Nació en la población vizcaína de Gallarta (en la actualidad
desplazada de su ubicación original por una explotación minera) perteneciente al
municipio de Abanto y Ciérvana (Vizcaya) el 9 de diciembre de 1895, en el seno
de una familia minera. Su padre Antonio Ibárruri era un obrero con ideología
carlista de procedencia vasca y su madre Dolores Gómez era de procedencia
castellana. Suscribieron a la nacida con el nombre de Isidora, pero para su
progenitora lo que decía el Registro Civil era un papel sin importancia por lo
que decidió llamarla con su nombre. Fue la octava de once hijos.
El ambiente familiar, las lecturas piadosas y su fortísimo
carácter favorecieron una devoción religiosa que la llevó a las puertas del
convento. Fue siempre vestida de negro.
En 1910 se ve obligada por las condiciones económicas a
abandonar los estudios. Había superado ya el curso preparatorio para ingresar en
la Escuela Normal de Maestras y realizar estudios de magisterio, comenzando a
trabajar de costurera y sirvienta.
Se casó en 1916 con un minero socialista llamado Julián Ruiz
Gaviña, con quien estaría casada 17 años, y se traslada a Somorrostro.
Aficionada a la lectura y aprovechando la condición de líder minero socialista
de su marido, comenzó a adquirir conocimientos de marxismo, que cuestionaron su
educación tradicionalista y católica. Dolores asumió la doctrina marxista como
una herramienta ideológica idónea para luchar a favor de la “liberación de la
clase obrera”.
Participó con su marido en la huelga general de 1917. Estando
integrada en la agrupación socialista de Somorrostro, lo acompañó en la escisión
pro comunista del PSOE en 1919 desde la que, en 1920, participó en la fundación
del Partido Comunista Español, entrando en el Comité Provincial de Vizcaya, que
al año siguiente se uniría al Partido Comunista de España.
Su matrimonio no fue muy feliz, debido a que él pasaba la mayor
parte del tiempo en diligencias o en la cárcel.
En 1919, quedó impresionada por el triunfo de la Revolución
Bolchevique en Rusia.
En 1922 es elegida delegada del I Congreso del PCE y empieza a
escribir en La Bandera Roja, periódico comunista editado en Bilbao.
Desde el comienzo ocupó puestos de responsabilidad dentro del
Partido, siendo detenida en numerosas ocasiones. Llegó a formar parte de su
Comité Central en 1930 y al año siguiente se presentó a las elecciones a Cortes
Constituyentes, siendo derrotada su candidatura. En 1931 se trasladó a Madrid
para trabajar en la redacción del periódico del Partido, Mundo Obrero. Es
detenida y va a la cárcel.
En el IV Congreso del PCE, celebrado en Sevilla en 1932 es
elegida miembro del Buró Político y poco después es detenida por segunda vez y
procesada. En 1933 realiza su primer viaje a la URSS.
Preside el I Congreso de la Organización de Mujeres contra la
Guerra y el Fascismo de España.
Tuvo seis hijos: Ester (1916-1919); Rubén (1920-1942) Teniente
Mayor del Ejército Rojo que murió en combate en la II Guerra Mundial en la
Batalla de Stalingrado, el 14 de septiembre de 1942; Amagoia, Azucena y Amaya
(trillizas nacidas en 1923, de las que Amagoia murió al poco de nacer y Azucena
a los dos años) y Eva (1928, que murió a los tres meses).
Fue afirmando su vocación política y encauzándola a través del
periodismo de partido. El Minero Vizcaíno y La Lucha de Clases
fueron los escaparates del pseudónimo Pasionaria, que eligió ella misma
porque su primer artículo salió durante la Semana de Pasión de 1918.
Fue encarcelada varias veces debido a sus fuertes y punzantes
discursos y a su activa militancia en las manifestaciones comunistas. Poco
tiempo después se destacó en el Congreso de los Diputados de la II República
como diputada del Partido Comunista por Asturias.
En 1934, después de la Revolución de Octubre, viaja a Asturias
en solidaridad con los presos políticos y en 1935 asiste al VII Congreso de la
IC y es elegida suplente del Comité Ejecutivo de la misma.
En las elecciones de febrero de 1936 fue elegida diputada del
Frente Popular por Asturias. Desde ese día, hasta el inicio de la guerra civil,
libera a los presos de la cárcel de Oviedo. Pronuncia un discurso en el homenaje
a los amnistiados y víctimas de la represión de Octubre, celebrado en la Plaza
de Toros de Madrid.
ARRIBA
Mantuvo una relación amorosa con Francisco Antón, un hombre 17
años menor que ella. Esta relación fue una revolución en el ámbito privado,
puesto que las mujeres de esa época no solían tener amantes, menos las de clase
baja, y se volvía más inconcebible aún para los hombres con quienes militaba,
que el amante fuera mucho menor que ella. Es curioso que tanto desde el
socialismo como desde el comunismo le pidieran como condición para seguir
militando que le abandonara.
Fue una gran historia de amor y rencor de La Pasionaria hacia
Francisco Antón. Lo convirtió en super-comisario político, por el que se
enfrentó con Indalecio Prieto para que no fuera a pelear al frente y al que
promocionó hasta la cúpula del Partido Comunista de España (PCE).
