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Actualizada: 15 de Septiembre de 2.011.  

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  Memoria Histórica


 Traslado de los restos mortales de José Antonio del Monasterio del Escorial al Valle de los Caídos


  Por Eduardo Palomar Baró.


 



El 29 de marzo de 1959 tuvo lugar la exhumación de los restos mortales de José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, en el Monasterio del Real Sitio de San Lorenzo del Escorial

En medio de un silencio impresionante los restos de José Antonio fueron extraídos de su tumba, en el Monasterio del Escorial, para su posterior traslado al Valle de los Caídos.

El acto, íntimo y sencillo, por expreso deseo de la familia, comenzó a las siete de la tarde. Poco antes habían llegado a la explanada del Monasterio los ministros subsecretario de la Presidencia, Luis Carrero Blanco; secretario general del Movimiento, José Solís Ruiz; de Justicia, Antonio Iturmendi; de la Vivienda, José Luis de Arrese; el ex ministro Fernández Cuesta; vicesecretario general del Movimiento, Jiménez Millas; director general de Prensa, Adolfo Muñoz Alonso; gobernador civil y jefe provincial del Movimiento, Aramburu y otras jerarquías.

A las siete y cuarto llegaron al Monasterio los hermanos del Fundador, Pilar y Miguel, acompañados de otros familiares que fueron introducidos en el interior de la Basílica por jerarquías del Movimiento.

El levantamiento de la lápida se inició seguidamente ante la presencia de los familiares de José Antonio y personalidades asistentes. El interior de la Basílica estaba totalmente a oscuras, con excepción de un foco situado sobre la tumba de José Antonio. Obreros especializados en cantería y del Patrimonio Nacional, así como personal de Pompas Fúnebres, comenzaron a trabajar para levantar la lápida.  A derecha de la tumba se encontraban alineados varios bancos en los que tomaron asiento Pilar y Miguel y los mandos nacionales de la Sección Femenina; los ministros estaban situados al pie de la tumba.

A las ocho y cinco se logró levantar la mitad de la gigantesca piedra, de 3.500 kilos de peso, por medio de tres barras de hierro, con las que los trabajadores hicieron palanca sobre unos tarugos de madera. Poco a poco se logró mover la lápida que con la escueta inscripción de “José Antonio”, cubría el féretro del Fundador desde cerca de veinte años.

Una vez descubierta la mitad de la sepultura, hasta permitir la entrada de una persona a la tumba, un empleado de Pompas Fúnebres descendió a su interior para practicar un examen del féretro. Este se encontraba totalmente carcomido en su base inferior, pudiendo verse por los lados la caja de cinc con los restos de José Antonio. El resto del féretro, así como la bandera de Falange que lo cubría, se hallaban intactos y en perfecto estado de conservación. Las flechas de plata de los lados de la caja, y sus cuatro asas estaban también en perfecto estado con excepción de una capa de moho que las cubría.

A las ocho y veinte los obreros de Pompas Fúnebres pasaron una cuerda por debajo del féretro y tirando desde arriba lo extrajeron, siendo depositado a continuación en el suelo de la Basílica.

Se rezó un responso por el padre prior de la comunidad Agustina del monasterio, siendo colocado después el féretro en las mismas andas en que fuera trasladado desde Alicante a esta localidad.

La bandera del Movimiento que cubría la caja fue retirada y entregada a Pilar Primo de Rivera, que anteriormente había expresado este deseo.

Terminado el responso fueron colocados a los lados del féretro seis hachones encendidos y se montó el primer turno de vela, formado por altas jerarquías del Movimiento, entre los que se encontraban los ministros asistentes y Miguel Primo de Rivera. El capellán de la jefatura provincial, padre Rasilla, inició el santo rosario ocupando de nuevo los bancos Pilar Primo de Rivera y el resto de las jerarquías, así como varios miembros de la comunidad Agustina.

Al finalizar el rosario se retiró el primer turno de vela, pasando a ocupar sus puestos miembros de la Jefatura provincial del Movimiento y “palmas de plata”. Los familiares y personalidades asistentes abandonaron el recinto de la Basílica a las nueve de la noche.

El acto revistió en todo momento un carácter de total intimidad, no exento de gran emoción. La entrada a la basílica fue únicamente permitida a 24 personas provistas de un pase especial. Se negó la entrada a la basílica a la Prensa. Sólo fue autorizada la entrada a un redactor y dos fotógrafos de “Arriba”, así como a cuatro operadores del No-Do.

Fue incesante la afluencia de falangistas de toda España a San Lorenzo de El Escorial, con el fin de asistir al traslado de los restos del Fundador de la Falange al Valle de los Caídos. Las habitaciones de todos los hoteles, pensiones y muchas casas particulares estaban reservadas desde hacía varios días. El gobernador civil de la provincia dio orden para que los establecimientos escurialenses permanecieran abiertos durante la noche.

