(Ferrol,
La Coruña,
4-XII-1892 – Madrid, 20-XI-1975).
Militar
y jefe del Estado (1939-1975). Hermano de Ramón y Nicolás y primo de Francisco
Franco Salgado-Araujo. Realizó sus estudios secundarios en el
Colegio
de Marina de su ciudad natal, siguiendo la tradición familiar, pero no pudo
ingresar en la Escuela Naval a causa de las graves restricciones presupuestarias
impuestas en la Armada tras la derrota española en la guerra contra EE.UU.
(1898). En 29-VIII-1907, el mismo año en que su padre abandonó el hogar familiar
para trasladarse definitivamente a Madrid, ingresó en la
Academia de Infantería
de Toledo, cuyos cursos terminó en 1910 con el grado de segundo
teniente
de Infantería y con un expediente académico inferior a la media general. Sin
embargo, a partir de ese momento emprendió una carrera excepcional en el
Ejército:
teniente
en 1912, capitán en 1914,
comandante
en 1916,
teniente
coronel en 6-VI-1923, coronel en 1925 y general de
brigada
el 3-II-1926, de manera que con 33 años se convirtió en el general de
brigada
más joven de Europa. A excepción del primero, todos sus ascensos se debieron a
méritos de guerra, reconocidos con motivo de su participación en la campaña de
Marruecos.
Desde entonces, se erigió en el principal representante de los militares
conocidos como “africanistas”, especialmente de la denominada por diversos
autores “generación de 1915”, que integrarían los generales Luis Orgaz,
Manuel Goded,
Emilio Mola,
José E. Varela, Antonio Aranda,
Juan Vigón,
Alfredo Kindelán
y
Vicente Rojo.
Entre 1912 y 1926 su carrera
militar
se desarrolló en África, con sólo tres destinos en la Península durante ese
periodo: diecisiete meses en Ferrol entre VIII-1910 y 11-1912; tres años en
Oviedo (Asturias),
entre V-1917 y IX-1920, sin que existan pruebas fehacientes de su mencionada
actividad represiva contra la huelga de los mineros asturianos en el verano de
ese primer año y otros seis meses en esta última ciudad entre I-VI-1923. Herido
el 29-VI-1916 en El Biutz, cerca de Ceuta, participó en numerosas acciones
bélicas, en cuyo transcurso mostró notables dotes de mando, ocupando con
frecuencia posiciones de vanguardia a pesar de los requerimientos de sus
superiores, entre ellos el general
José Sanjurjo.
En 1920 se responsabilizó de la I
Bandera
del Tercio de Extranjeros o
Legión Española,
recién fundada por
Millán Astray
a imitación de la francesa y, en VI-1923, substituyó al
teniente
coronel
Valenzuela
como jefe supremo de este cuerpo. En virtud de su rango intervino de manera
destacada en la defensa de Xauen y
Melilla
(1921), en la ofensiva de Dar Drius y las operaciones de Tafersit, Bu Hafora y
Tizzi Azza (1922), y en la retirada escalonada de Xauen (1924) frente a las
harcas rifeñas de
Abd el-Krim.
Sin embargo, con el desembarco de
Alhucemas
(8-IX-1925) se inició una nueva fase de la guerra, caracterizada por las amplias
maniobras, el control del territorio y la estabilización de frentes, en la cual
prevalecían las dotes estratégicas –de
Goded,
por ejemplo– sobre las de mando, que habían permitido a Franco ser considerado
por la opinión pública nacional como el más prestigioso
militar
del momento. Recogió sus vivencias bélicas desde 1920 en Diario de una
Bandera
(1922), exaltación de los valores castrenses y apología de la acción española en
Marruecos,
contraria a toda posibilidad de repliegue o abandono, así como al desarrollo de
un
protectorado
civil apoyado en tropas estrictamente coloniales, opinión que transmitió
personalmente al
general Primo
de Rivera el 19-VII-1924. En esta ocasión se manifestó, por primera vez, la
decidida voluntad de quien consideraba que la guerra de África constituía una
inmejorable escuela no sólo para el Ejército, sino también para toda una nación
en proceso de decadencia. A esta idea Franco sumaba un ortodoxo sentimiento
religioso –en la creencia de que el catolicismo había sido el “crisol de la
nacionalidad
española”– especialmente tras su boda con
Carmen Polo
Martínez (22-X-1923), que supuso también la confirmación de su ascenso social.
El entendimiento entre Franco y Primo de
Rivera, en el poder entre 1923-1929, culminó el 4-I-1928 con su nombramiento
como director de la
Academia General Militar
reabierta poco tiempo antes en
Zaragoza.