Terminada la guerra, Antón fue atrapado en Francia por los
nazis, pero La Pasionaria consiguió que Stalin se lo reclamara a Hitler y
volviera a sus brazos en Moscú. Mantuvieron relaciones durante una década. Pero
cuando Dolores pasaba de 50 él no tenía 40, y además ella tuvo problemas de
salud y se separaron.
Por aquel entonces, Francisco Antón se había enamorado en
Francia de una chica muy joven y guapa. Tuvieron familia –una hija nació
subnormal– y pareció que, simplemente, su historia había terminado. Pero no fue
así.
Cuando fracasaron por completo las guerrillas, Pasionaria siguió
siempre con su táctica habitual de culpar a alguien de haber hecho mal lo que
ella había pensado bien.
Todas las purgas del PCE, encabezadas finalmente por Pasionaria,
son iguales. Alguien es un obstáculo, por listo o por tonto. La dirección, con
Dolores al frente, carga contra él. Si los rusos no lo respaldan, lo aplastan.
Si ella se da cuenta de que la URSS puede no estar de acuerdo, pacta en secreto
con los rebeldes y carga contra sus compañeros de la víspera.
La venganza contra Antón fue algo especial. Primero lo hizo
culpable, junto a Santiago Carrillo, del fracaso del Partido en el interior.
Carrillo defendió a Antón pero, viendo que nada detendría a Dolores, traicionó a
su compañero de París y pasó a acusarlo de las peores fechorías. Llamado a
Moscú, Antón acepta su derrota y suscribe una humillante autocrítica. Dolores no
está satisfecha. Quiere que se le acuse de más delitos. Antón se arrastra y se
acusa de todo. Pero no es suficiente. En Checoslovaquia tiene que trabajar hasta
20 horas diarias, con su joven esposa que no puede atender a la hijita
subnormal, pero la antigua amante es implacable.
Cuando Antón ha reconocido hasta el número de sus víctimas en el
partido durante años, es cuando Dolores revela para sorpresa de todos algo que
sólo podía conocer por su intimidad con él: que su padre pertenecía a un
organismo policial. Vuelta a confesar y arrastrarse. Y para rematarlo del todo
–pues eso acarreaba la liquidación física–, Dolores lo acusa finalmente de ser
un agente extranjero.
Todo esto se hace en la cúpula del PCE, sin que se entere la
base. Nadie puede preguntar por qué, si Pasionaria sabía que era un hijo de
policía y un agente capitalista, se calló durante tantos años, mientras dormía
con él. Pero Líster, Uribe, Carrillo y demás estaban dispuestos a liquidar a
Antón. Lo salvó la muerte de Stalin.
Dolores Ibárruri trabajó para derribar a Largo Caballero y luego
a Prieto, cuando pidió públicamente, y obtuvo, la ilegalización del POUM, con el
encarcelamiento de su dirección, la tortura y asesinato de Nin y la calumnia
póstuma.
Preconizó la resistencia a ultranza contra Franco, como quería
Stalin, aunque ella huyó por avión con la dirección del Partido sin haber
facilitado un éxodo menos horrible ni preparado una mínima estructura de
resistencia.
Inmediatamente después, ensalzó el pacto nazi-soviético y glosó
el reparto y represión de Polonia entre Stalin y Hitler. Algunos se lo
recordaron cuando murió su hijo Rubén en Stalingrado. Pero ella siguió apoyando
con entusiasmo las masacres de los demócratas alemanes, checos o húngaros por la
policía y el ejército soviéticos.
Exiliada de lujo en Moscú, nada hizo imprevisible o que pusiera
en riesgo sus prebendas. |
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ARRIBA
Figura
relevante durante la Guerra Civil, fue elegida
vicepresidenta de las Cortes Republicanas en 1937. Durante
este período se convirtió en un mito para una parte de
España, siendo famosa por sus arengas en favor de la causa
republicana. Suyo fue el lema «¡No pasarán!», acuñado
durante la defensa de Madrid. Se opuso a la capitulación del
coronel Casado.
El 6 de marzo de
1939 huye en avión desde el aeródromo de Monóvar, cerca de Elda,
hacia Orán y París, en compañía de Juan Negrín, Rafael Alberti,
Enrique Líster entre otros destacados miembros del Gobierno, del
mundo de la cultura y de la cúpula del PCE.
Asiste en la
capital de Francia a la primera reunión de la Comisión
Permanente de las Cortes en el exilio.
Dirige la Radio
España Independiente-Estación Pirenaica. En su etapa de exilio
tras el suicidio del Secretario General del PCE José Díaz Ramos,
La Pasionaria fue escogida en su sustitución Secretaria General
del PCE en 1942. Ejerció como máxima autoridad entre los
miembros del PCE exiliados también en el mismo país. Su
jerarquía y afinidad ideológica con los gobernantes de la URSS
le permitió combatir la disidencia de criterios dentro del
Partido Comunista de España en el exilio, haciendo uso de la
NKVD soviética, es decir, detenciones, cárceles y campos de
concentración para compatriotas españoles también exiliados.