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Desde primeras horas de la madrugada las carretera que conducen a este Real Sitio se vieron completamente llenas de vehículos que transportaban a afiliados de FET y de las JONS, que se dirigían al Monasterio del Valle de los Caídos para asistir a la solemne ceremonia del traslado de los restos mortales de José Antonio Primo de Rivera, desde la que fue su sepultura hasta ahora, a la Cripta del Valle de los Caídos, en Cuelgamuros, donde reposarán definitivamente.

 

ARRIBA    



Con la basílica repleta de afiliados al Movimiento comenzó la ceremonia a las siete de la mañana, con una misa oficiada en un altar lateral de la Basílica de El Escorial, por el capellán de la Jefatura Provincial del Movimiento, padre Rasilla, auxiliado por el gobernador civil y el inspector provincial de la Vieja Guardia. Asistieron a la celebración del Santo Sacrificio Pilar y Miguel Primo de Rivera, el ministro secretario general, Solís, los ex ministros Fernández Cuesta y Girón, el vicesecretario general del Movimiento Alfredo Jiménez Millas, el director general de Prensa Alfonso Muñoz Alonso y otras jerarquías.

El último turno de guardia estuvo a cargo de jefes de centuria de la Guardia de Franco de Madrid.

El féretro se colocó en el centro de la basílica, sobre las mismas andas con que fue trasladado desde Alicante a El Escorial el 20 de noviembre de 1939. La losa que hasta ayer cubría la sepultura escurialense de José Antonio se encontraba en la misma posición en que fue dejada ayer, a medio abrir. La lápida será trasladada al Castillo de la Mota, en unión de la bandera que cubría el féretro y la Palma de Plata.

Durante la celebración de la misa, las campanas del Monasterio y las de todas las iglesias de la localidad doblaron en señal de duelo.

Terminada la misa se organizó la comitiva hacia el Valle de los Caídos. Al ser sacado el féretro al patio de Los Reyes, los falangistas asistentes entonaron, en posición de firmes y brazo en alto, el “Cara al Sol”. La marcha por la carretera de Cuelgamuros se hizo por el siguiente orden: Cruz Alzada, unidades uniformadas, Vieja Guardia, féretro, un espacio libre para los relevos de la Vieja Guardia, presidencia del duelo, Falange de distritos, Sección Femenina, Frente de Juventudes, Falanges Provinciales y centurias de la Guardia de Franco flanqueando la comitiva.

El pueblo escurialense se concentró a lo largo del recorrido, en homenaje emocionado de respeto hacia José Antonio.

Al llegar la comitiva a la altura de la Comandancia Militar de El Escorial, fuerzas del batallón de cañones contra carros número 56, rindieron los máximos honores a los restos del fundador de la Falange.

La distancia que separa El Escorial del Valle de los Caídos fue cubierta por la comitiva a un promedio de tres kilómetros por hora. La totalidad de los trece kilómetros se realizó a pie, efectuándose los relevos en el transporte del féretro a hombros de miembros de la Vieja Guardia y Guardia de Franco, cada cien metros, sin interrupción de la marcha.

ARRIBA     



El aspecto que presentaba la grandiosa explanada que se extiende ante la basílica de Cuelgamuros era realmente impresionante. Miles de falangistas llegados de toda España en autocares, coches, motos e incluso “Biscuters”, invadían en grandes oleadas la magnífica plaza. Los altavoces iban dando la llegada de las Falanges provinciales que fueron reunidas alfabéticamente en doce grupos provinciales, cada una de ellas con sus distintivos y las banderas de sus organizaciones respectivas. Las afiliadas a la Sección Femenina se hallaban situadas en dos interminables filas, a los lados de la entrada a la basílica. Miembros de la Vieja Guardia y Guardia de Franco se encontraban a ambos lados de la carretera que asciende hasta la basílica, donde permanecieron hasta la llegada de la comitiva, que cubría un kilómetro de carretera, aproximadamente.

ARRIBA     



A las 12:30, la comunidad benedictina, encabezada por su abad mitrado, fray Justo Pérez de Urbel, salió con Cruz Alzada hasta la entrada de la basílica para recibir los restos de José Antonio.

Una vez dentro de la basílica, el féretro fue depositado al lugar donde reposará definitivamente, y a continuación dio comienzo una misa de réquiem, oficiada por fray Justo Pérez de Urbel. El emplazamiento de la sepultura de José Antonio en la basílica de Cuelgamuros es idéntico al que ocupaba en el Monasterio de El Escorial, es decir, a muy poca distancia del Altar Mayor y enfrente de él la lápida que cubre la tumba es, asimismo, igual a la del monasterio escurialense.