Clausurada esta institución, el 29-VI-1931, por decreto del nuevo Gobierno
Provisional formado tras la proclamación de la II
República (14-IV-1931),
el 14-VII Franco se despidió de los cadetes con un discurso en el que criticaba
con dureza la decisión gubernamental. No fue ésta su única muestra pública de
disconformidad con la nueva legalidad vigente: no arrió la
bandera
bicolor monárquica de la
Academia
de
Zaragoza
hasta que le obligaron las autoridades, el 20-IV, dos días después de que
publicara en el diario monárquico ABC de Madrid una carta con la que
respondía al rumor difundido sobre su nombramiento como alto
comisario
en
Marruecos.
En ella se afirmaba textualmente: “Ni el Gobierno Provisional ha podido pensar
en ello, ni yo había de aceptar ningún puesto renunciable que pudiera por
alguien interpretarse como complacencia mía con el régimen recién instaurado o
como consecuencia de haber podido tener la menor tibieza o reserva en el
cumplimiento de mis deberes o en la lealtad que debía y guardé a quienes hasta
ayer encarnaron la representación de la nación en el régimen monárquico”. En
situación de disponible y después de que
Manuel Azaña,
ministro
de la Guerra, hubiera bloqueado todos los ascensos por méritos reconocidos con
anterioridad, en II-1932 Franco recibió su nombramiento como jefe de la XV
Brigada
de Infantería y
comandante
militar
de
La Coruña,
el primer retroceso en su carrera
militar.
A pesar de ello no apoyó el frustrado pronunciamiento del
general Sanjurjo
(10-VIII-1932) aunque, según el conspirador monárquico y posterior falangista
Juan A.
Ansaldo,
declinó su colaboración en el último momento al considerar que se cometía un
error porque “las masas que han votado por la República no han perdido todavía
su entusiasmo y no ha llegado aún el momento de pasar a la acción”. Este hecho,
además de su negativa a actuar como defensor en el proceso judicial emprendido
contra su antiguo superior en
Marruecos,
pueden explicar el traslado de Franco a un destino relevante, la
Comandancia
General de
Baleares,
en II-1933. A su definitiva implicación en las principales cuestiones y
problemas de la política nacional contribuyó decisivamente el triunfo de la
Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA)
en las elecciones legislativas de 19-XI-1933. General de División desde III-1934,
siete meses después (5-X) y como “asesor técnico” del
ministro
de la Guerra, Diego
Hidalgo,
y del jefe de Estado Mayor, general Masquelet, se encargó de dirigir en Madrid
las operaciones militares contra la insurrección obrera iniciada en la cuenca
minera asturiana ese mismo día. Una vez cumplida con éxito su misión, al
oponerse a las medidas legalistas propuestas por el general López de Ochoa
favoreció la cruenta represión posterior. Al prestigio
militar
se sumó entonces la fama de contrarrevolucionario y Franco se erigió en la
personalidad elegida por la derecha política y social para protagonizar una
alternativa extralegal en el caso de que ésta resultara necesaria, apelación que
ya resultaba explícita en la carta que el fundador de Falange Española (FE),
José A. Primo de Rivera, le había enviado el 24-IX. En la prensa nacional e
internacional –por ejemplo el periódico francés Le Temps (22-X-1934)–
aparecían publicadas con frecuencia noticias acerca de la posibilidad de que
dimitiera el presidente de la República,
Niceto Alcalá Zamora
y, tras suspender las garantías constitucionales, Franco pasara a presidir un
directorio
militar.
Sin embargo, la incorporación al Gobierno de varios ministros pertenecientes a
la
CEDA,
que había motivado los acontecimientos de X-1934, constituía en aquel momento el
principal recurso de los sectores del tradicionalismo y catolicismo para
intentar reconducir conforme a sus intereses el proceso iniciado en 1931. El 15-II-1935
fue nombrado jefe del Ejército de
Marruecos,
donde permaneció sólo tres meses porque, el 20-V, el
ministro
de la Guerra y jefe de la
CEDA,
José M. Gil-Robles, le designó para desempeñar el cargo más prestigioso de la
jerarquía castrense, el de jefe del Estado Mayor Central. En el
Ministerio
coincidió con los generales
Manuel Goded
–subsecretario de Guerra– y
Joaquín Fanjul,
implicados en todas las conspiraciones desarrolladas contra la República desde
su proclamación, así como con el general
Emilio Mola,
quien había renunciado a su
republicanismo
inicial para erigirse en uno de los más destacados promotores de la alternativa
militar.
