Europa y de América, la honradez de un
hombre o de una familia es título suficiente para obtener
dinero de un Banco, siempre que el destino de ese dinero sea
lógico y legítimo; en España, la honradez, por sí sola, no
tenía derecho a nada. Por de pronto, yo quiero que tenga el
derecho de asegurar a los hijos la plena posibilidad de la
“cultura”. Ya está creado el sistema para los funcionarios,
y cabrá ampliarlo a otros órdenes de la sociedad. El interés
de estos créditos será el mínimo, y la mecánica de la
obtención del dinero quedará claramente fijada. Así, pues,
“la paz”, “la sanidad”, “la satisfacción del trabajo”, “la
productividad elevada al grado máximo”, “la cultura”, “la
seguridad de la vida familiar” y otros muchos factores, nos
pondrán en camino de desarrollar copiosamente toda clase de
iniciativas y España emprenderá su ruta para que nuestra
Patria alcance la cifra de cuarenta millones de habitantes a
los que puede mantener con completa dignidad, merced a sus
grandes recursos.
Se ha referido usted antes a la necesidad de cubrir
rápidamente en la población general de España las bajas
producidas por la guerra; ahora alude a un futuro
representado por cuarenta millones de españoles: ¿No
considera usted que entre las bajas de guerra, a esos
efectos, habremos de contar la cifra de presos y de
emigrados, por ejemplo?
−Plantea usted, con esa pregunta, una
cuestión de enorme volumen que deseo contestar de una manera
muy clara; me refiero al complejo y vastísimo problema de la
delincuencia. Su cifra impresiona; su gravedad y profundidad
mueven a grandes y continuas meditaciones. De un lado, me
interesa vivamente guardar la vida y redimir el espíritu de
todos los españoles que sean capaces, hoy o mañana, de amar
a la Patria, de trabajar y luchar por ella, de añadir su
grano de arena al esfuerzo común. Si aconsejamos el respeto
al árbol y a las flores porque representan riqueza o
legítimo placer, ¿cómo no hemos de cuidar y respetar la
existencia de un español? De otro lado, no es posible, sin
tomar precauciones, devolver a la sociedad, o como si
dijéramos, a la circulación social, elementos dañinos,
pervertidos, envenenados política y moralmente, porque su
reingreso en la comunidad libre y normal de los españoles,
sin más ni más, representaría un peligro de corrupción y de
contagio para todos, al par que el fracaso histórico de la
victoria alcanzada a costa de tantos sacrificios.
Yo entiendo que hay, en el caso presente de
España, dos tipos de delincuentes; los que llamaríamos
criminales empedernidos, sin posible redención dentro del
orden humano, y los capaces de sincero arrepentimiento, los
redimibles, los adaptables a la vida social del Patriotismo.
En cuanto a los primeros, no deben retornar
a la sociedad; que expíen sus culpas, alejados de ella, como
acontece en todo el mundo con esta clase de criminales.
Respecto a los segundos, es obligación nuestra disponer las
cosas de suerte que hagamos posible su redención. ¿Cómo? Por
medio del trabajo. Esto implica una honda transformación del
sistema penal, de la que espero mucho. La redención por el
trabajo me parece que responde a un concepto profundamente
cristiano y a una orientación social intachable. Los penales
no serán mazmorras lóbregas, sino lugares de tarea; se
instalarán talleres de distintas clases, y cada uno de los
delincuentes redimibles, elegirá la actividad que sea más de
su agrado. Al cabo de cierto tiempo, según las observaciones
que sobre cada penado se hayan hecho, se le podrá devolver
al seno familiar, en situación de libertad condicional y
vigilada. Si la conducta que observen acredita la sinceridad
de la corrección y la verdad de su incorporación al
Patriotismo, esa libertad pasará a ser total y definitiva;
si recaen en las vías delictivas, volverán a los talleres
penitenciarios.
Para proceder con las máximas garantías de
acierto, pienso que cuando se acerque el final de la guerra
empiece a funcionar un Consejo o Tribunal Superior en-
cargado de revisar todos los expedientes y todas las
sentencias dictadas, así como las penas impuestas. No para
pasar una esponja, sino para que se vea con toda la
escrupulosidad que la justicia requiere, qué rectificaciones
de todo orden exige la equidad. En este punto de la
justicia, yo no he variado de criterio desde el primer
instante. Mi línea de conducta de entonces es la de hoy.