Durante la ceremonia, la familia de José Antonio ocupó el lugar preferente a la izquierda del féretro. En el lado del Evangelio se situaron los ministros, subsecretario de la Presidencia, Carrero Blanco; de Justicia, Antonio Iturmendi; de Marina, almirante Abarzuza; de Agricultura, Cirilo Cánovas; de Trabajo, Fermín Sanz Orrio; secretario del Movimiento, José Solís y ministro de la Vivienda, José Luis de Arrese. También se encontraban presentes el jefe del Alto Estado Mayor, capitán general Muñoz Grandes; el vicesecretario general del Movimiento, Alfredo Jiménez Millas; el subsecretario de Agricultura, Pardo Canalis; los ex ministros Serrano Suñer y González Gallarza; el segundo jefe de la Casa Civil de S.E. el Jefe del Estado, Fuertes de Villavicencio y otras jerarquías.

Los trescientos metros de longitud de la basílica resultaron insuficientes para albergar a los miles y miles de falangistas que deseaban rendir este homenaje de adhesión a su Fundador, quedando en la explanada una inmensa multitud que no pudo penetrar en el interior.

ARRIBA     



Finalizada la misa, fray Justo Pérez de Urbel rezó un responso y se procedió seguidamente al descenso del féretro a su sepultura definitiva, que fue cubierta con la lápida, sobre la que había una cruz y la sencilla inscripción “José Antonio”.

 

ARRIBA     



Gracias al entrañable amigo Agustín Castejón Roy, vamos a transcribir un documento inédito, como son las copias autorizadas para S.E. el Jefe del Estado Español y Generalísimo de los Ejércitos de las actas de presencia de la exhumación de los restos mortales de José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia en el Monasterio del Real Sitio de San Lorenzo del Escorial y del traslado de los gloriosos restos desde dicho Monasterio a la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, donde recibieron sagrada sepultura.

Acta de presencia de la exhumación de los restos mortales de José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia en el Monasterio del Real Sitio de San Lorenzo del Escorial

En el Monasterio del Real Sitio de San Lorenzo del Escorial, a veintinueve de Marzo de mil novecientos cincuenta y nueve, yo, Don Antonio Iturmendi Bañales, Gran Cruz de la Orden de San Raimundo de Peñafort, Gran Cruz de la Orden de Cristo de Portugal, Gran Cruz de la Orden de San Gregorio el Magno, Gran Cruz de la Orden Pontificia Piana, Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica, Gran Cruz de Lanuza de Cuba, Gran Cruz del Mérito Naval, Gran Cruz de la Orden del Rafidain del Irak, Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil, Académico de número de la Real de Jurisprudencia y Legislación, Miembro de Honor del Instituto de Cultura Hispánica y del Instituto Vasco de Gama de Goa, Ministro de Justicia y, como tal, Notario Mayor del Reino, me constituyo, en funciones de este cargo, a las diecinueve horas del día de hoy en la Basílica del Monasterio de este Real Sitio para presenciar la exhumación, de Orden de S.E. el Jefe del Estado, de los restos mortales de José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, Fundador de Falange Española, Caballero de Santiago, hijo primogénito de los Excelentísimos Señores D. Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, y de Doña Casilda Sáenz de Heredia y Suárez de Argudín, Marqueses de Estella y Grandes de España, cuyos restos, que reposan en la sepultura abierta en el centro de la Basílica, serán trasladados en el día de mañana, para su inhumación, a la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos.

A la misma hora llega al Monasterio de este Real Sitio, el Excelentísimo Señor Don Luis Carrero Blanco, Ministro Subsecretario de la Presidencia del Gobierno, que ostenta para este acto la representación de S.E. el Jefe del Estado.

Asisten al acto el Reverendísimo Padre Prior de la Comunidad de Agustinos del Monasterio del Escorial y los Excelentísimos Señores Don José Solís Ruiz, Ministro Secretario General del Movimiento, Don Raimundo Fernández Cuesta, ex ministro, Don Alfredo Jiménez Millas Gutiérrez, Subsecretario General del Movimiento, Don Jesús Aramburu Olarán, Gobernador Civil de Madrid y Jefe Provincial del Movimiento, Jerarquías y afiliados del Movimiento. También asisten, entre otras personalidades, el Alcalde Presidente del Ayuntamiento del Escorial y el Juez de Primera Instancia e Instrucción de su partido.

Están presentes los miembros de la familia Primo de Rivera, Doña Pilar y Don Miguel, hermanos de José Antonio y sus primos Doña Dolores y Don Miguel Primo de Rivera y Covo de Guzmán.

A las diecinueve horas y cinco minutos se inician las operaciones de levantamiento de la lápida que cubre la tumba y a las veinte horas y quince minutos se extrae de ésta el féretro que guarda los gloriosos restos.

