Nació en Puerto de Santa María
(Cádiz) el 24 de septiembre de 1906, hijo de Benito Guilloto Vaca, arrumbador y
de Milagros León Obregón, costurera.
Realizó el servicio militar en
África, como cabo de Regulares, participando en algunas operaciones bélicas. En
1930 ingresó en el Partido Comunista de España. La dirección del Partido lo
envió a la URSS en 1933, en viaje de formación política. A su regreso a España
se encargó de la administración del periódico “Bandera Roja” y trabajó en
la creación de células comunistas dentro del Ejército. Responsable de las
Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas (MAOC).
Al estallar la guerra, participó
en el asalto al Cuartel de la Montaña. Integrado en el 5º Regimiento, combatió
en los frentes de Guadarrama, Tajo, Jarama, Brunete, Belchite, Teruel y Ebro.
Ascendido a teniente coronel de milicias y nombrado jefe del V Cuerpo de
Ejército, tuvo bajo sus órdenes a Walter, a Líster y a “El Campesino”.
Al frente del Ejército del Ebro,
el paso con éxito del río (25 de julio de 1938) le valió el ascenso a coronel. A
la larga, la suerte le fue adversa, tanto en el Ebro como en la campaña de
Cataluña, replegándose con sus tropas hasta alcanzar la frontera francesa. Fue
el único jefe de milicias que llegó a general, mediante ascenso firmado por
Negrín en los postreros días de la contienda.
A primeros de marzo de 1939 huyó
de España en un avión pilotado por Ignacio Hidalgo de Cisneros, instalándose en
la URSS, donde en la Academia Frunze le fue reconocido su empleo de general.
Durante la
Segunda Guerra Mundial fue general del Ejército búlgaro comunista que combatió a
los nazis junto con las tropas de la URSS.
Fue derrotado
por José Díaz en las luchas de facciones internas para hacerse con el control
del Partido Comunista de España en el exilio.
Posteriormente se estableció en
Praga (Checoslovaquia), donde permaneció hasta su muerte, ocurrida el 19 de
abril de 1969. Autor del libro “Soy del Quinto Regimiento”, obra
que ofrece un exhaustivo análisis sobre la Guerra Civil española.
El presidente Azaña, que no
tenía muy buen concepto de los jefes militares salidos de las milicias, en su
libro “Memorias políticas de guerra”, decía que “el único que sabe
leer un plano es el llamado Modesto. Los otros −Líster, “El Campesino” y
Mera− además de no saber, creen no necesitarlo”.
ARRIBA
Antesala del 18 de julio
Al ser
designado Azaña presidente de la República el 10 de mayo de 1936, pasó el
día 12 a la jefatura del Gobierno Casares Quiroga, que siguió manteniendo en
sus manos la cartera de Guerra.
En este
periodo, antesala del 18 de julio, se mascaba el clima de guerra civil. Los
cuartos de banderas eran focos de subversión. La UME dio la directiva a
todos sus afiliados de no aceptar los permisos de verano. Las continuas
advertencias de los oficiales y jefes leales, en muchos casos postergados y
perseguidos por sus “compañeros”, eran desoídas por el Gobierno. Igual
suerte corrían las denuncias hechas en las Cortes por los diputados de
izquierda sobre los preparativos de la sublevación, más señaladamente las
que con pruebas irrefutables hacían José Díaz y Dolores Ibárruri en nombre
del Partido Comunista.
Los pistoleros
fascistas proseguían sus crímenes. Orientados por la UME, asesinaron en
Madrid el 9 de mayo al capitán Faraudo y el 12 de julio al teniente José
Castillo.
El indefensismo en que los militares
demócratas se hallaban por parte del Gobierno, excitó su indignación. La
lenidad de aquél les hizo reaccionar con particular brío, desarrollándose en
un núcleo importante de ellos la tendencia a actuar por su cuenta.
Al día siguiente del asesinato del
teniente Castillo, promovimos una reunión a la que asistieron los dirigentes
de las células del Partido del Segundo Grupo de Asalto (Ministerio de la
Gobernación), del Ministerio de la Guerra, del Ministerio de Marina y del
Batallón Presidencial, reunión que se celebró en el domicilio del teniente
coronel José Barceló, sito en la calle Vallehermoso. A esta reunión asistió,
en vísperas de incorporarse a su destino en África, el capitán de aviación
Leret, uno de nuestros camaradas militares más lúcidos, asesinado por los
franquistas el 18 de julio en la base de hidros de Atalayón.
En esta reunión de particular tensión,
los camaradas Barceló, ayudante de Casares Quiroga y jefe del batallón del
Ministerio de la Guerra; Enciso, jefe del Batallón Presidencial; Burillo,
del Grupo de Asalto, y la célula del Ministerio de Marina expresaron su
indignación por los crímenes de los militares fascistas y la necesidad de
extremar la vigilancia para salvar la República en peligro. En aquella
reunión se trazó la línea de conducta a seguir con vistas a que no pudieran
sorprendemos los acontecimientos en los ministerios y en las unidades.
En este período, en nombre del Partido,
yo estaba relacionado con el coronel Rodrigo Gil Ruiz, jefe del Parque de
Artillería de Madrid, socialista. En vísperas de la sublevación y ante la
eventualidad de que los fascistas intentaran apoderarse de las armas del
Parque y se produjera un golpe fascista, fijamos ambos la consigna “Modesto”
para la entrega de las armas a las MAOC.
ARRIBA
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La sublevación
militar fascista
La sublevación militar fascista la inició el
día 17 el Ejército de Marruecos, donde abarcó a las cuatro
comandancias, más las regiones militares y la guarnición de
las Islas Canarias. En las primeras horas de la tarde del
día 18 se sublevó la guarnición de Cádiz, a la que habían
llegado la 5ª Bandera del Tercio y un Tabor de Regulares de
las tropas de África a bordo del transporte Ciudad de Cádiz
y del destructor Churruca.
La noticia fue conocida
en Madrid y en otras partes no por conducto oficial, sino a
través de los mil hilos por los que las grandes tragedias
llegan al pueblo, el cual reaccionó con particular brío.
Sólo el 18 de julio, en
Nota Oficiosa del Ministerio de la Gobernación, radiada a
las 8:30, el Gobierno decía al país:
“Se ha frustrado un
nuevo intento criminal contra la República. El Gobierno
no ha podido dirigirse al país hasta tener conocimiento
exacto de lo sucedido...
El Gobierno se
complace en manifestar que varios grupos de elementos
leales resisten frente a la sedición en las plazas del
Protectorado, defendiendo con su prestigio la autoridad
de la República...
En este momento, las
fuerzas de Aire, Mar y Tierra, salvo la excepción
señalada, permanecen fieles en el cumplimiento del deber
y se dirigen contra los sediciosos... El Gobierno de la
República domina la situación”.
Ocurría, por cierto,
todo lo contrario. El 18, el clima subversivo existente era
manifiesto en todas las guarniciones del Ejército de Tierra
de la Península; en muchas de ellas, la sublevación era un
hecho consumado.
Pero las fuerzas
políticas obreras del Frente Popular tenían conciencia clara
de la situación y la expresaron llamando al pueblo a la
defensa de la República.
Cuando el pueblo en la
calle, en poderosas manifestaciones, pedía “armas”, el
gobierno respondía esta vez en una Nota Oficial, radiada a
las 15:15: “...el mejor concurso que se puede prestar es
garantizar la normalidad de la vida ciudadana para dar un
ejemplo de serenidad y confianza en los resortes del poder”.
Hacia aquellas horas,
los “resortes del poder” habían saltado en todas partes o
estaban a punto de saltar. Las ocho regiones militares, la
comandancia exenta de Asturias y las de Baleares siguieron
el camino de las fuerzas armadas de Marruecos y Canarias el
día 17. El hecho consumado, saliendo a la calle y
proclamando el estado de guerra, dependió en cada sitio de
diversos factores. El principal que actuaba en beneficio de
los sublevados era el empecinamiento del Gobierno en no
querer ver la trágica realidad en toda su crudeza. Sus
llamamientos al apaciguamiento tenían un eco unilateral y
conducían a contener la réplica popular y adormecer su
vigilancia. Donde ocurrió así, triunfó la sublevación
militar.
Es notoria la actitud
facciosa de la Flota de Guerra, que había comenzado el
transporte de tropas de Marruecos hasta que los marinos y
clases, con el apoyo de la oficialidad de los cuerpos
auxiliares de la Armada −alma y motor de los barcos−
sometieron a los mandos sublevados y ganaron para la
República 46 unidades de las 53 que la componían.
De las fuerzas del Aire,
con la excepción de los aeródromos de Logroño y Burgos,
dominados por los oficiales fascistas con ayuda de las
guarniciones, todos los demás y las bases de hidros se
proclamaron al lado de la República.
Las fuerzas obreras,
representadas por los Partidos Comunista y Socialista, que
actuaban de acuerdo, reclamaron la formación de un gobierno
de Frente Popular dispuesto a aplastar la sublevación. A
esta exigencia, el presidente de la República, Manuel Azaña,
opuso la formación de un gobierno presidido por Martínez
Barrio, presidente de las Cortes, que rompía el marco del
Frente Popular. Igualmente fue rechazada la proposición de
armar a las MAOC.
La noche del 19 al 20 de julio transcurrió
bajo el signo de la lucha popular contra
el gobierno de Martínez Barrio.
Este y el general Miaja telefonearon a Mola, a quien
hicieron proposiciones que Mola rechazó. El pueblo, lanzado
a la calle en Madrid, Barcelona y otras ciudades,
enarbolando como consignas de lucha “Abajo Martínez Barrio”,
“Abajo los traidores”, y “Armas”, destrozó de un manotazo
aquel gobierno de capitulación. La formación del nuevo
gobierno fue encomendada al Dr. José Giral.
Los días de julio en
Madrid
Conocido el ambiente en los cuarteles y en
los medios reaccionarios, que anunciaban la inminencia de la
sublevación militar fascista, a partir del 16 de julio las
MAOC de los distintos distritos de Madrid fueron alertadas y
concentradas en los que consideramos puntos clave para
responder rápidamente a los facciosos en el terreno y lugar
donde fuera necesario. En la comarca de Villalba se
concentraron el día 17. Cada distrito de las MAOC conocía su
misión. Gozaban de la mayor iniciativa y eran estimuladas
constantemente para que la desplegaran al máximo.
Aquella jornada y las de los días 17, 18, 19
y 20 de julio las pasamos en plena dedicación a la
liquidación del movimiento faccioso en Madrid y en las
guarniciones de su periferia. Desbordante actividad
realizaron las MAOC bajo la dirección inmediata y en ligazón
con el Comité Central y el Comité de Madrid del Partido
Comunista, bajo cuyas directivas actuábamos.
Nos habíamos instalado
en la calle Piamonte con los dirigentes de las MAOC de la
capital, Agustín Lafuente y Juan Fernández (Juanito), caído
el 21 de julio al frente de los milicianos en el asalto a
las posiciones enemigas en Somosierra; Manuel Plaza, caído
en la batalla del Jarama, en su orilla derecha, ante el
puente de Titulcia, mandando el 40 batallón de la 18 Brigada
Mixta; Julio Zamalea, caído en la defensa de Madrid al mando
de un batallón de la 3ª brigada en los combates de la Casa
de Campo en el mes de enero; Manuel Díaz del Valle (“el
Tendero”), quien después de una actuación heroica en las
guerrillas en todos los teatros de Europa durante la Segunda
Guerra Mundial hasta la liberación, combate que prosiguió en
España hasta 1951, murió en Varsovia con el nombre de Manuel
Arana.
Estábamos al corriente
de lo que ocurría en la ciudad a través de las MAOC de los
distritos, con los que teníamos enlace permanente.
(…) En lo que se refiere
a las organizaciones del Partido en las instituciones de
Orden Público y en las unidades militares, jugaron el papel
que les correspondía. Los comunistas, unidos a sus camaradas
socialistas y republicanos, o simplemente a núcleos de
militares patriotas que hicieron honor a su juramento de
soldados de España, tomaron la iniciativa político-militar
en los ministerios de la Guerra, Gobernación, Marina y en
las unidades militares donde pudieron hacerla y desde
aquellas posiciones, ganadas para la República a los
militares facciosos, hicieron abortar la sublevación.