Asimismo se trasladó entonces a Madrid el coronel José E. Varela, dedicado a la
organización de las milicias carlistas con la ayuda financiera del banquero José
L. Oriol, mientras los grupos fascistas intensificaban su activismo, tanto la
Falange Española y de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (FE y de las
JONS)
como las Juventudes de
Acción Popular
(JAP), dirigidas por
Serrano Suñer,
cuñado de Franco. La misión de este último tenía como objetivo, según las
instrucciones de Gil-Robles, “poner en pie en el menor espacio de tiempo posible
un Ejército fuerte que recobre la confianza en su propio poder y los destinos de
la patria”. Durante su mandato en el Estado Mayor la generación de los oficiales
“africanistas” accedió a la cúpula
militar
en detrimento de los que debían sus ascensos a Azaña o de quienes se sospechaba
su pertenencia a la masonería, entre ellos los generales Masquelet, Miaja,
Riquelme,
Romerales, Martínez Cabrera, Urbano y López Ochoa y los coroneles Mangada,
Villalba y Hernández Sarabia. A él se deben diversas iniciativas destinadas a la
reforma y modernización del Ejército, así como la adopción para sus tropas de un
casco similar al alemán. Creó un servicio de información para eliminar la
subversión y la propaganda de izquierda en los
cuarteles
e, incluso, ultimó los preparativos de un plan para desembarcar en la Península
los efectivos del Ejército de
Marruecos,
al mando de Mola, en colaboración con el almirante de la Marina de Guerra,
Javier de Salas. En I-1936 viajó a Londres (Reino
Unido) para asistir,
con el agregado
militar
en París (Francia),
comandante
Antonio Barroso, y en representación del Ejército español, a los funerales del
rey Jorge V y la coronación de Eduardo VIII de
Inglaterra,
ocasión que aprovechó para entrevistarse en ambas ciudades con miembros notorios
de la oposición política al régimen republicano. Sin embargo, mostró una
extremada precaución y se opuso a las iniciativas conspiratorias de otros
oficiales, que consideraba precipitadas y condenadas por ello al fracaso. El 11-XII-1935
había rechazado la propuesta de
Goded,
Fanjul y Varela para encabezar un golpe de Estado, aunque ésta contaba con la
aquiescencia de Gil-Robles, después de que el presidente
Alcalá Zamora
vetara la formación de un gabinete cedista y anunciara la disolución de las
Cortes y la convocatoria de elecciones para el 16-II-1936. Tras la victoria del
Frente Popular
en los comicios, solicitó al presidente del Consejo, el centrista
Portela Valladares,
la declaración del estado de guerra, pero aquél consideraba que sólo el Ejército
tenía capacidad para tomar tal decisión, de manera que, tras una nueva negativa
de Franco al proyecto golpista de
Goded
y Fanjul, Azaña pudo formar Gobierno el 19-II. A partir de entonces y
contrariamente a lo afirmado por historiadores como H. Thomas o S.G. Payne,
Franco se implicó totalmente en la conspiración: sus dudas, ambigüedades y
reticencias hasta el último momento sólo eran resultado de la prudencia y el
pragmatismo, así como de la decidida voluntad de reforzar su autonomía
operativa, preservar su poder y sentar las bases que le permitieran finalmente
asumir el mando único de la sublevación. A mantener esta actitud contribuía su
prestigio no sólo entre los militares y la opinión pública derechista, sino
también entre los dirigentes del
Frente Popular,
como Azaña o
Indalecio Prieto,
para quienes constituía el principal sospechoso de dirigir una posible acción
armada contra la legalidad republicana. A pesar de ello, el Gobierno le
encomendó un destino importante, la
Comandancia
General de Canarias, decisión que Franco interpretó como un destierro obligado.
En los días anteriores a su partida mantuvo sendas entrevistas protocolarias con
Azaña y
Alcalá Zamora
y, el 8-III-1936 por la mañana, se reunió con
Serrano Suñer
y José A. Primo de Rivera y, por la tarde, en la casa del político cedista José
Delgado, con los generales Mola, Orgaz, Fanjul, Varela, Kindelán, Saliquet,
Villegas,
Rodríguez del Barrio, Galarza, Ponte y González Carrasco. En esta segunda y
trascendental reunión los asistentes acordaron formalmente la preparación de un
movimiento
militar,
presidido por
Sanjurjo,
que actuaría en caso necesario y sólo “en nombre de España”, relegando hasta la
consecución victoriosa de los objetivos marcados todas las cuestiones referentes
a la forma de Gobierno, estructura del nuevo régimen o símbolos nacionales. El
10-III embarcó con rumbo a Canarias, donde mantuvo contacto diario y cifrado con
Mola, conocido entre los conspiradores como El Director, cuyas
instrucciones recibió también por medio de enlaces, como
Serrano Suñer,
Bartolomé Barba
y
Valentín Galarza.