En 1945 fija su
residencia en Toulouse con la dirección del PCE. Al año
siguiente se traslada a París. Dos años más tarde, viaja a Moscú
para ser atendida de una enfermedad hepática, permaneciendo seis
años en la capital de la URSS, puesto que en 1950 el PCE es
ilegalizado en Francia.
En 1953 asiste a
los funerales de Stalin. En el V Congreso del PCE, primero en el
exilio, en Checoslovaquia en el año 1954, es confirmada en la
Secretaría General. Al año siguiente, Radio España Independiente
se traslada a Bucarest y La Pasionaria establece allí su
residencia. De 1957 a 1960 su voz, desde la Pirenaica, alienta a
los mineros asturianos y a los obreros españoles a la huelga.
En 1960 presentó su
dimisión, para pasar a ocupar el cargo de Presidente del
partido. La sustituyó en sus funciones Santiago Carrillo.
En 1965 celebra su
70 aniversario y es condecorada con la Orden de Lenin.
Fue miembro del
Secretariado de la Internacional Comunista junto a Georgi
Dimitrov, Palmiro Togliatti y Maurice Thorez, entre otros.
Manifestó su
acuerdo con Moscú con ocasión de los diversos cismas dentro del
movimiento comunista internacional. Sin embargo, sus viejas
convicciones estalinistas no le impidieron condenar la invasión
de Checoslovaquia en 1968.
Tras la muerte del
Generalísimo Franco, volvió a España en 1977 y fue elegida de
nuevo diputada por Asturias, y presidió la Mesa de Edad de las
primeras Cortes democráticas, aunque su papel como política fue
ya más simbólico que real.
Murió en Madrid el
12 de noviembre de 1989 y fue enterrada en el recinto civil del
Cementerio de La Almudena de Madrid.
Cosas del destino:
falleció el mismo mes y año de la caída del Muro de Berlín…
ARRIBA
El 16 de junio
de 1936 tuvo lugar una de las sesiones parlamentarias más
dramáticas de toda la historia de España.
Fue José María
Gil-Robles el que habló en primer lugar, relatando los
gravísimos y diversos sucesos ocurridos en España desde el día
16 de febrero hasta el 15 de junio de 1936.
La diputada
comunista Dolores Ibárruri contestó a la intervención de
Gil-Robles y a la posterior de José Calvo Sotelo, en los
siguientes términos:
¡Señores
Diputados!
Por una vez, y
aunque ello parezca extraño y paradójico, la minoría
comunista está de acuerdo con la proposición no de ley
presentada por el señor Gil Robles, proposición tendente a
plantear la necesidad de que termine rápidamente la
perturbación que existe en nuestro país; pero si en
principio coincidimos en la existencia de esta necesidad,
comenzamos a discrepar en seguida, porque para buscar la
verdad, para hallar las conclusiones a que necesariamente
tenemos que llegar, vamos por caminos distintos, contrarios
y opuestos.
El Sr. Gil
Robles ha hecho un bello discurso y yo me voy a referir
concretamente a él, ya que al Sr. Calvo Sotelo le ha
contestado cumplidamente el Sr. Casares, poniendo al
descubierto los propósitos de perturbación que traía esta
tarde al Parlamento con el deseo, naturalmente, de que sus
palabras tuvieran repercusiones fuera de aquí, aunque por
necesidad me referiré también en algunos casos concretos a
las actividades del señor Calvo Sotelo.
Decía que el
Sr. Gil Robles había pronunciado un bello discurso, tan
bello y tan ampuloso como los que el Sr. Gil Robles
acostumbraba a pronunciar cuando en plan de jefe
indiscutible –esto no se lo reprocho– iba por aldeas y
ciudades predicando la buena nueva del socialismo cristiano,
la buena nueva de la justicia distributiva se tradujese en
hechos de gobierno, cuando el Sr. Gil Robles participaba
intensamente en él, tales como el establecimiento de los
jornales católicos en el campo, de los jornales de 1,50 y de
dos pesetas.
El Sr. Gil
Robles, hábil parlamentario y no menos hábil esgrimidor de
recursos oratorios, retóricos, de frases de efecto, apelaba
a argumentos no muy convincentes, no muy firmes, tan escasos
de solidez como la afirmación que hacía de la falta de apoyo
por parte del Gobierno a los elementos patronales. Y al
argüir con argumentos falsos, sacaba, naturalmente, falsas
conclusiones; pero muy de acuerdo con la misión que quien
puede le ha confiado en esta Cámara y que S.S., como los
compañeros de minoría, sabe cumplir a la perfección,
esgrimía una serie de hechos sucedidos en España, que todos
lamentamos, para demostrar la ineficacia de las medidas del
Gobierno, el fracaso del Frente Popular.
Su señoría
comenzaba a hacer la relación de hechos solamente desde el
16 de febrero y no obtenía una conclusión, como muy bien le
han dicho los señores Diputados que han intervenido; no
obtenía la conclusión de que es necesario averiguar quiénes
son los que han realizado esos hechos, porque el Sr. Gil
Robles no ignora, por ejemplo, que, después de la quema de
algunas iglesias, en casa de determinados sacerdotes se han
encontrado los objetos del culto que en ocasiones normales
no suelen estar allí.
