Enrique Líster Forján nació el 21 de abril de 1907 en una aldea
llamada Ameneiro, en la parroquia de Calo, municipio de Teo, a 7 kilómetros de
Santiago de Compostela (La Coruña). Su verdadero nombre fue el de Jesús Liste
Forján.
Su padre era cantero y su madre campesina. Los Líster tuvieron
siete hijos, cinco varones, Constante, Eduardo, Enrique, Manuel y Faustino, que
siguieron el oficio del padre y dos mujeres, Manuela y Aurora, que se dedicaron
a los trabajos del campo. Desde pequeño Enrique comenzó a trabajar con sus
padres en labores en la aldea. La escuela más próxima quedaba muy lejana, por lo
que se quedó sin aprender a leer y escribir. A los 11 años su padre, harto de
tanta pobreza en la mísera y caciquil Galicia de la época, decidió partir para
Cuba donde ya estaban sus dos hijos mayores.
ARRIBA
En los primeros meses de estancia en Cuba se sintió
terriblemente triste. Le invadió la morriña. Se acordaba de su madre y hermanos,
de los amigos, la aldea, de las huertas de los vecinos.
Pero este estado de ánimo le duró poco. Se convirtió en el jefe
de una banda formada por los mozalbetes del barrio de Belén, en La Habana,
sobresaliendo por su fortaleza física y por lo arriesgado de los “golpes” que
preparaba. Los enfrentamientos con la policía eran frecuentes y en más de una
ocasión los familiares tenían que sacarlos del puesto de la policía, pagando la
correspondiente multa.
Su padre lo colocó de aprendiz de bodeguero (tendero) en un
negocio que tenía un paisano llamado José Albariño en la calle Sol y San
Ignacio. Por un altercado que tuvo con el cuñado del dueño, al que partió una
botella de coñac en la cabeza, lo echaron a cajas destempladas. El padre le
buscó trabajo en la tienda de un orensano, José López, siendo también despedido,
esta vez por comportarse demasiado espléndido con sus nuevas amistades a los que
obsequiaba constantemente con las gollerías que tomaba de la tienda sin permiso
del dueño.
Decidido a seguir el oficio del padre, se inició en él en La
Habana, donde comienzo a estudiar por la noche en la escuela del Centro Gallego. |
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ARRIBA
Esta rutina no
duró mucho tiempo, ya que una noche al salir del Centro
Gallego una muchacha se le acercó para ofrecerle un par de
pesos si le llevaba un paquete y se lo entregaba a una
persona. Enrique, sin pensarlo y ante la necesidad de dinero
aceptó la propuesta. El sencillo encargo fue cumplido con
toda normalidad, sin embargo después de varios días dos
personas, que se identificaron como policías, detuvieron a
Enrique. Al llegar a las dependencias policiales los agentes
empezaron a gritarle y a golpearle. Le preguntaron quién era
la persona que le había dado la bomba. Enrique desconocía el
contenido del paquete, pero al escuchar la palabra bomba
evitó dar pistas a la policía. Los dos pesos terminaron por
salirle muy caros, pues tuvo una condena de dos años de
cárcel en el reformatorio de menores de Guanajay. Desde este
hecho casual, seguramente, Enrique comenzó a experimentar
vivencias muy duras que le fueron curtiendo en su juventud.
Al salir de la cárcel con 17 años su padre le consiguió un
trabajo de cantero en la construcción del Centro Asturiano.
Por aquellos años Enrique estaba muy adaptado a la vida
cubana, atrás quedaban su tristeza y sus deseos de volver a
Galicia.
ARRIBA
Pero todo
cambió el 25 de enero de 1925. Una carta recibida por un
compañero de trabajo y vecino de su aldea le contaba que a
su madre le pegaba el herrero y su hijo. La noticia le causó
tanta indignación que juntó todos sus ahorros y sacó pasaje
para Galicia el 28 de enero. Y con los que le sobró compró
una pistola del 9 largo y una caja de balas. Llegó a Vigo el
11 de febrero y a su casa el día 13. Su madre asustada
intentó quitarle importancia al asunto, mientras el herrero
y su hijo huyeron de la aldea. Después de un mes la Guardia
Civil registró su casa y requisó la pistola. Enrique sabe
que corre peligro y consigue otra pistola. El encuentro fue
inevitable, y así el 30 de abril se encontraron los tres y
se enfrentaron a tiro limpio. Enrique quedó con una herida
en la cabeza y el hijo del herrero con un tiro en el pulmón.
Durante los años
1925 al 26 Líster intentó darle vida al Sindicato de Oficios
Varios de Teo (Ames) donde también participaron sus hermanos.
Después de tener un
nuevo incidente con la Guardia Civil, para evitar ir a la
cárcel, volvió a Cuba en enero de 1927.
ARRIBA
En La Habana
trabajó en la construcción del Capitolio donde tomó contacto
con el Sindicato, y un dirigente del mismo, de origen
canario, comenzó a hablarle de la Unión Soviética y del
socialismo. En 1920 se constituyó la Federación Obrera de La
Habana, en 1925 se creó en Camagüey la Confederación
Nacional Obrera y a mediados de 1927 se fundó el Partido
Comunista de Cuba liderado por Ricardo Mella y Rubén
Martínez Villena. Tanto Líster como el gallego Fernández
Valle, entre otros paisanos, formaron parte de este nuevo
partido. La dictadura de Machado no tardó en reaccionar de
forma represiva deteniendo a un gran número de comunistas.
Líster se vio en la obligación de dejar el trabajo para
evitar la detención, motivo por el que su partido decidió
que lo mejor era que saliera del país de forma clandestina
en un barco que salía para España y paraba en Nueva York.
ARRIBA
Su destino
debería ser esa última ciudad pero el destino le jugó una
mala pasada y una fuerte custodia del barco no le permitió
bajar. Fue así como nuevamente estuvo en Galicia. En 1928
llegó a La Coruña donde se puso en contacto con su familia y
con la organización del Partido Comunista Español,
incorporándose a la célula de Santiago de Compostela.
Nuevos
enfrentamientos con la Guardia Civil le llevan a la cárcel. Allí
le coge la proclamación de la República el 14 de abril de 1931,
siendo liberado y entrando de lleno en las luchas sociales de la
España republicana, cuyos gobiernos le defraudaron como a tantos
otros líderes de los partidos obreristas y centrales sindicales.
Al salir de la
prisión se dedicó de lleno a recuperar el Sindicato que estaba
en manos de burócratas. Con apoyo de más de un centenar de
afiliados, convocó una asamblea donde se barrió la dirección
anterior y lo eligieron presidente de la misma. En febrero de
1932 participó activamente en la Conferencia Regional del
Partido Comunista donde lo eligieron delegado al IV Congreso,
que se celebró en Sevilla.
Su labor de
militancia en la comarca la convirtieron en un baluarte
comunista, llegando a contar con más de 60 afiliados.
A mediados de marzo
de 1932 Líster irrumpe en una reunión que celebraban en Ames los
patronos y caciques de la comarca a fin de dividir al Sindicato.
Lo reciben a tiros y a tiros replica. Cuando se retiran, quedan
tendidos en el suelo seis hombres; uno de ellos muerto.
ARRIBA
Sus constantes
enfrentamientos y persecuciones por parte de la Guardia
Civil llevaron al Partido a tomar la decisión de conducirlo
a la Unión Soviética para prepararlo políticamente. Desde
septiembre de 1932 a septiembre de 1935 residió en el país
de los bolcheviques. Trabajó en la construcción del metro
moscovita como herrero, al mismo tiempo que estudió en la
Escuela Leninista así como también en la Academia Militar
Frunze, fundada en 1918 como Academia del Estado Mayor. En
1921 fue transformada en la Academia Militar del Ejército
Rojo, nombrada en honor de Mijail Frunze, dirigente
bolchevique durante la Revolución rusa y comandante militar
soviético.
Su paso por la
Unión Soviética fue decisivo en su formación comunista. Al
regresar a España instruyó militarmente a las Milicias
Antifascistas Obreras y Campesinas (MOAC). El Partido Comunista,
a través de sus miembros organizados tenía contacto con cientos
de soldados, cabos, sargentos, oficiales, a los que influían
políticamente y en muchos casos se organizaban en comités que
llevaban a cabo la lucha por la defensa de los derechos de los
soldados contra los manejos de los mandos reaccionarios. Líster
se dedicó a distribuir la publicación mensual El Soldado Rojo
inundando los cuarteles.
ARRIBA
El 16 de
febrero de 1936 se produce el triunfo del Frente Popular.
El 18 de julio de 1936 cuando se produce el alzamiento en
Madrid, Líster se entera por un enlace que tiene en el
cuartel de Wad Ras nº 1 de que sus mandos, con el coronel al
frente, eran partidarios de la sublevación. Líster, se
dirige a resolver la situación juntamente con Dolores
Ibárruri La Pasionaria la cual habla a los soldados
para que impidieran el levantamiento del Regimiento y
defendiera a la República
Los soldados
abrieron las puertas del cuartel a un buen grupo de milicianos
que vigilaban expectantes en la puerta y formaron con ellos una
columna que salió días después para la Sierra de Guadarrama al
mando del capitán Benito y con Líster de comisario político.
ARRIBA
Con el Wad Ras
nº. 1 sale Líster, el día 23 de julio de 1936, hacia el Alto
de los Leones. Manda el grupo el capitán Benito Sánchez,
muerto en un contraataque de los nacionales que termina en
desastrosa retirada del grupo. Es el 25 de julio, día en que
Líster manda por primera vez hombres armados en campaña.