Habrá quien piense que se deben aplicar medidas de mayor
rigurosidad en unos períodos que en otros. A mi juicio,
basta con ser justos en todos los períodos. Yo no quiero ser
otra cosa; ser siempre justo. Claro está que dada la
fabulosa cifra de delincuencia, son inevitables algunos
errores; como es inevitable que la aplicación estricta de mi
criterio dé paso a equivocaciones aisladas en el sentido de
la generosidad no merecida. Pero nadie puede exigir que en
tan vasta obra de reparación justiciera, sea absolutamente
todo tan perfecto como si estuviéramos llevando a cabo una
tarea de arcángeles. Si consigo devolver a la sociedad,
limpios de alma y de corazón a los delincuentes capaces de
redimirse para España, me consideraré satisfecho; ello se
deberá a la acción benéfica del trabajo sobre el hombre.
¿No se corre el peligro de que el trabajo de los Penales
represente una competencia para la industria?
−No. Se estudiarán las cosas de modo que los
presos no lleven a efecto trabajos capaces de competir con
ninguna industria establecida. Hay ya sobre esto estudios
bien iniciados.
¿Y en cuanto a los emigrados?
−No he dejado al margen de mi preocupación
ese problema. Igual que ocurre con los delincuentes, hay dos
clases de españoles destinados hoy a la forzosa emigración;
un grupo que está constituido por los jefes que de manera
clara, indudable, son responsables de la catástrofe
revolucionaria de España; junto a ellos colocamos a los
autores de delitos de sangre, de robos, saqueos, asaltos,
violaciones, etc., etc. Constituyen una verdadera minoría,
en relación con el cuerpo social. Estos deberán renunciar a
vivir en comunidad con los demás españoles, igual que
acontece con los criminales empedernidos. El segundo grupo,
es el de los que no fueron sino instrumento engañado y
envilecido de la maldad ajena; el de los que añorarán
constantemente a España, y serán susceptibles de amarla
intensamente y de servirla. Mientras residan en el
extranjero, esos españoles del segundo grupo indicado,
podrán llegar hasta a ayudarnos con eficacia. Yo no estoy
dispuesto a desentenderme de ningún compatriota en quien
suponga un posible servidor verdadero de los ideales de la
Patria. Creo que en el extranjero, la España Nacional debe
crear instituciones de cultura y de trabajo en las que esos
emigrados encontrarán tarea, medios adecuados de
subsistencia, calor español, posibilidades de retorno una
vez que se sientan libertados del veneno de sus doctrinas y
de sus inclinaciones actuales. Para ellos, igual que para
los presos redimibles, fundaremos prensa especial, crearemos
entidades editoriales, dispondremos una propaganda noble y
digna. Un día, al cabo del tiempo, podrán volver a su
Patria, y nosotros les acogeremos, porque antes estaremos
seguros de que recibimos a españoles resueltamente adscritos
a la excelsa tarea nacional. De modo que en la emigración,
no habrá ningún español abandonado a su suerte; todos los
que amen a España sentirán el apoyo de la Patria y su
protección. A cambio de ello, nos ayudarán de muy diversas y
legítimas maneras. Estoy seguro de que será así.
Un pensamiento constante me acompaña mientras tengo el honor
de escucharle, y es éste: ¿Tendrá España por sí sola
capacidad económica para fomentar el programa de su
renacimiento, tal como lo concibe usted?
−En este punto sí que no admite límites mi
optimismo. O por mejor decir, mi seguridad. España tiene
capacidad económica sobrada para dar cumplimiento a ese
programa y aun a otro más amplio. La experiencia de esta
guerra es concluyente. Se ha vivido durante mucho tiempo
bajo la influencia mística del oro. Recuerdo a este respecto
una conversación que hace años sostuve con el entonces
ilustre y hoy glorioso Calvo Sotelo. Él también estaba
influido por el mito del oro. Yo no. Y la guerra de
liberación española ha venido a darme la razón. Nunca creí,
y hoy creo menos que nunca en ello, que la nación más rica
sea la que más oro posea. La riqueza y la independencia de
una nación dependen de las materias primas con que cuenta.
Ahora nos desenvolvemos en condiciones de irregularidad
producida por la división de España en dos zonas; pero
cuando podamos disponer de todos nuestros elementos de
exportación, y resolvamos, por consiguiente, el problema de
la balanza comercial, la situación permitirá mirar el
porvenir con plena confianza. Anuncio que la experiencia de
nuestra guerra tendrá que influir seriamente en todas las
teorías económicas defendidas hasta hace poco como si fueran
dogmas; o al menos, influirá en muchas de ellas. La
repercusión de nuestra realidad económica tendrá ecos
innegables. España, que hará una política económica y
comercial más realista, cimentada, además, en el
Patriotismo, no solamente se levantará por sí misma, sino
que lo hará sin violentar los resortes naturales, y sin caer
en dependencias extranjeras de ninguna clase. Me ha de
excusar usted que no me extienda más en la exposición de mi
pensamiento sobre este asunto, porque no es el instante de
indicar mayores precisiones, ni de desenvolver con mayor
holgura mis ideas. Bástele saber que estoy absolutamente
tranquilo en cuanto a nuestro porvenir económico.