Además, aportaron su
modesta contribución a enderezar los asuntos en la Flota de
Guerra. En la reunión celebrada en la mañana del 19 con la
célula comunista del Ministerio de Marina (compuesta en su
totalidad por oficiales de los llamados Cuerpos Auxiliares
de la Armada), sobre la base del conocimiento de la
actividad facciosa de algunas unidades navales que
transportaron los días 18 y 19 tropas marroquíes y
legionarias a la provincia de Cádiz donde desembarcaron, así
como la enemiga de los comandantes de los barcos, en actitud
de franca rebelión a cumplir las órdenes del Ministerio, se
acordó que los marineros y jefes leales actuaran
resueltamente en todas partes para que la Flota se
mantuviera fiel a la República.
El día 19, la situación
en Madrid se había ido clarificando. Las bandas fascistas,
en lo fundamental, habían sido derrotadas. Pero quedaba la
guarnición, en gran parte sublevada. Lo que ésta
representaba, tanto en Madrid y sus suburbios como en las
provincias limítrofes, resalta en el cuadro siguiente.
Fuerzas sublevadas en
Madrid ciudad Cuartel de la Montaña: Regimiento de
Infantería núm. 31; Regimiento de Zapadores; Grupo de
Alumbrado de Ingenieros.
Esas unidades fueron
reforzadas con una compañía de la Guardia civil y otra
compañía de cadetes de Toledo. Cuartel del Pacífico:
Regimiento de Infantería núm. 1. Cuartel de la calle Moret:
Regimiento de Infantería núm. 2. Centro Electrotécnico: con
una escuela al completo de oficiales cursantes de diversas
armas.
−En la periferia de
Madrid. Campamento: Regimiento de Artillería a Caballo;
Batallón de Zapadores; Grupo de Información de
Artillería; Escuela Central de
Tiro de Artillería; Escuela Central de Tiro de
Infantería; Escuela de Equitación.
Getafe: Regimiento de
Artillería. El Pardo: Regimiento de Transmisiones.
Vicálvaro: Regimiento de Artillería Pesada.
−Otras fuerzas más alejadas de Madrid,
también sublevadas. Alcalá de Henares: Regimiento de
Caballería. Toledo: Academia Militar, el Tercio de la
Guardia Civil de la provincia. Escuela Central de
Gimnasia. Guadalajara: Regimiento de Aerostación,
Maestranza de Ingenieros, Academia de Ingenieros,
Colegio de Huérfanos Cadetes,
Prisiones Militares. Segovia: Academia de Artillería,
Fuerzas de la Guardia Civil de la provincia. Ávila:
Academia de Intendencia, Fuerzas de la Guardia Civil de
la provincia.
Así, pues, las unidades
de la 1ª División Orgánica −salvo honrosas excepciones− y
otras fuerzas ya mencionadas se alzaron contra la República.
Algunas que no operaron con los fascistas activamente en la
sublevación, estaban inutilizadas para ser empleadas contra
los sublevados, tanto por el forcejeo interior entre los
partidarios de ellos y los leales, como por la falta de
decisión de estos últimos.
Desde el Cuartel de la Montaña, donde se
encontraba el centro de la sublevación, el general Fanjul y
su Estado Mayor dirigían a los sediciosos. Para hacer frente
a los facciosos, las autoridades republicanas contaban en
Madrid con las siguientes fuerzas leales:
−Primer Grupo de Asalto, en el que buena
parte de los mandos eran facciosos.
−Segundo Grupo de Asalto, unidad republicana y patriótica
ejemplar.
−Tercer Grupo de Asalto, en el que el 50% de
los mandos eran reaccionarios.
En los dos últimos había células de
oficiales, más numerosas en el Segundo Grupo. En el Primero
había un camarada.
El Primero y Tercer Grupos de Asalto fueron
ganados por sus oficiales y guardias leales a la República
actuando así los tres en el
aplastamiento de la sublevación.
Las tropas de la
guarnición fueron cercadas en los cuarteles, asediadas por
el pueblo. Las MAOC y las fuerzas leales que no quedaron
desorganizadas, como el famoso Segundo Grupo de Asalto,
mandado por el comandante Ricardo Burillo, donde por su
espíritu todos eran milicias, fueron el catalizador de las
energías populares y, con los milicianos, las fuerzas
decisivas que aplastaron a los facciosos.
En el Regimiento de
Infantería núm. 2 (Cuartel de la calle Moret) las tropas
fueron acuarteladas el 17 de julio. Toda la oficialidad
estaba comprometida con la sublevación. El día 19 empezaron
a poner en práctica sus planes. Estos consistían en formar a
la tropa en el patio, fusilar al suboficial Alonso Moreno y
al cabo Francisco Abad (ambos comunistas), salir con las
tropas a la calle y acudir en ayuda de los sublevados del
Cuartel de la Montaña.
La organización
comunista y de la UMRA (Unión Militar Republicana
Antifascista) observaban los preparativos de los mandos, que
emplazaron las ametralladoras, el cañón de infantería y los
morteros contra la 2ª compañía del Primer Batallón, en la
que era conocido que el Partido Comunista tenía una fuerte
organización. Francisco Abad, comisionado por sus
compañeros, se dirigió al oficial de la pieza conminándole a
retirada.
La 2ª compañía tenía
enfilado el patio desde las ventanas. Los jefes y oficiales
habían perdido ya la partida cuando quisieron reaccionar.
Las organizaciones antifascistas se hicieron cargo del
regimiento sin necesidad de disparar ni un solo tiro.
El propósito de salir a
la calle con el regimiento fue cortado por el camarada
Vicente Uribe, miembro del Buró Político del Partido y
responsable del trabajo en el Ejército y las fuerzas armadas
en todo el país, cuyas instrucciones al camarada Alonso
Moreno fueron: “Nada de sublevarse, porque pueden pensar que
son los fascistas”.
En la noche del 19, salí acompañado por
Agustín Lafuente y otro camarada de las MAOC, cuyo nombre no
recuerdo desgraciadamente, a conocer la situación existente
en los cuarteles periféricos. Al amanecer participamos en la
toma del cuartel de Artillería de Getafe. En esta acción
tomaron parte las MAOC de la localidad, armadas por el
personal mecánico del aeródromo. Recuerdo con emoción la
actitud de los soldados de artillería. Después de la
rendición de los oficiales, al venir a depositar las armas
en la montonera que se les indicó, casi todos sacaban la
munición y, tirando los peines, decían: “Ahí están las balas
que me han dado. Yo no he disparado ninguna”. Entramos en el
cuartel, reunimos a los soldados en el patio y, desde la
baranda del corredor de los dormitorios del primer piso,
improvisamos un mitin, en el que les dirigí la palabra en
nombre del Partido.
Regresé a la calle
Piamonte hacia media mañana, donde informé al Partido sobre
la situación en Getafe y volví a salir, esta vez con Juanito
Fernández, para recoger a un camarada soldado, escapado del
cuartel de la Montaña, que estaba en “terreno de nadie” al
pie de la montaña del Príncipe Pío, donde se alzaba aquella
fortaleza. Pasamos por el cruce de la calle Ferraz desde la
dirección de Gran Vía y recogimos en su abrigo al camarada,
con el que nos trasladamos a la calle Piamonte, donde
informamos al Partido de la situación.
La jornada del día 20
coronó la victoria popular contra la guarnición. La dinámica
de la lucha ofreció, tras Getafe, la caída del Cuartel de la
Montaña, a la que siguieron Campamento, el Regimiento núm. 1
y el Regimiento de Artillería de Vicálvaro.
En Campamento se mantuvo
leal el grupo de artillería de la DECA, mandado por el
comandante Cimarro, que se enfrentó a los sediciosos y
cooperó a su derrota.
En el Regimiento número
1, donde la situación era muy tensa e indecisa, porque la
mayor parte de sus mandos, con el coronel-jefe a la cabeza,
eran partidarios de la sublevación y se aprestaban a
secundarla, fue decisiva la intervención de la camarada
Dolores Ibárruri, que entrando audazmente en el cuartel con
Enrique Líster y otros camaradas, habló a los soldados
reunidos y les decidió a que impidieran el levantamiento del
Regimiento y defendieran a la República. Los soldados
abrieron las puertas del cuartel a un buen grupo de
milicianos que vigilaban expectantes en la puerta y formaron
con ellos una columna que salió días después para la Sierra
al mando del capitán Benito y con Líster de comisario. La
camarada Dolores fue también con ellos.
En los asaltos y tomas
de los cuarteles fueron conquistadas las armas que hicieron
posible la derrota de los sublevados de las guarniciones
alejadas de Madrid y la resistencia en la Sierra. Pero las
primeras vinieron del Parque de Artillería, el día 18,
entregadas por el coronel Rodrigo Gil.
Al finalizar la jornada
del 20, en una reunión de la dirección del Partido para
examinar la situación militar creada por la sublevación y la
disolución del Ejército decretada por el gobierno, se acordó
comenzar a reagrupar las milicias.
Mi última gestión como
responsable nacional de las MAOC consistió en transmitir
personalmente a todos los distritos de las MAOC que recorrí,
así como a los comités de radio del Partido las directivas
que recibí, en nombre de la dirección del Partido, de los
camaradas Pedro Checa y Francisco Antón de concentrar a
todos los milicianos en Francos Rodríguez, en el edificio
abandonado del viejo convento de los Salesianos, donde ya se
habían instalado las MAOC de la barriada obrera de Cuatro
Caminos y donde fue organizado el 5° Regimiento. Igualmente
se indicó intensificar la recluta de voluntarios en las
distintas barriadas y su traslado posterior al cuartel del
Quinto. Allí participé en la reunión constitutiva del mismo,
a la que asistieron los camaradas José Díaz, Dolores
Ibárruri, Pedro Checa, Francisco Antón, Daniel Ortega,
Victorio Codovilla y yo, por mi responsabilidad de las MAOC,
así como algunos responsables de las milicias de distrito.
En aquella reunión donde
nació el Quinto Regimiento, no se nombró a nadie comandante,
ni comandante en jefe. El jefe del Quinto era de hecho el
Partido, sin personalizar todavía en nadie. Lo que si
ocurrió es que aquellos camaradas que habían dirigido las
milicias de distrito y tenido responsabilidad en ellas,
continuaban haciéndolo, aunque no todos. Y de ahí el que, a
pesar de la constitución del Regimiento, subsistieran
durante algún tiempo diversas organizaciones milicianas, que
en el desarrollo del Quinto fueron incorporándose a éste,
ocupando puestos de dirección los camaradas que más se
habían distinguido en su organización y en los primeros
combates. Algunos de ellos, como el renegado Enrique Castro,
fracasaron, mientras que otros consolidaron su mando por su
valiosa contribución a la lucha.
La Sierra
y su importancia
Tras la derrota de la sedición en Madrid y
en las provincias de Guadalajara y Toledo, se conoció que
sobre la Capital venían varias columnas procedentes del
Norte. Para hacer frente a la amenaza que ello representaba,
salieron a su encuentro, con la misión de contenerlas en la
Sierra, varias formaciones milicianas organizadas por el
Quinto Regimiento, la Casa del Pueblo y otras entidades
obreras y juveniles de signo diverso, dando origen a los
combates de julio-agosto en la Sierra.
Dichos combates se desarrollaron por el
dominio de los puertos de la Sierra del Guadarrama, tramo
medio de la barrera montañosa del Sistema Central que separa
ambas Castillas, por donde transcurren varias direcciones
convergentes en Madrid. Las más importantes desde el punto
de vista operativo son:
−Madrid-Burgos, por Somosierra y Aranda
de Duero.
−Madrid-Segovia, por Villalba y el
Puerto de Navacerrada o por el valle del Manzanares,
Puerto de Navacerrada.
−Madrid-Valladolid, por el Puerto de
Guadarrama o el Alto de León.
La principal es la última, que supera la
cordillera por el Puerto de Guadarrama. Por ella pasa la
carretera general Madrid-Valladolid (Madrid-La Coruña) y
cruza la cordillera el ferrocarril Madrid-Valladolid por
Segovia y Medina del Campo, este último uno de los más
importantes nudos ferroviarios del país. .
Superar la barrera montañosa por el Puerto
de Guadarrama (1.511 m.), que es el paso más estrecho de la
cordillera (10 km.) y el más cercano a Madrid (58 km.),
saliendo a Villalba, daría a las columnas de Mola el dominio
de la Sierra. Ello explica que fuera precisamente en el paso
de Guadarrama donde se libraran combates casi
ininterrumpidos y tenaces desde el 22 de julio hasta el 15
de agosto de 1936. Por su importancia, la segunda dirección
operativa cruza el macizo por el Puerto de Somosierra (1.454
m.). Por éste pasa la carretera de primer orden
Madrid-Burgos.