Demuestra su talento organizador, además de fuerza y coraje
para arengar a los suyos, por lo que se le nombra teniente
el 30 de julio, en Collado Villalba. Los primeros días de
agosto es ascendido a capitán por Enrique Castro Delgado,
comandante del recién creado Quinto Regimiento.
Por el éxito
alcanzado en uno de los ataques, es causa de su ascenso a
comandante, imponiéndole las insignias el general José Asensio
Torrado.
Con sus dos
Compañías de Acero, la 4ª. y la 6ª., a las que se había agregado
una tercera, la 9ª., y otras fuerzas mayoritariamente
comunistas, acude al frente de Talavera, donde el 6 de
septiembre toma contacto con las tropas marroquíes y la Legión,
siendo el choque brutal, cediendo Líster y los suyos terreno, a
pesar de la capacidad de resistencia de que hacen gala.
Líster se dirige
hacia Toledo para acabar con la resistencia de los sitiados en
el Alcázar, pero a pesar de estar minada la fortaleza y el
nutrido tiroteo de los refuerzos de los batallones comunistas de
Líster, los sitiados resisten heroicamente. El día 27 de
septiembre de 1936 se avistan las tropas de Varela y los rojos
evacuan Toledo.
Debido al apoyo del
Partido, Líster no cae en desgracia ante este contratiempo, pero
chocó con el general Asensio Torrado, cuyas órdenes no tardaría
en desobedecer.
Noviembre de
1936, el mes más dramático para los madrileños, Asensio
Torrado ordena a Líster que se retire a Tarancón, pero éste,
después de consultar al Buró Político del Partido Comunista, se
repliega hacia Madrid. La I Brigada pierde Villaverde y no puede
contener al enemigo en el Cerro de los Ángeles. La moral de los
defensores parece derrumbarse y se decide la evacuación de la
capital.
Pero con la ayuda
de las Brigadas Internacionales y la de las Mixtas, así como el
material de guerra enviado de la URSS, Madrid resiste,
taponando brechas y cubriendo el frente a lo largo del
Manzanares.
En febrero de
1937, Líster combate en el Jarama al mando de la División C,
una de cuyas Brigadas, la I, consigue tomar el Pingaron –una
estratégica altura desde la que se domina el valle del río
Jarama– aprovechando la noche del 18 al 19 de febrero, aunque lo
volvió a perder días después.
En marzo de 1937,
el Partido lo nombra miembro del Comité Central, en el pleno
celebrado en Valencia. Dispone, en el terreno militar, de una
nueva unidad, la 11ª. División.
El mando
frentepopulista crea el 11 de marzo de 1937 el 4º. Cuerpo de
Ejército. Lo manda el teniente coronel Enrique Jurado Barrio y
lo componen tres Divisiones: la de Líster, la de Nino Nanetti y
la del anarquista Cipriano Mera. Son las Divisiones 11ª., 12ª. y
14ª., respectivamente.
Los italianos se
infiltran confiadamente, y Líster actúa desde Torija en un
contraataque espectacular. En la tarde del 2 de marzo la 9ª.
Brigada entra en Trijueque, mientras se libran los combates en
el Palacio Ibarra, desalojado de los italianos nacionalistas por
los garibaldinos, en lo que se ha llamado la pequeña guerra
civil italiana. Las condiciones atmosféricas son francamente
desfavorables a los italianos, que no pueden utilizar sus
efectivos motorizados ni la aviación. La desbandada es
escalofriante ante la ofensiva roja del día 18.
Líster con la 11ª.
División participa en la batalla de Brunete, conquistándola el 6
de julio de 1937. Inexplicablemente permanece inactivo los días
8 al 11, dando lugar a que el enemigo concentre abundantes
unidades de combate en los alrededores del pueblo recién
conquistado. Tras combates encarnizados, el 27 de julio, Brunete
es reconquistado por los nacionales.
En agosto de
1937 las unidades de Líster penetran en territorio enemigo
después de romper la vanguardia, pero no profundizan. Los
hombres de la 11ª. División conquistan Belchite, pero en vez de
atacar Zaragoza, a catorce kilómetros de las vanguardias
republicanas, permanecen estacionarias, dando tiempo a que el
enemigo se rehaga. A finales de septiembre, y en vista de lo
sucedido en Belchite, se proyecta la llamada “operación
Zaragoza”. El Estado Mayor, con Vicente Rojo Lluch, Sebastián
Pozas Perea, Antonio Cordón García y el ministro Indalecio
Prieto, no renuncian a Zaragoza. Ideada por el general Vicente
Rojo Lluch, montan una operación en la dirección Fuentes de
Ebro-Mediana. Líster expone sus razones en contra y se niega a
mandar las tropas. Mandó la operación Segismundo Casado López, y
se saldó en un desastre.
Mediado el mes de
diciembre de 1937, se inician las operaciones de Teruel.
La 11ª. División, dependiente de XXII Cuerpo de Ejército al
mando de Juan Ibarrola Orueta, cumple bien su cometido en la
fase ofensiva. Teruel, defendida por el coronel Domingo Rey
d’Harcourt, cae después de durísimos combates el 8 de enero de
1938. Líster es ascendido a teniente coronel. Dura poco la
euforia en el campo frentepopulista, porque Teruel se pierde a
manos de las tropas de Franco el 22 de febrero de 1938.
A principios de
marzo de 1938 Líster se encuentra cerca de Sagunto. Tiene
noticias de la ofensiva nacional en el frente de Aragón,
llevando sus fuerzas a Alcañiz. Cuando el general Vicente Rojo
le da la orden de atacar esta plaza, ha llegado tarde, porque ya
está ocupada por el enemigo. Líster y su División se mantienen
durante el mes de marzo en la línea Alcañiz-Torrevelilla.
Los acontecimientos
se precipitan y Líster se encarga de la defensa de la carretera
Gandesa-Tortosa. Ese mismo día, el 6 de abril de 1938 cae
Lérida en poder de los nacionales. Cuando llegan a Vinaroz, el
15 de abril, se produce la reorganización de los efectivos rojos
de la zona del Ebro. Juan Modesto queda al mando de la que, a
partir de mediados de junio, será la Agrupación Autónoma del
Ebro, formada por dos Cuerpos de Ejército, el XV, al mando de
Manuel Tagüeña Lacorte, y el V, al mando de Enrique Líster
Forján. A éste le corresponderá tres meses más tarde, la difícil
misión de organizar la retirada, es decir, el traslado de todas
las fuerzas a la otra orilla del Ebro, la derecha. Así lo hace,
volando los puentes.
A lo largo de mayo
y casi todo el verano de 1938, Líster organiza su Cuerpo
de Ejército preparando a sus hombres para tratar de pasar el
Ebro, a fin de distraer al Ejército nacional de Levante,
dispuesto a conquistar Valencia. El 25 de julio, día de
Santiago, en la madrugada inicia el V Cuerpo de Ejército el paso
del río. Cercan Mora de Ebro, que cae al día siguiente. Ocupan
Miravet, Benisanet y Pinell. Dominan las sierras de Pandols y
Caballs. Ha empezado la batalla del Ebro, la más larga y
sangrienta de toda la Guerra Civil.
Pronto se pasa a la
defensiva y alguna Brigada mal dirigida, chaquetea o huye.
Valentín González González El Campesino, es destituido
fulminantemente por Juan Modesto, por abandonar la 46ª. División
a su mando. El 14 de noviembre Modesto se repliega a la orilla
izquierda. Mientras se hunde el XII Cuerpo de Ejército, el V, al
mando de Líster, resiste y combate a lo largo de diez días
desesperadamente para, al final, replegarse hacia Borjas
Blancas, en cuya dirección había atacado. Líster con todo su
Estado Mayor está a punto de ser cercado.
El 26 de enero
de 1939 cae Barcelona y la moral de los frentepopulistas se
derrumba. Se decide la defensa de Gerona, pero en la noche del
9 al 10 de febrero de 1939, Líster pasa la frontera
francesa con sus últimos hombres. En Perpiñán se refugia en casa
de un periodista belga. Al día siguiente se traslada a Toulouse
desde donde sale en avión, el 14 de febrero, para aterrizar en
Albacete. Se entrevista con Negrín y los altos cargos militares
entre los que figura el coronel Segismundo Casado, predominando
el desánimo y el derrotismo de ciertos elementos.
A principios de
marzo Líster acude a Elda (Alicante), donde se ha refugiado el
Gobierno en una finca de Petrel, a la que llaman Posición
Yuste. Líster es ascendido, por decreto del presidente del
Gobierno Juan Negrín, a coronel. Al mismo grado ascienden los
comunistas Luis Barceló Jover, Mariano Bueno Ferrer, los
hermanos Galán Rodríguez, Manuel Márquez Sánchez, Matilla y
Núñez de Prado.
Juan Modesto
Guilloto, Segismundo Casado López y Antonio Cordón García
ascienden a generales.
