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Actualizada: 30 de Noviembre de 2.011.  

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  Otra memoria histórica


 José Serra, pistolero asesino de la FAI


  Por Eduardo Palomar Baró.


 



José Serra nació en una masía de Villafranca del Panadés (Barcelona) en 1893, de familia campesina.

Fue reclutado para combatir en las posesiones españolas del norte de África en 1914, sirviendo durante tres años. Un período que marcó decisivamente su vida. Aparte de los horrores que sobrellevó en el Rif, como tantos otros, allí se familiarizó con las armas y su reparación.

De vuelta a casa, no tardó en trasladarse a Barcelona en busca de nuevas oportunidades. Su pasión por la mecánica le llevó a trabajar en los talleres de La Hispano Suiza de 1917 a 1927. Esta profesión, junto con los conocimientos sobre armamento, sellaron su destino cuando empezó a militar, primero en las filas del anarcosindicalismo hacia 1917 y luego al formar parte del núcleo duro de los grupos que se enfrentaron con la policía y los pistoleros del Sindicato Libre, en la guerra social desatada en Barcelona tras el fin de la Primera Guerra Mundial.

Serra que pertenecía a los grupos más radicales del sindicato anarcosindicalista, lleva la vida de un pistolero, frecuenta con sus compañeros el barrio chino de la Ciudad Condal y se aficiona a la buena vida, al juego, a la bebida y a las mujeres de compañía. Desarrolla labores de transporte de armas y explosivos, de vigilancia y propina palizas a los enemigos del sindicato.

Perpetra el primero crimen, de una larga serie de asesinatos, en 1919 contra una persona que “ejercía de chivato del patrón y la policía”. José se convirtió en un profesional del crimen: “Vivía de esto y para esto”, formando parte de un ambiente radical en el que “los límites entre la acción revolucionaria y la rapiña eran cada vez más difusos”.

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En julio de 1927 se fundó la Federación Anarquista Ibérica (FAI) en la playa de El Saler de Valencia, como continuación de dos organizaciones anarquistas, la portuguesa, Unión Anarquista Portuguesa y la española Federación Nacional de Grupos Anarquistas de España, teniendo de ésta forma un ámbito de actuación ibérico. Sus integrantes salieron de las filas más radicales de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Con ello pretendían conservar la pureza ideológica del sindicato y luchar por una revolución social que acabaría con la proclamación del comunismo libertario.

Serra se integró de inmediato. Entretanto desarrolló trabajos de chofer para las obra de la Exposición Internacional de Barcelona –que tuvo lugar del 20 de mayo de 1929 al 15 de enero de 1930 en la montaña de Montjuich– y cuando concluyeron alquiló un almacén dedicándolo a taller mecánico de automóviles, donde colaboraba como ayudante su ahijado Mauricio. A lo largo de la dictadura de Miguel Primo de Rivera participó en numerosos atracos y asaltos a casas de burgueses, así como también durante la República.

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Cuando estalla el Alzamiento Nacional del 18 de julio de 1936, la FAI de Barcelona estaba alerta y llevaba meses preparando su estrategia, planificando las acciones a seguir. En esta situación fue importante la reunión de los jerifaltes de la FAI en junio de 1936, en el taller de José situado en Pueblo Nuevo. Allí acudió la plana mayor, una veintena de hombres, entre los que se contaban Buenaventura Durruti, Juan García Oliver, Gregorio Jover, Antonio Ortiz Ramírez, Ricardo Sanz... Se decidió que había que armarse a gran escala, los enfrentamientos no serían con policías o pistoleros, sino con militares, y ya que no podía esperarse que las instituciones republicanas les cedieran armas, el dinero necesario se conseguiría fácilmente asaltando las iglesias, que contaban con numerosos objetos de valor.

