Nació en Oviedo el 30 de abril de 1883. A los seis años quedó
sin su padre Andrés, un funcionario de Hacienda, que, excedente en su escalafón,
desempeñaba el cargo de contador en el Ayuntamiento. En tanto se tramitaba el
expediente para la pensión de viudedad, a los huérfanos los distribuyeron por
casas de parientes.
Por fin se resolvió el expediente de la pensión, asignándole el
Estado a la viuda de Prieto siete reales diarios. En el año 1891 su madre emigra
a Bilbao.
Indalecio ingresó en la escuela evangélica, junto con su hermano
Luis. El pastor protestante, José Marqués, actuaba a la vez de maestro. El mayor
afán de Prieto era la lectura, pero una pertinaz afección a la vista, una
fotofobia, le impidió durante un tiempo el leer.
Debido a la exigua pensión del Estado, se vio obligado a
trabajar desde muy joven en los más diversos oficios, como vendedor de cajas de
cerillas, papel de cartas, lapiceros, periódicos y abanicos.
Cuando apenas tenía catorce años comenzó a asistir al Centro
Obrero de Bilbao. Quiso afiliarse al partido socialista, pero tuvo que esperar a
cumplir los dieciséis años, ingresando en 1899 en la Agrupación Socialista de
Bilbao.
Inició su vida laboral como taquígrafo en el diario La Voz de
Vizcaya, donde le asignaron el sueldo de veinticinco duros mensuales. Ya
convertido en periodista, empezó a trabajar como redactor del diario El
Liberal, del que con el tiempo llegaría a ser director y propietario, y que
sería el portavoz de sus opiniones políticas.
ARRIBA
El primer cargo político que desempeñó fue el de diputado
provincial de Vizcaya, desde 1912 a 1915, aprendiendo los recursos de la
oratoria que tan importantes fueron en su carrera política posterior, debutando
como orador en aquella campaña electoral. En 1915 fue elegido concejal del
Ayuntamiento de Bilbao.
A comienzos de 1917 se trasladó a Madrid, donde quiso
reorganizar su vida, a base de las corresponsalías de El Liberal y El
Cantábrico de Santander, y de la gerencia de una fábrica de telegrafía sin
hilos que establecieron unos amigos suyos.
Su propósito al salir de Bilbao era alejarse de la política, que
le absorbía casi todo su tiempo.
Ya instalado en Madrid, hizo un viaje a Norteamérica para
asuntos de la industria cuya dirección se le encomendó.
Al regresar, le llamó Pablo Iglesias para decirle que era
indispensable su permanencia en Bilbao, obedeciendo inmediatamente.
Es este un periodo marcado por la Primera Guerra Mundial, en la
que España se mantuvo neutral, lo que reportó grandes beneficios a la industria
y al comercio español. Pero estos beneficios no se vieron reflejados en los
salarios de los obreros, por lo que se fue generando una gran agitación social,
que culminó el 13 de agosto de 1917 con el comienzo de una huelga general
revolucionaria que, ante el temor de la repetición en España de los hechos
acaecidos en Rusia por esas fechas, fue reprimida duramente mediante la
intervención del ejército y la detención en Madrid del comité de huelga.
Prieto, involucrado como estaba en la organización de esta huelga, las
autoridades lo buscaron afanosamente. Al cabo de veinte días de correrías por
las montañas vascas, logró pasar a Francia, viviendo expatriado en Hendaya y en
París.
En abril de 1918 lo presentaron candidato a diputado a Cortes
por Bilbao. Volvió sigilosamente a España, ya que aún estaba reclamado,
dirigiendo la elección desde un escondite, dispuesto a repasar la frontera en el
caso de ser derrotado. Pero salió triunfante.
Muy crítico con la actuación del gobierno y del ejército en la
Guerra de Marruecos, tuvo frases muy duras en las Cortes con motivo del
denominado Desastre de Annual de 1921, así como sobre la más que probable,
aunque no probada, responsabilidad del rey Alfonso XIII en la imprudente
actuación militar del general Manuel Fernández Silvestre en las operaciones de
la zona de la comandancia de Melilla. |
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ARRIBA
Su fama como
parlamentario aumentó en paralelo a su influencia en el
partido, entrando en la Ejecutiva del PSOE. Contrario a la
incorporación del partido a la Tercera Internacional,
permaneció en el PSOE tras la escisión del Partido Comunista
de España en 1921-1922.
Opuesto a la línea
de Largo Caballero de colaboración de su partido con la
dictadura de Primo de Rivera, se produjeron agrios
enfrentamientos entre ambos, lo que le llevó a apartarse de la
dirección del partido. En este sentido siempre representó el ala
más política y parlamentaria del partido frente al radicalismo
sindical de Largo Caballero.
Al final de la
dictadura tomó partido por la República como salida a la crisis
del país, llegando a comparecer, a título personal, ante la
oposición de Julián Besteiro, en la formación del llamado Pacto
de San Sebastián en agosto de 1930, formado por una amplia
coalición de partidos republicanos que se proponía acabar con la
monarquía. En esta cuestión, sin embargo, sí que contó con el
apoyo del ala liderada por Largo Caballero, ya que este creía
que la caída de la monarquía era el único camino por el que, en
esos momentos, el socialismo podría alcanzar el poder.
ARRIBA
Proclamada la
II República el 14 de abril de 1931, Prieto fue nombrado
Ministro de Hacienda del Gobierno provisional presidido por
Niceto Alcalá-Zamora y participó en los primeros gabinetes
de la República, ocupando las carteras de Hacienda (15 de
abril de 1931 al 16 de diciembre de 1931) y Obras Públicas
(desde 16 de diciembre de 1931 al 12 de septiembre de 1933)
siendo Presidente de la República Alcalá-Zamora y Jefe de
Gobierno Manuel Azaña.