El problema económico nacional nos lleva, como de la mano, a
considerar las perspectivas de nuestra política
internacional: ¿Ha visto usted que recientemente se ha
pretendido sostener en la prensa extranjera una teoría dc
equilibrio mediterráneo sin contar con España?
−Bien, pues demos por planteado a toda su
extensión nuestro problema internacional. Parece mentira que
existan todavía cancillerías capaces de olvidar que la
transformación de los problemas internacionales va
íntimamente ligada a la evolución de los sistemas de guerra.
En los tiempos primitivos la guerra era un pleito entre
familias; se empleaban los instrumentos más simples: la
piedra, el asta, el palo... Luego vinieron los combates
entre tribus; aparecieron las hachas de sílex y las primeras
manifestaciones del metal rudimentario, como armamento
decisivo. De las peleas entre tribus se pasó a los
encuentros entre pequeños Estados. Ya las armas se iban
perfeccionando en el sentido de la eficacia, aunque seguían
siendo muy primarias. De la guerra entre pequeños Estados,
saltó la humanidad a la guerra entre grandes Estados. Nos
encontrábamos ya en pleno período de las armas de fuego,
todo lo risibles que se quiera si las comparamos con las de
hoy, pero verdaderamente revolucionarias del arte militar si
las consideramos en su propia época. Más tarde, vinieron las
guerras entre grandes Estados. Empieza a jugar papel
importante la Artillería. La época moderna da lugar a la
guerra entre alianzas de Estados, y viene el progreso de la
Artillería en términos poderosísimos, aparecen las armas
automáticas; se transforman los conceptos relacionados con
la estrategia y con la táctica. Ya la guerra toma tales
caracteres de amplitud que estamos ante la posibilidad que
ni siquiera basten los grupos de Estados, sino que se unan
verdaderos grupos de alianzas para combatir... y llegaremos
a la guerra entre continentes. La Aviación, los gases, la
maravilla de las comunicaciones inalámbricas, las
perfecciones de la física y de la química plantean problemas
militares de incalculable trascendencia. Paralelamente a los
problemas de la guerra se presenta el de “la vida de los
pueblos”; este es un factor que, por su intensidad,
determina la necesidad de organizar la lucha o polémica
internacional mediante el sistema de enormes agrupaciones de
Estados. Antes se combatía, se hacía la guerra en superficie
y línea, pero detrás “se vivía”; hoy esto no es posible, o
cuando menos, es mucho más difícil; he ahí por qué juegan
inevitablemente los conglomerados de naciones. Por
consiguiente, ¿cuál es el pueblo suficientemente petulante
para prescindir de los demás? ¿Cuál es el que puede
mantenerse en los principios del antiguo orgullo y del
tradicional desdén?
De todas suertes, se ha teorizado acerca del Mediterráneo
sin acordarse de España.
−Eso es una verdadera fantasía. Nosotros
tenemos en nuestras manos, irrevocablemente en nuestras
manos, la entrada del mar Mediterráneo. Dados los nuevos
armamentos ese hecho adquiere proporciones insospechadas. Es
absolutamente imposible prescindir de España cuando se
quiera hablar del histórico mar. Ni podemos estar ausentes
de ese problema, ni es admisible que se nos desconozca.
Sería necesario, de antemano, cambiar radicalmente nuestra
situación geográfica y por añadidura, degollar a toda la
población de España. Consideraré y consideraremos
perfectamente inútil todo lo que sobre el Mediterráneo se
haga sin nosotros. Yo, como Jefe del Estado español, y como
Caudillo de mi pueblo, llamaría a los españoles y los
pondría en pie por tres razones: la primera es la defensa de
la fe de Cristo, si la Iglesia se viera amenazada como en
otros siglos; la segunda es la defensa del territorio
amenazado de invasión; la tercera, el intento de reducirnos
a esclavitud en el Mediterráneo. Porque vivir en esclavitud
internacional es vivir en situación de indignidad, y vivir
en indignidad es mil veces peor que no vivir.