El 6 de marzo se entera en Elda, de la sublevación de
Casado. En la noche del 7 de marzo de 1939 tres aviones
esperaban en el aeródromo de Monóvar (Alicante). Horas antes, se
había reunido el Comité Central del Partido Comunista de España
en un hangar de dicho aeródromo. Quedaba claro que la decisión
de abandonar la lucha estaba tomada desde antes de convocar la
reunión y que, oídas las palabras de Palmiro Togliatti, a unos
hombres cansados, desconcertados y que se sabían indefensos,
sólo les quedaba asentir, con lo cual se consiguió la esperada
unanimidad. Uno de estos hombres abatidos era el jefe del V
Cuerpo de ejército, Enrique Líster. A las tres y media de la
madrugada del 7 de marzo de 1939 salió en un bimotor Douglas de
la LAPE (Líneas Aéreas Postales Españolas) rumbo a Toulouse,
primera etapa de su exilio.
ARRIBA
En la Guerra
Civil fue un firme partidario del mando único y de la
disciplina en sus filas, acorde con la línea seguida por el
Quinto Regimiento y el Partido Comunista. Esta línea sería
posteriormente adoptada por el Gobierno republicano en la
formación del Ejército Popular Republicano (EPR). Frente a
ella se encontraba la teoría anarquista de que no debía
existir mando alguno en las fuerzas milicianas, llevadas al
combate por la propia ansia de libertad del ser humano.
En esa línea,
Líster no dudó en varias ocasiones, pistola en mano, en cortar
las desordenadas retiradas de las tropas a su mando,
reintegrándolas a las líneas del frente, lo que le granjeó su
merecida fama de mando implacable. Por el contrario Líster
siempre presumió de “agasajar” a sus hombres con lo mejor de lo
que se disponía en cada momento, con una taza de café o de coñac
en la trinchera, con un buen servicio de correos, con ropa
limpia o con bibliotecas, escuelas o servicios de alfabetización
en sus unidades. De hecho la acción social del Quinto Regimiento
en el frente fue muy relevante.
El V Regimiento se
convirtió en la esperanza de toda la República. Los más
destacados escritores llegaban para darles ánimos, los poetas le
dedicaban sus más combativos versos. Por el frente de batalla
recitando sus poemas se podía ver a León Felipe, a Rafael
Alberti, a Miguel Hernández, a María Teresa León, a
Altolaguirre, a Serrano Plaja, etc. El poeta Miguel Hernández
relata la batalla de Teruel:
“Líster, la Vida, la cantera, el frío:
Tú, la vida, tus fuerzas como
llamas,
Teruel como el cadáver sobre el
río...”
Mientras tanto otro
poeta del pueblo de la España Republicana, Antonio Machado, le
dedicó una poesía que dice:
A LÍSTER
Jefe en los ejércitos del Ebro.
Tu carta –oh noble corazón en vela,
español indomable, puño fuerte–,
tu carta, heroico Líster, me
consuela
de ésta, que pesa en mí, carne de
muerte.
Fragores en tu carta me han llegado
de lucha santa sobre el campo ibero;
también mi corazón ha despertado
entre olores de pólvora romero.
Donde anuncia marina caracola
que llega el Ebro, y en la peña fría
donde brota esa rúbrica española,
de monte a mar, esta palabra mía:
“Si mi pluma valiera tu pistola
de capitán, contento moriría.
Junio de 1938
Antonio Machado
tuvo un gran compromiso militante con la República. Durante su
enfermedad envió una carta de aliento al V Regimiento, la cual
remató diciendo:
“Salud
obreros y soldados, combatientes en las filas del V Cuerpo
de nuestro gran Ejército de la Victoria. Espero que nada
pueda arrebataros el triunfo: estoy seguro de que nadie
puede privaros de la gloria de merecerlo”.
ARRIBA
El autor del
libro “El chantaje de la izquierda. Las falsedades de la
Guerra Civil española” (Madrid, 2004), Ángel Manuel
González Fernández, escribe:
“Cuando califiqué
de asesino al comunista Enrique Líster, comandante de la XI
División del Frente Popular algunos se indignaron y se indignan
ante esa afirmación; pero fue el mismo Líster quien hasta el
último día de su vida se ufanó y justificó sus asesinatos como
la cosa más normal del mundo.
Lo primero que hay
que recordar es que Líster tenía su cuartel general en Madrid en
la calle Lista números 25 y 29, y su checa Lista 29, en donde se
interrogó, torturó y se llevó a cabo más de 70 asesinatos
registrados por la Causa General (Causa General, Madrid,
1943, pág. 86).
Entre los muchos
asesinatos de Líster están los ocurridos el 19 de mayo de 1937
en Mora de Toledo, cuando asumiendo el mando sin orden de sus
superiores se tomó la justicia por su mano.
Los anarquistas le
acusarían de asesinar a “más de sesenta trabajadores” (CNT,
29 de mayo de 1937, pág. 4); pero sólo se conoce con nombres y
apellidos el de 21 personas asesinadas por motivos políticos y
religiosos, y también la ejecución de unos milicianos cuyo
número se desconoce.
Dice Líster: “El 19
llegamos a Mora de vuelta del frente y acantonamos las fuerzas
en los alrededores, controlando así las salidas o entradas en el
pueblo”, y después publicó “un Bando por el que se ordenaba a
todos los militares presentarse en la Comandancia en un plazo de
varias horas. Una parte se presentó y fueron enviados a sus
unidades en primera línea, otros por el contrario, intentaron
escapar (…) pero todos ellos fueron detenidos” (Enrique Líster.
“Nuestra guerra”. París, 1966, pág. 126). Esos milicianos
que intentaron escapar junto con otros detenidos pertenecían a
la XLVI Brigada Mixta y se cree que fueron ejecutados. También
ordenó el asesinato de 20 personas, y el día 25 antes de su
partida fusiló al ex comunista y militante anarquista Francisco
González Moreno.
“Pasaremos”,
órgano de la 11ª división. Núm. 28 de 5 de junio de 1937, hace
una relación de los 21 asesinados a los que denomina
“desaparecidos”, y del anarquista Francisco González Moreno,
otro “desaparecido”, afirma que era un “chulo y matón, dicho
elemento le detuvieron en el pueblo unos milicianos que se
desconoce a qué Brigada pertenecían, y desde entonces se ignora
su paradero, 29 de mayo de 1937”.
De entre esos 21
“desaparecidos” que Líster ordenó asesinar y cuyos delitos según
él “eran numerosos, graves, y en algunos casos monstruosos” (“Nuestra
lucha”, pág. 126), figuraban cinco mujeres, las hermanas
María de los Dolores y María del Carmen Cano Sobreroca,
“propagandistas descaradas y activas de Acción Católica”, así
sentenciaba “Pasaremos” (5-6-1937). Otras tres hermanas
más, Cándida, Carmen y Edmunda López-Romero Gómez del Pulgar, y
que según “Pasaremos” (5-6-1937), estaban “afiliadas a
Acción Católica y Acción Popular. Eran las tres las cabezas
dirigentes de la reacción”. En realidad Cándida no era de Acción
Católica sino monja teresiana, que se hizo pasar por su hermana
casada que tenía hijos pequeños.
De esas mujeres
asesinadas Antonio Montero Moreno escribe lo siguiente:
“Posteriormente, entrando ya el año 40, pudo averiguarse que
todos ellos habían sido asesinados en las inmediaciones de la
fábrica de harinas y sepultados en una zanja abierta al efecto
en pleno campo. Lo más grave del caso es que, según acredita la
exhumación de los cadáveres, las víctimas sufrieron horribles
mutilaciones, probablemente antes de morir. En los restos de la
madre Cándida apreciaron sus familiares que tenía el cráneo
hundido, posiblemente por un golpe de hacha; la mano derecha
separada del brazo y cortado uno de los pies”.
Y más adelante
añade Antonio Montero Moreno: “En aquel grupo figuraban,
asimismo, las hermanas Dolores y María del Carmen Cano
Sobrerroca, dos jóvenes de Acción Católica, que dejaron tras sí
un ejemplarísimo historial apostólico. También sobre sus
cadáveres se han apreciado amputaciones de la mano derecha y
señales de haber sido muertas a puñaladas” (“Historia
de la persecución religiosa en España 1936-1939”. Madrid,
1961, págs. 524 y 525).
Preguntado en una
entrevista en el año 1977, Enrique Líster respondió sobre
aquellos asesinatos: “Luego me acusaron de que yo había
fusilado y tal y cual; y yo he respondido que sí, que yo he
fusilado, y que estoy dispuesto a hacerlo cuantas veces haga
falta. Porque yo no hago la guerra para proteger a bandidos ni
para explotar a los campesinos; yo hago la guerra para que el
pueblo tenga la libertad”. (“Triunfo”, 19 de
noviembre de 1977, pág. 41. Enrique Líster: las trincheras de
la guerra).
El italiano de las
Brigadas Internacionales Carlo Penchienati, que fue comandante
de la Brigada Garibaldi y que acompañó a las tropas del Frente
Popular en su retirada a la frontera francesa, acusó a Enrique
Líster del asesinato de 24 personas del hospital militar de
Bañolas. El hecho ocurrió en la madrugada del 7 de febrero de
1939, cuando Líster, en retirada con sus tropas y heridos,
ordenó la evacuación del hospital de Bañolas, obligando al
personal sanitario a acompañarles, y nada más pasar Figueras, en
Vilasacra fueron asesinados. De esos 24 asesinados tres eran
enfermeras, y una de ellas era Gerti de Gimeno ciudadana
austriaca y esposa del director del hospital, asesinada por el
ayudante de Líster. (Carlo
Penchienati. “I giustiziati accusano. Brigate
Internazionali in Spagna”. (Roma, 1965, págs. 173 y 174).