José Serra y Tomás García, su compinche, dedicaron los siguientes días a elaborar una suerte de censo de los edificios y sus pertenencias, lo cual sería de enorme utilidad cuando se desató el vendaval revolucionario en el que José, Tomás y Mauricio actuaron como patrulleros a las órdenes del Comité de Defensa. Mientras se combatía en las calles, con un camión requisado, se dedicaron a asaltar los templos y rapiñar todo aquello que habían inspeccionado, al tiempo que José y Tomás se quedaban para sí parte de lo más valioso para depositarlo a buen recaudo en su taller, por si venían malos tiempos.

 

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El 21 de julio de 1936 fue creado por el presidente de la Generalidad de Cataluña, Luis Companys el Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña, bajo la presión ejercida por las centrales sindicales anarquistas CNT y FAI, que habían capitalizado la lucha obrera en las calles de Barcelona, consiguiendo doblegar a los militares sublevados el 18 de julio. El Comité presentaba un claro predominio de las organizaciones anarquistas, si bien también se encontraban representadas en el mismo todas las fuerzas del Frente Popular.

Se trataba de anular políticamente a la Generalidad y empezar la revolución. El Comité de Milicias Antifascistas de Cataluña se hizo cargo de la política de seguridad creando el Comité Central de Patrullas e Investigación, dirigido por Aurelio Fernández Sánchez, de la CNT-FAI, que “se encargó de la persecución de los colaboradores y simpatizantes de la sublevación”. Aurelio Fernández, anteriormente, en 1922, se había adherido al grupo Los Solidarios, participando en el asalto del Banco de España de Gijón en septiembre de 1923. Fue consejero de Sanidad y Asistencia Social del Gobierno de la Generalidad de Cataluña, puesto que ocupó del 16 de abril al 5 de mayo de 1937. Después de los Hechos de mayo de 1937 fue procesado por estafa. Se exilió en Francia con Joan García Oliver y después en México, de donde ya no volvió.

Del Comité de Patrullas e Investigación nació el departamento de Patrullas de Control, a cargo de José Asens, también de la CNT-FAI, “que eran una policía obrera, revolucionaria, una garantía para todos los trabajadores, de que la contrarrevolución no levantara cabeza en la retaguardia, y de que la revolución caminaría hacia adelante”.

Todos los registros y detenciones fueron autorizados y documentados oficialmente por José Asens o por su secretario, Gutiérrez. Salvador González representante de la UGT en el Comité, fue encargado de inspeccionar las actividades de todas las secciones de Patrullas.

A partir de noviembre del 1936 las acciones violentas de las patrullas fueron más limitadas. Durante la primera mitad del 1937 era difícil discernir las acusaciones lícitas de abusos de la contra propaganda proveniente sobre todo de los comunistas. En la práctica, las Patrullas de Control eran la principal fuerza armada organizada del anarquismo en Cataluña y un importante instrumento de la CNT-FAI para mantener su poder político.

La mitad de los hombres de estas patrullas pertenecían a la CNT-FAI y ahí estaban encuadrados José Serra, Tomás García y Mauricio. Aparte de los asaltos a edificios religiosos y hogares burgueses, con objeto de saqueo y registros, los patrulleros actuaban como escuadrones de la muerte, encargándose de ejecutar las órdenes de Manuel Escorza del Val, empeñado en “limpiar la retaguardia de Cataluña de curas y burgueses”. Escorza del Val les proporcionaba listas de detenciones y luego les ordenaba su ejecución.

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Manuel Escorza del Val era hijo de un miembro de la CNT, sufriendo de pequeño poliomielitis que le obligó toda la vida a utilizar muletas para desplazarse. Militante de las Juventudes Libertarias participó al inicio de la Guerra Civil española en la asamblea de la CNT-FAI donde defendió el uso del gobierno de la Generalidad de Cataluña como instrumento para legitimar la socialización de la industria y la colectivización del campo.