He leído alguna vez alusiones muy
cordiales de usted, mi General, a propósito del problema
portugués y americano.
−Admiro profundamente a Portugal. Quiero que
nuestras relaciones con el vecino país sean siempre
cordialísimas. Y llevo dentro de mí la ilusión de que juntas
las dos naciones, igual que en tiempos pasados, laboremos
por un ideal de civilización y de libertad auténtica. Mi
devoción al espíritu portugués es muy honda. En cuanto a los
países de América, medito mucho en las reacciones de España
con aquellos pueblos. Permítame que no me extienda en esta
cuestión porque deseo algún día decir palabras muy
concretas, inspiradas por el deseo de llevar una renovación
importante a la llamada “política hispanoamericana”. Por de
pronto medito sobre los fines que ha de cumplir nuestra
diplomacia en el continente descubierto por el genio de
España. Espero innovar algunas prácticas y alcanzar fines
que están en el ánimo de todos, pero que no ha sido posible
ver convertidas hasta el momento en realidades.
Llegamos a un punto, General, muy interesante para el futuro
español; me refiero a nuestra política en África.
−No olvide usted, cuando piense en el
problema de África o para decir mejor, en el problema
musulmán, esta afirmación que voy a hacerle: España es
pueblo que de veras, muy de veras, entiende a los musulmanes
y sabe compenetrarse con ellos. Nos quieren. Nos agradecen
una actitud que siempre adivinaron en nosotros, y que ahora
ven traducida en actos importantes. La adhesión de los
marroquíes a la Causa nacional española desde el primer
instante no es obra de la casualidad, sino que tiene raíces
muy profundas. Cuando esta guerra haya terminado yo haré que
nuestro Protectorado del Norte de África sea la provincia
más floreciente del Imperio Marroquí; y en Córdoba he de
fundar una Universidad de Estudios Superiores Orientales,
donde los estudiantes musulmanes hallen ocasión de
investigar acerca de antiguos esplendores de su
civilización, utilizando para ello los documentos de todo
orden que España conserva. En este sentido me acuerdo mucho
de los archivos de El Escorial, y pido a Dios que la
barbarie roja no haya dado al traste con tantas riquezas
como allí existían. Quiero, dentro de poco, cuando los
peregrinos que van a La Meca vuelvan de su viaje, que
sientan el deseo irresistible de visitarnos, de visitar las
tierras españolas. ¿Qué quiere usted? Mis años de África
viven en mí con indecible fuerza. Allí nació la posibilidad
de rescate de la España grande. Allí se fundó el ideal que
hoy nos redime. Sin África, yo apenas puedo explicarme a mí
mismo, ni me explico cumplidamente a mis compañeros de
armas. Dejamos en tierras marroquíes muchas y muy grandes
capacidades; otras fueron sacrificadas por los rojos; no
pocas han caído en la guerra actual, pero de todo ello está
surgiendo esta España que llegará a ser una realidad
espléndida.
Permítame, mi General, que ponga fin a mis preguntas. Su
tiempo es precioso. Quisiera unas palabras finales dirigidas
a los españoles, como una invocación.
−Puede usted decir, como resumen de esta
entrevista, que yo aspiro a ser el Caudillo de todos; que no
me interesan las parcialidades banderizas; que lo nacional
llena mi espíritu; deseo que cuantos españoles amen a España
trabajen por ella con el máximo fervor y con la mayor
satisfacción del ánimo. España, si sabemos unirnos todos,
puede dar al mundo la sorpresa de un ideal nuevo. El mío es
que todos los valores auténticos se pongan al servicio de la
Patria; pero sin ambiciones, sin bajas codicias, limpios de
rencores; abierta el alma a todas las ilusiones y a todas
las esperanzas; tenemos que vencer muchas perversidades
desencadenadas por ahí fuera contra nuestro pueblo. El
designio de Rusia, de la Rusia soviética, para
desintegrarnos, para corrompernos, para envilecernos,
continúa en pie. Hay que aplastarlo implacablemente. Todos a
una por la grandeza de España. Todos a una, bajo un mando,
bajo un cielo, al amparo de nuestra victoria generosísima.
Así sueño yo el día de la paz; así sueño la obra de la
comunidad española. Que nadie se sienta desertor; que nadie
se deje llevar de resentimientos y miserias; la hora de
España pide sacrificios, visiones amplias trabajo incesante,
hermandad de corazones. Yo me siento Caudillo de España para
servirla, para morir por ella si fuera necesario. Y al
servir a la Patria no tengo otra ilusión que servir a mis
compatriotas.
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