La otra dirección es la que salva la Sierra
por el Puerto de Navacerrada (1.860 m.). Su importancia
reside en que es el paso más próximo a Segovia y en su
situación entre las Guarrenas (2.262 m.) y Siete Picos
(2.183 m.), casi en el centro de la Sierra, unido a que en
él convergen otros puertos que de hecho son sus tributarios;
da solidez a la defensa de los otros pasos, principalmente
el del Alto del León, el más próximo, cuya defensa, sin
dominar el Puerto de Navacerrada se hace extremadamente
difícil.
La ventaja de tener la iniciativa en el
desencadenamiento de las acciones militares, por el mero
hecho de la sedición, y el propósito de apoderarse de Madrid
indujo a los sublevados a enviar vanguardias facciosas para
la ocupación de los tres puertos mencionados, con la misión
de mantenerlos en sus manos, facilitando así el paso de las
columnas del N. y del NO. lanzadas sobre Madrid.
El paso de Somosierra, hacia donde venia la
columna de Burgos, lo ocupaba una unidad de falangistas;
fuerzas de artillería y de la Guardia Civil de Segovia se
instalaron en Navacerrada: núcleos de fascistas lo hacen en
Guadarrama, hacia donde avanzaba la columna de Valladolid.
Los primeros combates de la Sierra
Como responsable de la organización de las
milicias, participé en la organización y gestioné el
armamento de las dos primeras columnas que se formaron en el
Quinto Regimiento, y que en la tarde del 21 salieron para
Somosierra y Villalba, incorporándome a esta última. Al
frente de ella íbamos el camarada Félix Bárzana, maestro
nacional, miembro del Comité Provincial de Madrid del
Partido Comunista, y yo como responsable militar.
A la anochecida llegamos a Villalba, donde
encontramos fuerzas de Ingenieros, al mando del coronel
Castillo, y del 2° Grupo de Asalto, al mando del teniente
coronel Burillo, así como otros jefes y oficiales de Madrid
y milicianos de aquella comarca. Se enviaron patrullas de
reconocimiento a los puertos de Guadarrama y Navacerrada.
Los fascistas que ocupaban Guadarrama, lo abandonaron. En
Navacerrada se combatía. Sobre la base de esa situación, en
la reunión que celebramos el coronel Castillo, los tenientes
coroneles Moriones, Redondo y Burillo, el capitán Fontán,
Enrique Zafra, responsable de las milicias de Villalba y su
comarca, Félix Bárzana y yo, se decidió que las milicias del
Quinto Regimiento y las fuerzas del Grupo de Asalto formasen
una columna y marchasen al encuentro del enemigo en
dirección Navacerrada. Las otras fuerzas marcharían hacia
Guadarrama, donde las milicias de Villalba ocuparon
posiciones cercanas a San Rafael.
Al amanecer del día 22 subimos al Puerto de
Navacerrada, recuperando a un grupo de campesinos y
leñadores de dicha localidad, dirigidos por Villanueva “el
Tuerto”, que se habían batido con el enemigo. Este se
encontraba situado en el gran mirador que se alza en la
divisoria de aguas del espinazo de la Sierra, límite de las
provincias de Madrid y Segovia, llamado Dos Castillas.
Después de algunos disparos, del primer impulso coronamos
Dos Castillas. Tornamos un cañón del 7,5 allí emplazado. Y
nos lanzamos adelante, bajando hacia Balsaín y La Granja. Lo
montañoso del terreno, cubierto además por el gran pinar de
Balsaín, subordinaba todo movimiento serio a la carretera.
Los obstáculos naturales, reforzados con barreras de pinos,
nos obligaron a perder el tiempo en su desmonte.
El capitán José Fontán, con un pelotón de
guardias de Asalto, y yo, con un grupo de comunistas, íbamos
en vanguardia. Por mucho que nos esforzamos, no volvimos a
tomar contacto con el enemigo. Pero le impedimos retirar su
artillería, apoderándonos de otros siete cañones del 7,5
emplazados sobre la carretera, en los lazos finales de las
Siete Vueltas.
El
hundimiento del Este. Los últimos días de Teruel
El último intento de conquistar Teruel lo
inició el enemigo el 5 de febrero de 1938 y se prolongó
hasta el día 8. En el participaron, además del Cuerpo de
Galicia con las divisiones 13, 85 y 84, el Cuerpo Marroquí
con las divisiones 108, 11, 4 y 82, y un cuerpo mixto
formado por la 1ª División de Caballería y la 5ª División de
Infantería. Es decir, tres cuerpos de ejército con un total
de ocho divisiones de infantería, una de caballería y tres
batallones de tanques. Como medios de refuerzo contaba con
toda la aviación hitleriana y fascista y una gran masa de
artillería.
La solidez alcanzada
por nuestras líneas en las direcciones oeste y sudoeste
llevó al enemigo a buscar nuevos caminos para alcanzar su
objetivo. Por eso extendió la zona de operaciones más al
norte, contra el saliente republicano de Sierra Palomera en
el frente Pancrudo-norte de Teruel.
A excepción de las
inmediaciones de la plaza, en su conjunto todo aquel sector
estaba semidesguarnecido de fuerzas. Sólo hacia la
profundidad existían, en las comunicaciones, algunas
unidades con la 27 División y varias brigadas más,
encargadas de la contención del enemigo. El ataque se
realizó en la orilla izquierda del Alfambra, donde consiguió
unas pequeñas cabezas de puente. Sin embargo, en las
inmediaciones de la plaza, el Cuerpo de Galicia fue
contenido y derrotado una vez más, sin conseguir el
objetivo.
(...) Fue entonces
cuando el Alto Mando republicano dio por terminada la
batalla de Teruel, ordenando el relevo de unidades y la
salida de aquella zona de un buen número de ellas. La zona
de defensa inmediata de la plaza, hasta entonces mantenida
por el V Cuerpo, fue cubierta por la 46 División, cuyas
unidades relevaron del 10 al 12 de febrero a las fuerzas de
las 35 y 47 Divisiones.
La marcha de los
acontecimientos posteriores puso de manifiesto que el Alto
Mando republicano cometió un error al dar por terminada la
batalla de Teruel. No era el primero ni sería el último del
ministro Indalecio Prieto.
Asegurado el relevo de
las fuerzas, salimos de Teruel el mando, el comisariado y el
Estado Mayor del V Cuerpo. Las Divisiones 35 y 47 habían
combatido durante cuarenta y un días consecutivos. Al ser
relevadas, entregaban una organización defensiva sólida.
Nos instalamos en
Valencia, en el palacio de Benicarló. Aún no habíamos
sentado el pie en la ciudad del Turia cuando un emisario de
Sánchez Rodríguez me alcanzó en casa de Saturnino Barneto
diciéndome que fuera urgentemente al Estado Mayor Central.
Me presenté al general
Rojo, quien me dijo:
−Ha comenzado otro
ataque enemigo sobre Teruel, de mucho empuje; debes salir
mañana al mediodía para allí. Otra vez tendrás que hacerte
cargo de aquello; ya te lo dirá Sarabia. Y después de un
momento de reflexión, agregó: Se han adelantado a lo que
preparábamos en Extremadura.
Vuelto a mi Estado
Mayor, Sánchez Rodríguez me dijo:
−Ya conozco todo.
Me lo ha contado Rojo.
−Pues vámonos para
allá.
Consultamos la carta y
decidí mover todo con destino a Puebla de Valverde (...). A
las 8 horas del 18 de febrero me acerqué al puesto de Galán.
No le veía desde que me visitó en la sala de operaciones del
Hospital Obrero de Madrid. Luego fue enviado al norte, como
lo fue Nino Nanetti, caído en los combates de Vizcaya.
Hablamos un rato y la cosa parecía fea. Por la derecha, en
Santa Bárbara y el Muletón, era cuestión de poco tiempo.
Salvo...
En el curso de los días
17 y 18 de febrero el enemigo consiguió apoderarse de las
alturas dominantes en la margen izquierda del Alfambra.
Prosiguiendo sus acciones avanzó en la dirección norte de
Teruel, ocupando el Muletón, Santa Bárbara y saliendo al
este y sudeste de Teruel.
−No tengo reservas,
Modesto −me dijo Galán−. ¿Puedes prestarme algo?
−No tengo más que mi batallón especial −le contesté−.
Ahora mismo lo pongo a tus órdenes.
(...) Era la primera
vez que ponía el batallón especial del V Cuerpo a las
órdenes de otro.
El batallón de Fernando
y de Bascuñana, de Huertas, de Manuel del Valle, de Cándido,
de Antonio Blanco, de Manuel López, de José Moreno y de
centenares de héroes anónimos, restableció de momento la
situación en el flanco derecho.
(...) Nuestros
contrataques chocaron con los ataques reiterados del enemigo
y limitaron sus éxitos. No obstante la superioridad enemiga,
las unidades de la 46 y la 69 Brigada mantuvieron
sólidamente en sus manos las alturas próximas a la carretera
de Sagunto y garantizaron las comunicaciones de Teruel,
aunque batidas por la artillería y, en ciertos tramos, por
los fuegos de las ametralladoras del enemigo, evitando el
cerco de la guarnición de la ciudad y la caía de nuestras
posiciones en La Muela por su retaguardia.
(...) Marché nuevamente
a Teruel. El día 22 había ordenado que una brigada de la 11
División avanzara hasta las proximidades de la ciudad, entre
la carretera de Sagunto-Teruel y el río Turia, para hacer
frente a cualquier eventualidad. Por la noche vimos que del
este bajaban a la ciudad algunas fuerzas enemigas.
Apreciamos la situación como un peligro inmediato de cerco
si flaqueaban las fuerzas del interior de Teruel. Creyendo
que el jefe de la 46 se encontraba en la ciudad, y así como
el grueso de la unidad, y en la seguridad de que La Muela
estaba guarnecida por la brigada de la 46 que mandaba el
comandante Aparicio, decidí un ataque de noche sobre la
plaza. Para realizar este ataque se organizaron dos
columnas: a la derecha, una brigada de la 11 División
estaría mandada personalmente por mí; a la izquierda, otra
brigada de la 11 sería mandada personalmente por Líster. La
hora de comenzar el ataque se fijó a las 0 horas 15 minutos
del día 24.
A los 5 segundos, el
jefe del Estado Mayor del V Cuerpo me llamó urgentemente al
teléfono (Daniel González, jefe del Estado Mayor de la
brigada que mandaba Leal, trajo el aviso). Tomé el teléfono
y oí a Sánchez Rodríguez que decía:
−No comiences,
porque "El Campesino" y la 46 están fuera, en un
pueblecito más allá de Castralvo. He hablado
personalmente con él y espera tus órdenes.
−¿Has avisado a
Líster?
−Sí, ya se lo he
dicho.
−Dile a Valentín
que venga al Puesto de Mando del Cuerpo.
En vista de lo
expuesto, suspendimos el contrataque proyectado. “El
Campesino” nos había jugado una nueva mala pasada que,
desgraciadamente, no sería la última. Evacuado Teruel sin
orden ni necesidad, abandonada La Muela sin combate por el
comandante Aparicio −hecho decisivo que originó el cerco de
nuestras fuerzas, un cerco que era bien relativo− las líneas
volvieron a formarse delante de mi puesto de mando en la
Venta del Puente, donde permanecí hasta el día 29.
El 10 de marzo recibí
la orden de instalar mi puesto de mando en Sot de Ferrer. El
día 11, de situarlo en Alcoriza. Había sido nombrado jefe de
las reservas estratégicas del Ejército, con dependencia
exclusiva y directa del Estado Mayor Central.
Aquellos movimientos y
los siguientes los realicé todos acompañado de mi Estado
Mayor y el Cuartel General y los servicios del V Cuerpo. Una
sola unidad me acompañaba: el batallón especial, vivero de
cuadros de mando para misiones más altas. Lo que acabo de
decir tenía una causa concreta: una ofensiva de amplios
vuelos que se desencadenó el 9 de marzo al sur del Ebro, en
el espacio comprendido entre la orilla derecha de dicho río
y el Vivel del Río Martín.
El 14 de marzo me citó un ayudante de Rojo
en Morella. Con el general estaba Cordón, que había sido
quitado por Prieto de la jefatura del Estado Mayor del
Ejército del Este. Estos días acompañaba a Rojo como jefe de
Operaciones de su E.M.
Rojo me informó de las dimensiones de la
catástrofe con una frase: “El Ejército del Este ha
naufragado al sur del Ebro”. Me anunció la llegada de las
divisiones 11 y 15 y me dio instrucciones que terminó con
las siguientes palabras: −La 45 vendrá a tu disposición.