Desde julio de 1936 fue el máximo responsable de los Servicios de Investigación de la CNT-FAI, realizando tanto tareas de espionaje y de información como de las acciones represivas por delegación de la Organización Confederal de la CNT a través de las temibles Patrullas de Control, las cuales cometieron miles de asesinatos, especialmente entre el mes de julio de 1936 y mayo de 1937. Esta represión no se limitó sólo a los supuestos facciosos (sospechosos de simpatizar con el bando nacional, pese a no disponer de ningún tipo de juicio imparcial para determinarlo), sino que también fueron víctimas militantes cenetistas como José Gardenyes, del ramo de la construcción y Manuel Fernández, presidente del Sindicato de la Alimentación, acusados de haber utilizado el asesinato para vengarse de sus acusadores durante la Dictadura de Primo de Rivera. Joan García Oliver, dirigente de la CNT, calificó a Escorza en su autobiografía El eco de los pasos como un “tullido de cuerpo y alma”.

 

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Desde el verano al otoño de 1936, siguiendo las órdenes del Comité, llevaron a cabo operaciones de crímenes selectivos ordenados por Escorza, Fernández o Asens, que eran quienes decidían la suerte de los detenidos en el antiguo convento de San Elías de Barcelona. La única legalidad estribaba en “la carta blanca otorgada por los jefes correspondientes y en la cobertura de unas siglas”. Generalmente los asesinatos se llevaban a cabo al romper el alba y los cadáveres se dejaban abandonados, sin identificación alguna, en determinadas zonas, donde eran recogidos por la Cruz Roja. Cuando corrían riesgo de ser reconocidos por algún familiar, los patrulleros hacían desaparecer los cuerpos. Además de arrojarlos al mar, un recurso muy utilizado, gracias a los consejos de destacados miembros de Esquerra Republicana de Cataluña (ERC) fue la incineración, para lo que emplearon los hornos de la fábrica de cemento Asland de Moncada, controlada por gente de la CNT.

Era la continuación del pistolerismo a gran escala. Entre acción y acción, se pegaban la buena vida.

Con el tiempo, la fuerza de los anarquistas fue amainando, poco a poco, las instituciones republicanas, Generalidad incluida, fueron recuperando la dirección de los asuntos e imponiendo cierto orden en los procedimientos de detención, su control y la aplicación de la pena máxima mediante los Tribunales Populares. No obstante, pues se trataba de una etapa de transición, los anarquistas todavía prosiguieron con sus asaltos y ejecuciones, sin bien en menor grado e intensidad.

 

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El declive definitivo se produjo en Barcelona con los hechos de mayo de 1937, a partir de los cuales se disolvieron las Patrullas de Control y cesó la hegemonía de la CNT-FAI en el “frente interior”. Desencantados por cómo era juzgada a la sazón su labor “revolucionaria” y viendo lo mal que marchaba la guerra, José y Tomás prepararon su exilio. Repartiéndose el botín con un brigadista inglés llamado Steven, y a cambio de papeles que les permitieran residir en Gran Bretaña, organizaron el envío de todo su material a Londres. Allí José, pues Tomás había caído en el camino durante un ataque aéreo, llevó una vida desahogada hasta su muerte.

 

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“Recuerdo que uno de éstos detenidos, antes de morir, nos dijo que no sabía porqué le matábamos. Pero le hicimos callar porque nuestro trabajo era matar y el suyo morir”. Éste es uno de los alardes del criminal José Serra, que volcó en un bloc de páginas amarillas, con su ruda letra de semianalfabeto. Un diario de 58 páginas numeradas en las que narra los crímenes cometidos por él, y otros iguales que él, durante la Guerra Civil.

Ahí, en ése cuadernillo, Serra evoca los cuarenta frailes maristas a los que terminó ametrallando, junto con un puñado de camaradas en el cementerio de Moncada (Barcelona), y cuyo viaje hacia el fin se inició la noche del 7 de octubre de 1936. Muchos años después, desde su confortable seguridad londinense, el pistolero no sólo recordaba con congoja su carrera criminal, sino que se deleitaba en los detalles...

“Sacamos al grupo de frailes de los calabozos de la primera galería y algún otro para transportarlos en vehículos al cementerio de Moncada. Cuando llegamos les hicimos bajar de los vehículos y caminar hasta las paredes del cementerio y les obligamos a ponerse de cara a la pared para ejecutarlos”.