Además de este
hecho también se ha constatado que en su retirada hacia la
frontera francesa, las tropas de Líster muy probablemente habían
cometido asesinatos en poblaciones como “Vallès, Terrassa,
Palau de Plegamans, les Franqueses, Cardedeu, Arbúcies,
etc”. (Josep M. Solè i Sabatè. Joan Villarroya i Font.
“La repressió a la reraguarda de Catalunya”.
Barcelona, 1989, vol. I, págs. 323, 330 a 332).
El periodista y
comunicador Julián Lago siempre fue una persona muy singular, y
creo recordar que fue a finales de los 80 o principios de los 90
cuando relató en televisión una anécdota sobre Enrique Líster, y
que al final terminaba diciendo de él: “Esa era la catadura
moral del personaje”. La anécdota la recogió en el libro que
escribió un año antes de morir, y es como sigue:
«A Julián Lago
le pareció una buena idea reunir en una comida a dos
personajes de la Guerra Civil, al general Prieto por parte
de los nacionales y a Líster por el Frente Popular. Durante
la comida Líster quiso ser gracioso y contó lo siguiente:
“Un día
unos milicianos se acercaron para decirme: “Camarada
comandante, hay entre nosotros un sacerdote que quiere
decirnos misa”. A lo que yo contesté a los milicianos:
“Pues que la diga”.
–¿Y lo
autorizaste, general? –Prieto de vez en cuando daba
tratamiento de general a Líster–, quien en aquel momento
disfrutaba de una fabada que había pedido y cuyo caldo
dibujaba de pimentón las comisuras de sus reventones
labios.
–Claro,
claro, autoricé al curilla aquel a que dijera misa.
–Y luego le
mandaste fusilar.
–Por
supuesto.
Se produjo
entonces un cruce de miradas que hablaban sin hablar entre
el general Prieto y el payaso y en medio del ruido de fondo
del trasiego del mesón de Fuencarral se hizo un silencio,
roto de nuevo por Líster.
–¿Cómo iba
yo a tolerar que en el Quinto Regimiento hubiera un cura
que nos dijera misa?”. (Julián Lago. Un hombre solo.
Barcelona, 2008, pág. 129)».
ARRIBA
De esta
entrevista recogemos las preguntas sobre la organización y
utilización de las fuerzas republicanas que el periodista
Sheelagh Ellwood formuló a Enrique Líster:
–¿Por qué no se
frenó el avance de los rebeldes sobre Madrid?
–Porque en ese
momento, frente a unas fuerzas organizadas del enemigo,
mandadas por sus mandos naturales, no había unas fuerzas
armadas por nuestra parte. Había los batallones de milicias,
las columnas, pero no una fuerza militar organizada. Porque
la fuerza militar en nuestra zona, el Ejército Popular,
comenzó a organizarse y a crearse oficialmente a partir del
10 de octubre, cuando era ya jefe del Gobierno y ministro de
la Guerra Largo Caballero.
El decreto
creando las seis primeras brigadas del Ejército Popular de
la República es del 10 de octubre de 1936. Yo fui designado
para organizar la I Brigada Mixta de ese Ejército Popular,
que organicé con cuatro batallones del Quinto Regimiento.
Otros jefes fueron encargados de las otras cinco brigadas.
–Antes de esa
fecha, ¿cómo se decidía la organización y posterior utilización
de las fuerzas republicanas?
–Había, en el
Ministerio de la Guerra, un cierto Estado Mayor porque hubo
siempre un ministro de la Guerra. Hubo, al mismo tiempo, un
Estado Mayor de Milicias. Había una doble dirección, un
doble mando, en todo ese período.
–¿Eso no
conducía a la confusión cuando había que organizar y tomar
decisiones?
–Sí, a tremenda
confusión. Había quien obedecía las órdenes y quien no las
obedecía. Quien esperaba a que su partido o su organización
se la confirmara. Había no sólo un doble mando, sino triple
o cuádruple, desde el momento en que sobre columnas y
batallones mandaban formalmente los jefes militares, pero
también los partidos, los sindicatos… Hubo todos esos meses
de confusionismo, y de eso se aprovechó el enemigo para
avanzar y llegar a Madrid.
–¿Cómo vivió
usted esos meses?
–Me fui a la
Sierra de Guadarrama con una columna. Luego marché a
Talavera, al frente, con tres compañías de Acero. Después,
el 19 de septiembre de 1936, cogí, como comandante en jefe,
el mando del Quinto Regimiento.
–¿Cómo organizó
esa primera columna?
–En el cuartel
de Infantería Wad-Ras número 1 organizamos una columna con
soldados y milicianos, y con ella marchamos a Gaudarrama el
22 de julio. Luego quedó rota: el jefe que la mandaba murió.
Yo era el comisario político y pasé a mandarla.
–¿Le destinaron
a organizar la columna o lo hizo por iniciativa propia?
–No, yo fui
como responsable del trabajo antimilitarista. Fui
inmediatamente a los cuarteles donde había lucha. Por
ejemplo, estuve en el Cuartel de la Montaña organizando el
asalto. Allí teníamos dos células, porque había dos
regimientos, uno de Infantería y otro de Ingenieros. Después
estuve en el asalto al cuartel de Campamento. Más tarde
recibí información de que en el cuartel número 1 las cosas
no estaban claras. Efectivamente, no lo estaban. Fui al
cuartel, organicé la columna y marchamos a la sierra.
–¿No le
ofrecieron oposición los militares que estaban en el cuartel?
–Dentro del
cuartel estaba el coronel jefe del Regimiento con varios
oficiales. Eran partidarios de la sublevación, pero no se
atrevían a hacerlo. En otra habitación estaban otros mandos
y suboficiales opuestos a la sublevación. Y por el cuartel,
sueltos y sin mando, los soldados.
Al ver la
situación, envié dos enlaces al comité del partido, en
Vallecas, para que mandaran el máximo de camaradas. Avisé a
la dirección del partido, y la dirección mandó a Dolores
Ibárruri. Yo mismo pedí que viniese Dolores para hablar a
los soldados. Reuní a los soldados en un gran comedor y
Dolores les habló. Mientras tanto, hice detener al coronel y
a los oficiales. Ya quedábamos dueños del Regimiento los
republicanos. Di el mando a los oficiales y con eso
organizamos la columna de soldados y milicianos para ir a la
sierra a hacer la guerra como se hacía en aquel período.
Se iba así. Se
organizaban las columnas. Los más audaces o de más prestigio
cogían el mando, los soldados los elegían. A mí, por
ejemplo, me eligieron teniente en una asamblea de mandos.
Unas columnas se sostenían y otras se deshacían al chocar
con el enemigo. En el primer período de la guerra estaban
los que combatían de día y luego por la noche cogían los
coches y volvían a Madrid. En Madrid estaban abiertas las
tabernas, las casas de putas. Al día siguiente, unos se iban
otra vez al frente y otros se quedaban en Madrid.
–¿Eso significa
que no se tomaba en serio la guerra?
–No había una
organización militar, había el caos. Había la conciencia y
la disciplina de partido de cada uno. Por ejemplo, cuando
estaba yo en el Alto de los Leones, bajé a Guadarrama al
Estado Mayor que mandaba el general Riquelme. Había allí
sesenta o setenta jóvenes que querían linchar al general.
Había llegado de Madrid y desde el Alto de los Leones el
enemigo vio los camiones y tiró un par de pepinazos.
Por eso se acusaba del traidor al general.
Entonces me
puse a su lado y dije: ¿Yo también soy fascista? Yo soy
comunista. Allí había jóvenes comunistas, y aunque no me
conocía nadie –entre otras cosas porque mi trabajo en Madrid
había sido totalmente clandestino–, pude hacerme con la
situación. Pero igual te daban el paseo, ¿sabes? En ese
primer período de la guerra todo saltó hecho pedazos. Todo.
Por ejemplo, lo de Toledo, allí alrededor del Alcázar, fue
la mayor vergüenza, todos allí tumbados al sol y Moscardó
dentro, haciendo el héroe de pacotilla. Fue una de las
mayores comedias que hubo.
–¿Por qué ese
carácter mítico del Quinto Regimiento?
–Yo no era con
nadie un hombre fácil. Al Quinto Regimiento, a la I Brigada
y a la XI División les di mi carácter, y así, en las grandes
batallas con éxito, el artífice fue la XI División. Ahí
están el Jarama, Guadalajara, el tan discutido Brunete,
Teruel, el Ebro…
Yo he sentido
siempre un profundo respeto por la dignidad de la persona.
Para mí, respetar la dignidad de los soldados, de los
combatientes y defenderlos era una ley, una norma. Se han
dicho verdaderas estupideces de que si yo era muy duro con
los soldados, de que si yo fusilaba, pero nadie es capaz de
dar un solo hecho de fusilamiento, de injusticia cometida
por mí con los soldados. En cambio, yo puedo dar, sí,
fusilamientos de jefes que he hecho. Sí, de jefes. Y más de
una vez por no cumplir con su deber de mando.
ARRIBA
Críticas de
Líster sobre el final de la Guerra Civil.
En el libro de
Líster, “Así destruyó Carrillo al PCE”, el capítulo
titulado “Discusiones en Moscú, 1939” es de sumo
interés por cuanto muestra grandes críticas hacia Santiago
Carrillo y una serie de consideraciones sobre la derrota sufrida
en la Guerra Civil española. Dice así:
«Yo
llegué a Moscú el 14 de abril de 1939. En la estación me
esperaba el camarada Manuilski, miembro del Secretariado de
la Internacional Comunista. Nos llevó a Carmen, a la niña y
a mí a su dacha en Kúntsevo, cerca de Moscú, donde habíamos
de residir hasta septiembre, en que yo ingresé en la
Academia Militar.