No quiero hacer
simplemente un discurso; quiero exponer hechos, porque los
hechos son más convincentes que todas las frases retóricas,
que todas las bellas palabras, ya que a través de los hechos
se pueden sacar consecuencias justas y a través de los
hechos se escribe la Historia. Y como yo supongo que el Sr.
Gil Robles, como cristiano que es, ha de amar intensamente
la verdad y ha de tener interés en que la Historia de España
se escriba de una manera verídica, voy a darle algunos
argumentos, voy a refrescarle la memoria y a demostrarle,
frente a sus sofismas, la justeza de las conclusiones adonde
yo voy a llegar con mi intervención.
Pero antes
permítame S.S. poner al descubierto la dualidad del juego,
es decir, las maniobras de las derechas, que mientras en las
calles realizan la provocación, envían aquí unos hombres
que, con cara de niños ingenuos vienen a preguntarle al
Gobierno qué pasa y a dónde vamos.
¡Señores de las
derechas! Vosotros venís aquí a rasgar vuestras vestiduras
escandalizados y a cubrir vuestras frentes de ceniza,
mientras, como ha dicho el compañero De Francisco, alguien,
que vosotros conocéis y que nosotros no desconocemos
tampoco, manda elaborar uniformes de la Guardia Civil con
intenciones que vosotros sabéis y que nosotros no ignoramos,
y mientras, también, por la frontera de Navarra, ¡Sr. Calvo
Sotelo!, envueltas en la bandera española, entran armas y
municiones con menos ruido, con menos escándalo que la
provocación de Vera del Bidasoa, organizada por el miserable
asesino Martínez Anido, con el que colaboró S.S. y para
vergüenza de la República española, no se ha hecho justicia
ni con él ni con S.S., que con él colaboró. Como digo, los
hechos son mucho más convincentes que las palabras. Yo he de
referirme no solamente a los ocurridos desde el 16 de
febrero, sino un poco tiempo más atrás, porque las
tempestades de hoy son consecuencia de los vientos de ayer.
¿Qué ocurrió
desde el momento en que abandonaron el Poder los elementos
verdaderamente republicanos y los socialistas? ¿Qué ocurrió
desde el momento en que hombres que, barnizados de un
republicanismo embustero, pretextaban querer ampliar la base
de la República, ligándoos a vosotros, que sois
antirrepublicanos, al Gobierno de España? Pues ocurrió lo
siguiente: Los desahucios en el campo se realizaban de
manera colectiva; se perseguía a los Ayuntamientos vascos;
se restringía el Estatuto de Cataluña; se machacaban y se
aplastaban todas las libertades democráticas; no se cumplían
las leyes de trabajo; se derogaba, como decía el compañero
De Francisco, la ley de Términos municipales; se maltrataba
a los trabajadores, y todo esto iba acumulando una cantidad
enorme de odios, una cantidad enorme de odios, una cantidad
enorme de descontento, que necesariamente tenía que culminar
en algo, y ese algo fue el octubre glorioso, el octubre del
cual nos enorgullecemos todos los ciudadanos españoles que
tenemos sentido político, que tenemos dignidad, que tenemos
noción de la responsabilidad de los destinos de España
frente a los intentos del fascismo.
Y todos estos
actos que en España se realizaban durante la etapa que
certeramente se ha denominado del «bienio negro» se llevaban
a cabo, ¡Sr. Gil Robles!, no sólo apoyándose en la fuerza
pública, en el aparato coercitivo del Estado, sino buscando
en los bajos estratos, en los bajos fondos que toda sociedad
capitalista tiene en su seno, hombres desplazados, cruz del
proletariado, a los que dándoles facilidades para la vida,
entregándoles una pistola y la inmunidad para poder matar,
asesinaban a los trabajadores que se distinguían en la lucha
y también a hombres de izquierda: Canales, socialista;
Joaquín de Grado, Juanita Rico, Manuel Andrés y tantos
otros, cayeron víctimas de estas hordas de pistoleros,
dirigidas, ¡Sr. Calvo Sotelo!, por una señorita, cuyo
nombre, al pronunciarlo, causa odio a los trabajadores
españoles por lo que ha significado de ruina y de vergüenza
para España y por señoritos cretinos que añoran las
victorias y las glorias sangrientas de Hitler o Musolini.
Se produce,
como decía antes, el estallido de octubre; octubre glorioso,
que significó la defensa instintiva del pueblo frente al
peligro fascista; porque el pueblo, con certero instinto de
conservación, sabía lo que el fascismo significaba: sabía
que le iba en ello, no solamente la vida, sino la libertad y
la dignidad que son siempre más preciadas que la misma vida.
Fueron, ¡señor
Gil Robles!, tan miserables los hombres encargados de
aplastar el movimiento, y llegaron a extremos de ferocidad
tan terribles, que no son conocidos en la historia de la
represión en ningún país. Millares de hombres encarcelados y
torturados; hombres con los testículos extirpados; mujeres
colgadas del trimotor por negarse a denunciar a sus deudos;
niños fusilados; madres enloquecidas al ver torturar a sus
hijos; Carbayín; San Esteban de las Cruces; Villafría; La
Cabaña; San Pedro de los Arcos; Luis de Sirval. Centenares y
millares de hombres torturados dan fe de la justicia que
saben hacer los hombres de derechas, los hombres que se
llaman católicos y cristianos.