Como ministro de
Hacienda, firmó la entrega de la Casa de Campo al Ayuntamiento
de Madrid para uso y disfrute de sus vecinos, y tuvo que hacer
frente a las repercusiones de la crisis internacional en la
economía española, manteniéndose en una estricta ortodoxia
liberal. Pese a todo afrontó la oposición de los empresarios,
que desconfiaban de él, y la del Banco de España, que se
resistía a una mayor intervención del Estado en este organismo.
Siendo Ministro de Obras Públicas, continuó y amplió la política
de obras hidroeléctricas iniciadas en la época de la dictadura
de Primo de Rivera, así como un ambicioso plan de mejora de
infraestructuras en Madrid, como el de los enlaces ferroviarios,
la construcción de una nueva estación en Chamartín y el túnel de
enlace, bajo el suelo de Madrid, entre esta estación y la de
Atocha (que la prensa opositora bautizó como Túnel de la Risa,
nombre que llega hasta nuestros días), obras que no verían la
luz hasta muchos años después, como consecuencia de la Guerra
Civil.
ARRIBA
El miércoles 4
de julio de 1934, se celebraba una sesión parlamentaria en
el Congreso de los Diputados, la última del periodo de
sesiones. El tema que se debatía era de enjundia y afectaba
a la actitud de rebeldía de la Generalidad de Cataluña
frente al Gobierno de Madrid; el Parlamento debía apoyar al
Gobierno de Ricardo Samper Ibáñez en forma de proposición
incidental de confianza para que resolviera el conflicto.
En el debate se
oyeron discursos de José Calvo Sotelo, José María Albiñana,
Indalecio Prieto, el conde de Rodezno y Ventosa, entre otros.
Cuando llegó el turno de José María Gil Robles, líder de la CEDA
se produjo un hecho lamentable. En el transcurso de la
explicación del voto a favor de la proposición de confianza por
la CEDA, y dada la ingente cantidad de aplausos que recibía en
sus filas, el diputado socialista por Huelva, Juan Tirado
Figueroa, insultó al orador en estos términos: «Es un canalla y
un farsante». El diputado cedista, por la provincia de Sevilla,
Jaime Oriol de la Puerta pidió que retirara esas palabras, de
esta forma: «No estoy dispuesto a tolerarle esa ofensa. O retira
usted esa palabra o…» El representante del PSOE se negó a
retractarse de esta manera: «Por las buenas le diré a usted que
no quería molestarle; por las malas no rectifico una tilde…».
Jaime Oriol se echó
sobre Juan Tirado y éste le dio un puñetazo. El escándalo fue
mayúsculo y varios diputados socialistas –entre ellos Juan
Negrín– se abalanzaron sobre el derechista Jaime Oriol, según
recoge el ABC del 5 de julio de 1934:
«El Sr. Prieto
avanzó sobre el escaño, relativamente lejano, sacó una
pistola, la amartilló e hizo ademán de disparar contra el
Sr. Oriol, que estaba caído sobre un escaño. No llegó a
disparar, pero se le vio que con el arma agredía al diputado
de la CEDA».
El orondo y grueso
Indalecio Prieto había saltado, con la pistola desenfundada,
sobre los escaños.
El Presidente del
Congreso, Santiago Alba, hombre anciano y asustadizo, no
creyéndose capaz de dominar el tumulto –provocado por los
socialistas– abandonó el hemiciclo y se recluyó en su despacho.
Reanudada la sesión, los protagonistas se explican. Prieto se
justifica con el simple argumento de que «un diputado socialista
fue agredido» y que «si es cierto que sacó la pistola, es lo
cierto que fue por haber visto otra pistola enfrente». Jaime
Oriol, el agredido por los socialistas y amenazado por la
pistola de Indalecio Prieto, dijo: «El señor Prieto debe
declarar quien es ese diputado que ha sacado la pistola. Lo
indudable es que el señor Prieto esgrimió la suya. Y es
intolerable que los socialistas, cuando no tienen argumento,
apelen a las armas».
El ABC en su
edición de la mañana del jueves 5 de julio de 1934, lo relataba
más ampliamente y con más detalles, de esa forma:
«Un tumulto
inenarrable. El señor Prieto saca una pistola y se dispone a
disparar
Ante otra frase
del Sr. Gil Robles, ovacionada con ardor, los socialistas
increpan a las derechas, y sin que se advierta el origen, se
produce un gran tumulto. Socialistas y otros diputados se
lanzan unos contra otros y se reparten numerosos golpes. El
escándalo es inenarrable. El señor Prieto salta por los
escaños e interviene en los golpes. En el hemiciclo, varios
diputados se acometen. El Sr. Prieto saca una pistola.
El Sr. Alba
abandona la Presidencia
El Presidente,
en vista de que no puede imponer orden, abandona la
Presidencia. Esto aumenta la confusión.
Muchos se
dirigen al Sr. Rahola, pidiéndole que ocupe el sillón
presidencial, pero aquél se niega. Un secretario anuncia que
la sesión se ha interrumpido sólo por cinco minutos.
Los diputados
encienden cigarros y todos se ponen a fumar, con lo cual el
salón se llena de humo. Transcurren los cinco minutos y
algunos más. Parece que la cuestión comenzó entre D. Jaime
Oriol (de la CEDA) y el señor Tirado (socialista)
Palabras del
presidente de la Cámara. Explicación del incidente
El Presidente
vuelve a su sitial. Se reanuda la sesión.
Dice que se ha
visto obligado a hacer lo que en otras Cámaras extranjeras,
ante situaciones parecidas: levantar la sesión. Reclama de
todos dignidad y amor a España, para evitar ante tantas
dificultades como las que se oponen a España en estos
momentos estas discordias personales y las pasiones que
están en plena exaltación.
Y lo que no se
puede tolerar –añade– es el espectáculo que han dado los
diputados que han esgrimido pistolas.
Pide al Sr.
Prieto que hidalgamente le ayude a solventar este incidente.
El Sr. Prieto
explica lo ocurrido, diciendo que un diputado socialista fue
agredido.
No dice que la
minoría socialista sea la más correcta, pero no hace muchas
sesiones que un diputado dijo que si a los socialistas les
quitaran la chulería no les quedaba nada.