El camarada
Manuilski esperaba mi llegada para ir los dos al sanatorio
de Barbija, donde estaban en tratamiento Jorge Dimitrov y
José Díaz, y para donde salimos después de dejar a Carmen y
a la niña en la dacha. Llegamos al sanatorio a las once de
la mañana y partimos a las ocho de la noche porque los
médicos ya nos echaron. Durante nueve horas estuve bajo el
fuego de las preguntas de los tres.
Me impresionó
el amplio y profundo conocimiento que los camaradas Dimitrov
y Manuilski tenían de todo el problema español y el
humanismo que se desprendía de todas sus preocupaciones en
cuanto a la trágica situación en que se encontraba el pueblo
español después de la derrota y de los españoles recluidos
en los campos de concentración en Francia y África.
De vez en
cuando, según yo iba hablando, Dimitrov o Manuilski tomaban
el teléfono para dar las instrucciones que debían ser
comunicadas a París, en relación con la situación de
diferentes camaradas, pero el tema central de las preguntas
era el político. ¿Qué había pasado en el último período de
la guerra, y sobre todo en la zona centrosur? ¿Cuál había
sido la actitud de los órganos dirigentes del Partido y de
sus diferentes miembros? ¿Cuál había sido la conducta de
Togliatti y de los demás delegados de la IC?
Fui reservado
en mis respuestas y me callé cosas y opiniones que más tarde
dije en las reuniones de la dirección del Partido presididas
por José Díaz. Me parecía que eso era lo correcto, y José
Díaz fue el primero en apreciarlo así.
En el resto de
abril y primeros días de mayo fueron llegando diferentes
miembros de la dirección del Partido: Dolores lbárruri,
Jesús Hernández y su mujer, Juan Camarera y la suya, Pedro
Checa y la suya, Togliatti y la suya, Vicente Uribe y
Modesto. Todos ellos se fueron alojando en la dacha de
Manuilski. José Díaz salió de la clínica y también vino a
alojarse allí con su mujer y su hija. Llegó asimismo a Moscú
Santiago Carrillo, con su mujer y su hija, mas con gran
sorpresa para mí no lo trajeron a la dacha ni lo llevaron al
hotel Lux, donde estaban Enrique Castro y otros miembros del
CC, sino que lo metieron en el hotel Nacional, y ello a
pesar de ser miembro suplente del Buró Político, mientras
que Camarera, Modesto y yo sólo lo éramos del CC. Pero ésta
no sería mi única sorpresa en relación con Carrillo.
ARRIBA
Hacia últimos
de mayo dimos comienzo en la dacha a un examen de nuestra
guerra y sobre todo del final de la misma. Participábamos en
ese examen, bajo la presidencia de José Díaz, secretario
general del Partido, los miembros del BP Dolores lbárruri,
Vicente Uribe, Jesús Hernández y Pedro Checa, y los miembros
del CC Juan Camarera, Juan Modesto y yo. Participaba
asimismo Palmiro Togliatti, que había sido hasta el último
momento delegado principal de la IC ante nuestro Partido.
Segunda sorpresa para mí: la no participación de Carrillo,
siendo miembro del BP y estando en Moscú desde mediados de
mayo.
En el libro
Mañana España recurre Carrillo a inventar fechas para querer
demostrar que él no estaba en Moscú cuando esas discusiones
tuvieron lugar.
Carrillo llegó a
Moscú, junto con su mujer e hija, en mayo de 1939, y no el 26 de
diciembre como él afirma. De Moscú sale para América junto con
su mujer e hija y Juan Camarera. El viaje lo hicieron a través
del Japón. Toda esa estancia en Francia y Bélgica es falsa.
Carrillo mezcla unas fechas e inventa otras según le convienen.
Falso también su residencia en el hotel Lux. Vivió en el hotel
Nacional. Falso lo de su trabajo como secretario de la
Internacional Juvenil Comunista y lo de sus reuniones con el
secretariado del Komintern. Y falso, asimismo, que la misión que
él llevaba para América tuviese nada que ver con la organización
de la juventud. La misión era otra.
Con todas esas
falsedades Carrillo quiere ocultar la verdad de que vivió en
Moscú como apestado, sin participar en las discusiones políticas
que allí hubo ni en ninguna actividad dirigente.
Debo decir que yo
casi no conocía personalmente a Carrillo. Le había visto dos o
tres veces durante la guerra, ninguna de ellas en el frente; y
un día en el parque Máximo Gorki de Moscú nos encontramos por
casualidad al estar yo paseando con mi mujer y nuestra hija y él
también con su mujer y su hija.
En mis
conversaciones con Uribe en 1961, a las que me referiré más
adelante, éste me dijo que Togliatti y José Díaz se habían
opuesto a que Carrillo fuese a vivir a casa de Manuilski, donde
vivíamos los demás, y que participase en nuestras reuniones.
Esta oposición se
debía a que, lo mismo en el Secretariado de la Internacional
Comunista que en el Buró Político de nuestro Partido, existía un
estado de ánimo de repulsión hacia él, no sólo por su pasado
trotskisante, sino porque había cosas sucias en su conducta.
Había no sólo la indecente carta a su padre, sino también el
haber sacado de la cárcel de Madrid, cuando era jefe de policía,
a un tío suyo falangista y haberle hecho pasar al campo enemigo.
Había la traición a
Largo Caballero, gracias al cual Carrillo había llegado a la
Secretaría General de las Juventudes Socialistas, y había las
persecuciones contra sus propios compañeros de dirección de la
juventud socialista que no se sometieron a él incondicionalmente
al realizarse la unificación de las Juventudes Comunistas y
Socialistas, creándose las Juventudes Socialistas Unificadas.
Otra cosa sobre la
que había –y sigue habiendo y un día se llegará a aclarar–graves
sospechas es su papel en la muerte de Trifón Medrano,
desaparecido el cual, Carrillo quedaba como dirigente absoluto
de las Juventudes Socialistas Unificadas. De esto algo dijo
Indalecio Prieto y, una vez que surgió en una conversación del
CE del Partido, Carrillo se puso furioso y paró toda posible
discusión.
Al revés de lo que
hacían Carrillo y otros miembros de la dirección de las JSU en
aquella época y actualmente miembros del CE del Partido de
Carrillo, de emboscarse en la retaguardia, Medrano empuñó el
fusil desde el primer día de la sublevación, conquistando en los
combates de Madrid, de la Sierra y de Talavera sus galones de
comandante y aumentando su prestigio de auténtico dirigente de
la juventud española.
En tal caso, José
Díaz no sólo se negó a que Carrillo participase en las
discusiones a las que vengo refiriéndome, sino que ni siquiera
quiso hablar con él.
Cuando llevábamos
unas tres semanas discutiendo entre nosotros, dio comienzo una
discusión paralela con el Secretariado de la IC en la que
participaba todo nuestro grupo. Esas discusiones que duraron
unos dos meses no fueron nada fáciles con el Secretariado de la
Internacional Comunista, pero sobre todo entre nosotros. En las
discusiones con el Secretariado de la IC estábamos todo el
grupo, pero los que tomaron una mayor participación fueron José
Díaz, Vicente Uribe y Jesús Hernández.
Las discusiones
entre nosotros, repito, no sólo no fueron nada fáciles, sino que
en diferentes momentos adquirieron una gran violencia, sobre
todo al tratarse el último período de la guerra en Cataluña y en
la zona centro-sur. José Díaz exigió una y otra vez una
explicación de por qué no se habían cumplido las decisiones
tomadas antes de su salida para la Unión Soviética –a donde se
marchó muy enfermo– de que el BP del Partido y la dirección de
las JSU se trasladaran a Madrid y a Valencia, quedándose en
Cataluña Uribe con su doble carácter de miembro del BP y de
ministro del Gobierno. Insistía José Díaz, y con razón, en que
durante la batalla del Ebro había quedado clara la conducta
capituladora de toda una serie de altos mandos y de dirigentes
políticos en la zona centro-sur. Sostenía José Díaz, y también
con toda razón, que una de las enseñanzas de la batalla del Ebro
era que el ejército de la zona catalana no podría resistir solo
todo el peso del ejército enemigo; por eso era necesario mover a
los ejércitos de la zona centro-sur para obligar al enemigo a
dividir sus propias fuerzas.
En el libro
Alerta a los pueblos el general Rojo escribe: «La batalla
de Cataluña comenzamos a perderla al suspenderse la operación
sobre Motril. Hubiera bastado ese ataque, en relación con las
subsiguientes maniobras de Extremadura y Madrid, para
desarticular el plan adversario o, cuando menos, si Franco
sacaba tropas de Cataluña, para ganar algún tiempo más del que
nos concedió el temporal de lluvias y lograr que el ansiado
armamento hubiera llegado oportunamente para ser útil en
Cataluña y en la región central.»
¿Dónde estaban,
mientras esto sucedía, los miembros más destacados de la
dirección del Partido y de las JSU? En su casi totalidad, en
Cataluña y con los coches enfilados hacia la frontera.
Pero, además, ¿qué
influencia beneficiosa tuvo para la defensa de Cataluña y de
Barcelona concretamente la presencia allí de esos dirigentes del
Partido y de las JSU? ¡Ninguna! Ni se les vio ni se les sintió.