Y todo ello,
¡señor Gil Robles!, cubriéndolo con una nube de infamias,
con una nube de calumnias, porque los hombres que detentaban
el Poder no ignoraban en aquellos momentos que la reacción
del pueblo, si éste llegaba a saber lo que ocurría,
especialmente en Asturias, sería tremenda.
Cultivasteis la
mentira; pero la mentira horrenda, la mentira infame;
cultivasteis la mentira de las violaciones de San Lázaro;
cultivasteis la mentira de los niños con los ojos saltados;
cultivasteis la mentira de la carne de cura vendida a peso;
cultivasteis la mentira de los guardias de Asalto quemados
vivos. Pero estas mentiras tan diferentes, tan horrendas
todas, convergían a un mismo fin: el de hacer odiosa a todas
las clases sociales de España la insurrección asturiana,
aquella insurrección que, a pesar de algunos excesos
lógicos, naturales en un movimiento revolucionario de tal
envergadura, fue demasiado romántico, porque perdonó la vida
a sus más acerbos enemigos, a aquellos que después no
tuvieron la nobleza de recordar la grandeza de alma que con
ellos se había demostrado.
Voy a separar
los cuatro motivos fundamentales de estas mentiras que, como
decía antes, convergían en el mismo fin. La mentira de las
violaciones, a pesar de que vosotros sabíais que no eran
ciertas, porque las muchachas que vosotros dabais como
muertas, y violadas antes de ser muertas por los
revolucionarios, ellas mismas os volcaban a la cara vuestra
infamia diciendo: «Estamos vivas, y los revolucionarios no
tuvieron para nosotras más que atenciones.» ¡Ah!, pero esta
mentira tenía un fin; esta mentira de las violaciones,
extendida por vuestra Prensa cuando a la Prensa de
izquierdas se la hacía enmudecer, tendía a que el espíritu
caballeroso de los hombres españoles se pronunciase en
contra de la barbarie revolucionaria.
Pero
necesitabais más; necesitabais que las mujeres mostrasen su
odio a la revolución; necesitabais exaltar ese sentimiento
maternal, ese sentimiento de afecto de las madres para los
niños, y lanzasteis y explotasteis el bulo de los niños con
los ojos saltados. Yo os he de decir que los revolucionarios
hubieron, de la misma manera que los heroicos comunalistas
de París, siguiendo su ejemplo, de proteger a los niños de
la Guardia Civil, de esperar a que los niños y las mujeres
saliesen de los cuarteles para luchar contra los hombres
como luchan los bravos: con armas inferiores, pero guiados
por un ideal, cosa que vosotros no habéis sabido hacer
nunca.
La mentira de
la carne de cura vendida al peso. Vosotros sabéis bien
–nosotros tampoco lo desconocemos– el sentimiento religioso
que vive en amplias capas del pueblo español, y vosotros
queríais con vuestras mentira infame ahogar todo lo que de
misericordioso, todo lo que de conmiseración pudiera haber
en el sentimiento de estos hombres y de estas mujeres que
tienen ideas religiosas hacia los revolucionarios.
Y viene la
culminación de las mentiras: los guardias de Asalto quemados
vivos. Vosotros necesitabais que las fuerzas que iban a
Asturias a aplastar el movimiento fuesen, no dispuestas a
cumplir con su deber, sino impregnadas de un espíritu de
venganza, que tuviesen el espolique de saber que sus
compañeros habían sido quemados vivos por los
revolucionarios. Allí convergían todas vuestras mentiras,
como he dicho antes: a hacer odiosa la revolución, a hacer
que los trabajadores españoles repudiasen, por todos estos
motivos, el movimiento insurreccional de Asturias.
Pero todo se
acaba, ¡Sr. Gil Robles!, y cuando en España comienza a
saberse la verdad, el resultado no se hace esperar, y el día
16 de febrero el pueblo, de manera unánime, demuestra su
repulsa a los hombres que creyeron haber ahogado con el
terror y con la sangre de la represión los anhelos de
justicia que viven latentes en el pueblo. Y los derrotados
de febrero, aquellos que se creían los amos de España, no se
resignan con su derrota y por todos los medios a su alcance
procuran obstaculizar, procuran entorpecer esta derrota, y
de ahí su desesperación, porque saben que el Frente Popular
no se quebrantará y que llegará a cumplir la finalidad que
se ha trazado.
Por eso
precisamente es por lo que ellos en todos los momentos se
niegan a cumplir los laudos y las disposiciones
gubernamentales, se niegan sistemáticamente a dar
satisfacción a todas las aspiraciones de los trabajadores,
lanzándolos a la perturbación, a la que van, no por capricho
ni por deseo de producirla, sino obligados por la necesidad,
a pesar de que el Sr. Calvo Sotelo, acostumbrado a recibir
las grandes pitanzas de la Dictadura, crea que los
trabajadores españoles viven como vivía él en aquella época.