Ahora tienes la 11 y todas las fuerzas que se encuentran en
ese frente al sur del río, más la que integran la Agrupación
Reyes. Ni él ni yo encontramos nunca a esa agrupación
fantasma.
Lo sucedido entre el 9 y el 15 de marzo en
el sur del Ebro era bien triste e indignante. El XII Cuerpo,
comenzando por su jefe, desapareció del teatro de la lucha.
Sólo núcleos de combatientes intentaron hacer frente y se
batieron con el enemigo sin directivas del mando superior,
por su propia iniciativa. En aquellas condiciones, el
resultado de la lucha tenía que ser favorable al enemigo,
máxime teniendo en cuenta su gran superioridad de fuerzas y
material de guerra. En cuanto al XVIII Cuerpo, su jefe, el
teniente coronel Heredia, siguió la misma conducta; no sin
antes (cuando ya el enemigo avanzaba en todo el frente de
ataque) desorganizar y dispersar la 35 división.
(...) El XII Cuerpo,
pues, entregó al enemigo el territorio al sur del Ebro,
desde su margen derecha hasta las proximidades de Montalbán.
Cuando una masa de fuerzas como las que participaban en ese
ataque (13 divisiones) recibe tal obsequio, se crea una
situación crítica como la que estaba planteada. Para hacerla
frente habíamos ido allí. Pero todo tiene un porqué.
Ese interrogante me lo
hice al instalarme el 11 de abril en Alcoriza. Al principio
no encontraba respuesta. Bien dice el refrán que la pasión
quita el conocimiento. En este caso pasión era igual a
indignación. De ahí que, al reflexionar, se me viniera a la
mente todo lo que había visto al sur del Ebro en los meses
de agosto-septiembre, que brevemente recojo en un solo
aspecto antes, en el subcapítulo “Un
raid instructivo”: la
obra de los ensayistas libertarios. (...) En
contraposición a la indigna conducta de los jefes del XII
Cuerpo, el combate y el comportamiento de la 35 División,
por la que pasaban en rotación todas las internacionales y
que me acompañó en toda la guerra, desde Brunete hasta el
Ebro, me llenaba de orgullo en este aciago mes de marzo. Y
me sigue llenando hoy.
Un cuadro desolador
El 18 de
marzo de 1938, en el frente encomendado al V Cuerpo, comenzó
una nueva fase de la maniobra enemiga. Participó en ella, en
dirección a Caspe, el Cuerpo Marroquí en primer escalón; en
segundo escalón otro Cuerpo, con las divisiones 1, 55 y 1ª
de Caballería que entró en combate después del paso del
Marroquí al norte del río; el Cuerpo Italiano con las
divisiones Littorio, 23 de Marzo, Flechas
Negras y Flechas Azules atacó el nudo de
Valdealgorfa, en el sector defendido por la 11 División.
(...) En el
frente del V Cuerpo los ataques -que duraban ya más de una
semana- de las divisiones enemigas fueron contenidos en
todas partes: por la 45 División, en dirección Caspe-Maella;
por la 11 y la 3, en dirección Calaceite. En esta dirección
estaban instalados en una masía el puesto de mando y el
Estado Mayor del V Cuerpo.
Al norte
del Ebro las cosas sucedían de manera diferente. El enemigo
comenzó sus acciones el día 22 en las tres direcciones
antedichas. Horas después (con excepción de la 43 División,
que permaneció en su zona de defensa −comarca de Bielsa−,
manteniendo en sus manos los altos valles del Cinca y del
Cinqueta, y de algunas otras unidades sueltas de mucha menor
entidad) desde la frontera pirenaica se repitió por los
mandos fundamentales del X y XX Cuerpos de Ejército y del
Ejército del Este lo ocurrido con el XII al sur del río y
con las mismas características.
El derrumbe
del Ejército del Este abrió aquel inmenso frente al enemigo.
Éste tenía los caminos hasta el Segre y más allá.
Y no había
reservas.
Hacía
finales de marzo prosiguió sus acciones en las tres
direcciones del ataque, sin tener ante sí nadie que le
disputara el terreno.
Sólo en los
primeros días de abril, la llegada de reservas del Centro y
de Andalucía permitió hacer frente a la situación, siendo
detenido el enemigo en todo el frente de la línea del Segre
y del Noguera Pallaresa, en cuya orilla izquierda creó unas
cabezas de puente en Tremp, Balaguer y Serós.
Además del sur, el norte
A partir
del día 22, a medida que el avance enemigo se desarrollaba
al norte del Ebro, se extendía más mi flanco derecho en esa
dirección. Todas las noches recibía una orden del EMC
[Estado Mayor Central] en la que me anunciaban nuevas
decenas de kilómetros de ampliación del frente. Algo
parecido ocurrió, aunque en menos proporción, con nuestro
flanco izquierdo después del día 25.
(...) Hasta
finales de marzo mantuvimos las posiciones en la línea del
Guadalupe. Pero en el curso de aquellos días, las unidades
del V y del XXII Cuerpos agotaron sus reservas, que no
fueron repuestas porque las unidades que en principio
estaban destinadas a reforzarnos fueron enviadas al sector
norte, a causa de la marcha de los acontecimientos allí.
Además fueron privadas de parte de la artillería y del apoyo
de la aviación republicana que, a partir del día 22, actuó
con toda su masa en las direcciones de Lérida y Balaguer.
Los factores señalados debilitaron las posibilidades de
resistencia al sur del Ebro y crearon las condiciones para
que el ataque enemigo alcanzara su principal objetivo
estratégico: salir a la costa y cortar en dos la zona
republicana.
El 30 de
marzo avanzó en el frente del V Cuerpo hasta el Matarraña,
en dirección Maella, y hasta la ermita de San José, al pie
del macizo de La Ginebresa. En el frente del XXII Cuerpo
penetró en la sierra de San Marcos y avanzó sobre Morella.
(...)
Durante los días 31 de marzo y 1, 2 y 3 de abril, las
unidades de los Cuerpos V y XXII, sin perder el contacto con
el enemigo y frenando su avance, se batieron continuamente
sin poder impedir que el enemigo entrara el día 3 en Gandesa
y Morella. Las fuerzas del general Walter pasaron el río por
Mora y García, y desde la orilla izquierda, cumplieron la
misión de impedir a los fascistas la creación de una cabeza
de puente en el sector de Mora. Como medios de apoyo, pues
la artillería que teníamos era mínima, les di la batería
antiaérea. Su misión ahora era defender el puente sobre el
río en Mora del Ebro, dejando a su criterio la voladura del
mismo. E igual con el el puente de ferrocarril de García.
El corte
(...) El
Alto Mando republicano aceptó de antemano el corte de la
zona leal y fijó a los Cuerpos V y XXII la misión de ganar
tiempo para asegurar el paso de las unidades a la zona
catalana, ordenando al V que se replegara al norte del Ebro
y al XXII que lo hiciera en dirección sur.
En el
sector del V Cuerpo, dirección Tortosa-Vinaroz, el Cuerpo
intervencionista del fascismo italiano atacó con la misión
de salir al mar en la zona Vinaroz-Amposta-San Carlos de la
Rápita. Desde el oeste al flanco derecho del Cuerpo
extranjero, la 15 División atacó a través del macizo de
Beceite en dirección Alfara-Tortosa.
En el
sector del XXII, el Cuerpo de Galicia atacó con la misión de
ocupar el cruce de comunicaciones que tiene como centro San
Mateo, dejando atrás el amplio macizo del Maestrazgo.
Con tres
tanques como toda fuerza, situados en la comunicación
principal por donde venía el Cuerpo Italiano, amaneció el 3
de abril (...). En la noche del día 4 instalé el puesto de
mando en una huerta de Cherta. El EMC me ordenó resistir a
toda costa para permitir el paso por Tortosa de las unidades
que debían proveer el norte del Ebro y hacer frente a la
situación creada por el desastre del Ejército del Este.
(...) Los
ataques continuos y reiterados del Cuerpo Italiano, con la
masa de artillería y de aviación que le apoyaban, no
prosperaron. A veinticinco kilómetros de Tortosa tuvieron
que echar el freno. “Por aquí no hay salida al mar”, le
dijeron las brigadas 72, 68 y 124, que cubrían la línea
Cherta-Pauls-Alfara.
La graciosa
concesión a los italianos de ser ellos los primeros en
llegar al Mar Latino tuvo que ser corregida. Recibieron
aquella misión las siete divisiones enemigas que atacaron al
XXII Cuerpo y ocuparon San Mateo y Cervera. El 15 de abril
salieron por aquel lado a la costa, en Vinaroz.
También
desde el día 13 atacaron en nuestro flanco izquierdo por el
macizo de Beceite. Unos pelotones del batallón especial del
V cerraron el paso al enemigo en aquel terreno endemoniado.
A partir
del día 15 atacaron asimismo desde el sur en dirección
Tortosa.
(...) Ese
mismo día había venido el general Rojo a mi puesto de mando.
Hablamos a solas de las perspectivas y me anunció que iban a
confiarme la organización y el mando de la Agrupación
Autónoma del Ebro, compuesta por dos Cuerpos de Ejército: el
V y el XV. Le propuse para el mando del V al jefe de la 11
División, Enrique Líster; y para el del XV, al jefe de la 3ª
División, Manuel Tagüeña, propuestas a las que dio su
acuerdo.
El Ebro. Todos
los que tenían que pasar
En las
primeras luces del día 25 pude comunicar al ministro de
Defensa y al Estado Mayor Central, confirmando el triunfo de
la maniobra: “Han pasado todos los que tenían que pasar. Los
que fueron detenidos, lo han hecho por la zona inmediata. Se
ha ocupado, combatiendo, Miravet y El Castillo. Las
vanguardias están en sus primeros objetivos. Las pasarelas,
todas tentidas. Los puentes de vanguardia, tendidos dos y
tendiéndose otros dos. Ha comenzado el paso del grueso de
las fuerzas. Se ha reiterado la orden de que no se detengan
ante las resistencias de la orilla y que sigan a sus
objetivos lejanos. El enemigo ofrece una resistencia
extraordinaria en la demostración del flanco izquierdo. En
la derecha está cortada la carretera de Mequinenza a Fayóin
y se ha tomado artillería. No hay bajas acusadas”.
Al
finalizar la jornada del 25, las fuerzas del Ejército del
Ebro habían derrotado a la 50 División enemiga, parte de la
150 y una Brigada de la 13 División, conquistando el
territorio al este del km. 161 del ferrocarril
Tarragona-Caspe, la divisoria de la Sierra de la Fatarella,
Corbera, Sierra de Pandols y vertientes norte del Canaletas,
cubriendo todos los objetivos de la primera fase y parte de
los de la segunda. Las guarniciones enemigas de Mora del
Ebro, García y Benifallet tenían cortados todos los caminos
de repliegue y aquella zona caía por envolvimiento. La
aviación enemiga empezó a desplegar una gran actividad
contra los medios de paso. Se acusaban ya los primeros
síntomas de la irregularidad en el Ebro. En Gandesa, varias
unidades enemigas ofrecían una gran resistencia. La
demostración del flanco derecho había tenido un éxito
completo. La del flanco izquierdo había cesado. Se habían
hecho más de 2.000 prisioneros y capturado varias piezas de
artillería y otros trofeos.
A mi puesto
de mando habían venido muy de mañana el general Rojo; el
coronel Cordón, subsecretario del Ejército de Tierra; el
coronel Patricio Azcárate, jefe de ingenieros del Ejército
Republicano; Gallo (Luigi Longo), comisario inspector de las
Brigadas Internacionales, y Pietro Nenni. Gallo y Nenni se
fueron a visitar a las unidades empeñadas en el combate,
después de conversar un rato conmigo. Los demás marcharon a
sus funciones respectivas. Más tarde volvieron Rojo y
Azcárate. Se había producido ya la primera crecida y sus
resultados eran dañinos. Oí, no recuerdo a quién, la palabra
catástrofe, que le obligué a retirar. Con Botella Asensi,
jefe de ingenieros del Ejército, y Sánchez Rodríguez, mi
jefe de Estado Mayor, llegamos a conclusiones prácticas:
retirar cabestrantes de las minas y otros medios para la
fabricación de compuertas. En aquellos momentos, los medios
discontinuos eran los mejores. La maniobra del Ebro
sorprendió al enemigo estratégica y tácticamente. Lo
primero, sin duda, por la confianza que tenía en el
obstáculo que representaba la barrera del río y por el
conocimiento de nuestra pobreza técnica. Lo segundo quedó
demostrado en el desconcierto de que dio pruebas el mando
enemigo, desde los jefes de las unidades sorprendidas hasta
el Cuartel General de Franco. La reacción de éste fue
paralizar totalmente su ofensiva de Levante. Le habíamos
quitado la iniciativa de las manos.