Si es cierto
que sacó la pistola, es lo cierto que fue por haber visto
otra pistola enfrente.
El Presidente:
La Presidencia acepta las explicaciones dadas. Tiene la
palabra el Sr. Oriol.
El Sr. Oriol:
El Sr. Prieto debe declarar quién es ese diputado que ha
sacado la pistola. Lo indudable es que el Sr. Prieto
esgrimió la suya. Y es intolerable que los socialistas,
cuando no tienen argumentos que emplear, apelen a las armas.
Dijo ofensas
dirigidas a su jefe, el señor Gil Robles y a sus compañeros
de minoría, a quienes el Sr. Tirado llamó canallas. Y esto
está dispuesto a no tolerarlo en ningún terreno. (Muy bien.
Aplausos)
El Sr. Tirado
da explicaciones, diciendo que nunca ofendió a ningún
diputado, y relata lo sucedido.
El Sr. Oriol
dice que rogó al diputado que retirara el calificativo, y no
lo hizo.
El Presidente:
Queda terminado este incidente».
Es curiosa la
caricatura que publicó La Voz el 5 de julio de 1934, que
representa a Indalecio Prieto amenazando con una pistola. En el
pie, se podía leer: El diputado: ¡Pido la palabra! Nada más que
la palabra.
El destacado
socialista no sólo era aficionado al revólver, sino, como
veremos a continuación, a las armas en general. En las fechas
del incidente, Indalecio Prieto estaba gestionando el asunto de
las armas para la revolución de los socialistas, conocido como
‘affaire’ «Turquesa», y el desembarco de aquéllas en
Asturias en septiembre de 1934.
ARRIBA
En el libro
Memoria de Prieto. Convulsiones en España (Ediciones
Oasis, México, 1967), se puede leer:
«En 1931, a
poco de instaurarse la República Española, varios
revolucionarios portugueses que vivían en París, se
trasladaron a Madrid, donde antes los Gobiernos monárquicos
no les permitían permanecer. Ya en España, se pusieron a
conspirar contra la dictadura de su país y se las arreglaron
para comprar una partida de armas cortas y comprometer la
adquisición de otra, mucho más importante, de armas largas
con sus correspondientes municiones. Para este compromiso
les sirvió de intermediario cierto industrial que figuró
como comprador ante el servicio de Industrias Militares,
dependiente del Ministerio de la Guerra, fingiendo que dicho
material bélico se destinaba a Etiopía. Las pistolas las
tenían ocultas los lusitanos en Madrid, pero los fusiles no
llegaron a poseerlos a causa de que el industrial aludido no
pudo pagarlos, por lo cual quedaron almacenados en Cádiz,
dentro de cajas señaladas con el supuesto destino: Djibuti.
»En 1934, los
organizadores del movimiento revolucionario, que tuvo por
eje al Partido Socialista Obrero Español, para anular el
hecho insólito de que se abriera paso hasta el Gobierno a
personas que, por ser adversas a los principios
fundamentales de la República, se abstuvieron de dar su voto
a la Constitución, entramos en negociaciones con los
portugueses. Se hallaban éstos persuadidos de no poder
liberar el cargamento estancado en Cádiz, y como con las
pistolas de Madrid no podían hacer nada de provecho, nos lo
cedieron todo. Se les pagaron en el acto las armas cortas y
en cuanto a las largas fue transferido el contrato a un
francés, amigo nuestro, quien presentándose en Cádiz y
previo pago concertado, se hizo cargo de ellas. Lo divertido
de este caso fue el Gobierno de entonces, ávido de deshacer
aquel lío administrativo de una venta de armas a Abisinia,
metía prisa para entregar cuanto antes fusiles que habían de
utilizarse contra él».
ARRIBA
El 9 de
septiembre de 1934, se descubrió un alijo de armas en
Asturias, en el cual estaba implicado Indalecio Prieto,
varios diputados socialistas, concejales y otras
autoridades. Procedían las armas del Consorcio de Industrias
Militares, y se habían adquirido, como hemos mencionado,
tres años antes para entregárselas a los conspiradores
portugueses que planeaban un golpe contra Oliveira Salazar.
Pero en esos días de 1934, parte del uso de esas armas
estaba previsto para las llamadas excursiones de prácticas
militares dominicales de las milicias socialistas.
A primeras horas de
la mañana del día 11 de septiembre de 1934 se supo en Oviedo,
que en el puerto de San Esteban de Pravia había sido sorprendido
un importante alijo de armas y municiones.
El alcalde de Muros
de Nalón telegrafió al gobernador civil comunicándole que en el
puerto de San Esteban de Pravia, se observaba gran movimiento de
automóviles y camionetas. El alcalde indicó que las sospechas
fueron infundidas a los carabineros y a los guardias nocturnos.
Poco después, con la ayuda de la Guardia Civil, eran detenidos
varios individuos que transportaban en lanchas hacia el muelle
unas cajas, cuyo contenido era sospechoso. Pronto se supo que se
trataba de un importante alijo de armas, compuesto por 73 cajas
de cartuchos de máuser y fusiles, varias pistolas, tres
revólveres, dos escopetas, 82 cartuchos de escopeta y 94
cartuchos de pistola.
A medida que
pasaban las horas se fueron conociendo más detalles de cómo fue
efectuado el alijo. En la madrugada, entre la una y las dos,
fueron los carabineros de servicio en el puerto los que vieron
algún movimiento de lanchas, que estaban pintadas de colores
plomizos para confundirlas con el agua. Los carabineros se
dirigieron al puente de Muros y allí encontraron a un grupo de
individuos que estaban rodeando una camioneta. Cuando vieron que
los carabineros se acercaban, se pusieron como a defender la
camioneta, pero ante la actitud decidida de los carabineros
abandonaron el vehículo, echando a correr. Fue entonces cuando
se encontró dentro de la camioneta las 73 cajas de municiones,
que contenían un total de 116.000 cartuchos de fabricación
española, cartuchos máuser. Las cajas llevaban en la tapa
superior la inscripción siguiente: “I.E. Djibuti (tránsito)”.