El Prior de la Comunidad de los Agustinos del Monasterio del Escorial, Reverendísimo Padre Don Andrés Llardén, reza un Responso y a continuación los asistentes al acto rezan el Santo Rosario que dirige el Reverendo Padre Nazario de la Rasilla, Capellán del Frente de Juventudes.

El féretro, cubierto por las Banderas de España y de Falange, queda depositado sobre unas andas en el centro de la Basílica del Monasterio de San Lorenzo del Escorial.

Y para constancia de los actos que se relatan, yo, el Notario Mayor del Reino, extiendo y firmo la presente acta de cuyo contenido doy fé. Firmado.- Antonio Iturmendi.-

Concuerda con el acta de referencia a que me remito. En Fé de ello, para que conste y surta los efectos oportunos libro la presente copia para S.E. el Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos en este pliego único en el que, como Ministro de Justicia, en funciones de Notario Mayor del Reino, firmo y rubrico en Madrid a quince de abril de mil novecientos cincuenta y nueve.

Antonio Iturmendi

 

Acta de presencia del traslado de los restos de José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia a la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos

En el Real Sitio de San Lorenzo del Escorial, a treinta de marzo de mil novecientos cincuenta y nueve, yo, Don Antonio Iturmendi Bañales, Gran Cruz de la Orden de San Raimundo de Peñafort, Gran Cruz de la Orden de Cristo de Portugal, Gran Cruz de la Orden de San Gregorio el Magno, Gran Cruz de la Orden Pontificia Piana, Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica, Gran Cruz de Lanuza de Cuba, Gran Cruz del Mérito Naval, Gran Cruz de la Orden del Rafidain del Irak, Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil, Académico de número de la Real de Jurisprudencia y Legislación, Miembro de Honor del Instituto de Cultura Hispánica y del Instituto Vasco de Gama, de Goa, Ministro de Justicia y, como tal, Notario Mayor del Reino,

Doy fé

Que en funciones de mi cargo, me constituyo a las ocho horas de este día en la Iglesia Basílica del Monasterio del Real Sitio de San Lorenzo del Escorial, para presenciar el traslado, por Orden de S.E. el Jefe del Estado, de los restos de José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, Fundador de Falange Española, Caballero de Santiago, hijo primogénito del Excmo. Sr. D. Miguel Primo de Rivera y Orbaneja y de la Excma. Señora Doña Casilda Sáenz de Heredia y Suárez de Argudín, Marqueses de Estella y Grandes de España, desde el Monasterio de este Real Sitio a la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, para su inhumación en ésta.

A la misma hora llegó al Real Monasterio, el Excmo. Señor Don Luis Carrero Blanco, Ministro Subsecretario de la Presidencia del Gobierno, que ostenta la representación de S.E. el Jefe del Estado.

El Reverendísimo Padre Prior del Real Monasterio y la Comunidad de Padres Agustinos entrega al Excmo. Señor Ministro Subsecretario de la Presidencia del Gobierno, quien los recibe, los restos mortales de José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia.

Asisten al acto, entre otras muchas personalidades, los Excmos. Señores Don José Solís Ruiz, Ministro Secretario General del Movimiento; Don José Luis de Arrese y Magra, Ministro de la Vivienda; Don Agustín Muñoz Grandes, Capitán General del Ejército; los ex Ministros, Excmos. Señores Don Carlos Asensio Cabanillas, Don Ramón Serrano Suñer, Don Raimundo Fernández Cuesta, Don José Antonio Girón de Velasco y Don Joaquín Ruiz Jiménez; Autoridades, Jerarquías y afiliados al Movimiento y pueblo congregado en sentidísima manifestación de duelo.

Reverendos Padres de la Comunidad del Real Monasterio, entonan un Responso y a las ocho horas y diez minutos, precedido de la Cruz Alzada hasta el final de la jurisdicción de la Parroquia, sale el cortejo fúnebre en dirección a la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos.

A las doce horas y cincuenta minutos y a hombros, durante el itinerario, de los que fueron sus camaradas, llegan los restos mortales de José Antonio a la puerta principal de la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, en donde son recibidos por el Ilustrísimo y Reverendísimo Señor Abad Mitrado, Dom Fray Justo Pérez de Urbel y Comunidad Benedictina del Valle de los Caídos y precedido de la Cruz Alzada, son llevados hasta el pié del Altar Mayor, en cuyo lugar el Excmo. Sr. Ministro Subsecretario de la Presidencia del Gobierno los entrega a los referidos Reverendísimo Abad Mitrado y Comunidad de Padres Benedictinos, quienes los reciben.