Pero aún no
medía toda la magnitud de la acción emprendida por nosotros.
No conocía el alto nivel político y moral de los
combatientes que habían pasado al ataque. Por eso creyó que
alcanzaría el objetivo de aniquilar a nuestras fuerzas en la
orilla derecha y restablecería la situación anterior con el
envío de las primeras seis/ocho divisiones, apoyadas, eso
sí, por toda la aviación.
(...) Hasta
el día 2 de agosto no vino la aviación republicana a la zona
catalana. Sólo siete aparatos Delfines se pusieron a nuestro
servicio y actuaron con su heroísmo característico en las
misiones que les eran propias.
Los
enemigos entonces de la aviación nazi-fascista eran: en el
frente, los equipos antiaviacionistas (en el periodo de
preparación de la operación del Ebro se adiestraron en todos
los batallones tiradores especiales para esa misión, y hay
que decir que la cumplieron bien) y, en los pasos del río,
la DECA, que mandaba el comandante Paz, con el fuego de sus
baterías, y las tropas de ingenieros con el aseguramiento de
las comunicaciones entre las dos orillas.
La
iniciativa y el ingenio, unidos al rigor técnico, que iba
desde la maniobra de montar y desmontar puentes hasta
encontrar formas diversas para prevenir los daños que los
brulotes lanzados en las avenidas de agua provocadas por el
enemigo podían originar, son dignos de estudio y también una
escuela de heroísmo.
Resistencia
El periodo
de crisis político-militar por el que atravesamos en los
meses de marzo, abril y mayo empezó a superarse con la
salida de Prieto de Ministerio de Defensa. Pero su política
había originado reveses como el desastre del Este y el corte
en dos de la zona republicana, que influirían negativamente
en el desarrollo de los acontecimientos posteriores.
Al formarse
el nuevo Gobierno, el presidente Negrín tomó en sus manos la
cartera de Defensa (...) El nuevo Gobierno tomó decisiones
importantes, promulgando entre otros los decretos de
centralización de la industria de guerra y de militarización
de los puertos. Nos llegó también material de guerra de la
URSS, que permitió armar −aunque insuficientemente− a
nuestras fuerzas (...) Pudo llegar mucho más, pero la No
intervención cerró la frontera el 13 de junio, esta vez
definitivamente, y reforzó el bloqueo en el mar. La política
de Londres y París aceleró su rumbo hacia Múnich.
(...) En el
orden militar, la ofensiva del Ebro estaba destinada a poner
fin a los reveses que veníamos sufriendo en los frentes de
batalla, recuperar la iniciativa y destruir los planes
enemigos de invasión y conquista de Valencia y su región
(...) Éste era el objetivo estratégico de la operación. Un
objetivo que fue, sin duda, alcanzado plenamente por los
combatientes del Ebro.
La ofensiva
perseguía, en particular, crear una cabeza de puente al otro
lado del río, atraer y sujetar ante ella durante el mayor
plazo de tiempo posible -por lo menos un mes- a la masa de
maniobra de las armadas del enemigo: nacionales, alemanes e
italianos. Éste era el objetivo operativo, que también fue
logrado. Y bien cumplidamente, porque volvimos a pasar el
río el 16 de noviembre, esto es, ciento trece días (cerca de
cuatro meses) después de haberlo cruzado.
(...) Hay
quienes afirman que la operación no debió realizarse; otros
dicen que precipitó el desenlace de la guerra; otros, en
fin, niegan que pudiera ejercer influencia en el desarrollo
de la batalla general entablada. Todas esas opiniones tienen
un rasgo común a pesar de su diferencia de matiz: la
sensación de la impotencia y de la derrota. Digamos de
pasada que esas opiniones son el leit motiv de la propaganda
enemiga que persiste hasta hoy.
(...) Es
cierto que, después del corte del territorio republicano en
dos, la situación era más desfavorable que antes para
nosotros; pero de ahí a la pérdida de la guerra había una
gran diferencia. Incluso teniendo en cuenta la superioridad
del enemigo en ese período, superioridad que se cifraba en
unos doscientos mil hombres en fuerzas organizadas y en una
proporción de seis/siete a uno, como promedio, en material
de artillería, aviación y tanques, la situación no era como
para perder la perspectiva de la resistencia, cuyo
mantenimiento era la condición para evitar la victoria de
Franco.
A partir de
la segunda quincena de mayo de 1938, la estrategia
republicana (confirmada en el Ebro) tenía que orientarse,
por imperativo de las circunstancias, a no permitir al Alto
Mando fascista la concentración de su masa operativa en una
u otra de nuestras zonas. Por eso fue correcto el
planteamiento de la operación cuando el enemigo marchaba
sobre Sagunto-Valencia y todo el Levante. Con lo fueron
también las directivas del Gobierno a los mandos más
caracterizados de la zona centro-sur para activar ésta en el
curso de la batalla, cuando la masa de maniobra enemiga
estaba combatiendo en el Ebro.
La
pasividad en una zona republicana era la entrega de la otra
al enemigo y contribuía a facilitar su victoria militar.
(...) En lo
que concierne a los que sostienen que la operación del Ebro
acortó los plazos de la guerra, la realidad fue todo lo
contrario. Los casi cuatro meses de combate de la ofensiva,
primero, y de la resistencia en la margen derecha del río
después, salvaron Valencia y su región del peligro inminente
que la amenazaba, fueron una contribución viva a la defensa
de la República y contribuyeron a prolongar la resistencia
del pueblo español.
Barcelona no se defendió
El día 20
de enero de 1939 mi puesto de mando se instaló en Martorell
y el Cuartel General en Granollers. Seguía de cerca las
direcciones de repliegue de los Cuerpos V y XV, que en esta
etapa absorbieron el resto de las fuerzas, hasta el
Llobregat, a partir del cual habían de proseguir su
repliegue.
El V lo
efectuó por Martorell −Sabadel-Granollers− las
comunicaciones al Sur de la Sierra del Montseny a la general
de Gerona; el XV por Molins de Rey− Vallvidrera− al Norte
del río Besós −carretera de la costa.
En la noche
del 24 nos instalamos en Vallvidrera. Me acerqué a
Barcelona, con Delage, el día 25. Fui a la “Casa Roja”,
donde estuvo siempre el Estado Mayor Central. Este había
evacuado hacia el Norte, igual que los ministerios y la
Generalitat.
En la “Casa
Roja” estaba el general Sarabia, con quien hablé un rato.
Seguía esperando al coronel Brandari, jefe de la Isla de
Menorca hasta que fue designado jefe de la defensa de
Barcelona. Me ofrecí a Sarabia, que era mi jefe natural, por
si tenía algo que mandarme. Me dijo que no, que cumpliera
las órdenes de Rojo.
De allí
fuimos al Comité Central del Partido, donde hablamos con los
camaradas Vicente Uribe, Santiago Carrillo, Luis C. Giorla,
Manuel Delicado y Antonio Mije. La única dirección, de las
fuerzas políticas del Frente Popular que en aquellos días
mantenían la serenidad en el caos de la ciudad, que se
esforzaba por evitar el indefensismo de Barcelona, era la
del Partido Comunista de España.
Recorrí
nuevamente las instalaciones oficiales, que estaban
terminando de evacuar archivos y documentos.
Volvimos a
la “Casa Roja”. Esta vez estaba sin inquilino. El cuadro que
encontramos era desolador: ni una persona; las puertas y
ventanas estaban abiertas; los teléfonos sonaban
ininterrumpidamente.
Durante los
días 26 y 27 de enero, el enemigo avanzó en todo el frente
de su movimiento hasta la Seo de Urgell, Berga, proximidades
de Vich y Barcelona. Esta última fue ocupada sin defensa,
por cuerpos italianos, Navarra y Marroquí el 26 de enero de
1939.
En este
segundo período, las fuerzas del Ejército del Ebro habían
realizado proezas como la de Celestino García o la del jefe
de la 101 brigada, Alabau, y el comisario Hipólito del Olmo,
quienes rodeados por un enjambre de enemigos cuyos jefes
gritaban:
“Cazarlos
vivos”, les respondieron: “No lo veréis”, disparando sobre
ellos hasta el penúltimo cartucho y guardando el último para
pegarse un tiro en vez de entregarse.
Pero el
intenso esfuerzo defensivo que hicieron no tuvo éxito, no
podía tenerlo, por las condiciones de inferioridad en que
estaban. Incluso la artillería había consumido los nueve
módulos de proyectiles con los que el 23 de diciembre
empezamos la defensa de la zona catalana.
Hacia Madrid,
pasando por Perpiñán
En el
último periodo de la lucha en Cataluña, las dificultades de
la defensa se acrecentaron. Las unidades del Ejército del
Ebro no perdían el contacto con el enemigo, pero sus
efectivos eran muy escasos. La artillería dejó de actuar por
falta de proyectiles, como anteriormente lo había hecho la
DECA. La aviación pasó toda a Francia. Sólo los tanques y
los blindados cooperaban estrechamente y con abnegación
característica a la defensa.
(...) Este
periodo fue el más difícil, el más agotador, el de mayor
heroísmo. Porque nuestros efectivos disminuían paulatina e
inexorablemente. No se trataba de las bajas en el combate
solamente, no; se trataba de otro tipo de perdidas que
empezaron a producirse en el periodo anterior, al quedar en
la retaguardia del enemigo, rebasados por el avance de éste,
núcleos de combatientes (...) Eran batallones, brigadas,
divisiones, aunque nominales, las que quedaban en
retaguardia del enemigo. Y esas mismas unidades, conducidas
por sus mandos, rompían el intento de copo del enemigo,
abriéndose paso a fuerza viva hacia nuestra retaguardia,
cuando el corte inmediato lo permitía, como le sucedió a la
59 Brigada de la 42 División (...) o bien adelantaban por
caminos paralelos a las unidades enemigas, frenando su
avance con secciones a sus flancos (...).
(...) El 6
de febrero ordené el repliegue de nuestras fuerzas a la
línea del río Fluviá. En esos días, Negrín y Rojo eran
asiduos visitantes nuestros. Hasta comían y cenaban con
nosotros. Los esfuerzos del Gobierno estaban orientados al
envío del material de aviación y de otras clases desde
Francia a la zona Centro. Negrín y Rojo nos hablaban de
ello, así como de los cuadros de mando y del resto del
Ejército de Cataluña.
La
actividad diplomática del Gobierno cera de las autoridades
del país vecino, para obtener la admisión de los restos del
Ejército de Cataluña, fueron arduas y difíciles. Pero al fin
se logró. Más difícil fue obtener autorización para la
salida de la población civil.
El día 8,
hacia las 16 horas, fui convocado a una reunión en La
Agullana. Asistían a ella unos treinta jefes y comisarios de
los eslabones superiores (...) Presidía la reunión el jefe
del Gobierno y ministro de Defensa, Juan Negrín.
(...)
Recibí la orden de efectuar el repliegue de mis fuerzas, ya
comenzado, en el plazo menor posible. Así se hizo, y las
fuerzas subordinadas al Ejército del Ebro salieron de España
en las jornadas del 8 y 9 de febrero. La 35 División del XV
Cuerpo fue la última unidad que cubrió la retirada de las
demás en la dirección principal de repliegue. Sus últimos
eslabones y los grupos que habían cumplido misiones
especiales para obstaculizar el avance del enemigo salieron
el 9 de febrero, entre las diez y las diez y media de la
mañana.
Hacia las
cuatro de la tarde del 9 de febrero de 1939, llegamos al
Consulado español de Perpiñan. Un deseo único nos animaba a
todos: marchar a la otra zona para proseguir la lucha. El
desenlace de la batalla de Cataluña no era aún la pérdida de
la guerra.
Compás de espera
En el
Consulado de España en Perpiñan esperábamos la salida para
la otra zona. Ésa era la idea que presidía nuestro ánimo
desde que salimos de Cataluña. El cónsul nos rogó vestirnos
de paisano a fin de pasar desapercibidos. Un pantalón de
Sánchez Rodríguez y unos zapatos de Hidalgo de Cisneros, que
me regalaron, me solucionaron el problema.
−¿Cuándo salimos para la otra zona? −fue la pregunta con
la que recibí al general Rojo en la primera visita que
me hizo en el consulado.
−Hay
dificultades. Se espera que sean pasajeras.