Cada caja, en su frente interior, tenía otra siguiente: “167
cartuchos de guerra para fusil máuser siete milímetros y medio”.
En otra parte e la caja decía: “Cartuchos fabricados en 1932 y
embalados en 1933. Proceden de la fábrica Nacional de Toledo”.
La camioneta de la matrícula de Oviedo 7.959, era propiedad de
la Diputación provincial.
La finalidad del
alijo capturado no era otra que la de armar a los socialistas
preparados para la insurrección violenta. No en vano, el 25 de
septiembre de 1934, «El Socialista» anunciaba:
“Renuncie
todo el mundo a la revolución pacífica, que es una utopía;
bendita la guerra”.
Dos días después,
remachaba el mismo periódico:
“El mes
próximo puede ser nuestro octubre. Nos aguardan días de
prueba, jornadas duras. La responsabilidad del proletariado
español y sus cabezas directoras es enorme. Tenemos nuestro
ejército a la espera de ser movilizado”
Antes de concluir
el mes de septiembre, el Comité Central del PCE anunciaba su
apoyo a un frente único con finalidad revolucionaria.
ARRIBA
En el año 1932,
hallándose en el ministerio de la Guerra, como titular de la
cartera Manuel Azaña, se hizo al Consorcio de fábricas
militares una propuesta de compra de armas y municiones
destinadas a Etiopía. La imprescindible orden del presidente
del Consorcio y ministro del ramo fue dada y el pedido se
fabricó en poco tiempo.
El peticionario era
un financiero y empresario bilbaíno, Horacio Echevarrieta, amigo
de Prieto. Cuando llegó el momento de abonar el importe de la
compra, se notaron ciertas vacilaciones en el adquiriente, y el
general encargado del Consorcio se negó a entregar el armamento
y las municiones, sin su pago previo. El bilbaíno puso en juego
su influencia y consiguió la orden del Gobierno para que le
fueran entregados los fusiles, las ametralladoras, los cartuchos
y los demás elementos de combate, siempre que abonara de momento
100.000 pesetas, y el resto al embarcar la mercancía. Abonó los
20.000 duros, y el cargamento fue trasladado a Cádiz. En este
puerto permaneció la mercancía bastante tiempo, sin que el
adquiriente entregase el total de lo que adeudaba. Entonces, el
gobernador militar dispuso que la mercancía fuera depositada en
el castillo de San Sebastián, ubicado en uno de los extremos de
la playa de La Caleta de Cádiz, sobre un pequeño islote.
A principios del
mes de junio de 1934, Horacio Echevarrieta, por medio de un
representante, gestionó la entrega del cargamento, entregando
como saldo del pago del mismo, una letra avalada por un Banco.
La mercancía fue embarcada, y nada se supo hasta qua apareció en
San Esteban de Pravia. Según el agente de Aduanas, Adolfo
Navarrete, las operaciones de Aduanas se efectuaron con toda
normalidad, en la forma legal establecida. En los documentos
constaba que a bordo del «Turquesa» iban 18.200 kilos de
armas, municiones y ametralladoras, procedentes de las Fábricas
Militares, consignadas a Burdeos (Francia), para cuyo puerto fue
despachada la embarcación.
El “truco” pudo
ser, desembarcar en España, lo que iba destinado a Francia…
ARRIBA
Indalecio
Prieto era el encargado de procurar armas para la
revolución. Trató con agentes checos en París, que
suministraron pequeñas partidas (600 pistolas, 80.000
cartuchos), pero hacía falta una gran compra de armas, de
miles de armas largas con su munición, y hacerlas llegar a
las milicias. Entró en contacto con Horacio Echevarrieta,
antiguo amigo, industrial bilbaíno, banquero, negociante,
traficante de armas y de todo lo que pudiera dar dinero, mal
pagador y en general, personaje turbio donde los hubiera. Se
realizó por fin una complicada operación comercial, donde
intervinieron, en mayor o menor medida, y con mayor o menor
conocimiento, Juan Negrín, Indalecio Prieto, González Peña y
Amador Fernández. En julio de 1934, Manuel Atejada, capitán
de la marina mercante, se trasladó a Cádiz. Allí compró por
70.000 pesetas el barco «Mamelena II» al
ex-contralmirante y armador José León de Carranza, para
dedicarlo al “abastecimiento de aceite”. Lo rebautizó como
«Turquesa». Se trajo a la tripulación directamente de
Gijón. Una vez que Amador hizo llegar a Echevarrieta el
medio millón y este satisfizo al gobierno la cantidad, el
alijo consistente en trescientas veintinueve cajas con un
peso de 18.200 Kg., fue trasladado, en cúmulo de
despropósitos, en vehículos militares y cargado por
soldados.
El barco partió
“rumbo a Burdeos”. En la noche del 10 de septiembre fondeó
frente a San Esteban de Pravia. Tres motoras grandes se
acercaron y cargaron 80 cajas. En la orilla, furgonetas y
camiones esperaban. Algunos de ellos llevaban matrícula de la
Diputación Provincial. El propio Indalecio Prieto, González Peña
y toda la plana mayor socialista de Asturias estaban también en
la orilla, señal de la importancia del alijo. Pero el movimiento
de gente y vehículos despertó las sospechas de los vecinos, que
llamaron a los Carabineros y a la Guardia Civil, que se
presentaron en la zona en la creencia que estaban ante una
operación “normal” de contrabando. Una furgoneta cargada se
averió. Los carabineros la descubrieron con su cargamento. Se
produjeron detenciones, con tiroteos, tanto allí como en
carreteras próximas. El barco levó anclas hacia Francia, con
doscientas cajas en las bodegas. Sesenta y dos cajas estaban
todavía en la playa, con 116.000 cartuchos. Las dieciocho
aproximadamente que se habían llevado contenían fusiles. Fueron
ocultadas en la localidad próxima de Valduno (lugar natal de
González Peña), en cuevas de Ribera de Arriba y en el cementerio
de San Esteban de las Cruces de Oviedo.