Yo vi a alguno de ellos, entre los cuales a Carrillo y Antón,
una semana antes de la pérdida de Cataluña, pero no en mi puesto
de mando sino cerca de Figueras cuando la línea de fuego pasaba
por delante de Gerona, es decir, a cerca de cuarenta kilómetros.
Fue, asimismo,
duramente criticada por José Díaz la actitud y conducta de los
miembros del BP Dolores y Delicado, que estaban en la zona
centro-sur.
En esas reuniones
expuse mis opiniones en forma crítica y autocrítica sobre
diferentes cuestiones y aspectos del desarrollo de nuestra
guerra y de nuestra actitud en ella.
En mis diferentes
intervenciones abundé en las mismas cuestiones que tanto
preocupaban al secretario general y me referí a otras que él no
había tocado. Sostuve que si los miembros del BP –Carrillo,
Mije, Giorla y Antón– se habían quedado en Francia después de la
pérdida de Cataluña, se debía a que ellos daban la guerra por
terminada al perderse esa región. Dije que esto mismo de dar la
guerra por terminada después de la pérdida de Cataluña también
les había pasado a Dolores y Delicado, y que sólo así se podía
explicar el que se encerraran en Elda –cerca de Alicante– y que
nos dieran la orden al grupo de militares que habíamos llegado
de Francia de que nos encerráramos también allí, lejos de los
frentes donde estaban las fuerzas militares y de los grandes
centros industriales donde estaban las masas obreras y, sobre
todo, lejos de Madrid, que había sido la gran fortaleza del
Partido y que en esos momentos era el centro de la conspiración
contra el Gobierno, contra el Frente Popular y la República.
Dije que jamás podría olvidar la penosa impresión que recibí la
mañana del 6 de marzo cuando al llegar a Elda, procedente de
Cartagena –donde la sublevación fascista había sido aplastada–,
y unas horas después de haberse sublevado ya Casado, me encontré
con Dolores, Delicado y otros dirigentes del Partido, no
estudiando la respuesta que se podía dar a los traidores de la
junta casadista, sino preparando la toma del avión para el
extranjero.
Hizo José Díaz una
crítica en la que trató de cobardes a los miembros del BP y de
la dirección de las JSU que después de la pérdida de Cataluña,
se quedaron en Francia en vez de ir a la zona centro-sur donde
estaba la parte fundamental de nuestros militantes. Entre esos
dirigentes estaban, precisamente, Santiago Carrillo, secretario
general de las JSU, la inmensa mayoría de cuyos militantes se
encontraban en la zona centro-sur; Mije, dirigente andaluz;
Antón y Giorla, miembros del Comité Provincial de Madrid; los
cuatro, miembros del BP en esa época y todos dirigentes del
Partido de Carrillo hasta hoy unos y hasta su muerte otros. En
el avión en que salí de Toulouse para la zona centro-sur la
noche del 13 al 14 de febrero de 1939, es decir, tres días
después de haber salido de Cataluña, íbamos trece pasajeros a
pesar de que el avión tenía 33 plazas. Es decir que veinte iban
vacías.
En el libro
Mañana España Carrillo dice: «Yo había salido de España con
el Ejército Republicano de Cataluña. Yo quise regresar a la zona
centro-sur para participar en el combate al lado de mis
camaradas del Partido y de la Juventud. Pero el Partido retrasó
mi marcha y, desgraciadamente, la lucha se terminó.»
Pero tres páginas
más adelante afirma: «Salgo de España con el ejército después de
un mes duro. Estoy atacado por la sarna que estaba muy extendida
en esta época, en la que no había posibilidad de mudarse de ropa
durante meses enteros. Yo me fui a París.»
Ya en 1959, en el
folleto ¿Adónde va el Partido Socialista?, escribía
Carrillo: «Vino marzo de 1939 y el golpe de Casado en Madrid.
Los comunistas y los jóvenes socialistas unificados de Madrid
lucharon con armas en las manos contra la Junta de Casado, en
defensa del gobierno legítimo de la República que presidía un
socialista, Negrín. Yo no pude participar personalmente en esa
lucha, como otros de mis camaradas, porque el último período de
la guerra me cogió en Cataluña, siéndome materialmente imposible
regresar a la zona centro-sur.»
Como puede verse,
Carrillo da diferentes versiones y busca diferentes causas a su
no ida a la zona centro-sur: la falta de medios, el Partido, la
sarna; todo ello para ocultar la verdadera causa: su cobardía.
La Junta de Casado
dio el golpe el 5 de marzo, Carrillo pasó de Cataluña a Francia
el 8 de febrero; es decir, que tuvo casi un mes para decidirse a
volver, pero al final prefirió París a Madrid.
La cuestión es que
esos miembros del Buró Político y de la Comisión Ejecutiva de
las JSU hacían lo mismo que otros políticos y ciertos jefes
militares: daban la guerra por terminada y perdida al
encontrarse en Francia después de la pérdida de Cataluña.
¿Después de la
pérdida de Cataluña era posible continuar la guerra en la zona
centro-sur? Sin duda de ninguna clase era posible, y así lo
sostuve en las discusiones de Moscú en 1939. Esta misma opinión,
defendida por mí veinte años más tarde en la Comisión de
Historia de la Guerra, fue uno de los motivos de discrepancia
entre Carrillo y yo, y de mi salida de la comisión.
Mientras Carrillo
sostenía que con la pérdida de Cataluña la guerra estaba perdida
y que se debía dar por terminada y, por tanto, ya nada se podía
hacer en la zona centro-sur, yo sostenía, y sostengo, lo
contrario.
Dolores Ibárruri
dijo ante el VI Congreso del Partido: «Unos meses más de
resistencia y la guerra hubiera podido ser ganada, porque las
fuerzas interesadas en comenzar la segunda guerra mundial no
podían mantener la tensión a que tenían sometidos a sus pueblos.
Cinco meses después de aplastada la resistencia republicana,
Hitler comenzaba la segunda guerra mundial.»
Yo, por mi parte,
no quiero entrar en especulaciones acerca de si Hitler habría
comenzado o no la guerra en la fecha que empezó si la guerra de
España no se hubiese terminado. Lo que he sostenido, y sostengo
–aunque Carrillo me lo hizo quitar de un artículo sobre la
batalla del Ebro y luego hizo todo lo que pudo para que no se
tratase de ello en mi libro Nuestra guerra–, es que con
los medios y el territorio que nos quedaba en la zona centro-sur
había la posibilidad –aun en el peor de los casos y aceptando la
idea de que la guerra la perdíamos, idea con la que no estoy de
acuerdo– de resistir siete u ocho meses.
Dos meses necesitó
el enemigo para conquistar las cuatro provincias catalanas,
volcando todas sus fuerzas disponibles (más de 600.000 hombres)
contra un ejército de 200.000 combatientes agotados por la larga
batalla del Ebro, mal armados y sin reserva alguna. Mientras
tanto, en la zona centro-sur contábamos con un ejército de cerca
de un millón de hombres, la mayor parte encuadrados ya en
unidades militares y con experiencia combativa. Cuatro
ejércitos: Centro, Extremadura, Andalucía y Levante; 16 cuerpos
de ejército, 52 divisiones con 141 brigadas. Dos brigadas de
Caballería; 27 batallones de Ingenieros; unos 280 tanques y
blindados; 400 piezas de artillería. Había, además, 21 grupos de
Guardias de Asalto. La aviación contaba con unos 100 aparatos de
diferentes tipos. La escuadra era mucho más numerosa que la del
enemigo y estaba formada por 3 cruceros, 13 destructores, 7
submarinos, 5 torpederos, 2 cañoneros y toda una serie de barcos
auxiliares.
Se podía contar,
además, con 200.000 a 300.000 hombres más, parte de los cuales
estaban ya en campamentos de entrenamiento. Y creo, por último,
que no es exagerado pensar que una parte, por lo menos, de los
combatientes y de los mandos que habían pasado a Francia
regresara a la zona centro-sur.
Se puede
argumentar, y se argumenta, que la correlación de fuerzas y de
medios en su conjunto nos era desfavorable, lo que es cierto.
Pero si la comparamos con Cataluña, esa correlación de fuerzas y
de medios nos era mucho más favorable en la zona centro-sur que
en la zona catalana, como hemos podido ver más arriba.
En cuanto a
territorio, la zona centro-sur comprendía unas diez provincias,
la mayor parte completas y algunas otras divididas por las
líneas del frente, con un total de 120.000 km² y nueve millones
de habitantes. Con ciudades como Madrid, Valencia, Alicante,
Albacete, Murcia, Almería, Jaén, Cuenca, Guadalajara y Ciudad
Real. Tenía la zona más de 700 km. de costa con un respetable
número de puertos, entre ellos los importantes de Valencia,
Alicante, Almería y el de Cartagena con su base naval.
En relación con el
abastecimiento, aparte del aprovisionamiento que se podía seguir
recibiendo por mar –no se debe olvidar que contábamos con una
Marina de guerra muy superior a la del enemigo para defender
nuestras comunicaciones marítimas, sobre todo si se estaba
dispuesto a jugarse el todo por el todo y obligar a la flota a
que diera la cara–, estaban en nuestro poder zonas de gran
riqueza agrícola como las de Valencia, Alicante, Murcia, Ciudad
Real y Jaén.