Incluso se planteó la posibilidad de que Franco pudiera trasladarse a la
Península y asumir la condición de civil para presentarse como candidato en
Cuenca (donde, por defectos formales, habían de repetirse las elecciones),
iniciativa finalmente fracasada debido al veto de José A. Primo de Rivera, quien
optaba desde la cárcel a la misma acta de diputado. Durante ese periodo
permaneció reservado y expectante, salvo con ocasión del grave incidente que
protagonizó contra el
gobernador
civil durante la recepción en el puerto de
Santa Cruz de Tenerife
de la escuadra comandada por Salas. En el reparto de responsabilidades le
correspondió el Ejército de África, 47.127 soldados que formaban el más equipado
y mejor preparado cuerpo
militar
existente en territorio español, cuyo mando directo pasaría a Yagüe hasta la
llegada de Franco desde Canarias, tal como concertaron Mola, Kindelán y Vigón el
11-VI-1936. Sin embargo, el día 23-VI, Franco tomó una decisión excepcional, que
ha sido interpretada de manera muy diferente por los historiadores: envió una
carta al jefe del Gobierno y
ministro
de la Guerra,
Casares Quiroga,
para alertarle con calculada ambigüedad sobre el creciente malestar en el
Ejército. Si para sus hagiógrafos éste suponía el último acto del general para
saldar su cuenta de lealtad con la República, para otros autores constituía un
ofrecimiento destinado a recuperar un protagonismo que se le antojaba difícil
entre el elevado número de altos oficiales implicados en los preparativos de la
insurrección. Asimismo, el texto ha sido calificado como un ultimátum, si bien
resulta probable que su única finalidad consistiera –al delatar la existencia de
organizaciones políticas de izquierdas y de derechas entre la tropa y los
oficiales de baja graduación– en confundir al Gobierno sobre el verdadero
alcance de la conspiración. El 6-VII-1936 confirmó a Fanjul su participación en
el alzamiento, un día después de que el director del diario ABC, Juan I.
Luca de Tena, encargara a su corresponsal en Londres la compra, con el dinero
aportado por el banquero
Juan March,
de un avión –el Dragon Rapide– que habría de trasladar a Franco desde
Canarias a
Marruecos
para tornar el mando del Ejército de África. El 16-VII el general pasó de
Tenerife
a
Las Palmas,
el 18 pernoctó en
Casablanca
(Marruecos)
y el 19 a primera hora, en Tetuán, se puso al frente de las guarniciones
sublevadas dos días antes.
Desde el primer día de la Guerra Civil
(1936-1939) Franco tomó la iniciativa, tanto en el enfrentamiento bélico, como
en la lucha por el poder iniciada entre los principales responsables militares
de la sublevación. La voluntad de estadista resultaba evidente en sus primeras
acciones, como la promulgación de un bando para tratar de “restablecer el
imperio del orden dentro de la República” y, en especial, la publicación de un
manifiesto que terminaba con el lema de los revolucionarios franceses de 1789,
aunque significativamente transcrito en orden inverso: “Fraternidad, libertad,
igualdad”. El 24-VII la Junta de Defensa Nacional formada en Burgos le otorgó el
mando del Ejército de África y del S. (Andalucía), mientras que Mola se
responsabilizaba del Ejército del N., pero el traslado de sus efectivos a la
Península se demoró con motivo de la rebelión de la marinería contra sus
oficiales, que permitió al Gobierno republicano mantener el control sobre la
mayor parte de la flota del Mediterráneo. Finalmente pudo emprenderse por medio
de los aviones alemanes e italianos llegados a
Marruecos
los días 29 y 30-VII, gracias a los contactos mantenidos por Franco con el
cónsul de Alemania en Tánger y las negociaciones de Luis Bolín y
Juan March
en Roma (Italia). Una vez en Sevilla (7-VIII), Franco avanzó con sus tropas
hacia Madrid por la ruta de
Extremadura
que, si bien resultaba más larga, permitía la protección y el aprovisionamiento
a través de la frontera con
Portugal,
país gobernado por el régimen dictatorial de Oliveira Salazar. El Ejército del
S. cumplió sus objetivos con extrema rapidez, sin hallar casi resistencia de las