ARRIBA
Indalecio
escribió, ya en el exilio, un reportaje publicado en
Argentina en la revista España republicana, en la que
relataba su intervención durante el desembarco de las armas
en la playa de Aguilar. Decía así:
«Cuando
llegamos a la orilla del Nalón, cerca del puente por el que
lo cruza la carretera, habían sido ya cargados varios
camiones que, a máxima velocidad, iban hacia hórreos y
trojes, donde quedarían escondidos fusiles y cartuchos. Aún
quedaban muchas cajas sin transportar, cuando uno de los
centinelas, descendiendo presuroso, avisó: “¡Viene la
Guardia Civil!” Oí descorrerse el cerrojo de no sé cuántas
pistolas. Mi autoridad se impuso a quienes querían resistir.
“No vale la pena –les expliqué – verter sangre por salvar
esta mercancía que, en cualquier forma, se perderá
irremisiblemente, porque el tiroteo atraerá a más fuerzas,
impidiendo mover las cajas de aquí. Retírense ustedes.” Como
advirtiera que nadie se iba, reiteré mi orden: “¡Retírense
ustedes!” Y para robustecerla añadí varias interjecciones.
Al fin fui obedecido. Nos quedamos solos el bilbaíno, el
portugués y yo. Los tres, saliendo a la carretera, seguimos
con lentitud cuesta arriba. Frente a nosotros, cada vez más
cerca, sonaban recios pasos. Pero la noche, muy cerrada, no
nos consentía ver a nadie. “¡Alto!”, gritó una voz; “¡Alto
está!”, respondí yo. Entonces vi cómo dos hombres que venían
en pareja se separaban, quedando uno tras otro, y cómo se
echaban sendos fusiles a la cara apuntándonos con ellos:
“¡Arriba las manos!”, gritó la voz imperativa de antes.
Levantamos los brazos y continuamos inmóviles. El hombre de
vanguardia avanzó hacia nosotros sin bajar el arma.
“¿Quiénes son ustedes?”, preguntó. “Soy el diputado
Indalecio Prieto”, contesté. “¿Indalecio Prieto, el ex
ministro?”, volvió a interrogar. “Sí señor, el mismo”,
afirmé. Mi interrogador, bajando el fusil, se acercó para
reconocerme. No se trataba de una pareja de guardias
civiles, sino de carabineros, y entre éstos gozaba yo de
mucho afecto. Apenas hacía dos años que el general Sanjurjo,
siendo Director de dicho Instituto de resguardo, me había
hecho entrega de una magnífica placa expresiva de toda la
corporación por los beneficios que les dispensé desde el
Ministerio de Hacienda, y mucho tiempo antes, allá por 1919,
siendo yo diputado, recibí un voluminoso álbum con las
firmas de los once mil soldados y clases de dicho Cuerpo,
agradeciéndome que en el Congreso les hubiera conseguido un
aumento de sueldo… El cabo, pues cabo era el jefe de pareja,
me tendió cariñosamente su diestra, mientras exclamaba:
“¡Qué sorpresa encontrarle y que alegría saludarle!” A
seguida del saludo vino una pregunta inevitable: “¿Pero qué
hace usted por ahí a estas horas?” Hube de improvisar una
historia: “Estamos entre hombres cabales”, le dije, “y no
procede hablar con remilgos. Estos dos amigos y yo vamos de
excursión con tres muchachas, y como yo, por mi
significación política, estimé escandaloso llegar los seis
en pandilla al hotel de Avilés, donde debemos pernoctar,
acordamos que el automóvil con las mujeres fuese por
delante, y que luego de dejarlas en la villa retrocediera, a
fin de recogernos a nosotros que, mientras tanto, paseamos
para estirar las piernas” Consideró el cabo acertadísima la
decisión, y a su vez explicó: “Pues nosotros dormíamos
tranquilamente en nuestro cuartel cuando un vecino ha venido
a avisarnos de que ahí se está haciendo un alijo. Nos
pusimos el uniforme y vamos a ver qué hay de cierto en la
referencia.” El diálogo procuraba yo mantenerlo en voz alta,
para que percibieran su tono cordial cuantos por no haber
podido alejarse aún, y bien armados, estuviesen escondidos
entre los setos próximos».
ARRIBA
Quién sabe si
aquel cabo de carabineros o su compañero de pareja
protagonistas en el incidente que narra Indalecio, y a
quienes con tanta sangre fría engañó el político, no serían
alguno de los 11 carabineros muertos o de los 16 heridos por
las armas que el diputado estaba alijando esa noche.
Indalecio al menos tuvo la valentía de pedir perdón, algo
que otros protagonistas aun vivos, como Santiago Carrillo,
no lo han hecho.
Aquel golpe o
movimiento, como gustaba llamar a los socialistas, causó 1.196
muertos, 7 desaparecidos y 2.078 heridos, al margen de gran
destrucción de edificios como la Universidad de Oviedo cuya
instalación y la biblioteca quedaron prácticamente arrasados en
el incendio del 13 de octubre de 1934, donde se perdieron más de
cien mil volúmenes, entre los que se encontraban numerosos
incunables. Resultaron dañadas muchas casas particulares,
especialmente las del barrio de Uría. Quedaron devastados los
edificios de la Diputación Provincial, Telefónica, Teatro
Campoamor, Banco de España y Asturiano de Oviedo, donde tras
asesinar a sus empleados, dinamitaron la caja fuerte y se
llevaron 15 millones de pesetas. También fue dinamitada la
Cámara Santa de la Catedral por los revolucionarios marxistas. A
todo ello hubo que sumar las cuantiosas pérdidas por
incautaciones y saqueos.