Había, pues,
territorios y medios para, en el peor de los casos, continuar la
guerra seis u ocho meses más. La segunda guerra mundial comenzó
tan sólo cinco meses después de terminada la contienda de
España. Claro que se puede pensar, como digo anteriormente, que
de no haber terminado la guerra de España, Hitler no se hubiera
lanzado a un conflicto armado global y hubiese esperado un poco.
Es posible que sí, pero tampoco está descontado lo contrario.
Pero vamos a
aceptar lo peor para nosotros, es decir, que la guerra hubiese
terminado con nuestra derrota total seis u ocho meses más tarde.
De haberla terminado dignamente, en la unidad, como en Cataluña,
los resultados hubiesen sido muy diferentes para toda nuestra
lucha posterior, pues las consecuencias de la ruptura del Frente
Popular, a tiros, están ahí: todavía la unidad entre las fuerzas
de izquierda no ha sido rehecha.
El argumento
principal de los sublevados casadistas era que querían conseguir
una paz honrosa y evitar víctimas inútiles a las fuerzas
republicanas; los resultados también están ahí, a la vista de
todos: cientos de miles de fusilados. Creo que no puede haber
duda de que, de haber combatido, las bajas republicanas hubiesen
sido mucho menores que las que hubo sin combate y que, por el
contrario, el enemigo hubiese terminado la guerra mucho más
debilitado. Pero incluso para conseguir un acuerdo de paz con
los franquistas, sólo mediante la firmeza y la disposición de
continuar la lucha se podía abrir tal posibilidad.
Si los franquistas
hubiesen visto que estábamos dispuestos a repetir lo de Cataluña
–combatir hasta el último palmo de tierra y destruir todo lo que
pudiese hacer más lento su avance, y otras muchas cosas–, no hay
duda que hubiesen mostrado una actitud menos intransigente.
Esas y muchas otras
cosas nos deben hacer pensar en lo que se podía hacer en esos
siete u ocho meses, incluso en el caso de dar la guerra por
perdida, sobre todo teniendo en cuenta la experiencia negativa
de Cataluña, donde nada había quedado organizado detrás de
nosotros, y el trágico ejemplo del paso a Francia, de lo que nos
esperaba si éramos derrotados: campos de concentración, miseria,
trato infame, cárceles y fusilamientos. Esos siete u ocho meses
habrían servido para hacerles pagar aún más cara la victoria a
los franquistas –en caso de que la obtuvieran– y, sobre todo,
para tomar toda una serie de medidas con el fin de organizar la
continuación de la lucha por otros medios y otras formas.
Nos habrían
permitido crear organizaciones de Partido con medios de
propaganda y de todo tipo para actuar en la clandestinidad en
las ciudades y en los pueblos, así como establecer miles de
depósitos de armas, municiones, víveres y otros medios de
subsistencia y de combate.
Miles de mandos, de
combatientes, de responsables políticos, sindicales y estatales
de los más comprometidos podrían haberse salvado de la muerte si
en los primeros días de la derrota hubieran tenido donde
esconderse, hubiesen tenido en ciudades y montañas un refugio y
una base organizada de antemano para continuar la lucha.
Lo anterior no
quiere decir que esto no se pudo o no se debió hacer, pese a
cuándo y cómo se terminó la guerra, si la dirección del Partido
hubiera cumplido con su deber.
Dolores Ibárruri
escribe en su libro El único camino: «De ahí que no
preparásemos a nuestros camaradas para hacer frente a cualquier
contingencia en nuestra retaguardia, de ahí la ausencia de
previsión ante la posibilidad de la derrota. Ni imprentas, ni
papel, ni radio, ni dinero, ni casas, ni organización ilegal.
Nada habíamos preparado.»
Bien caro habían de
pagar nuestro partido y nuestro pueblo esta falta de previsión.
Sí, parte de los
dirigentes máximos del Partido y de las JSU de aquella época,
muchos de los cuales lo siguen siendo en la actualidad del
Partido carrillista, son culpables de muchas de las tragedias de
aquel período, que ellos quisieran ocultar hoy con nuevas
marrullerías. Son culpables, sobre todo, de la falta de
previsión y medidas para la continuación y actividad del Partido
en las condiciones de la derrota.
Es claro que la
aceptación de una u otra tesis lleva consigo el estudio y
análisis de los hechos y del papel de unas u otras fuerzas de
forma diferente. Pero incluso aunque aceptáramos la tesis de que
era imposible continuar la guerra después de la pérdida de
Cataluña, no podemos aceptar que todo lo que hizo la dirección
del Partido en relación con esa cuestión fuese correcto y, por
el contrario, lo es mucho menos si admitimos que –aun en el peor
de los casos, es decir, el de perder la guerra– había todas las
posibilidades y medios para continuar la lucha como mínimo siete
u ocho meses e incluso más, y que ello hubiera sido menos
doloroso y menos costoso para nuestros combatientes y para todos
los antifranquistas de lo que fue al terminar la guerra como se
terminó.
ARRIBA
Según mi
opinión a dos causas: una, que a estos dirigentes, como a
todos los que desempeñábamos otras misiones, sus cargos les
venían demasiado anchos. El cambio fue demasiado brusco y
demasiado grande para todos nosotros. Pasar de la oposición
a participar en la dirección de toda la vida del país y,
además, en una situación de guerra, era terriblemente
complicado y difícil para todos nosotros. Pero, reconociendo
este aspecto de la cuestión, queda otro: el de la actitud y
conducta de cada uno para superar, vencer sus propias
dificultades y deficiencias. Y es aquí donde todo no marchó
como es debido. La conducta moral y la actitud de una serie
de dirigentes políticos ante la lucha, las dificultades y
los sacrificios del pueblo dejaron, bastante que desear. Y
si hoy recuerdo todo esto no es sólo por el papel negativo
que la conducta de esos dirigentes desempeñó en la actividad
de los órganos dirigentes del Partido y de las JSU en
aquella época, sino porque algunos de esos dirigentes siguen
hoy en cargos de dirección del PCE como Carrillo, con una
conducta tan negativa y tan señoritil como la de hace
cuarenta y tantos año.
En una parte de los
dirigentes del Partido hubo, desde los primeros días, una
tendencia a la buena vida y, en la práctica, desconfianza en la
victoria del pueblo, desconfianza que esos dirigentes encubrían
con una actitud de fanfarronería diciendo que preocuparse de
tomar medidas de organización ante la posibilidad de una derrota
sería no creer en la victoria. Con otra actitud, una de las
cosas que hubiera pasado es que la dirección del Partido se
habría preocupado de adoptar las medidas para proseguir la lucha
en la clandestinidad; hubiese pasado que la dirección del
Partido se habría preocupado de ayudar a nuestras organizaciones
y militantes en las zonas ocupadas por los franquistas desde los
primeros días de la sublevación y, en primer lugar, de ayudar a
las guerrillas que habían surgido espontáneamente en muchas de
esas zonas.
En los últimos días
de la guerra las directivas dadas por la dirección del Partido a
los camaradas fueron de trasladarse a Valencia y Alicante por
todos los medios a su alcance. Por su parte, y siguiendo la
orientación y las órdenes dadas por la dirección del Partido,
los miembros del Comité Central que quedaron en la zona
centro-sur al acabarse la guerra, dedicaron todas sus energías y
los medios del Partido a salir al extranjero. Algunos de ellos
regresaron luego al país desde América, pero el regreso de unas
docenas de camaradas al país y la muerte heroica de la mayor
parte de ellos no puede servir para encubrir la falsa
orientación dada al Partido por su dirección. En tal caso es una
nueva acusación, pues si esos camaradas, en vez de salir al
extranjero para luego volver a entrar, se hubieran quedado en el
país con determinadas condiciones de vida y de trabajo, lo más
seguro es que se habrían salvado. No debe olvidarse que la casi
totalidad de los camaradas detenidos después de regresar del
extranjero lo fueron nada más llegar. Y hay pruebas de que a más
de uno la policía ya lo estaba esperando antes de llegar.
La voluntad de
vencer desempeña un papel de enorme importancia para obtener la
victoria en toda lucha, ya sea armada, política o de otro tipo.
Esa voluntad de vencer la había en la inmensa mayoría de los que
durante la guerra defendimos la República, lo mismo en los
frentes que en la retaguardia. Pero esa voluntad le faltaba a
la mayoría de los que dirigían esa lucha en los más altos
escalones, incluida una parte de los miembros de la dirección
del PCE y de las JSU. Voluntad de vencer la tenía José Díaz,
pero estuvo enfermo la mayor parte de la guerra y por eso
imposibilitado de dirigir. La tenían Pedro Checa y Vicente
Uribe; la tenían Daniel Ortega, Domingo Girón, Guillermo
Ascanio, Cayetano Bolívar, Manuel Recatero, Cristóbal
Valenzuela, Trifón Medrano, Andrés Martín; José Cazorla, Eugenio
Mesón, Lina Odena y otros muchos dirigentes del PCE y de las JSU
que lo supieron demostrar en los campos de batalla y frente a
los piquetes de ejecución casadistas y franquistas. Pero qué
poquitos hay hoy en el Comité Ejecutivo y Comité Central
carrillistas que en aquella época dieran pruebas de voluntad de
vencer, a pesar de que por los cargos que desempeñaban en la
dirección del Partido y de las JSU tenían la posibilidad de
hacerlo.
Los militantes del
PCE y de las JSU cumplieron magníficamente con su deber.