¿Por qué se
producen las huelgas? ¿Por el placer de no trabajar? ¿Por el
deseo de producir perturbación? No. Las huelgas se producen
porque los trabajadores no pueden vivir, porque es lógico y
natural que los hombres que sufrieron las torturas y las
persecuciones durante la etapa que las derechas detentaron
el Poder quieran ahora –esto es lógico y natural– conquistar
aquello que vosotros les negabais, aquello para lo cual
vosotros les cerrabais el camino en todos los momentos.
No tiene que
tener miedo el Gobierno porque los trabajadores se declaren
en huelga; no hay ningún propósito sedicioso contra el
Gobierno en estas medidas de defensa de los intereses de los
trabajadores, porque ellas no representan más que el deseo
de mejorar su situación y de salir de la miseria en que
viven.
Hablaban
algunos señores de la situación en el campo. Yo también
quiero hablar de la situación en el campo, porque tiene una
ligazón intensa con la situación de los trabajadores de la
ciudad, porque pone una vez más al descubierto la ligazón
que existe entre los dueños de las grandes propiedades, que
en el campo se niegan sistemáticamente a dar trabajo a los
campesinos y consienten que las cosechas se pierdan, y estas
Empresas, que como la de calefacción y ascensores, como la
de la construcción, como todas las que se hallan en
conflicto con sus obreros, se niegan a atender las
reivindicaciones planteadas por los trabajadores.
Esto se liga a
lo que yo decía antes: al doble juego de venir aquí a
preguntar lo que ocurre y continuar perturbando la situación
en la ciudad y en el campo.
Concretamente,
voy a referirme a la provincia de Toledo, y al hablar de la
provincia de Toledo reflejo lo que ocurre en todas las
provincias agrarias de España. En Quintanar de la Orden hay
varios terratenientes (y esto es muy probable que lo ignore
el Sr. Madariaga, atento siempre a defender los intereses de
los grandes terratenientes) que deben a sus trabajadores los
jornales de todas las faenas de trabajo del campo.
¿Qué diría el
Sr. Madariaga si en un momento determinado estos
trabajadores de Quintanar de la Orden, como los de
Almendralejo, como los de tantos otros pueblos de España, se
lanzasen a cobrar lo que es suyo en justicia? ¡Ah! Vendría
aquí a hablar de perturbaciones, vendría aquí a decir que el
Gobierno no tiene autoridad, vendría aquí, como van viniendo
ya con excesiva tolerancia de estos hombres, a entorpecer
constantemente la labor del Gobierno y la labor del
Parlamento.
Y que por parte
de los grandes terratenientes, como por parte de las
Empresas, hay un propósito determinado de perturbar, lo
demuestra este hecho concreto que os voy a exponer.
En Villa de Don
Fadrique, un pueblo de la provincia de Toledo, se han puesto
en vigor las disposiciones de la reforma agraria, pero uno
de los propietarios que se siente lastimado por lo que
significa de justicia para el campesinado, que no ha
conocido de la justicia más que el poder de los amos, de
acuerdo con los otros terratenientes, había preparado una
provocación en toda regla, una provocación habilísima,
¡señores de las derechas!, que vais a ver en lo que
consistía y que demuestra la falsedad del argumento del Sr.
Calvo Sotelo, cuando afirma que los terratenientes no pueden
conceder a los trabajadores jornales superiores a 1,50.
Estos señores
terratenientes con fincas radiantes en Villa de Don
Fadrique, cuya cosecha está valuada en 10.000 duros, tenían
el propósito de repartirla entre los campesinos de los
pueblos colindantes, como Lillo, Corral de Almaguer y
Villacañas. Esto, que en principio podrá parecer un rasgo de
altruismo, en el fondo era una infame provocación; era el
deseo de lanzar, azuzados por el hambre, a los trabajadores
de un pueblo contra los de otros pueblos. Y que esto no es
un argumento sofístico esgrimido por mi lo demuestra la
declaración terminante del hermano de uno de las
terratenientes delante de D. Mariano Gimeno, del alcalde y
de la Comisión del Sindicato de Agricultores, que dijo
textualmente: «Si mi hermano hubiera hecho lo que se había
acordado, es decir, el reparto de la cosecha, a estas horas
se habría producido el choque y esto había terminado».
Y es ahí, ¡Sr.
Gil Robles!, y no en los obreros y en los campesinos, donde
está la causa de la perturbación, y es contra los causantes
de la perturbación de la economía española, que apelan a
maniobras «non sanctas» para sacar los capitales de España y
llevárselos al extranjero; es contra los que propalan
infames mentiras sobre la situación de España, con menoscabo
de su crédito; es contra los patronos que se niegan a
aceptar laudos y disposiciones; es contra los que constante
y sistemáticamente se niegan a conceder a los trabajadores
lo que les corresponde en justicia; es contra los que dejan
perder las cosechas antes de pagar salarios a los campesinos
contra los que hay que tomar medidas. Es a los que hacen
posible que se produzcan hechos como los de Yeste y tantos
pueblos de España a los que hay que hacerles sentir el peso
del Poder, y no a los trabajadores hambrientos ni a los
campesinos que tienen hambre y sed de pan y de justicia.