ARRIBA
La crisis de
septiembre de 1933 provocó la salida de los socialistas del
Gobierno y que concurrieran en solitario a las elecciones de
noviembre. La victoria electoral de la derecha y la
posibilidad de que la CEDA accediese al poder orientó a los
anarquistas y al PSOE a preparar la huelga general
revolucionaria de octubre de 1934, en la que Prieto tuvo una
participación muy activa. Su propia opinión sobre la misma y
su participación en ella la expuso públicamente con toda
sinceridad, años después, en una conferencia pronunciada en
México y editada más tarde en un libro de su autoría:
«Me
declaro culpable ante mi conciencia, ante el Partido
Socialista y ante España entera, de mi participación en
aquel movimiento revolucionario [de octubre de 1934]. Lo
declaro, como culpa, como pecado, no como gloria. Estoy
exento de responsabilidad en la génesis de aquel movimiento,
pero la tengo plena en su preparación y desarrollo. Por
mandato de la minoría socialista, hube yo de anunciarlo sin
rebozo desde mi escaño del Parlamento. Por indicaciones,
hube de trazar en el Teatro Pardiñas, el 3 de febrero de
1934, en una conferencia que organizó la Juventud
Socialista, lo que creí que debía ser el programa del
movimiento. Y yo –algunos que me están escuchando desde muy
cerca, saben a qué me refiero– acepté misiones que rehuyeron
otros, porque tras ellas asomaba, no sólo el riesgo de
perder la libertad, sino el más doloroso de perder la honra.
Sin embargo las asumí».
ARRIBA
Antes de que la
huelga general revolucionaria se llevase a cabo, Indalecio
Prieto se puso a salvo huyendo a París.
Octavio Cabezas en
su libro Indalecio Prieto. Socialista y español. (Algaba
Ediciones, 2005) describe el exilio de Prieto, de la siguiente
forma:
«Prieto y
Largo, que en los primeros días del movimiento
revolucionario han estado viviendo en la calle de Carranza,
deciden separarse para evitar ser localizados.
[…] Mientras tanto Prieto, después de
separarse de Caballero, se aloja en casa de la suegra de
Fernando de los Ríos, doña Laura, viuda de Hermenegildo
Giner de los Ríos, con quien «don Inda», tiene animadas
charlas. […] Cuando cree estar en peligro de ser
descubierto se traslada al domicilio de Ernestina Martínez,
hija del patricio alavés Gabriel Martínez de Aragón, que, a
pesar de ser una muchacha muy religiosa, acoge al descreído
líder socialista con afecto y simpatía.
Por estos
días llega a Madrid el comandante de Aviación Ignacio
Hidalgo de Cisneros, que rápidamente se pone en contacto con
los hijos de Prieto para conocer noticias del huido. Estaban
también en casa de «don Inda», recién llegado de Irún, donde
eran agentes de aduanas, sus íntimos amigos Valentín Suso y
Manolo Arocena. Entre los tres se les ocurre la idea de
preparar un plan de fuga para el líder socialista. Arocena
tenía un coche Renault del año 1933, con cajón de equipajes
suficientemente grande para que cupiese Prieto.
[…] El comandante Hidalgo le explica el plan, Prieto le
pide un tiempo para pensarlo y le dice que está de acuerdo,
con la condición de que les acompañase el aviador vestido de
uniforme, lo que acepta encantado Hidalgo de Cisneros.
El día
señalado llegan los tres, de noche, a casa de Ernestina y,
después de despistar al sereno, consiguen no sin esfuerzo
colocar a «don Inda» en el cajón del automóvil, que habían
acondicionado con almohadas. Salen de Madrid sin
contratiempo, y aunque los para la Guardia Civil varias
veces, el uniforme de Hidalgo de Cisneros lo arregla todo.
[…] Llegan a
San Sebastián, donde siguen solamente el dueño del coche,
Arocena, el conductor y Prieto en el portaequipajes. Arocena,
como agente de aduanas de Irún, no tuvo problemas para pasar
la frontera, y después de llegar a Hendaya deja a Prieto en
el tren para París.
ARRIBA
Si acudimos a
las declaraciones públicas que hicieron los dirigentes
socialistas previos a las elecciones de 1933, habremos de
deducir que el presunto peligro fascista, invocado como
causa de la revolución, era considerado «ridículo» por
éstos. Ese mismo adjetivo es el que utiliza el dirigente
socialista Teodomiro Menéndez, entonces Subsecretario de
Obras Públicas, en noticia publicada en el diario ovetense
Región el 18 de marzo de 1933: «Teodomiro Menéndez
cree ridículo el fascismo».
Sin embargo, ya
celebradas las elecciones, el PSOE que sale derrotado de los
sufragios ha cambiado su orientación política: ya no contempla
el respeto a la legalidad republicana, sino que prepara un plan
de revolución violenta. Ahora sí se habla de derrocar al
fascismo.
Por eso no es de
extrañar que más adelante, el diario gijonés El Noroeste
publique, el día 2 de enero de 1934, que Largo Caballero en un
mitin anuncia la necesidad de la revolución violenta, pues «ya
en el último Congreso socialista en Francia, uno de los
moderados dijo que frente al fascismo no le queda a la masa
trabajadora otro camino que la violencia, y que si se sufre una
derrota no sería tan grave como la que infringiría el fascio
desde el Poder».
Por lo tanto, a
tenor de las declaraciones de uno de los máximos dirigentes
socialistas, el golpe de Octubre de 1934 llevaba meses
preparándose y no fue una reacción espontánea de las masas,
justificación formulada a posteriori para evitar ser inculpados
los socialistas en tan grave suceso. Varios acontecimientos
previos al mes de octubre, más allá de las declaraciones de sus
protagonistas, delatan la cuidada preparación del mismo. En
primer lugar, durante los primeros meses del año 1934 fueron
habituales los registros en los que se encontraban armas robadas
a militantes socialistas. Los operarios de la Fábrica de Armas
de la Vega, de Trubia y de otros lugares de Asturias encubrían
estas ausencias de material. La noche del 10 al 11 de septiembre
de 1934, el «Turquesa» cargado con un alijo de armas, fue
descubierto en San Esteban de Pravia, además de que en su
transporte estaban involucrados varios dirigentes socialistas.