Se encuentran en la Presidencia del acto los Excmos. Señores Don Felipe José Abárzuza y Olivar, Ministro de Marina; Don Cirilo Cánovas García, Ministro de Agricultura; Don Jesús Rubio García-Mina, Ministro de Educación Nacional; Don Fermín Sanz Orrio, Ministro de Trabajo; Don Agustín Muñoz Grandes, Capitán General del Ejército; los ex Ministros Don Eduardo González-Gallarza, Don Raimundo Fernández-Cuesta, Don Carlos Rein Segura, Don Ramón Serrano Suñer; Don Manuel Rodríguez Martínez, Capitán General de Madrid; y los Tenientes Generales Don Rafael García Valiño y Don Pablo Martín Alonso; el Gobernador Civil de Madrid, Don Jesús Aramburu Olarán; Consejeros Nacionales, Autoridades civiles y militares y Jerarquías del Movimiento.

Están presentes de la familia Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, Doña Pilar y Don Miguel, hermanos de José Antonio, y sus primos Don Miguel Primo de Rivera y Urquijo, Don José Antonio Peche y Primo de Rivera y Don Ramón Sáenz de Heredia.

A las trece horas comienza la Santa Misa, oficiada por el Abad Mitrado, quien, a continuación, reza un Responso.

Terminadas las preces y siendo las catorce horas y cinco minutos, reciben sagrada sepultura los restos mortales de José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia en la nave principal de la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, al pié de las gradas del Altar Mayor, a presencia de las personalidades y autoridades y pueblo congregado.

Y para constancia de todo lo consignado, firmo la presente acta que va extendida en un pliego de papel, debidamente rubricado, y de todo lo expuesto, yo, el Notario Mayor del Reino, doy fé. Firmado.- Antonio Iturmendi.-

Concuerda con el acta de referencia a que me remito. En Fé de ello, para que conste y surta los efectos oportunos, libro la presente copia para S.E. el Jefe del Estado Español y Generalísimo de los Ejércitos en este pliego único en el que, como Ministro de Justicia, en funciones de Notario Mayor del Reino, firmo y rubrico en Madrid a quince de abril de mil novecientos cincuenta y nueve.

Antonio Iturmendi

[N. del A.] Hemos respetado la ortografía del documento: pié y fé ambas con tilde.

 

 

ARRIBA     



Bajo este título, el periodista y escritor Ismael Medina Cruz, escribió este interesante artículo en agosto de 2004, en el que relataba el traslado de los restos mortales de José Antonio desde la Basílica de San Lorenzo del Escorial a la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos.

Ismael Medina, un gran escritor y una gran persona, falleció el 1 de febrero de 2011. Fue fiel a la ideología joseantoniana, por encima de peripecias, hasta su muerte.

«Acudo a la cita semanal con retraso, estimulado por las impecables y ejemplares “Apuntaciones de la memoria histórica” de Antonio Castro Villacañas. Puede que hayan sorprendido a pocos o muchos, sea por convenirles sólo la “memoria histórica” del revanchismo al uso, o por no haber conocido otra “memoria histórica”, a causa de su edad, que la sectaria de quienes, a falta de un ideario creativo y prometedor, falsean la historia y desentierran, transcurridos más de sesenta años, las hachas de una guerra que debería dejarse al trabajo de investigación de historiadores ayunos de dependencias partidistas. En apoyo de lo escrito por Castro Villacañas respecto de la actitud conciliadora en que tantos nos empeñamos entonces, y a la que nos hemos mantenido fieles, desempolvo de mi archivo la parte que ahora importa de un extenso artículo publicado dos años atrás en la revista “FE”, relativa al traslado de los restos de José Antonio desde la Basílica de San Lorenzo de El Escorial a la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos.

Advierto que viví la guerra en “zona roja” por entero, que en mi entorno familiar convivían muy contrarias afecciones ideológicas, que presencié de muy cerca un “paseo” a plena luz del día en el caluroso agosto de 1936, que conocí aterradores crueldades y brutales ensañamientos, que pertenecí con trece años a la CNT, cuyo carné conservo, y que terminada la guerra descubrí en los textos de José Antonio Primo de Rivera las claves del anhelo revolucionario que alentaba desde niño. Nosotros, a los que algunos han llamado “los niños de la guerra”, la llevábamos dentro de nosotros mismos y acaso por ello necesitábamos a un ideal superador del conflicto que encontramos en el pensamiento joseantoniano, desvirtuado durante varios lustros y ocultado en las mazmorras del silencio a raíz de la sólo presunta democratización, en realidad totalitarismo partitocrático.