−Pero,
¿cuando autorizaron la entrada del Ejército en Francia,
¿no habían prometido facilidades en el sentido de
libertad de movimiento, para marchar a la otra zona?
−Sí,
eso dijeron. Pero la gentuza de Múnich actúa así.
−¿Y con
nuestra gente qué va a pasar?
−Eso
está ya bien claro. No dejarán salir a nadie: ni hombres
ni armas ni alimentos ni los bienes del Estado.
Poco
después, creo que el día 12 de febrero, nos llegó la noticia
de que el Gobierno había salido para España. Al día
siguiente, el subsecretario del Ejército de Tierra, coronel
Antonio Cordón, que nos visitó en el Consulado, nos informó
de que Negrín había ordenado nuestra salida.
Hacia el
mediodía aterrizó el avión en España. Ese mismo día llegamos
a Madrid. En la ciudad héroe, por los sacrificios
conscientemente aceptados por su pueblo, me instalé con un
grupo de camaradas en Lista 20. Otros, en Lista 23. Todos
los que formábamos parte de esta expedición estábamos a las
órdenes del ministro de Defensa.
Conocíamos
la zona leal y sus posibilidades de resistencia. En febrero
de 1939 disponíamos los republicanos de las siguientes
fuerzas y medios fundamentales de combate:
−El
Ejército de Tierra, con efectivos superiores a
setecientos mil hombres. De estos, unos quinientos
noventa mil encuadrados en unidades de los cuatro
Ejércitos: Centro, Levante, Extremadura y Andalucía. Los
demás formaban en las distintas tropas, armas y
servicios.
−Una
flota compuesta por los cruceros Libertad,
Cervantes y Méndez Núñez; la flotilla de
destructores con trece unidades; cuatro submarinos; dos
cañoneros, tres torpederos y otros barcos auxiliares. En
este periodo resaltaba especialmente el papel de la
Flota, ya que, privados de las fronteras terrestres,
ella era el nexo de unión de la zona republicana con las
fuentes exteriores de abastecimiento.
−En
fuerzas del aire, nuestros medios eran francamente
escasos.
−En
armamentos, teníamos la posibilidad de producir armas
ligeras como fusiles, ametralladoras, morteros y
municiones. También de asegurar la reparación del
material de guerra en las fábricas de Madrid, Sagunto,
Ciudad Real, Murcia, Albacete y Alicante. Si a las
provincias mencionadas agregamos Almería, Cuenca, Jaén,
Guadalajara y Valencia, tenemos las diez provincias que
comprendían la zona leal, con una población de cerca de
ocho millones.
Por lo
dicho, la orientación del Gobierno de la República en
febrero de 1939 era correcta. Estaba dirigida a poner en
pie, apoyándose en lo ya existente, todos los recursos de la
zona leal y lo que se pudiera hacer llegar del exterior para
fortalecer la resistencia.
La antesala de
la sublevación casadista
Recibimos
la orden anunciada por el general Rojo. En ella se precisaba
que el enemigo estaba terminando la concentración de sus
fuerzas operativas, las cuales tenían como objetivo la
invasión y ocupación de Cataluña (...) A continuación, se
fijaba la misión del Ejército en la zona catalana: “intentar
contener al enemigo con las fuerzas en líneas; en caso de
ruptura, maniobrar con las reservas sobre los flancos del
enemigo y su retaguardia; de ser obligados a ello, asegurar
el repliegue metódico de la defensa a líneas interiores”.
En lo que
concierte a la zona centro-sur, se indicaba empezar el 8 de
diciembre a dar cumplimiento al Plan de Operaciones para la
zona occidental, de fecha 20 de octubre. En dicho plan se
ordenaba:
1.- Una
acción ofensiva combinada en el sector de la costa, al
sur de Granada, con la participación de las fuerzas de
tierra de aquel frente y de la Flota. La Flota tenía
como misión convoyar, proteger y asegurar el desembarco
en Motril de una brigada reforzada, especialmente
preparada para esta acción.
2.- Con
la participación de tres cuerpos de Ejército, cinco días
después de iniciada la operación de Motril, se
realizaría un ataque en el frente Córdoba-Peñarroya para
ocupar ambas poblaciones o al menos una de ellas,
abriendo así los caminos de penetración en dirección
sudoeste sobre las provincias andaluzas occidentales.
3.- Una
semana después de lanzada la ofensiva en el frente
suroccidental, se emprendería la ejecución de una
tercera, que tendría como misión principal el corte de
las comunicaciones de Madrid con Extremadura.
(...)
Entrado enero, cuando la ofensiva enemiga estaba en pleno
desarrollo, se puso en marcha, en la zona occidental, la
operación de Extremadura. El día 10 de dicho mes, estando mi
puesto de mando en Valls, nos visitó Rojo. Hablamos
precisamente de la otra zona.
−¿No
dan señales de vida?
−Sí,
tengo noticias. Van a comenzarla de un momento a otro.
−¿Cómo
estaba prevista en las directivas y órdenes de octubre?
−Quita,
hombre, quita. Nos han hecho la faena. Han suspendido lo
de Motril.
Con el fin
de respetar el pensamiento del general Rojo, creo que es
mejor transcribir lo que escribió sobre la operación de
Motril en su libro Alerta a los pueblos:
“Habíamos
hecho, personalmente, el general jefe del Estado Mayor del
Grupo de Ejércitos y yo, el reconocimiento de la zona de
maniobras, elegido la línea de ruptura del frente enemigo y
comprobado la posibilidad de lograr esa ruptura en cuanto
había asegurado el jefe de la Flota que dejaría las tropas
en el puerto. La razón principal de la dificultad que este
jefe señalaba era el temor de que fuesen descubiertos los
transportes por la luna; dificultad que yo apreciaba
también, pero que no estimaba suficiente para suspender el
ataque, ni siquiera para aplazarlo, pues la eficacia del
plan radicaba en su oportunidad”.
Luego,
insistiendo sobre las posibilidades de éxito, Rojo prosigue:
“Por el mar iba a actuar una brigada reforzada y
especialmente preparada para la operación, apoyada por toda
la Flota, en condiciones de superioridad sobre la adversaria
y no digamos sobre el puerto, que contaba con pocas y malas
defensas. A tal amenaza seria iba a unirse un ataque por
tierra en un frente estrecho, con una división, para cortar
las comunicaciones enemigas, cosa calculada y posible, como
en otras operaciones realizadas, a pocas horas de comenzada
la operación; apenas teníamos enfrente cuatro batallones de
reservas locales, repartidos en diversos puntos para acudir
a los lugares amenazados; unidades éstas acreditadas por su
pasividad y con mandos cuya suficiencia no se había
contrastado aún en la guerra...”
La
suspensión de la operación de Motril, decidida por Miaja,
Matallana y Buiza, no debió quedar impune.
La
operación de Extremadura, de acuerdo con las directivas de
octubre, debía empezar el 16 de diciembre. No fue así y su
ejecución se retardó casi un mes −es decir, hasta la segunda
decena de enero−, cuando ya el enemigo se había empeñado a
fondo en la zona oriental y sus grandes unidades salían a la
línea Tarragona-Cervera-Pons. El sabotaje del mando y del EM
del Grupo de Ejércitos resalta no sólo en el retraso de la
operación, sino también en otros aspectos de la misma, desde
el comienzo hasta el fin de su preparación.
(...) La
tercera (en el tiempo) de las acciones encomendadas por el
Alto Mando republicano a la zona occidental −a realizar en
el frente de Madrid− fue puesta en marcha “a su manera” por
el jefe del Ejército del Centro, coronel Casado.
La
operación de Madrid (enero de 1939) fue la antesala de la
sublevación casadista. Con ese fin fue montada por Casado,
que buscaba asestar así, con las manos del enemigo, un serio
golpe a las mejores unidades republicanas del Ejército del
Centro (...) Hoy estamos en condiciones de afirmar lo que
entonces sospechábamos: que el mando franquista estaba
minuciosamente informado de los planes y directivas de
Casado. Por eso, el enemigo concentró una potente masa de
artillería, morteros y ametralladoras en el sector elegido
para el ataque y destruyó la ofensiva en la primera jornada,
ocasionándonos una cantidad enorme de bajas.
Los
centenares de combatientes lanzados por sorpresa e
indefensos, entregados a la muerte ante las bocas de fuego
de la artillería enemiga y de sus ametralladoras en el
sector de Brunete, los necesitaba el coronel “apolítico” y
“profesional puro” para consumar su política de entrega de
la zona Centro-Sur al enemigo.
Las
acciones en la zona Centro no lograron ejercer la menor
influencia sobre el desarrollo de los combates en Cataluña,
donde el enemigo prosiguió su ofensiva.
Coyuntura perdida
La
presencia del gobierno en la zona central y la influencia
que ejerció Negrín sobre personalidades del Frente Popular,
en las conversaciones que tuvo con ellas, fue un jarro de
agua fría a los preparativos de la sublevación casadista,
que ya estaba en gestación.
Pero
aquella coyuntura no fue aprovechada en lo inmediato, lo que
permitió a Casado proseguir su obra de catequización de los
líderes del Frente Popular de Madrid, cuya desmoralización,
excepto los comunistas, por las incidencias de la guerra y
la labor del coronel, que se transformó en su inspirador
también político, los llevó a perder la capacidad de razonar
y los puso en sus manos.
No veían
que Casado estaba ya actuando como un dictador militar. Ni
incluso existiendo hechos tan palpables como el
establecimiento de la censura de prensa.
La
condición de militar profesional y el hecho de mandar el
Ejército del Centro, puesto para el que fue designado por
Negrín, colocaba al coronel felón en una situación
privilegiada para su traición.
Cuando
llegamos a Madrid, Delage, Líster y yo hicimos una visita a
Negrín. Este nos acogió con la cordialidad de que siempre
había dado pruebas, haciéndonos pasar a su dormitorio.
−Sólo
vosotros habéis venido a mi llamada.
− Como
siempre, estamos a las órdenes del gobierno.
−Otros,
a los que he llamado - insistió Negrín-, me han dado la
callada por respuesta.
Después de
haber hablado de todo un poco, antes de marcharnos le
dijimos:
−¿Cuándo nos va usted a utilizar?
−
Pronto. Muy pronto.
A
continuación nos habló de sus planes, que expresó más o
menos así:
−En los
días inmediatos voy a recorrer las provincias y hablaré
con los mandos militares. En seguida os llamaré para
emplearos a todos.
Nos
despedimos de Negrín. Este tenía razón cuando dijo que los
cuadros de mando y comisarios venidos de Francia a su
requerimiento éramos todos comunistas. Pero es necesario
subrayar que ocurrió así no por espíritu de absorción de
nuestro Partido, sino por espíritu de deserción de muchos de
los otros. ¡A cuántos invitó Negrín a volver y ni le
contestaron!
En los días
que estuve en Madrid visité a muchos camaradas de lucha de
los primeros tiempos de la guerra. Entre ellos, con
particular alegría encontré o supe noticias de algunos de
los fundadores del Thäelmann a los que no veía desde
noviembre de 1936.
Quiero
recordar aquí a Francisco Carro, jefe de la 73 división;
Sáez de Rascafría, maestro, comisario de división; Pedro
Fernández, jefe de la 18 brigada; Manuel López, jefe de la
17 brigada; Francisco Gijón, comandante jefe de un batallón
de tanques, caído en los combates de Levante; Victor
Somolinos, jefe del tercer (71) batallón de la 18 brigada,
al mando del cual cayó en los combates de la Cuesta de la
Reina, en el mes de octubre de 1938; Antonio Montes, 16 años
en 1936 y jefe de una compañía, que mandaba ahora el
batallón de Somolinos; los oficiales Pepita Urda, Barcalá y
Ventura así como otros cuyos nombres me pesa no recordar.
También
visité a Miaja y Casado. En esencia, fueron más que nada
visitas protocolarias, por parte de ellos, ya que hablábamos
en onda diferente. Miaja era un simple, no era organizador
de la traición. Sí, un fatalista. Casado era un taimado. No
enseñaba la oreja. Su hipocresía es manifiesta.
El clima
político, a espaldas del pueblo desorientado, al que no
llegaba más que lo que dejaba llegar Casado, era de
descomposición del Frente Popular, por la actividad de zapa
que desarrollaban anarquistas, socialistas y republicanos.
La unidad que hizo posible la réplica al levantamiento
fascista y reaccionario y la resistencia posterior, iba
hacia la ruptura.