El caso es que los maristas fusilados, habían pagado previamente al pistolero y sus compinches de la FAI, para que los dejasen ir a Francia. Los anarquistas cobraron el dinero y los dejaron salir de sus escondites, con la falsa promesa de un visado para el vecino país. Luego los reunieron en el puerto de Barcelona, y desde allí, al paredón.

“Recuerdo que era un día de mucho calor cuando llegaron los autobuses con más de 100 frailes maristas, unos 30 patrulleros les esperábamos armados con fusiles de los que llamábamos naranjeros. E hicimos bajar a los frailes de los autobuses en medio de una confusión ya que con tantos frailes los patrulleros les gritábamos: manos arriba y a caminar en fila de tres, y en grupos les obligábamos a subir al patio interior del centro en donde los patrulleros les atamos las manos y los hicimos poner uno al lado del otro de pie”.

El pistolero anarquista tenía en aquel entonces 43 años, y era conductor de uno de los camiones de las Patrullas de Control, la policía miliciana que la FAI articuló para apoderarse del Orden Público en Barcelona. “Teníamos carta blanca para practicar registros, detenciones y confiscaciones de cualquier sospechoso de comulgar con el levantamiento militar”. La patrulla de Serra recibía órdenes de Manuel Escorza del Val, que tenía su cuartel general en el convento de San Elías, expropiado por los anarquistas a las monjas Clarisas.

“A primera hora de la tarde llegaron al centro de detención Aurelio Fernández, Antonio Ordaz y Dionisio Elores que eran los cabecillas de las Patrullas de Control, que nos saludaban a los patrulleros para felicitarnos por la caza de frailes que habíamos hecho y que ya nos divertiríamos luego cazando a éstos conejillos afinando bien la puntería y a los frailes les dijeron que los anarquistas no se venden por dinero y nadie se burla de la CNT-FAI”.

Los maristas abandonaron sus escondites y acudieron a la orden de presentarse la tarde del 7 de octubre de 1936 para embarcar en el barco “Cabo San Agustín”.

“Estos frailes maristas pagaron 200.000 francos franceses pero solo consiguieron salir a Francia un centenar de frailes. Los otros cien que tenían que salir con un barco desde el puerto de Barcelona, al final los llevaron al centro de detención de San Elías”. Los carceleros que los recibieron pronto disiparon sus esperanzas de salir con vida... “Estos son los cuervos negros que querían escaparse en barco a Francia para ir a difundir el opio religioso y ahora los tenemos enjaulados, algún día comeremos salchichón o filete de fraile”.

El 9 de octubre quedaban en San Elías 55 maristas. Los 46 restantes los había subido Serra de madrugada en su camión, hacia el fusilamiento en el cementerio de Moncada. Para no dejar huellas del crimen, los cadáveres se cargaron de nuevo en el camión y los quemaron, tal como hemos mencionado más arriba, en los hornos de la fábrica de cemento Asland. Serra tenía que haber cubierto otros dos viajes con igual carga, pero uno de los patrulleros dio aviso a un teniente llamado Esteve… “tu hermano se encuentra entre los frailes detenidos”  y el militar logró parar las ejecuciones.

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Hermano Salvio (Victoriano José)

El 8 noviembre de 1884 nació Victoriano en Villamorón (Burgos). Era hijo de una sencilla familia del labrantío castellano. Ingresó en el seminario marista de Burgos en 1896. En 1902 emitió el voto de obediencia. Y se entregó al Señor definitivamente mediante la profesión perpetua el 28 de agosto de 1907.

Después de su tiempo de formación, los lugares donde estuvo destinado fueron: la localidad de Alella (Barcelona), San Andrés de Palomar (Barcelona), Pamplona, Artziniega (Álava) y Les Avellanes (Lérida), donde le sorprendió la persecución de 1936.