tropas republicanas –a excepción de Badajoz– y el 3-IX-1936 entró en
Talavera de la Reina
(Toledo), mientras el Ejército del N. permanecía retenido en
Somosierra
(Madrid) desde finales de julio. Como estratega Franco se mostró reflexivo y
cauteloso, más partidario de la táctica logística y de control territorial
característica del Ejército francés que de la denominada “guerra relámpago”
alemana. El 20-IX se encontraba en
Maqueda
(Toledo) donde, en contra de la opinión de Kindelán y Yagüe, decidió aplazar la
marcha sobre Madrid para acudir a liberar el Alcázar de Toledo, sitiado desde
los primeros días de la contienda. La conquista de esta ciudad una semana
después constituyó un éxito propagandístico que contrarrestaba el obtenido por
Mola con la toma de San Sebastián (Guipúzcoa), pero permitió al Gobierno
republicano completar las labores de fortificación y defensa de la capital
española. Tras la muerte de
Sanjurjo
en accidente de aviación (20-VII), la competencia por el mando único quedó
restringida a Mola, a quien Franco superaba no sólo por rango jerárquico
(general de división frente a general de
brigada),
sino también por el prestigio obtenido durante su estancia en
Marruecos
y
Zaragoza,
y por la iniciativa operativa y la importancia intrínseca de sus tropas respecto
al total de las sublevadas. También por coherencia pública en su adhesión a la
Corona, en oposición al anti monarquismo manifestado por El Director en
1931 y todavía en 1936, al dictar la expulsión del
infante
Juan de Borbón
cuando éste pretendía incorporarse a los efectivos de la zona nacionalista. El
13-VIII Franco se entrevistó con Mola y dos días después, en Sevilla, con Queipo
de Llano, ocasión que aprovechó para izar ante una multitud la
bandera
monárquica, sin consultar a la Junta de Burgos, donde todavía ondeaba la
republicana. A partir de entonces contó con el importante apoyo de los
monárquicos, representados en el Ejército por Kindelán, sin que perdiera, aún a
pesar de este gesto, el respaldo de los falangistas, muy influyentes entre la
baja e incluso alta oficialidad (Yagüe o Muñoz Grandes), a lo cual contribuía la
confianza de los gobiernos de Italia y Alemania en Franco. El 21-IX, se reunió
con los generales Cabanellas, Mola, Queipo, Saliquet, Dávila, Orgaz, Kindelán y
Gil Yuste en las cercanías de
Salamanca
para tratar la cuestión de la jefatura única, a la que sólo se opuso Cabanellas,
quien también rechazó la candidatura de Franco para desempeñarla de manera
provisional. El 27-IX, durante los actos de celebración de la conquista de
Toledo, Franco fue presentado por Yagüe a la multitud concentrada ante el
cuartel
general de Cáceres como “primer
magistrado,
indiscutido generalísimo y regente de España”. Al día siguiente presentó ante la
Junta un decreto –elaborado por su hermano y asesor, Nicolás, y por Kindelán– en
virtud del cual a sus funciones de mando supremo unía las de jefe del Estado en
tiempo de guerra. El 1-X-1936 Franco fue proclamado “generalísimo de las fuerzas
nacionales de tierra, mar y aire” y “jefe del Gobierno del Estado español”,
legalizando su decreto previo con la única salvedad que suponía cambiar la
Jefatura de Estado por la de Gobierno. Sin embargo, su primera medida consistió
en crear una Junta Técnica de Gobierno, en vez de formar un gabinete ministerial
con más amplios poderes y, en el discurso pronunciado ese mismo día, afirmó su
intención de organizar el Estado “dentro de un amplio concepto totalitario”.
Anunció, asimismo, la “implantación de los más severos principios de autoridad”
y la subordinación de las regiones a “la más absoluta unidad nacional”, en un
sistema por el cual la voluntad pública se expresaría mediante “órganos técnicos
y corporaciones”. Nada se especificaba sobre el tipo de Estado, el
funcionamiento del Gobierno o el ordenamiento jurídico, pero resultaba ya
evidente la plena determinación de asumir el poder absoluto y de ejercerlo con
un estilo caudillista, para lo cual contaría con la plena colaboración del
falangismo.