Sólo el
Partido Comunista como tal sostenía a Negrín y estaba
identificado con la política del gobierno. También hombres
de otros partidos. Pero en febrero (creo que ya lo he dicho,
aunque la insistencia no es redundancia) los republicanos,
socialistas y otros estaban desmoralizados hasta extremos
increíbles.
Los complotadores
enseñan la oreja
Después de
recorrer las provincias y celebrar una serie de entrevistas
con personalidades políticas y militares, Negrín convocó a
los altos mandos de la zona a una reunión que tuvo lugar en
la finca Los Llanos (Albacete).
Participaron en dicha reunión: el general José Miaja, jefe
del Grupo de Ejércitos; el general Manuel Matallana, jefe
del Estado Mayor de aquél; el general Leopoldo Menéndez,
jefe del Ejército de Levante; el general Escobar, jefe del
Ejército de Extremadura; el coronel Domingo Moriones, jefe
del Ejército de Andalucía; el coronel Segismundo Casado,
jefe del Ejército del Centro: el almirante Miguel Buiza,
jefe de la Flota; el coronel Camacho, jefe de las fuerzas
aéreas de la zona, y el general Bernal, jefe de la Base
Naval de Cartagena.
En nombre
del gobierno, su presidente y ministro de Defensa Nacional
informó de la situación política, del punto de vista del
gobierno y de sus planes de resistencia. Las opiniones que
manifestaron los mandos reunidos con Negrín estuvieron en
consonancia con sus características. Muy someramente voy a
señalar unas y otras.
El general
Escobar, así como el coronel Moriones comandaban Ejércitos
habiendo mandado columnas y otras unidades en el curso de la
guerra. Ambos, profesionales y patriotas, apoyaron la
posición de resistencia del Gobierno.
Miaja y
Matallana no discreparon de Negrín en la reunión, pero
ninguno de ellos se pronunció abiertamente por la
resistencia.
Menéndez,
republicano de Azaña, del que fue inspirador militar y
ayudante, negaba la posibilidad de defensa de la zona. La
dimisión de Azaña, que conocía, hizo impacto en él y le
dominaba el deseo de que “termine la guerra para reunirme
con Don Manuel”, en Francia.
También el
coronel Camacho mantuvo la opinión de que no había nada que
hacer. El general Bernal, cuya historia combatiente empezó y
terminó en Somosierra y duró poquísimos días, mantuvo la
posición de “lo que digan los demás”.
Casado y
Buiza emitieron su opinión contra la resistencia. Esa sola
palabra sacaba de quicio a Casado, que ordenó a la censura
militar tachada en todas las publicaciones que la
mencionaban.
Hay que
decir, como demostraron los hechos, que ambos, el jefe del
Ejército del Centro y el jefe de la Flota, estaban ya “del
otro lado”.
Al
producirse la reunión del 27 de febrero de 1939 existía ya
un compromiso de Casado y algunos dirigentes políticos
republicanos. Tres días antes, el coronel conferenció con
dos representantes de Izquierda Republicana y: “quedamos en
que iríamos a París a llevarle un mensaje al Sr. Azaña,
invitándole a volver a España, a retirar la confianza al
gobierno Negrín, y a formar otro gobierno de republicanos y
socialistas”, dice el coronel felón en su libro.
Como es
bien sabido, Azaña respondió con la dimisión.
Casado, por
un lado, como dirigente militar, y Besteiro, por otro, como
dirigente político, se habían asociado. La C.N.T. los
apoyaba. La negligencia de Negrín, que conocía las
actividades sediciosas de unos y de otros y no las cortó
como pudo hacerlo, les daba alas. Se estaba creando una
situación que tomaba rumbo hacia otra sublevación militar,
que enarbolaría, también, la bandera del anticomunismo.
Hacia
finales de febrero, Negrín llamó a Elda a un grupo de cuatro
a cinco jefes militares entre los cuales estaba yo.
Me despedí
de los camaradas que quedaban en Madrid, a los que informé
de la llamada de Negrín, así como del motivo que la
originaba: nuestra utilización. Antes de salir dejé montada
la forma de seguir en contacto con todos ellos, a través del
teniente coronel Manuel Tagüeña, ya que seguía teniendo esa
responsabilidad.
En Elda
estaba instalado el Gobierno. Al llegar me presenté a Negrin.
En aquellos
días apareció mi ascenso a general en el Diario Oficial.
También los de Antonio Cordón y Segismundo Casado.
Este, que
estaba urdiendo la trama final de la sublevación, dio las
gracias a Negrín, personalmente, por teléfono. Ante el
general Hidalgo de Cisneros dio la orden de que le cambiasen
las insignias en la guerrera.
Cuando
Negrín, en presencia de Vicente Uribe y algún camarada más,
me comunicó mi ascenso, le respondí que no era eso lo que me
interesaba.
− ¿Qué
es lo que a usted le interesa? − me preguntó Negrín.
−Mi utilización y la de mis camaradas, los demás mandos
y comisarios que hemos venido de Francia.
Echándome el brazo por encima del hombro, me invitó a
pasear.
−Modesto, con franqueza, ¿qué piensa usted de la
situación?
−Que no
hay otro camino para hacerla frente que la resistencia
sobre la base de los tres puntos de Figueras. La
posibilidad de un cambio en el exterior a nuestro favor
es real. Ni el pueblo francés ni el pueblo inglés, ni
importantes fuerzas económicas de ambos países han
recibido Munich con flores, salvo sus hacederos del
equipo de Chamberlain y Daladier. Las palabras de José
Díaz de que los mismos aviones que bombardean nuestras
ciudades bombardearán Londres, Paris y Bruselas son tan
ciertas que...
−Me
dice usted lo mismo que me dicen sus camaradas del Buró
Político de su partido −me cortó Negrín.
−Es que
esa es la verdad auténtica.
−Y de
aquí, ¿sigue pensando como en la Agullana?
−Sí,
exactamente igual. La política de resistencia de su
gobierno es la única correcta.
−Es
verdad. Yo creo también posible de seis a ocho meses de
resistencia, en el caso peor, y en ellos puede cambiar
la coyuntura internacional.
−¡Déme
usted la orden de relevar a Casado!
−Todavía no está decidido si le daremos a usted el mando
del Ejército del Centro o el del Ejército de Maniobra.
−Pero
no lo publique en el Diario Oficial. Si usted me
dice que releve a Casado, es todo lo que necesito.
−¿Quiere la orden por escrito?
−¡No!
Su orden verbal me es suficiente.
− Tenga
usted paciencia. El día 5 de marzo, pasado mañana, me
voy a dirigir al país para aunar voluntades y llamar al
pueblo. Sus camaradas Uribe y Moix están de acuerdo. Me
lo han propuesto hace varios días. Como cuando la crisis
de marzo, como cuando la “charca”. En cuanto a su
utilización, ya le he dicho que se va a decidir entre
hoy y mañana en el Gobierno, lo mismo que la de todos
los demás.
El 3 de
marzo Francisco Galán fue nombrado jefe de la Base Naval de
Cartagena, y Etelvino Vega comandante militar de Alicante.
Ambos se hicieron cargo de sus nuevos destinos.
La Junta de Casado
En la
mañana del 4 me llamó Negrín.
−Venga
usted, Modesto.
−Ahora
mismo.
−Traiga
consigo al jefe de la 11.
Recogí a
Joaquín Rodríguez, y hacia las ocho treinta estábamos donde
Negrín, con el que se encontraban ya Vicente Uribe y Ossorio
y Tafall.
−Se han
sublevado en Cartagena −dijo Negrín al recibirnos.
Cuente usted, Ossorio.
−El
coronel Armentia, con parte del Regimiento de Artillería
de Costa y el de Infantería de Marina, con otros jefes y
oficiales, no reconocen la autoridad del Gobierno.
Galán, que se había instalado en la Base Naval, fue a
parlamentar con la Flota a petición de Buiza. Pero no ha
vuelto. Yo he estado un poco en todas partes y hay un
verdadero lío.
− ¿Y la
Flota? −pregunté.
−Se ha
hecho a la mar −dijo Ossorio.
−
¿También se ha sublevado?
−Hasta
ahora es de la "No intervención" −respondió Negrín,
quien añadió: −Cuéntele usted, Uribe. Pero ahora vamos a
lo que interesa. Y prosiguió: −He dicho que venga usted,
Rodríguez, para que tome el mando de las fuerzas que
marchan contra los sublevados. ¿Está de acuerdo?
−A sus
órdenes −respondió el jefe de la 11, que salió
inmediatamente a cumplir las órdenes del ministro.
La
insurrección de Armentía y compañía se confundió en la calle
con los de la “quinta columna”, que se apoderaron de la Base
Naval, de las baterías y de la emisora de radio, hasta que
fue sofocada por las fuerzas al mando de Rodríguez. Cuando
nos quedamos solos, el camarada Vicente Uribe me dijo:
−Lo de
la Flota es serio y muy peligroso. El día 2 supo el
gobierno que Buiza había anunciado a los mandos de la
Marina un inminente golpe de Estado contra el Gobierno
Negrín; que se formaría una Junta Nacional de Defensa en
la que estarían representados el Ejército, los partidos
políticos y los sindicatos. La Flota se pondría a las
órdenes de la Junta Nacional de Defensa. Acordamos en el
Gobierno que fuera el ministro de la Gobernación,
Paulino Gómez, para advertir a los mandos de la Flota
que el gobierno está decidido a frustrar la sublevación.
Lo demás ya lo has oído.
El mismo
día 3 −continuó Uribe −Negrín anunció a los dirigentes del
Frente Popular de Madrid y a los jefes de los Ejércitos que
se iba a dirigir a la nación por la radio. Luego agregó:
−Ya he
visto que has vuelto a insistirle. ¿Te ha contestado
como siempre?
−Sí,
como las veces anteriores: que lo va a decidir el
Gobierno.
−No
quieren dar a un comunista el Ejército del Centro
comentó Vicente.
−Lo que
sí ha dicho es que no me aleje de aquí.
− ¿Qué
piensas hacer?
−Estarme aquí, en esta antesala del despacho en que está
reunido el Gobierno, para esperar sus órdenes.
−Haces
bien, apruebo tu conducta.
Por esto
que acabo de decir, fui testigo presencial de los últimos
días del gobierno de Negrín.
Cuando las
fuerzas leales estaban reduciendo a los sublevados de
Cartagena, horas antes de que hablara Negrín por la radio, a
medianoche del día 4 llegó la noticia de la constitución de
la “Junta de Defensa”. El conocimiento de la formación de
ésta lo tuvieron los españoles a través de la radio, en la
que fue leído el manifiesto subversivo de la Junta, del que
son los siguientes párrafos:
“Hemos
venido a mostrar el camino por donde se puede evitar el
desastre y a seguir ese camino con el resto del pueblo
español, cualquiera que sean las consecuencias”.
“Nos
oponemos a la política de resistencia para evitar que
nuestra causa termine en el ridículo o en la venganza”.
“O
todos nos salvamos, o todos perecemos, o nos hundimos”
−decía el doctor Negrín−, “y el C.N.D. se ha dado por
principio y fin, como su única tarea, la conversión de
esas tres palabras en realidad”.
“Yo os
pido, poniendo en esta petición todo el énfasis de la
propia personalidad, que en estos momentos graves
asistáis, como nosotros asistimos, al poder legítimo de
la República, que transitoriamente no es otro que el
poder militar”.
A
continuación habló Casado “a los españoles de allende las
trincheras”. “La frase que hemos expresado, el dilema que
tenemos delante: O todos nos salvamos, a todos nos
hundimos”, “volver los ojos al interés patriótico, la mirada
a España” −dijo−: Esto es lo que nos importa como base de
cualquier aspiración que lícitamente podamos tener. Nuestra
lucha no terminará mientras no se asegure la independencia
de España. El pueblo español no abandonará las armas
mientras no tenga la garantía de una paz sin crímenes”.
Se puede
decir: ¡qué bien mentía Casado!
“El
traidor no es menester...”
La Junta de
Casado era una dictadura militar, con la máscara del Consejo
de Defensa. Tenía como origen un centro militar que manejaba
Casado y otro político que encabezaba Julián Besteiro,
miembro de la Ejecutiva del Partido Socialista. Eran
apéndices de Casado los ácratas, sus defensores y otros
secuaces del coronel; de Besteiro lo era Izquierda
Republicana. “Que gobiernen los militares”, había dicho el
profesor. Casado era el verdadero dictador militar, al que
rodeaba una junta consultiva a la que dictaba su voluntad.
Al
sublevarse Casado, Negrín acogió la noticia como si acabase
de llegar del planeta Marte. Le llamó al teléfono y conversó
con el traidor en los siguientes términos:
−¿Qué
ha hecho usted?