El 13 de septiembre de 1934, La Voz de Avilés
publica la noticia del hallazgo del barco y la incautación de
las armas, así como que el dirigente socialista Indalecio Prieto
se encontraba en ese mismo momento en Avilés.
El 19 de septiembre
de 1934, La Voz de Asturias comunicaba que dos
carabineros del puerto de San Esteban de Pravia, donde se había
descubierto el «Turquesa», habían sido arrestados por
negligencia y cuatro funcionarios del Ayuntamiento de Oviedo
fueron suspendidos de empleo y sueldo por colaboración con el
desembarco del alijo. Por otro lado, la Policía se había
incautado en la Casa del Pueblo del PSOE en Madrid armas
automáticas, principalmente pistolas ametralladoras. Todos estos
hechos relatados por la prensa son anteriores a que se produjera
la entrada en el gobierno de los ministros pertenecientes a la
CEDA, hecho que se suele presentar como motivo del alzamiento.
Ante tales acontecimientos, no cabe duda que los preparativos
para la revolución de octubre de 1934 ya estaban muy avanzados
en el seno del PSOE, y no cabe atribuirlos a la indignación por
la inclusión en el Gobierno de tres ministros de la CEDA que
había ganado las elecciones.
No obstante,
también está sometida a controversia la victoria electoral de la
CEDA por mayoría simple, que le impedía gobernar en solitario.
Suele decirse que las elecciones de 1933, como señala Luis
Araquistáin Quevedo –miembro desde su juventud del PSOE y del
círculo de Largo Caballero y Tomás Meabe– fueron un
procedimiento para «falsificar la voluntad nacional». Sin
embargo, Indalecio Prieto, en una conferencia pronunciada el 1
de mayo de 1942 en el Círculo Pablo Iglesias de Méjico, afirmó
que «el primer error –terrible error– fue el aislamiento en que
nos hubimos de situar los socialistas en las elecciones de 1933,
cuando, al producirse, en casi todas partes, una desunión
profunda con respecto a las fuerzas más sanas del
republicanismo, se dio la paradoja de que, habiendo obtenido las
izquierdas mayor número de sufragios que las derechas, éstas
lograran mayoría en el Parlamento y se adueñaran del Poder».
Esta desunión,
castigada por la ley electoral que la propia coalición
republicano-socialista había elaborado, premiaba sin embargo las
coaliciones, lo que permitió la victoria electoral de
socialistas y republicanos formando coalición electoral en 1931,
al contrario de las fuerzas accidentalistas respecto a la
República, entre las que destacaba Acción Popular, dirigida por
Gil Robles. También en 1936, el Frente Popular, compuesto por
los partidos que habían actuado en Octubre de 1934 junto a los
republicanos de izquierda, lograron una clara victoria gracias a
esa misma ley electoral, que no fue modificada en cinco años.
Así, el gobierno de
centro derecha que salió de las elecciones de 1933 era un
gobierno plenamente democrático, tan democrático como pudo serlo
cualquier otro de los que ejercieron en la II República. No
menos democrática debe considerarse la decisión del Primer
Ministro Alejandro Lerroux de dar entrada en su gobierno a tres
ministros de Acción Popular, el partido principal de la
Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA).
Sin embargo, los
diputados socialistas no aceptaron esta determinación. Fernández
de los Ríos, en nombre del PSOE, afirmó que su grupo
parlamentario no toleraría la entrada en el Gobierno «de la
derecha»; Largo Caballero y Araquistáin, partidarios de la vía
leninista y máximos instigadores de la revolución en su partido,
habían retirado la confianza al gobierno de Lerroux, y habían
preparado, ya desde el año 1933, un plan de insurrección.
ARRIBA
Ya al poco de
producirse Octubre de 1934, distintas interpretaciones
señalaban que, pese a ser organizada previamente, la
insurrección había sido una revolución proletaria demasiado
precipitada, pues ni las condiciones objetivas estaban
suficientemente maduras, ni el Estado se descomponía, ni el
clima revolucionario imperaba en las masas. El periodista y
escritor José Díaz Fernández, escribiendo bajo el seudónimo
de José Canel, narraba así los antecedentes de la
insurrección en el prólogo de su novela Octubre Rojo en
Asturias:
«Lo primero que
advierte el que sin pasión examine el Octubre español, mejor
diríamos el Octubre asturiano, pues sólo en Asturias tuvo
lugar una verdadera sublevación armada, es la falta de
ambiente. La sociedad española no estaba preparada para las
consignas integrales de la revolución social y la dictadura
del proletariado. No había una atmósfera social propicia;
las defensas burguesas no estaban gastadas ni el Estado se
descomponía. Fue un enorme error de los socialistas, que
pasaban sin transición del colaboracionismo gubernamental a
la revolución clasista».
(José Díaz
Fernández, «Prólogo» a José Canel, Octubre Rojo en
Asturias. Agencia General de Librería y Artes Gráficas,
Madrid 1935, pág. 9).
Los sucesos de
Asturias entraban así dentro de la situación política de la II
República y eran consecuencia de las contradicciones entre los
distintos partidos políticos. De hecho, partidos políticos no
afectos a los socialistas, en línea con Díaz Fernández,
encontraron la explicación del suceso en un clima revolucionario
a causa del equilibrio inestable que suponía la colaboración de
los republicanos y los socialistas, cuyos fines políticos eran
claramente contrapuestos. El dirigente del Partido Obrero de
Unificación Marxista (POUM), Andrés Nin, es un buen ejemplo de
esta postura:
«Las
situaciones de equilibrio inestable no pueden sostenerse
durante largo tiempo. La tensión producida entre las fuerzas
de la revolución y de la contrarrevolución desde el otoño de
1933, tenía forzosamente que encontrar una salida, y la
encontró en el alzamiento del mes de octubre»
(Andrés Nin,
«Las lecciones de la insurrección de Octubre», publicado en
La Estrella Roja, 1 de diciembre de 1934.)