¡Señor Casares
Quiroga, Sres. Ministros!: ni los ataques de la reacción, ni
las maniobras, más o menos encubiertas, de los enemigos de
la democracia, bastarán a quebrantar ni a debilitar la fe
que los trabajadores tienen en el Frente Popular y en el
Gobierno que lo representa.
Pero, como
decía el señor De Francisco, es necesario que el Gobierno no
olvide la necesidad de hacer sentir la ley a aquellos que se
niegan a vivir dentro de la ley, y que en este caso concreto
no son los obreros ni los campesinos. Y si hay generalitos
reaccionarios que, en un momento determinado, azuzados por
elementos como el señor Calvo Sotelo, pueden levantarse
contra el Poder del Estado, hay también soldados del pueblo,
cabos heroicos, como el de Alcalá, que saben meterlos en
cintura.
Y cuando el
Gobierno se decida a cumplir con ritmo acelerado el pacto
del Frente Popular y, como decía no hace muchos días el Sr.
Albornoz, inicie la ofensiva republicana, tendrá a su lado a
todos los trabajadores, dispuestos, como el 16 de febrero, a
aplastar a esas fuerzas y a hacer triunfar una vez más al
Bloque Popular.
Conclusiones a
que yo llego: Para evitar las perturbaciones, para evitar el
estado de desasosiego que existe en España, no solamente hay
que hacer responsable de lo que pueda ocurrir a un Sr. Calvo
Sotelo cualquiera, sino que hay que comenzar por encarcelar
a los patronos que se niegan a aceptar los laudos del
Gobierno.
Hay que
comenzar por encarcelar a los terratenientes que hambrean a
los campesinos; hay que encarcelar a los que con cinismo sin
igual, llenos de sangre de la represión de octubre, vienen
aquí a exigir responsabilidades por lo que no se ha hecho.
Y cuando se
comience por hacer esta obra de justicia, ¡Sr. Casares
Quiroga, Sres. Ministros!, no habrá Gobierno que cuente con
un apoyo más firme, más fuerte que el vuestro, porque las
masas populares de España se levantarán, repito, como en el
16 de febrero, y aun, quizá, para ir más allá, contra todas
esas fuerzas que, por decoro, nosotros no debiéramos tolerar
que se sentasen ahí.
ARRIBA
Llamamiento
pronunciado por la Pasionaria en nombre del Partido
Comunista ante los micrófonos del Ministerio de Gobernación,
el 19 de julio de 1936.
¡Obreros!
¡Campesinos! ¡Antifascistas! ¡Españoles patriotas!... Frente
a la sublevación militar fascista ¡todos en pie, a defender
la República, a defender las libertades populares y las
conquistas democráticas del pueblo!...
A través de las
notas del gobierno y del Frente Popular, el pueblo conoce la
gravedad del momento actual. En Marruecos y en Canarias
luchan los trabajadores, unidos a las fuerzas leales a la
República, contra los militares y fascistas sublevados.
Al grito de ¡el
fascismo no pasará, no pasarán los verdugos de octubre!...
los obreros y campesinos de distintas provincias de España
se incorporan a la lucha contra los enemigos de la República
alzados en armas. Los comunistas, los socialistas y
anarquistas, los republicanos demócratas, los soldados y las
fuerzas fieles a la República han infligido las primeras
derrotas a los facciosos, que arrastran por el fango de la
traición el honor militar de que tantas veces han alardeado.
Todo el país
vibra de indignación ante esos desalmados que quieren hundir
la España democrática y popular en un infierno de terror y
de muerte.
Pero ¡NO
PASARÁN!
España entera
se dispone al combate. En Madrid el pueblo está en la calle,
apoyando al gobierno y estimulándole con su decisión y
espíritu de lucha para que llegue hasta el fin en el
aplastamiento de los militares y fascistas sublevados.
¡Jóvenes,
preparaos para la pelea!
¡Mujeres,
heroicas mujeres del pueblo! ¡Acordaos del heroísmo de las
mujeres asturianas en 1934; luchad también vosotras al lado
de los hombres para defender la vida y la libertad de
vuestros hijos, que el fascismo amenaza!
¡Soldados,
hijos del pueblo! ¡Manteneos fieles al gobierno de la
República, luchad al lado de los trabajadores, al lado de
las fuerzas del Frente Popular, junto a vuestros padres,
vuestros hermanos y compañeros! ¡Luchad por la España del 16
de febrero, luchad por la República, ayudadlos a triunfar!
¡Trabajadores
de todas las tendencias! El gobierno pone en nuestras manos
las armas para que salvemos a España y al pueblo del horror
y de la vergüenza que significaría el triunfo de los
sangrientos verdugos de octubre.
¡Que nadie
vacile! Todos dispuestos para la acción. Cada obrero, cada
antifascista debe considerarse un soldado en armas.
¡Pueblos de
Cataluña, Vasconia y Galicia! ¡Españoles todos! A defender
la República democrática, a consolidar la victoria lograda
por el pueblo el 16 de febrero.
El Partido
Comunista os llama a la lucha. Os llama especialmente a
vosotros, obreros, campesinos, intelectuales, a ocupar un
puesto en el combate para aplastar definitivamente a los
enemigos de la República y de las libertades populares.