El 3 de octubre, después de varias peripecias en escondites de los alrededores del monasterio, el hermano Salvio acudió a la llamada de los superiores para intentar pasar a Francia, deseo que se vio truncado por la traición de la FAI. El día 7 de octubre fue detenido con 107 hermanos maristas en el barco Cabo San Agustín por las patrullas de la FAI y conducidos a la checa de San Elías. De aquí se llevaron a un grupo de 46 maristas, entre ellos el Hermano Salvio, al cementerio de Moncada y los asesinaron en la noche del 8 de octubre          

Los testigos son unánimes en resaltar su humildad, su sencillez en las palabras y en el afecto. Su habitual sonrisa transparentaba una serenidad constante en su relación con Dios y con los hombres. Esta sonrisa no le abandonó jamás, ni siquiera cuando tuvo que estar postrado en cama, herido por una hemiplejia. Los jóvenes veían en él un ejemplo continuo de virtud

Decía abiertamente: Deseo obtener la gracia del martirio, o al menos su compensación: poder morir mártir de amor como Teresa del Niño Jesús.

Sus restos mortales descansan en la iglesia del Monasterio de Nuestra Señora de Bellpuig de Les Avellanes (Lérida).

Hermano Virgilio (Trifón Nicasio Lacunza Unzu)

Nació en Ciriza (Navarra), el 3 de julio de 1891. Cuando terminó los estudios universitarios se le pidió que compusiera un libro de Historia Universal y en adelante ya no cesaría de colaborar en las publicaciones de la Editorial FTD (luego Luis Vives).

El 17 de marzo de 1903, su hermano mayor, el H. Sixto, le llevó al juniorado de Vich. Brillante en los estudios, obtuvo la licenciatura en Filosofía y Letras, Sección de Historia y Geografía, en 1923. En octubre de 1908 fue destinado al colegio de Burgos en el que permaneció hasta 1935. En 1925 fue nombrado director del colegio burgalés que contaba con 638 alumnos.

Se había especializado en el trabajo de “operador de cine” y en las interminables tardes dominicales de invierno, cuando era imposible salir de paseo, proyectaba a los alumnos interesantes películas, a las que hacía seguir de un diálogo sobre su valor artístico y moral. Insistió ante los superiores para adquirir los mejores proyectores de cine sonoro en cuanto estuvieron disponibles en el mercado.

En el colegio tenía organizadas la asociación del Apostolado de la Oración, la Archicofradía del Niño Jesús de Praga, la Santa Infancia misionera y la asociación de Tarsicios.

En 1933 se pusieron en práctica las leyes persecutorias contra la enseñanza católica. Ante la amenaza inminente, el H. Virgilio creó la sociedad civil “La Cultural” y, por contrato, pasó a esta sociedad el control del Colegio, que tomó el nombre de “Liceo Zorrilla”. El personal docente estaba constituido por profesores seglares y hermanos “secularizados”. Entre enero y junio de 1936 estuvo en Murcia, sustituyendo al director del colegio. Era intención de los superiores prepararle para reemplazar al H. Laurentino. El 19 de julio de 1936, el H. Virgilio se encontraba en Barcelona. En el mes de septiembre, el Hermano Provincial le encargó que organizara la salida de los formandos hacia Francia. Logró, el 5 de octubre de 1936, hacer pasar la frontera francesa a 117 estudiantes. En cambio, los 107 Hermanos que se habían reunido con él en el buque Cabo San Agustín, anclado en el puerto de Barcelona, fueron conducidos traicioneramente a la prisión de San Elías. En la noche del 8 de octubre, 46 de ellos, entre ellos el H. Virgilio, de 45 años de edad, fueron asesinados en el cementerio de Moncada (Barcelona).

Hermano Epifanio (Fernando Suñer Estrach)

El 26 de marzo de 1874 nació Fernando en Taialà (Gerona). Sus padres eran trabajadores del campo. El 21 de septiembre de 1888 ingresó en el juniorado de Saint-Paul-Trois-Châteaux (Francia), dos años después de la llegada de los hermanos maristas a España. Emitió el voto de obediencia en 1890. Y el 19 de septiembre de 1895 hizo la profesión perpetua.