El fracaso de la ofensiva sobre Madrid (23-XI-1936) y, en segunda instancia, del
avance por
Guadalajara
(20-III-1937), inició una nueva fase caracterizada por la prolongación,
magnificación e internacionalización del conflicto, que obligaba a modificar las
tácticas iniciales. Respecto al desarrollo bélico, Franco optó por una
estrategia gradual, comenzada con el traslado del frente al N. (País
Vasco,
Asturias
y
Cantabria),
que sólo abandonó para responder a cada una de las ofensivas emprendidas por el
Ejército de la República. Respecto al ámbito político, suponía una necesaria
afirmación de su poder personal y de los órganos institucionales del nuevo
Estado que habría de gobernar en el territorio controlado por los nacionalistas
y, luego, en toda España. El 19-IV-1937 promulgó un decreto –redactado por su
entonces asesor,
Serrano Suñer–
por el cual las fuerzas políticas que habían participado en el alzamiento
quedaban unificadas en un partido único, Falange Española Tradicionalista y de
las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (FET y de las
JONS),
cuya Junta política y Consejo Nacional constituían un primer ensayo de
administración pública. Los estatutos del partido reconocían a Franco la libre
facultad para designar a los miembros de ambos órganos, así como de nombrar a su
propio sucesor en la Jefatura del Estado, y le declaraban responsable sólo “ante
Dios y ante la historia”. El fallecimiento de Mola en un accidente de aviación
(3-VI-1937) favoreció este proceso de concentración del poder: el decreto del
30-X declaraba oficial el grito “¡Franco!,¡Franco!,¡Franco!” como ritual de
identificación con el nuevo Estado. El 30-I-1938 formó su primer Gobierno, única
institución política efectiva del régimen, y promulgó la Ley de Administración
Central del Estado, que afirmaba: “La Presidencia [del Gobierno] queda vinculada
al Jefe del Estado” (art. 16), a quien se concedía “la suprema potestad de
dictar normas jurídicas de carácter general” (art. 17). El 26-1-1939 se rindió
Barcelona
y el 27-II
Francia
y el
Reino Unido
se sumaron a Italia, Alemania, Japón y la Santa Sede –desde IV-1938– en el
reconocimiento diplomático del Gobierno de Franco. El 1-IV-1939 firmó el último
parte de guerra y poco tiempo después estableció su residencia oficial en el
Palacio de
El Pardo (Madrid):
a partir de ese momento el relato de su vida se confunde casi totalmente con el
del régimen que él fundó y dirigió con poder absoluto durante treinta y seis
años.
Las ideas políticas de Franco se basaban
en un conjunto de elementos simples, reiterados y, en ocasiones, obsesivos,
formulados como rechazo a las principales aportaciones ideológicas de la
historia contemporánea universal. Anticomunista desde sus primeros años de
milicia,
en 1928 Primo de Rivera le subscribió al Bulletin de l’Entente Internationale
Anticomuniste, organización con sede en Ginebra (Suiza) en la cual se
inscribió en la
primavera
de 1934 y cuyo objetivo consistía en combatir la actividad y propaganda del
Komintern. La coyuntura internacional desde 1945, la conocida como “guerra
fría”, supuso un refrendo internacional, primero del
Reino Unido
y luego de EE.UU., a su personal lucha contra el
comunismo.
Todavía el 18-VII-1964, durante la conmemoración de los “25 Años de Paz”, su
discurso se centraba en la exposición de cómo el mundo estaba sometido a una
constante propaganda subversiva dirigida desde la
URSS,
cuyo principal obstáculo era la fe religiosa. Dos años antes, el 27-V-1962,
había proclamado ante una concentración de ex combatientes en el Cerro Garabitas
(Madrid), que el
liberalismo
era “una de las puertas principales por donde el
comunismo
penetra”, por lo que España constituía “el punto clave más importante de la
resistencia política occidental”. En consecuencia, esta amenaza le reafirmaba en
su
clericalismo,
contrario a “la relajación de costumbres”, “el contubernio con el mal”, “la
indiferencia religiosa” o “la intensa descristianización”, así como en su
antiliberalismo. Franco rechazaba el s. XIX por liberal, el XVIII por
enciclopedista, el XVII por decadente e, incluso, el XVI por heterodoxo, de
manera que su concepción utópica de la historia se remontaba al reinado de los
Reyes Católicos
(s. XV). La centuria transcurrida entre 1833-1931 había culminado el declive
nacional y la derrota de 1898, resultado de la “traición” del poder civil al
Ejército, había inaugurado una “España chata y chabacana, de espíritu decadente,
incapaz de continuar siendo cabeza de un imperio ni de sostener sobre sus
hombros el peso de su gloria”. De los políticos de la Restauración sólo
respetaba a
Antonio Maura
y consideraba a
Alfonso XIII
un buen rey, pero responsable de dos graves errores: haber aceptado la dimisión
de Primo de Rivera (28-I-1930) y el no haber recurrido al Ejército el 14-IV-1931.