Relato de lo que fue el traslado de los restos de José Antonio como símbolo de unidad

Hacia febrero se conoció en círculos restringidos que en vísperas de la consagración y apertura de la basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, prevista para el 1º de abril, Día de la Victoria, se procedería sigilosamente a la exhumación de los restos de José Antonio en el monasterio de El Escorial y a su enterramiento al pie del altar mayor del Valle. Pronto se confirmó que Carrero Blanco y su entorno querían hacerlo sin apenas otra participación que la familiar. Temían que se registrara una intempestiva manifestación multitudinaria de unidad falangista. La censura recibió orden de impedir cualquier noticia relativa a la exhumación y el traslado, en particular sobre la fecha y la hora. Las órdenes que recibió el director de “Arriba” fueron terminantes, aunque se burlaron, con particular relieve mediante un artículo en primera página del profesor Adolfo Muñoz Alonso.

Aunque no era miembro de la Centuria 20 ni del Círculo Marzo, integrados por universitarios superiores y encabezados por Eduardo Navarro, mantenía estrecha relación con sus miembros. Al conocer lo que se pretendía desde Castellana 3 comenzamos a debatir en un pequeño grupo lo que debíamos hacer para abortar la maniobra monarcotecnocrática y convertir el traslado en ostensible demostración de afirmación y vitalidad falangistas, además de aprovechar la ocasión para subrayar la dimensión de José Antonio como símbolo de la unidad nacional y revolucionaria de España y los españoles, superadora de cualesquiera resentimientos provocados por la guerra civil.

Tras debatir diversas opciones nos decidimos por la que nos pareció más expresiva y simbólica. Consistía en lo siguiente: localizar restos de un combatiente del lado rojo; encontrar asimismo una bandera de milicias falangistas combatientes y otra de milicias rojas; guardar todo ello en una arqueta; seleccionar a seis camaradas cuyos padres fueron fusilados por los rojos y a otros seis cuyos padres fueron fusilados por los nacionales, que tampoco de éstos faltaban en nuestras filas; situar los doce a la entrada de la basílica, o al pie del altar mayor, y entregar la arqueta en el momento de la inhumación de los restos de José Antonio para que reposara junto a ellos como símbolo falangista de fidelidad a su voluntad testamentaria y de unidad entre los españoles.

Todo estaba dispuesto unos días antes del traslado. Felipe Mellizo había localizado un enterramiento rojo de fortuna en lo que fuera línea de combate por Guadarrama; alguien ofreció una bandera de una centuria de la CNT cuya inscripción garantizaba que se trataba de una unidad combatiente; alguien del Frente de Juventudes prometió aportar la bandera de la centuria de Falange en que combatió su padre; también estaban localizados y comprometidos los doce camaradas. Sólo faltaba el permiso de los familiares de José Antonio y sus allegados para materializar el proyecto.

El traslado de los restos de José Antonio al Valle de los Caídos no podía hacerse, como es obvio, sin el consentimiento de la familia, cuya representación legal más evidente eran en aquel momento sus hermanos Miguel y Pilar, quienes reunieron en su torno una suerte de consejo asesor en el que, además de su sobrino Miguel, figuran Raimundo Fernández Cuesta, Jiménez Millas, Agustín Aznar y alguien más que no recuerdo. Fui el encargado de exponer la propuesta descrita. Tengo entendido que los contrarios a ella forzaron que se consultara con una autoridad superior, supongo que Carrero Blanco, organizador de las ceremonias del traslado y de consagración de la basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos. El caso es que nos fue denegado el permiso, sin el cual, y tal como estaban las cosas, resultaba harto problemática la posibilidad de cumplir nuestro propósito, aún resueltos a forzar cualesquiera barreras. Desistimos y nos dedicamos a conseguir que el traslado lo realizásemos el mayor número posible de falangistas, desfondando así la estrategia de silencio diseñada por Carrero Blanco y su entorno.

A la mayoría de nosotros no nos desagradaba que los restos de José Antonio abandonaran su sepultura en la basílica de San Lorenzo de El Escorial, en la que, a efectos políticos, prevalecía para los monárquicos del sistema su condición de panteón preferente de la dinastía borbónica, para nosotros “peste borbónica”, término satírico acuñado por Ismael Herráiz. Borbonismo reforzado por la decisión de Franco de celebrar un funeral anual por “Alfonso XIII y demás reyes de España”. Nos parecía más coherente que los despojos de José Antonio reposaran junto a los de quienes murieron por un ideal a uno y otro lado de las trincheras. No aceptábamos, sin embargo, que el traslado fuese subrepticio y vergonzante.