Derrocharon heroísmo, valor físico, capacidad organizativa y
dignidad. Pero no hay derecho a parapetarse tras la obra de los
militantes para seguir presentándose como unos dirigentes que
todo lo han hecho magníficamente y que a ellos se deben los
éxitos del PCE. Esos éxitos han existido a pesar de que una
buena parte de esos dirigentes que hoy siguen a la cabeza del
Partido carrillista no cumplieron con su deber.
De las debilidades
de esos dirigentes en la guerra y en su conducta posterior había
de aprovecharse Carrillo por los años cuarenta y cincuenta para
someterlos a su completo dominio, como iremos viendo a lo largo
de los años.
En las discusiones
de Moscú mostré mi acuerdo con las opiniones de José Díaz de que
había sido un grave error que después de la batalla del Ebro –y
más aún a partir de los primeros días de enero, cuando la
pérdida de Cataluña se veía venir, sobre todo si tenía que
seguir defendiéndose exclusivamente con sus propios medios, como
sucedió– lo fundamental del BP y de la dirección de las JSU no
se trasladara a la zona centro-sur, que era donde se podía
ayudar a Cataluña. Pero al mismo tiempo que daba mi acuerdo a
esa opinión, sostuve que consideraba que el error venía de más
atrás, al trasladar a Barcelona, ya antes del corte de la zona
republicana en dos, pero sobre todo después del corte, a la
totalidad de los miembros del BP y una parte fundamental del CC,
así como de la dirección de las JSU y otros cuadros.
Opiné también que
querer explicar el golpe de Casado exclusivamente por la
traición de una serie de gentes y de las presiones y manejos del
Gobierno inglés, podía parecer cómodo, pero no era ni
convincente ni real. Afirmé que, según mi opinión, sería
necesario examinar cómo se había llegado a esa situación, el
papel de las diferentes fuerzas y responsabilidades entre
nosotros mismos, comenzando por el BP y cada uno de sus
miembros. Estas y otras opiniones que allí expuse se habrían de
ir confirmando en mí a lo largo de los años al ir conociendo
hechos, conductas y actitudes que en esos momentos ignoraba.
La discusión,
repito, no era nada fácil, y según iban pasando los días y las
semanas se iba complicando y agriando cada vez más, lo mismo
entre nosotros, los españoles, que con el Secretariado de la IC.
Cada día que pasaba se afirmaba en mí la idea de que se quería
llegar a unas conclusiones pero sin ir realmente al fondo de los
problemas y así, a mediados de agosto, se dieron por terminadas
las discusiones, tanto entre nosotros como con el Secretariado
de la lC. En una reunión –la última–, José Díaz hizo toda una
serie de proposiciones y todas ellas fueron aprobadas. Entre
éstas estaban: que Uribe, Hernández, Comorera y Checa salieran
para diferentes países de América. Lo que hicieron en las
semanas siguientes. Hernández, con su mujer, tuvo que volverse
desde Suecia y ya se quedó en la Unión Soviética hasta últimos
de 1943, en que salió para México. Los demás llegaron
normalmente a sus destinos.
Se aprobó asimismo
que los miembros del BP en Francia, Giorla, Delicado y Antón, y
los del CC, Santiago Álvarez y otros, continuaran en ese país,
encargándose de organizar el Partido allí. Dolores y Castro
pasarían a trabajar en la IC y el propio José Díaz entraría a
formar parte del Secretariado de la misma. Modesto y yo
ingresábamos en la Academia Militar Frunze para hacer un curso
de tres años. En cuanto a Carrillo nada se dijo ni acordó.
Por su parte, el
Secretariado de la IC decidió el regreso de Togliatti a Francia,
donde fue detenido unos meses más tarde, pero logró salir de la
cárcel y regresar a Moscú gracias a la ayuda del Gobierno
soviético.
Durante esas
discusiones en Moscú hubo para mí muchas cosas incomprensibles,
que sólo con el correr de los años y al ir conociendo hechos,
opiniones y personas se fueron aclarando. Lo cual no quiere
decir que no queden puntos oscuros para mí. Una de las
cuestiones incomprensibles para mí en el momento de producirse
fue la liquidación brutal de las discusiones entre nosotros y de
nosotros con el Secretariado de la IC. Esa forma de poner fin a
una discusión donde se habían tratado problemas muy serios sin
llegar a ninguna conclusión ni acuerdo sobre los temas
examinados, me parecía un escamoteo puro y simple. Sólo más
tarde había de ir conociendo toda una serie de hechos
relacionados con nuestra guerra que habían sucedido durante ésta
o que seguían sucediendo. Entre ellos uno, y no pequeño, es lo
que estaba sucediendo con muchos de los mandos militares y
políticos soviéticos que habían participado directa o
indirectamente en la guerra de España.
Los dirigentes
soviéticos no tenían interés en que la profundización en el
examen de los acontecimientos en España y de las actividades de
los consejeros, delegados de la IC, miembros de las Brigadas
Internacionales, etc., nos llevara demasiado lejos.
Otro problema muy
serio era la propia situación del PCE, debido a la actitud y
conducta de parte de sus miembros de dirección que,
aprovechándose de las dificultades que nos creaba la derrota y
la división geográfica del Partido y de sus órganos dirigentes,
actuaban según les parecía a ellos. La derrota en la que tales
dirigentes tenían una seria responsabilidad les venía bien para
sacudirse la disciplina del Partido. ¡Caro pagaríamos ese
escamoteo!
Las discusiones
fueron para mí el descubrimiento de un mundo nuevo. En el
período anterior a la guerra yo había dirigido la rama
político-militar del Partido y en marzo de 1937 fui elegido
miembro del CC, mas toda mi actividad se desarrolló en los
frentes de batalla. Asistí a dos plenos del CC, pero mis deberes
en el frente no me permitían ausentarme muchas horas ni tener
una relación muy frecuente con el Buró Político. Por eso, lo que
yo iba conociendo del funcionamiento de éste y de sus diferentes
miembros era por conversaciones con camaradas y no por una
participación directa en la dirección.
En las discusiones
de Moscú, ante mí se iba abriendo un panorama que me llevaba de
sorpresa en sorpresa. Cobardías y corrupciones aparecían en la
vida y conducta de algunos de los presentes y de otros que no
estaban pero que eran miembros de la dirección.
Estoy plenamente
convencido de que si en 1939 se hubiese hecho un verdadero
análisis de la derrota que acabábamos de sufrir, sus causas y
las responsabilidades que nos incumbían individual y
colectivamente, muchos errores posteriores hubiesen podido ser
evitados. Y, sobre todo, Carrillo no hubiese podido someter a su
total dominio a esos dirigentes. Ésa es una de las
explicaciones, no la única, de cómo Carrillo pudo llegar a ser
el amo del PCE y llevarlo a su destrucción.
No estarán de más
unas palabras en relación con la cuestión de las academias
militares.
A mediados de
junio, Manuilski nos comunicó que se nos ofrecían entre
veinticinco y treinta plazas en la Academia Militar Frunze y
seis en la de Estado Mayor. Se nombró una comisión formada por
Checa, Castro y yo para preparar la lista de candidatos, que al
final quedó compuesta de la siguiente forma: Modesto, jefe de
ejército; Tagüeña y yo, jefes de cuerpo; Merino, Rodríguez,
Beltrán, Soliva, Marín, Ortiz, Feijoo, Usatorre, jefes de
división; Artemio, Garijo, Aguado, García Victorero, Álvarez,
Justillo, Casado, Muñoz, Carrasca, Sánchez, jefes de brigada;
Boixó y Carrión, jefes de batallón; de Artillería, Sánchez
Thomas; de Ingenieros, Bobadilla; de Aviación, Vela; de Marina,
Menchaca. A esta lista de veintisiete fue agregado luego, por
indicación de los soviéticos, El Campesino, que a los
pocos meses de comenzado el curso fue dado de baja.
Para la Academia de
Estado Mayor fueron destinados: A. Cordón, J. M. Galán, Ciutat,
Prados, Márquez y Sierra.
En septiembre de
1939 comenzamos los estudios en las dos academias. El curso era
de tres años, pero al producirse la agresión hitleriana contra
la URSS el 22 de junio de 1941, la Frunze pasó a ser una
academia de seis meses para oficiales hasta el grado de capitán.
Los alumnos y la mayor parte de los profesores marcharon al
frente, y nosotros, de alumnos pasamos a profesores.
Posteriormente, nuestro colectivo se fue disgregando. Una parte
se fue a formar parte del movimiento guerrillero en la
retaguardia enemiga; Modesto, Cordón y yo fuimos ascendidos a
generales y enviados al Ejército polaco, organizado en la Unión
Soviética. En él, Cordón pasó a formar parte del Estado Mayor;
Modesto al mando de la primera división, y yo de la segunda. El
resto continuaron de profesores.
Por nuestra
participación en la preparación y mando del nuevo Ejército
polaco, Modesto y yo habíamos de recibir en 1946, de manos del
presidente Beirut, la más alta condecoración polaca, la Cruz de
Grünwald.
¿Qué es hoy de
todos esos militares? Boixó y Feijoo murieron durante la guerra
contra los hitlerianos, Aguado y Modesto murieron en Praga,
Soliva, García Victorero, Muñoz y Vela murieron en España.
Bobadilla, Usatorre, Carrasco y Álvarez murieron en la Unión
Soviética. Casado murió en Cuba. Tagüeña y Beltrán murieron en
México. Cordón murió en Italia. El resto andamos por el mundo».
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