El hermano Epifanio fue alumno del primer colegio fundado en nuestro país y pidió al Hermano Hilario, director a la sazón, su ingreso en la congregación. Fue un excelente educador. Tuvo el cargo de director en Lloret, Malgrat, Igualada, Logroño, Manresa y Lérida. Y más tarde, en el colegio de la calle Lauria, 38 de Barcelona. Aquí le sorprendió la guerra civil. En cuanto comenzaron las revueltas en la ciudad, la comunidad se dispersó en busca de algún cobijo apropiado. El director, preocupado por la casa, tuvo la infortunada idea de volver al colegio para tratar de salvar algunos objetos. Fue entonces cuando dieron con él y lo encerraron en la cárcel. Poco después quedó libre y buscó alojamiento de fonda en fonda hasta que cayó de nuevo en manos de los revolucionarios, quienes lo encarcelaron por segunda vez. Epifanio fue uno de los que recelaron desde un principio de la buena fe de Aurelio Fernández Sánchez y su gente, pero se inclinó finalmente al deseo de los superiores y embarcó el día 7 de octubre de 1936, para luego ser trasladado a la checa de San Elías de donde lo sacaron al cementerio de Las Corts, donde fue asesinado. Sus restos fueron llevados a Les Avellanes (Lérida).

Hermano Victorino José (José Blanch Roca) 

Nació el 23 de febrero de 1908 en Torregrossa (Lérida), donde sus padres se dedican al cultivo de la tierra. A la edad de once años entró en el seminario marista de Vich (Barcelona). En 1924 emitió los primeros votos en Les Avellanes (Lérida) e hizo la profesión perpetua el 15 de agosto de 1929.

El hermano Victorino José desempeñó su labor apostólica en una serie de colegios de la Provincia marista de España tales como Mataró, Sabadell, Alcoy, Alicante, Gerona, Barcelona (Sants) y desde 1935 nuevamente Mataró.

Siempre fue un hombre de modales sencillos. Su odisea personal es digna de inscribirse en los episodios martiriales del cristianismo. Acudió al barco Cabo San Agustín el 7 de octubre de 1936. En lugar de pasar a Francia, aquellos 107 hermanos fueron traicionados y conducidos a la checa de San Elías. A 46 de ellos los sacaron en la noche del 8 de octubre con destino a los cementerios de Moncada y Las Corts. El hermano Victorino José recibió la descarga de los fusiles junto con sus compañeros y cayó a tierra. Pero siguió milagrosamente con vida. Cuando los asesinos abandonaron el lugar, logró incorporarse y se arrastró como pudo hasta una casa próxima que resultó ser de una buena familia pero que estaba bajo amenaza. “Aquí está usted en peligro –le dijo la dueña de la casa–, en este momento también andan buscando a mi marido que es ferroviario para matarlo”. Y le indicó por dónde se podía llegar a Barcelona. Ya en camino, llamó a otra casa, pero éstos en lugar de señalarle la dirección para ir a la ciudad, le delataron al comité revolucionario. Fue nuevamente detenido y lo asesinaron en el cementerio de Moncada.

Hermano Ángel Andrés (Lucio Izquierdo López)

Nació en Dueñas (Palencia) el 4 de marzo de 1899. En 1914 tomó el hábito de hermano marista con el nombre religioso de Ángel Andrés. Ejerció su tarea apostólica en Logroño, Mataró, Barcelona y Madrid. Hombre de gran erudición, se graduó en 1930 en la Facultad de Filosofía y Letras. Los últimos años de su vida trabajó en la editorial FTD de los hermanos maristas con sede en Barcelona. Fue el autor, entre otras obras, de “El santo de cada día” y de una edición didáctica del Quijote, de Miguel de Cervantes.