Las medidas coercitivas dictadas desde Castellana 3 a los ministerios concernidos no se limitaban al silenciamiento del traslado en los medios de información. Los ministerios militares impartieron órdenes estrictas que prohibían la participación castrense, aún a título personal. Los gobernadores civiles recibieron rigurosas instrucciones para impedir que de sus circunscripciones salieran autobuses con falangistas. La Guardia Civil debía interceptar y hacer retroceder a cualesquiera vehículos con falangistas que se encaminaran hacia El Escorial o el Valle de los Caídos. También en Secretaría General del Movimiento se percibían claros síntomas de inhibición. El dispositivo desplegado por Carrero Blanco habría funcionado en el caso de que sus instrucciones nos fueran desconocidas y la anomalía política de las mismas no hubiera inclinado a hacer la vista gorda a un buen número de los encargados de cumplirlas, en particular un amplio sector de la Guardia Civil y del Ejército.

Ceferino Maestú fue uno de los que con mayor eficacia movilizó multitud de falangistas de Madrid y de provincias, sin olvidar otras iniciativas, como el escrito del consejo del distrito madrileño de Buenavista. El mecanismo del boca a boca era casi el único de que unos y otros, ayunos de un instrumento de coordinación, disponíamos para que prosperase una llamada general. Resultaba imperativo, de otra parte, trasladar a la convocatoria el mensaje que simbólicamente perseguíamos con la abortada iniciativa anteriormente descrita. Con este propósito redacté el manifiesto que copio al final de este relato y una octavilla extraída de su parte final. Fueron impresos a ciclostil por diversos falangistas. Debieron hacerlo con gran dedicación ya que se distribuyeron con profusión en muy variados lugares. También, por supuesto, entre los que acudieron a El Escorial.

La orden de Presidencia prohibía que los medios informativos presenciaran la exhumación de los restos de José Antonio. Tras duras negociaciones consiguió el secretario general del Movimiento que se permitiera la asistencia de un redactor de “Arriba” para que procurase una información que se distribuiría al resto de los órganos periodísticos. Fui el designado por el director del periódico y me trasladé a El Escorial con bastante antelación, acompañado de Eduardo Navarro, Tomás Rodríguez y Antonio Sánchez-Gijón, recién llegado de Valencia, donde cumplía el servicio militar, merced a un permiso verbal de su jefe inmediato. Ya entrada la noche logré colarlos en la basílica con la ayuda de Muñoz Alonso, cuya casa escurialense nos servía de lugar de reunión.

La noche fue muy tensa. Lo reflejan las fotografías. Hubo momentos en que la tensión estuvo a punto de provocar situaciones encrespadas.

Realizada la exhumación y dispuesto el féretro para el traslado salimos a reponer fuerzas en la lonja. Guardaba en el bolsillo un trozo de la madera del féretro y otro de la bandera que lo envolvía. También me apoderé subrepticiamente de la Palma de Oro empotrada en la losa funeraria. Resistí la tentación de llevármela y la entregué a Pilar Primo de Rivera, quien más tarde la dio para su guarda al Castillo de la Mota.

Amanecía y la lonja estaba casi desierta. De vez en cuando aparecía algún falangista. Nos invadía el pesimismo y el nerviosismo comenzaba a apoderarse de Ceferino Maestú que se movía sin cesar de un lado a otro. Ante el acceso al Patio de los Reyes se situó en la lonja un furgón cerrado, de los usados por el Instituto Forense, dispuesto para el rápido traslado del féretro al Valle de los Caídos. Pero de pronto la lonja comenzó a llenarse de camisas azules. Llegaban de todas partes. Hubo uno que hizo en bicicleta el viaje desde Lugo. En algunas provincias se valieron de los autobuses dispuestos para el traslado de los que debían asistir a la consagración de la Basílica, garantizando a la autoridad gubernativa que en ningún caso irían a El Escorial para la exhumación de los restos de José Antonio.

Fueron llegando ministros y altas jerarquías para asistir a la ceremonia religiosa previa al traslado. Cuando lo hizo Carrero Blanco atronaron los silbidos y las imprecaciones. Tanto que se escucharon con nitidez en el interior del templo, lleno a rebosar de camisas azules. Yo estaba dentro. Carrero pasó a mi lado con el rostro desencajado. Dos personas acudieron a tranquilizarlo, pero sus palabras rezumaban ironía: Asensio y Solís.

Terminada la ceremonia religiosa se rompió todo protocolo. Una vez en la lonja se impidió que el féretro fuera introducido en el furgón por quienes lo sacaron de la basílica. A hombros de los falangistas que arrebataron las andas, el cortejo inició la marcha hacia el Valle de los Caídos. Asistíamos a un segundo entierro de José Antonio, aunque esta vez absolutamente espontáneo y a contrapelo de la decisión oficial de ocultarlo.

Fue prodigioso que no se registraran incidentes. Los relevos para llevar las andas sobre las que estaba depositado el féretro se hacían sin organización previa alguna. Unos a otros se cedían el puesto cada pocos minutos para que lo portaran el mayor número posible. Recuerdo que en una de las dos ocasiones en que lo hice se me acercó Joaquín Ruiz Jiménez para pedirme, con los ojos humedecidos por la emoción, que le cediera el puesto a su hijo, para que siempre recordara que había tenido el honor de portar a José Antonio.