La II
República “compendiaba
en sí todas las revoluciones, anarquías y desenfrenos” tanto por su política
anticlerical como por haber legalizado la
democracia
y el “separatismo”. En consecuencia el Ejército, garante de la unidad nacional,
había obrado con legitimidad moral, institucional e histórica al intervenir en
lo que consideraba urgente “salvación de la Patria”. El
nacionalismo
castrense de su juventud y el
hispanismo
reaccionario aprendido en la revista
Acción Española
(1931-1937), a la que se había subscrito desde el primer número, evolucionaron
por influencia del
fascismo
hacia una concepción totalitaria del Estado, superadora del
corporativismo
primorriverista, aunque caracterizada por el respeto a las directrices de la
Iglesia
católica y la recuperación del pasado imperial (propósito pronto relegado al
olvido por imperativo de las circunstancias). Esta idea de Estado, que “necesita
sacrificar el yo a una unidad” no entraba en contradicción con un
humanismo
esencialista, tornado del
falangismo,
que pretendía “elevar al hombre como portador de valores eternos”, porque al
individualismo liberal oponía la armonización entre libertad y orden, sólo
posible por medio de la unidad, autoridad, disciplina y del “servicio a Dios y a
la Patria”. Con posterioridad asumió antiguos privilegios reales, como desfilar
bajo palio o el nombramiento de obispos refrendado por el
Concordato
de 1953, y se rodeó de un aparatoso ceremonial público, como la denominada
“guardia mora”, de manera que el 1-V-1956 podía afirmar: “Somos de hecho una
monarquía sin realeza”. El sentido mesiánico y redentorista de su misión
constituía otra de las claves de su pensamiento: en carta a
Juan de Borbón
(6-I-1944), enumeraba como bases sobre las cuales se asentaba la legitimidad de
su poder el haber “salvado” a España, “propios merecimientos constatados en una
vida de intensos servicios”, “prestigio y categoría en todos los órdenes de la
sociedad”, “reconocimiento público” y “el haber alcanzado, con el favor divino
repetidamente prodigado, la victoria”. El contubernio de la masonería
internacional se convertía en elemento aglutinador de todo cuanto representaba
la “anti-España”: “Todo obedece a una conspiración masónica-izquierdista en la
clase política en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo
social que si a
nosotros
nos honra a ellos les envilece”, afirmó en su último discurso público
(1-X-1975). En palabras de
Ricardo de la Cierva
“la convicción antimasónica se incorporó a Franco como una segunda naturaleza,
simplificó en la masonería todas las causas de la decadencia histórica y la
degeneración política de España, la persiguió de forma implacable, se creyó
cercado por ella y transformó toda su vida en una cruzada antimasónica”. Esta
obsesión, estudiada incluso en ensayos psicoanalíticos como los de Castilla del
Pino, resultó manifiesta en la serie de 49 artículos que, con el pseudónimo de
Hakim Boor, publicó en el diario Arriba (14-XII-1946-3-V-1951),
posteriormente recopilados en la obra Masonería (1952). Ésta constituía
su segunda incursión en la
literatura
después de escribir el guion –bajo el pseudónimo
Jaime de Andrade–
de Raza (1941), película dirigida por
Sáenz de Heredia,
cuyo argumento suponía un trasunto ennoblecido de la historia familiar de los
Franco. En su opinión el pluralismo político era un obstáculo para el
crecimiento económico, de manera que su defensa de la autarquía resultaba
coherente con su proyecto político global, en mayor medida que el resultado de
una coyuntura histórica específica. Conforme al pensamiento del laudes
hispaniae, afirmó que “España es un país privilegiado que puede bastarse a
sí mismo. Tenemos todo lo que hace falta para vivir y nuestra producción es lo
suficientemente abundante para asegurar nuestra propia subsistencia; no tenemos
necesidad de importar nada”. La clave para cumplir su objetivo prioritario, la
reconstrucción del país y el consiguiente saneamiento de la economía, se
encontraba en superar el déficit de la balanza comercial, así como en supeditar
las fuerzas y capacidades productivas a las necesidades nacionales. Según relata
Navarro Rubio, resultó difícil convencer al general del fracaso efectivo de esta
tesis y de la necesidad urgente de aplicar las medidas contenidas en el
Plan de Estabilización
(1959). De hecho, Franco desarrolló su política desde 1939 en frecuente
contradicción con su pensamiento global, pero se mostró como un estadista capaz
de aprovechar la cambiante coyuntura internacional y de mantener el equilibrio
entre las diferentes facciones dominantes del régimen. Su poder se afianzó al
superar cada una de las graves crisis producidas en el transcurso de la II
Guerra Mundial (1939-1945), en especial las provocadas por monárquicos y
falangistas en 1941 y 1942, por los generales restauracionistas en 1943 y por el
fin del conflicto europeo y el aislamiento diplomático, a partir de 1945. Sin
embargo, siempre minimizó la importancia de los cambios gubernamentales, sin
reconocer en ningún caso su condición de ajustes de una política legitimada por
la guerra y de un sistema cuya unidad y virtualidad defendía en todas sus
intervenciones públicas. El anticomunismo justificó, asimismo, las decisivas
rectificaciones de una política exterior que él supervisaba directamente, aunque
con una escasa participación personal desde 1945. Sólo abandonó España en tres
ocasiones: la entrevista con Hitler en Hendaya (Francia)
el 23-X-1940; la visita a
Mussolini
en Bordighera (Italia) el 12-II-1941, a cuyo regreso se reunió con Pétain en
Montpellier
(Francia),
y el viaje realizado a
Portugal
en 22-X-1949 por invitación de Oliveira Salazar. De su inicial reticencia a las
propuestas de liberalización económica e institucionalización del régimen
durante la década de 1950, pasó a convencerse de la necesidad de las reformas y
se convirtió en su más destacado propagandista. La promulgación de la Ley de
Principios Fundamentales del Movimiento (19-V-1958) le permitió iniciar una
campaña destinada a reafirmar la legitimidad del Estado surgido en 1936: el 30-X
presidió la conmemoración de FE y de las
JONS,
el 18-II-1959 el I Congreso Nacional de la Familia Española y el 1-IV el
traslado de los restos mortales de
José Antonio Primo de Rivera
al
Valle de los Caídos
(Madrid) desde
Alicante.