El no se fiaba de las promesas de la FAI. No creía que los anarquistas fueran realmente a permitir a los maristas salir hacia Francia en barco. “Nos van a traicionar”, dijo en varias reuniones. Y así fue. Tenía 37 años edad, cuando fue fusilado el 8 de octubre de 1936

Hermano Laurentino (Mariano Alonso Fuente)

Nació el 21 de noviembre de 1881 en Castrecías (Burgos). En 1897 inició el noviciado. En 1899 comenzó el apostolado en Cartagena, de cuyo colegio fue nombrado director en 1905. A los 31 años tomó la dirección del colegio de Burgos, uno de los más importantes de España. Su acierto fue total. Tuvo ocasión de formar a un gran número de Hermanos jóvenes. El H. Eoldo, Visitador, solicitó sus servicios como adjunto, pues la Provincia de España era muy grande, con 800 Hermanos y más de 60 casas. Pero el H. Eoldo fue enviado a México y el H. Laurentino se encontró solo en la función de Visitador. En 1928, el H. Laurentino fue llamado a dirigir la Provincia de España. En Canet de Mar, en el Santuario de la Virgen, renovó la consagración que allí mismo había hecho 31 años antes y puso en manos de María el trabajo que le era encomendado. El día 19 de julio de 1936 se desencadenó la persecución religiosa en Barcelona y por la tarde centenares de iglesias y conventos fueron pasto de las llamas. El 3 de octubre de 1936 el H. Laurentino envió al H. Atanasio a Murcia, a socorrer a los Hermanos que estaban en la cárcel, encomendándole que llevase consigo el Santísimo Sacramento y le dio este mensaje: “Diga a los Hermanos que desde que estalló esta sangrienta revolución no vivo más que para ellos, me acuerdo de ellos continuamente y no dejo de encomendarles a la protección de la Santísima Virgen”. Laurentino tuvo facilidades para trasladarse a Italia, pero prefirió quedarse con sus Hermanos perseguidos. Logró hacer pasar a Francia a 117 jóvenes. Pero él y otros 106 Hermanos cayeron en una trampa tendida por los perseguidores. El 7 de octubre de 1936, fueron hechos prisioneros en el puerto de Barcelona en el buque Cabo San Agustín, que tendría que haberles llevado a Francia, según lo acordado con la FAI. Durante la noche del día 8 de octubre, 46 de ellos, entre los cuales el H. Laurentino, de 54 años, fueron asesinados.

Hermano Carlos Rafael (Carlos Brengaret Pujol)

Carlos nació en Sant Jordi Desvalls (Gerona) el 11 de julio de 1917, en el seno de una familia de agricultores. A los once años ingresó en el juniorado de Vich (Barcelona) y el 2 de julio de 1934 pronunció los primeros votos. Una vez terminado su tiempo de formación, los superiores le destinaron al colegio de Mataró (Barcelona). Al estallar la guerra civil, salió de Mataró y se dirigió a su pueblo natal. Cuando se enteró del plan que había para pasar a Francia en barco, se despidió de su familia y acudió al puerto el 7 de octubre de 1936. Encerrado en la checa de San Elías, al saber que los presos que iban saliendo no volvían porque los sacaban para darles muerte, calculando que él tendría la misma suerte, dijo sonriente a un vecino suyo: “Así moriremos mártires e iremos al cielo. ¡Qué dicha!” Estaba en la mente de todos que era por Cristo por quien morían. Contaba 19 años de edad, siendo la víctima más joven del grupo de maristas asesinados en Moncada (Barcelona).

 

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José Serra participó en muchos más asesinatos. Al volante de su camión Chevrolet, pintado de rojo y negro –colores anarquistas– con las siglas FAI en blanco, se prodigó en palizas, secuestros, confiscaciones, atracos y asesinatos sin miramientos, detallados en su bloc de tapas negras y hojas amarillas. Reconoce que su actividad predilecta, al menos la que más dinero le propició, fueron los saqueos indiscriminados de iglesias y mansiones de la alta burguesía. Afirma que hacía las confiscaciones para la causa anarquista, pero se guardaba una parte del botín.