Sin embargo,
prosigue Nin, pese a contar con el apoyo de la pequeña burguesía
y el proletariado, no se contaba con «la alianza de la gran masa
campesina y semiproletaria, desmoralizada por el fracaso de la
huelga de junio». Así, estima Nin que «el movimiento comprendía
la lucha de las regiones industriales y mineras contra la España
agrícola, en sus formas arcaicas de producción».
Por su parte, Diego
Abad de Santillán, dirigente de la Federación Anarquista Ibérica
(FAI), se defiende ante la escasa aportación de los anarquistas
al movimiento insurreccional de Octubre de 1934, cuando apenas
lograron resistir en algunos puntos de Gijón. Según afirma, los
problemas económicos, industriales y comerciales se acrecentaron
durante el denominado bienio progresista, de 1931 a 1933, además
de producirse una dura represión contra quienes se oponían al
gobierno, los anarquistas:
«A las
izquierdas políticas se debe ese monumento inolvidable de la
reacción que es la “Ley de orden público”, y en el recuerdo
de millones de españoles están las primeras deportaciones de
obreros revolucionarios a Bata, las matanzas de Casas Viejas
y aquello de “Ni heridos ni prisioneros” y “Tiros a la
barriga”. En más de medio siglo de reacción monárquica,
desde los tiempos de Sagasta, fue imposible destruir el
movimiento polarizado en 1910 en la Confederación Nacional
del Trabajo (CNT). Los socialistas y las izquierdas
políticas fueron al Poder sin otro programa positivo, al
parecer, que el de la lucha contra las fuerzas sociales
revolucionarias y no vacilaron en escrúpulos para realizar
sus planes».
Y también Santillán
pone de manifiesto las contradicciones entre las posiciones de
los socialistas y los anarquistas como causa de la falta de
colaboración de estos últimos con los primeros en el movimiento
de Octubre de 1934:
«¿Qué
solidaridad era posible establecer con hombres y con
partidos que han matado, en dos años, más obreros que la
monarquía en un cuarto de siglo, que han intensificado todos
los métodos de exterminio y de represión de los adversarios
de la izquierda y han hecho cuanto han podido [...] para
servir incondicionalmente a los enemigos del proletariado?».
(Diego Abad de
Santillán, “Los anarquistas españoles y la
insurrección de Octubre”, en Tiempos Nuevos,
Enero de 1935).
Así, la
Confederación Nacional del Trabajo (CNT) no apoyó la huelga
general revolucionaria con la que comenzó la Revolución de
Octubre de 1934, lo que dejaba en evidencia las divergencias
objetivas de las distintas generaciones de izquierda. Si el PSOE
se movió desde el comienzo en una posición oportunista, pasando
de la colaboración a la ruptura con la República según las
circunstancias le fueran o no favorables, los anarquistas desde
el comienzo le mostraron hostilidad a la República, régimen al
que aspiraban, como a todo Estado, derrocar.
Esta posibilidad
también se la plantea José Díaz Fernández:
«La tradición
del PSOE era la del reformismo. Pese a sus actividades
revolucionarias al final del régimen de la Restauración, el
PSOE tuvo un comportamiento oportunista: aprovechó la
dictadura de Primo de Rivera para convertirse en el partido
más fuerte en la posterior II República. Largo Caballero
había sido Ministro de Trabajo. Esto explicaría que el PSOE
se lanzase a una revolución para la que las circunstancias
no estaban preparadas: ¿Cómo se plegaron los socialistas y
los republicanos de izquierda a esta influencia
conservadora? No confiaban demasiado en la capacidad
revolucionaria de las masas. Los socialistas, desde Pablo
Iglesias, respondían a la táctica del socialismo reformista.
El señor Largo Caballero, después líder de la revolución,
durante la dictadura militar había incluso pertenecido, por
orden del partido, a un alto organismo del Estado
monárquico, representando a las fuerzas sindicales. Pero
además ellos eran los primeros convencidos de la ineficacia
del viejo republicanismo y preferían a los conversos Alcalá
Zamora y Maura, por creerlos de mayor solvencia. La verdad
es que éstos hacían constantemente protestas de su amor al
proletariado, de la necesidad de grandes reformas sociales.
Los republicanos de izquierda, por su parte, eran nuevos en
la lucha política. Representaban grandes sectores de
opinión, pera ésta apenas se articulaba en partidos
inconexos, hechos a prisa, con una congestión de democracia
que terminó por dividirlos y atomizarlos»
(José Díaz
Fernández, «Prólogo» a José Canel, Octubre Rojo en
Asturias, págs. 11-12).
Así, en base a esta
tradición reformista, los obreros españoles no eran partidarios
del socialismo, sino del anarquismo, mucho más arraigado en la
tradición española, tal y como argumenta Díaz Fernández:
«El
proletariado español, sobre todo en las regiones del
Noroeste, Centro y Mediodía, tiene una raíz anarquista y
está afecto a la Confederación Nacional del Trabajo. En
España, por su arraigado individualismo, el anarquismo tiene
una gran tradición. No controlan, pues, las organizaciones
socialistas a todo el elemento trabajador, sino que en
Cataluña, Levante, Galicia, y Andalucía, el grueso del
proletariado es de matiz anarcosindicalista. Los comunistas
también poseen núcleos importantes en toda la Península»
(José Díaz
Fernández, «Prólogo» a José Canel, Octubre Rojo en
Asturias, págs. 16-17).
Quedaban así
marcadas, ya antes de la II República, claras divergencias
objetivas entre distintas posiciones de izquierda, ya fueran
republicanos, anarquistas, socialistas o comunistas, que nunca
pudieron aparcarse pese a alianzas coyunturales y que se
reprodujeron nuevamente en la Guerra Civil española.
En Octubre de 1934
se apeló al grito ¡Uníos Hermanos Proletarios! que tomó forma
bajo las siglas UHP, aprobadas el mes de febrero por iniciativa
del socialista Amador Fernández, y a las que se unieron los
comunistas en septiembre. El objetivo era conjugar esfuerzos
entre anarquistas y socialistas principalmente, pero tal unión
apenas duró unos días durante el decisivo mes de Octubre.
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