La boda de su única hija, Carmen (n. en 1926), con el médico
Cristóbal Martínez Bordiú,
marqués de Villaverde, en 1950, así como el leve accidente de caza que sufrió el
24-XII-1961, provocaron amplia incertidumbre acerca de la sucesión en la
Jefatura del Estado, si bien esta cuestión no quedó definitivamente resuelta
hasta 1969 con la designación de
Juan Carlos de Borbón
como príncipe de España y futuro rey. Con las celebraciones de los denominados
oficialmente “25 Años de Paz” (1964), se alcanzó la máxima exaltación del culto
a la personalidad, dominante también en los numerosos actos de “adhesión al
Caudillo” y en sus viajes multitudinarios por todas las provincias españolas, en
los cuales creía recibir el necesario respaldo popular. También apeló
públicamente a sus treinta años de “sacrificio por la Patria” para solicitar el
voto afirmativo en la campaña previa al referéndum para la aprobación de la
Ley Orgánica del Estado,
el 14-XII-1966. En 1970 todavía mantuvo una intensa actividad: viajó a
Barcelona,
Valencia,
Zaragoza,
Cáceres,
Jerez de la Frontera
(Cádiz) y
Salamanca
y recibió a los presidentes Richard Nixon y Américo Thomas, así como a 9.169
personalidades y 5.023 comisiones, integradas por otras 68.596 personas, en su
residencia de
El Pardo.
Sin embargo, desde 1971 sus presentaciones públicas se limitaron a lo
exclusivamente protocolario, retirándose al ejercicio de sus ocupaciones
favoritas: la caza, la pesca a bordo del yate Azor, el golf, la pintura y
los veraneos en San Sebastián y el pazo de Meirás
(La Coruña)
que, en 1938, le había regalado el
ayuntamiento
ferrolano. En los discursos pronunciados con motivo de la apertura de la X
legislatura
de las Cortes (18-XI-1971) y del XII
Consejo Nacional del
Movimiento (31-I-1972)
afirmó que todo estaba “atado y bien atado”, pero su régimen había iniciado un
irreversible proceso de descomposición. Conmocionado por el asesinato, realizado
por Euskadi Ta Askatasuna (ETA)
de su más antiguo y valioso colaborador, el presidente del Gobierno Luis
Carrero Blanco
(20-XII-1973), el 9-VII-1974 Franco fue hospitalizado a causa de una
tromboflebitis y del agravamiento de la enfermedad de Parkinson que padecía
desde hacía varios años, de manera que el príncipe Juan Carlos hubo de asumir la
Jefatura del Estado entre el 19-VII y el 2-IX. El 26-IX-1975 firmó la sentencia
de muerte contra cinco miembros del
Frente Revolucionario
Antifascista y Patriótico (FRAP)
y de
ETA,
ejecutados al día siguiente a pesar de las numerosas solicitudes de clemencia
recibidas y de una campaña internacional de repulsa sin precedentes, a la que
Franco respondió con la última de sus apariciones públicas en la Plaza de
Oriente (Madrid) el 1-X. El 12-X, tras presidir los actos del Día de la
Hispanidad,
se sintió enfermo y durante más de un mes, en el hospital de
La Paz
(Madrid), adonde fueron trasladados el brazo incorrupto de Santa Teresa y el
manto de la Virgen del Pilar, se prolongó su agonía: insuficiencia coronaria,
encharcamiento pulmonar, parálisis intestinal, hemorragias gástricas, ascitis,
inflamación del hígado, peritonitis y hemorragias masivas, varios infartos,
numerosas transfusiones y tres operaciones. Pocos días después de su
fallecimiento (20-XI) y ante la presión de la llamada “marcha verde”, organizada
por
Marruecos,
el Estado español abandonó el
Sahara Occidental,
la última de las posesiones africanas en las que el general Franco había
emprendido su larga carrera.
(Documento
extraído de aquí)
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