Sin embargo, también les llegó a ellos la hora del peligro. Pero Serra anduvo listo. Cuando a mediados de 1937 los anarquistas pasaron de perseguidores a perseguidos, preparó rápidamente su salida del país. Se valió de un brigadista amigo que había conocido en Barcelona y al que sobornó con un buen pellizco de la fortuna esquilmada, a cambio de ayuda para huir. Tenía que enviarle documentación desde Londres y darle una dirección postal a la que ir remitiendo el tesoro robado. Entre octubre de 1937 y noviembre de 1938, se dedicó a empaquetar sus rapiñas y mandarlas a Inglaterra. En enero de 1939 llegó a Londres, procedente de Francia, y recogió el tesoro que le aguardaba intacto... cruces de altar de plata y oro, candelabros de los mismos metales preciosos, custodias, retablos, cuadros de gran valor, sillas de época, joyas diversas... aparte del generoso depósito de dinero en metálico reunido con sus extorsiones. “Empezamos a vender todas las piezas religiosas y joyas. Lo hicimos en anticuarios y coleccionistas particulares de Londres y ciudades próximas. Sacamos bastante dinero que nos ayudó a vivir sin problemas económicos”. Naturalmente, a su llegada a Inglaterra se agenció una nueva identidad, que fue la misma con la que lo enterraron. No necesitó trabajar para vivir, comprando un piso en Kesington-Chelsea, al que fue a vivir en 1948, con la única mujer que se le ha conocido: Lilianne Groove, viuda de un soldado fallecido en el desembarco de Normandía.

José Serra desvalijó cuatro pisos, que los Valls Taberner poseían en Barcelona en la avenida Diagonal esquina al Paseo de Gracia. Con las pertenencias de los hermanos José y Fernando, fabricante de tejidos el primero, historiador y diputado de la Lliga Catalana el segundo, llenaron dos camiones.

Todas las pertenencias documentales así como el diario del asesino y ladrón Serra no fueron desempolvadas hasta la muerte de su viuda, fallecida en al año 2000. Fue entonces cuando Mauricio, ahijado del bandido y acompañante cuando salía en sus patrullas asesinas, recibió una carta en su buzón que lo señalaba como único heredero de la fortuna y pertenencias de Serra. “Fui yo –explica Mauricio– quien le pidió que escribiera sus memorias en el transcurso de una visita que le hice en 1951. Había que desvelar uno de los aspectos menos tratados del período de la Guerra Civil, el de las acciones revolucionarias perpetradas por la FAI, cuando una cierta historiografía oficial suele pasar de puntillas sobre la violencia y el expolio anarquista”. Mauricio encontró el cuaderno de Serra en su piso londinense; y además halló el grueso del archivo documental de la FAI –de un valor histórico incalculable– así como un carné de la FAI con la foto de Serra.

José jamás se arrepintió de sus crímenes... “Cuando abrí los hojos a la ingusta realitat de la vida fue un frío día de enero delaño 1914 en el puerto de Barcelona, cuando un cura nos vendía a todos los soldados que forzados nos enviaban a marruequos para luchar contra los moros”... (sic). “Éramos carne fresca que enviaban al matadero para defender los intereses de los ricos capitalistas españoles”.

Su primera acción de pistolero fue en 1919, ya afiliado a la CNT, asesinando al encargado de la empresa textil, Vapor Vell. Le reventó la cabeza de un tiro y la sangre y los sesos le mancharon los pantalones. Vomitó y luego se puso los pantalones del muerto. Escribió que no se arrepentía de nada, y su despedida fue clara... “Siento como se me va el tiempo y me ronda la muerte. Pero no le tengo miedo, ya que a todos nos llega el final. Aunque nunca pierdo la esperanza de poder volver algún día a España, en la masía donde nací”.

José Serra murió en Londres el 28 de diciembre de 1974 (para más inri el día de los Santos Inocentes) a los 81 años de edad.

Esto también es “memoria histórica”…

 

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