−Ya lo
ve usted, sublevarme.
−
¿Contra quién?
−Contra
usted.
− ¿Cómo
es posible?
−Ya lo
ve.
− Oiga,
general Casado...
−No soy
general, soy coronel.
−Queda
usted destituido −terminó Negrin, dejándole el teléfono
al general Hidalgo de Cisneros.
Muchas
veces he pensado en esta conversación telefónica de Negrín
con Casado, de la que fui testigo. ¿Es que Casado engañó a
Negrín? ¿Hasta qué punto? Quizás esto explicara la
resistencia de Negrín a designar un comunista al frente del
Ejército del Centro.
El golpe de
gracia a la moral del Gobierno se lo dio la Flota. Ya he
dicho que la mandaba el almirante Buiza. Otro colega de
Negrín, Bruno Alonso, socialista, era el Comisario General
de la Marina.
Desde que
aquélla se hizo a la mar, el día 4 de marzo, estaba en
rebeldía. Pero se preparaba para la deserción, y por eso los
mandos comunistas, que eran poquísimos, fueron encarcelados
o depuestos.
Dos veces
pudieron corregir su actitud Buiza y Bruno Alonso. Una se la
brindó el gobierno, cuando ya estaba dominada la sublevación
casadista y quintacolumnista en Cartagena; otra, cuando el
Comandante del destructor “Antequera” dijo a su jefe que, en
vez de desertar, la Marina debía ponerse a disposición de la
Junta, a lo que el Comandante de la flotilla de destructores
respondió: La decisión del almirante está de acuerdo con el
nuevo gobierno y facilita su misión. Los hechos posteriores
demostrarían que Buiza decía verdad.
Hasta su
salida de España, el Gobierno siguió parlamentando con
Casado y los elementos, de la Junta. Unas comunicaciones
telefónicas seguían a otras.
Los jefes
del Ejército estaban en el complot, salvo Escobar y Moriones,
que luego lo aceptaron “como un mal menor”.
En la noche
del 4 a15 hablé nuevamente con mis camaradas de Madrid.
Antes había pedido órdenes al Gobierno para ellos. Este
seguía parlamentando con los “juntistas”, a los que propuso
realizar un encuentro entre sus representantes y otros del
Gobierno, “para llegar a un acuerdo”. Los casadistas, a los
que sostenía el aparato del Estado, del que ellos mismos
eran piezas principales, sobre todo en el Ejército, se
negaron.
En otra
conversación con Madrid, dije a mis camaradas, que seguían
en Lista 20 y 23, que si las fuerzas políticas leales al
gobierno no los necesitaban y seguían sin empleo, vinieran a
reunirse con nosotros, como así lo hicieron. Si el Gobierno
se decidía a utilizamos y nos ordenaba algo, nos tendría a
mano.
Las
conversaciones gobierno-juntistas declarados o en vía de
serlo, se sucedían. Cuando Negrín quiso volver por los
fueros de la ley −creo que nunca pensó seriamente en
hacerla− se encontró desasistido de todos con los que creía
contar. Sólo los comunistas estábamos dispuestos a prestarle
apoyo.
El día 5
sugerí que saliéramos aisladamente o en pareja a las
provincias, para intentar restablecer la autoridad del
gobierno. Mi propuesta fue desestimada. En la mañana de ese
mismo día el general Matallana, que había sido nombrado unos
días antes jefe del Grupo de Ejércitos, se encontraba en
Elda. Traía la representación de Miaja y Menéndez. Los tres
generales, que se habían acostumbrado a ser los amos de la
zona durante el último año; los tres generales, que dieron
motivos suficientes para ser destituidos hacia meses por no
cumplir las órdenes del Gobierno; los tres, como era de
esperar, eran juntistas. El dictador Casado ofreció la
presidencia de la Junta a Miaja, que se prestó a presidirla;
como en la noche del 18 de julio de 1936 se prestó a ser
ministro de la Guerra en el abortado ministerio que se
intentó crear; como se prestó a la misma noche a parlamentar
con Mola por teléfono. ¡A qué no se prestaría Miaja!
Cuando
Matallana salió de conversar con el Gobierno, tenía lágrimas
en los ojos. Me saludó y le volví la espalda. No sé aún si
eran lágrimas de cocodrilo, o si unos restos de su
honestidad político-militar se le salían licuados por no
poder convivir con su postura traidora.
Cuando el
Gobierno se marchó, en realidad no tenía ya nada que hacer
como Gobierno. En la madrugada del 6 de marzo salí de España
con los camaradas que fuimos del Ejército de Cataluña. Fue
una decisión del Partido, sobre la base del enjuiciamiento
de la situación, en el que participamos todos los allí
presentes.
Entonces,
si la memoria no me es infiel, cuando se examinó la
situación después del afianzamiento −con el apoyo por
negligencia del gobierno de Negrín− de la Junta de Casado,
junta de traición, se desechó el llamar a la guerra civil en
nuestro campo. Ello hubiera significado precipitar
consciente e irreversiblemente la catástrofe, la pérdida de
la guerra, la victoria de Franco, bajo nuestra
responsabilidad principal. NO. Eso sería un crimen ante
nuestro pueblo.
La decisión del Partido Comunista de España fue, pues, diferente
Queríamos
ganar la guerra, a través de la política de resistencia por
encima de la Junta y de la voluntad de Casado. Pero el
pueblo y nosotros con él seríamos derrotados por la
traición, derrota siempre más costosa, de mayores
sacrificios para los que la sufrimos. Más ignominiosa para
los traidores. Estos son los responsables.
Sabíamos
que la situación era difícil. También lo fue el 18 de julio
de 1936. Y en los meses de marzo-mayo de 1938. En aquellas
fechas, como en noviembre de 1936, las fuerzas exteriores e
interiores que querían hacemos capitular, no pudieron llevar
a cabo sus designios. Ahora, en marzo de 1939, por las
debilidades de Negrín y las incidencias de la guerra,
Casado, erigido en dictador, realizó la capitulación.
A la Junta
la apoyaba el aparato del Estado republicano en el centro.
Nuestra gran debilidad fue no atender suficientemente la
retaguardia.
A pesar de
nuestros propósitos hubo “guerra civil en la guerra civil”,
provocada por la agresión de Casado a las fuerzas mandadas
por comunistas. Agresión, por cierto, combinada con ataques
fascistas. El IV Cuerpo, mandado por el anarquista Cipriano
Mera, abandonó el frente de Guadalajara, que quedó así
abierto al enemigo. Pero este no se movió en aquella
dirección. Sí atacó, en cambio, en la Casa de Campo y en
otros sectores de la defensa de Madrid contra la 7ª división
que mandaba González. Este batió a los de Casado y también
al enemigo, recuperando lo conquistado por aquél y
haciéndole 90 prisioneros.
A Casado,
que en la mañana del 11 de marzo decidió comenzar las
“negociaciones de paz” y elaboró un documento de 9 puntos,
se le presentaron aquella misma tarde los representantes de
Franco, en Madrid, que ya conocían el documento por
habérselo entregado un consejero de la Junta, que les había
informado.
Casado se
entendió con ellos. El agente principal de Franco en Madrid
era el teniente coronel de artillería Cendaños, al que
acompañaba otro sujeto. Ambos le felicitaron por la decisión
de negociar la paz. Pero advirtieron a Casado que los
representantes de la Junta no tendrían otra misión que
entenderse “sobre el modo de entregar la zona y el ejército
republicano”.
Desde ese
momento Casado actuó a las órdenes de Franco. Se había
sublevado contra Negrín “para obtener una paz honrosa”. Pero
la realidad era diferente. Acordó con Buiza la deserción de
la Flota; ordenó a la aviación que se entregara el día 26 a
Franco; provocó luchas internas que provocaron en Madrid más
de 5.000 muertos; puso en libertad a los fascistas y
encarceló a los comunistas y a todos aquellos que no
aceptaban la capitulación, tildándolos de comunistas, porque
nuestro Partido fue el único que se alzó y luchó contra
aquélla.
La medida
cabal de su traición la daría el propio Segismundo Casado,
coronel felón, al confesar por la radio el día 26 de marzo:
“Puedo asegurar que en toda la zona leal nada ha acontecido
que no estuviera en los planes concebidos por nosotros al
tomar el poder constitucional de la España republicana el 5
de marzo”.
Su infamia era consciente.
Otro “juntista”,
el consejero de Hacienda y Economía, González Marín, ácrata,
batiendo todos los records del cinismo diría también el 26,
por la radio: “Para realizar la reorganización total de este
país y dedicar las energías del pueblo a la guerra, no
teníamos más remedio que derribar al gobierno Negrín,
actuando por encima de consideraciones de carácter
constitucional y jurídico”.
Otros
consejeros: Sánchez Requena, José del Río, Miguel San
Andrés, cada uno a su forma, igualmente el 26, por la radio,
dijeron que la junta había sido “sorprendida” por lo que
había pasado y “no podía comprender” las intenciones del
Gobierno de Burgos, a quien le ofreció todo lo necesario
para la rendición de la zona republicana en las mejores
condiciones posibles. “Ingenuos”. No tenían en cuenta el
refrán castellano:
El traidor
no es menester después de traición pasada.
El Partido del pueblo
Cuando
salimos de España, nos separamos de amigos inolvidables y
camaradas entrañables, a muchos de los cuales no volveríamos
a ver.
Siguieron
en el país, o volvieron a él, para proseguir en las nuevas
condiciones la misión y obra del Partido en las entrañas del
pueblo, en la lucha por la libertad. Ellos son nuestro
orgullo. En la trayectoria seguida a través de los años, ha
sido el Partido Comunista de España la fuerza política en
liza permanente en defensa del pueblo.
Como lo fue
en la guerra: el 18 de julio; en la defensa de Madrid; en la
contención del desastre del Este; en la resistencia de
Levante; en la gesta del Ebro. Como lo fue en las crisis que
se produjeron en el curso de la guerra; crisis todas ellas
mortales para cualquier régimen que no tuviera el arraigo
popular de la democracia española; crisis todas ellas
superadas por la voluntad de los españoles y su unidad en la
lucha.
Sólo cuando
la unidad se deteriora, las dificultades son mayores; cuando
se rompe, viene la derrota. Esa es la gran enseñanza.
No vencimos
en la guerra, porque a pesar de ser su teatro nuestro
territorio nacional, sus aguas y sus cielos, era el primer
episodio de la segunda guerra mundial.
El enemigo
tuvo de su parte fuerzas y medios a discreción, con arreglo
a sus necesidades, y el arsenal bélico de las potencias
nazi-fascistas, organizadoras de la gran tragedia mal
llamada del 39-45, porque debe llamase del 36-45.
Las
potencias occidentales aceptaron la intervención
germano-italiana. La "No Intervención", hija del
imperialismo occidental, fue socia de aquella y la Junta de
Casado su hijastra.
Salimos de
España con la cabeza alta, como la mantuvo el pueblo
español.
En todas
partes los combatientes de España se incorporaron a las
filas de la resistencia, aportando su temple, su pasión, sus
experiencias, a la lucha por la democracia. Hoy, treinta
años después, estamos orgullosos de la gesta imperecedera
del pueblo español, del que somos hijos, en la guerra
nacional-revolucionaria que libró contra los agresores.
Ellos, los
agresores nacionales y extranjeros, desencadenaron la
guerra, su guerra contra España, de la que se han lucrado el
imperialismo y sus socios españoles. Al discurrir de los
años, ya no es un secreto que la derrotada en 1936-1939 fue
España, fueron sus hijos, beneficiándose el puñado de gentes
de la situación y los potentados de la Banca y las finanzas
nacionales y foráneas.
En la
tragedia del final de la guerra, sólo el Partido permanece
enhiesto, sin claudicar, sin responsabilidad histórica en la
traición que desarma la defensa, acogota la resistencia y
capitula.
En su
puesto de combate, traicionados como el pueblo, junto con el
pueblo, entramos los comunistas en el período del
martirologio.
El destino
del pueblo, su suerte, es la nuestra. Sus tragedias nos son
propias, aceptadas por ser ley que nos rige, firmes,
conscientes rumbo a la libertad, a la victoria indudable.
Esa es la
razón de su existencia, la verdad del ser del Partido.
Este
relato, conscientemente incompleto, se refiere sólo a la
guerra. Los comunistas en ella cumplimos con nuestro deber.
El pueblo español por su heroísmo y su sacrificio mereció la
victoria. Hacia ella, y nosotros con él, marcha con firme
paso.
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