El entero atrio del Valle de los Caídos se llenó de camisas azules. Es impresionante la fotografía de gran tamaño, tomada desde lo alto, que conservo. Carrero Blanco no se atrevió a entrar en la basílica con las demás autoridades y lo hizo desde el monasterio, tras la comunidad benedictina. Creo que nunca perdonó aquella rebelión falangista, la cual acentuó sus antiguos y permanentes recelos hacia José Antonio y Falange Española. Como monárquico irreductible que era, les reprochaba la apuesta republicana; y tampoco su confesionalismo podía admitir que, pese a su entraña católica, postularan la separación de potestades entre la Iglesia y el Estado, cuestión ésta en la que FE de las JONS se anticipó al Concilio Vaticano II.

Las demostraciones falangistas continuaron en Madrid hasta bien entrada la noche. Fue aquella una excepcional coyuntura que no supimos aprovechar, convirtiendo tan espléndida y espontánea asamblea en estructura política con proyección de futuro y al margen del Movimiento.

De aquella jornada escribí en “Arriba”, según afirmaba con frecuencia Antonio Izquierdo, una de las mejores crónicas de mi vida profesional. Y haciendo memoria de lo acaecido desde entonces escribí tiempo más tarde que aquel apasionante episodio configuró en realidad el canto del cisne de Falange Española de las JONS. Pero no del anhelo de revolución y del espíritu joseantoniano al que no pocos seguimos siendo fieles como estilo de vida y en cuanto soporte para indagar soluciones de futuro acordes con las incógnitas que propone el final de ciclo histórico de civilización relativista en que el mundo actual se debate.

Manifiesto

Españoles:

El día 30 vamos a trasladar los restos de José Antonio desde el Monasterio de El Escorial al Valle de los Caídos. No es hora de bizantinismos ni de rasgarse las vestiduras. Pensad que tampoco fue escogida por la Falange la tumba de El Escorial. Meditad que lo que importa no es una falsa cuestión de prestigio, como algunos quieren hacernos creer, sino el insertar la figura de José Antonio en su verdadera dimensión de símbolo de la unidad revolucionaria del pueblo español.

Si el Estado es fiel a las leyes que dicta, si es fiel al Decreto de la Abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, la Basílica habrá de albergar a todos los que murieron en la lucha y en ambición de una España mejor, de una Revolución para España. Indistintamente de las banderas bajo las que, con la suprema limpieza del heroísmo y del sacrificio por un ideal, militaron un día.

Si el Valle de los Caídos va a ser eso, el resumen de la unidad nacional, la liquidación del espíritu de guerra civil entre los españoles, será más apropiado y justo lugar de reposo para los restos de José Antonio, que la vecindad dinástica de El Escorial.

La Falange estuvo en unas determinadas trincheras, porque se jugaba el destino de España. Pero la razón revolucionaria de la Falange, la acercaba política y socialmente más a las trincheras de enfrente, que aquellas en las que combatía. El destino colocó a la Falange en una disyuntiva dramática. Precisamente por eso, la Falange representaba la única posibilidad de victoria para todos, de inauguración tras la guerra de una empresa revolucionaria que nacionalizase la izquierda española.

Por su pensamiento político y por su muerte, José Antonio ha de ser símbolo de la unidad revolucionaria entre los españoles.

No podemos consentir que la derecha española, encaramada en el Régimen, convierta a José Antonio en tapadera de actitudes sectarias y de maniobras contra el pueblo y contra la misma Falange.

Si José Antonio va al Valle de los Caídos, tiene que ser porque el Valle de los Caídos acoja a los muertos de España, sean del lado que sean y sin discriminaciones de ningún género. La Cruz no puede amparar al fariseísmo de los muertos buenos y de los muertos malos. Y mucho menos la perpetuación de la guerra civil.

Si José Antonio va al Valle de los Caídos es para insertarse en la Comunión de los muertos. No aceptaremos la hipocresía de las derechas de negar sepultura común y oraciones comunes a quienes también murieron, como los nuestros, porque no estaban conformes con la España injusta que les tocó vivir. Nosotros entendemos la misericordia divina sin la falacia de los que hacen del Catolicismo una profesión política.

Nosotros queremos a José Antonio como símbolo de la Revolución. Esta es la única garantía que exigimos.

Camaradas, el día 30 sólo cabe un grito:

Caídos por la Revolución: ¡Presentes!

Y una afirmación: ¡Victoria para todos!

Y una demanda: Liquidación definitiva de la guerra civil.»

 

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