¡Viva el Frente Popular! ¡Viva la unión de todos los
antifascistas! ¡Viva la República del pueblo! ¡Los fascistas
no pasarán! ¡No pasarán!
ARRIBA
Discurso
pronunciado por la Pasionaria en un gran mitin de
solidaridad con el pueblo español, celebrado en París, en el
velódromo de Invierno, el 8 de septiembre de 1936
En misión oficial,
una delegación del Frente Popular, integrada por Dolores
Ibárruri, vicepresidente de las Cortes; Marcelino Domingo,
dirigente de Izquierda Republicana; Salmerón, del Partido
Federal; Luis Jiménez de Asúa, vicepresidente de las Cortes y
miembro de la Comisión Ejecutiva del PSOE y por el ex ministro
Antonio Lara, llegó a París para gestionar del Gobierno francés
y de los partidos políticos y organizaciones de aquel país,
ayuda para la República Española.
¡Trabajadores
de París! ¡Demócratas franceses!
Desde la España
que lucha por su libertad y por la libertad de todos los
pueblos, frente a la pérfida agresión de la reacción
española y del fascismo internacional, venimos aquí, al
París de la Comuna y de la Gran Revolución, a deciros en qué
condiciones luchan nuestros combatientes, lucha y muere
nuestro pueblo.
Venimos aquí en
demanda de solidaridad para con la República Española,
seguros de que nos ayudaréis; confiados en que vosotros, que
tantas páginas de gloriosas luchas tenéis en vuestra
historia, sabréis comprendernos, sabréis ayudarnos.
La sublevación
del ejército ha dejado al gobierno republicano sin los más
elementales medios de defensa. Pero al levantarnos a cerrar
el paso al devastador torrente fascista, que arrasa nuestras
villas, que destruye nuestras ciudades, no nos detuvimos a
contar cuántos eran nuestros enemigos, ni pensamos tampoco
en el desvalimiento en que la sublevación militar dejaba a
la República, al privar a ésta de las armas fundamentales
necesarias para su defensa.
Pensamos
solamente, impulsados por un movimiento nacional,
espontáneo, de dignidad, que ceder sin resistencia a la
agresión sería innoble cobardía, que ni el pueblo ni la
Historia podrían jamás perdonarnos.
Y sin ninguna
vacilación, unidos en el mismo sentimiento y con la misma
decisión de cerrar el paso al fascismo y defender la
República y la democracia, comunistas, socialistas,
republicanos, anarcosindicalistas y nacionalistas vascos,
nos lanzamos a la lucha dispuestos a toda clase de
sacrificios, porque no ignorábamos lo que el fascismo
representa y de lo que es capaz la reacción española. La
represión de Asturias es un ejemplo próximo y elocuente. Y
no podíamos, sin abdicar de nuestra dignidad humana y
española, ni someternos al degradante yugo fascista, ni
poner mansamente la cabeza bajo el hacha del verdugo.
Consciente de lo que nuestra lucha significa, el pueblo
español prefiere morir de pie a vivir de rodillas.
Al lado de los
rebeldes, apoyándolos en su agresión contra la República y
contra el pueblo, participan fuerzas fascistas extranjeras,
cuyos aviones bombardean las abiertas ciudades españolas.
Y mujeres y
niños, víctimas inocentes del odio salvaje de la reacción
española, caen para siempre, abatidos por la metralla
enemiga, y pagan con su sangre y con su vida el delito de
vivir en la España republicana, en la España que no acepta
ser convertida en una cárcel fascista, en una base de
agresión de la reacción internacional.
Hemos venido a
Francia en representación del gobierno republicano y de los
combatientes que en todos los frentes proclaman su voluntad
de lucha, en defensa de la libertad de España, en defensa de
la libertad de todos los pueblos, cuya suerte se decide en
nuestra patria. Hemos venido a deciros a vosotros, heroicos
descendientes de los combatientes de la Comuna, de los
vencedores de la Bastilla, a deciros la profunda inquietud
que ha producido en nuestro pueblo, en nuestros
combatientes, en nuestro gobierno, la negativa del gobierno
francés a vender armas al gobierno español, violando los
acuerdos establecidos entre ambos y por los cuales el
gobierno francés se comprometía a vender al español las
armas que necesitaba para su defensa.
Se han cerrado
las fronteras con España. Con ello se priva a los
combatientes españoles de la posibilidad de resistir. Con
ello se coloca al pueblo español ante el terrible dilema de
entregarse cobardemente a los agresores o de aceptar sin
posibilidad de resistencia, el exterminio por las bandas
fascistas y reaccionarias de lo más joven, de lo más
progresivo, de lo más combativo de nuestro pueblo. Y
nosotros nos negamos a aceptar esta disyuntiva, que
entrañaría el horror de la victoria del fascismo en España.
Que entrañaría para el pueblo francés la amenaza de agresión
de guerra del otro lado de los Pirineos.
¡Camaradas y
amigos franceses! ¡Hombres y mujeres de la Francia de la
Gran Revolución, de los Derechos del Hombre y de la Comuna!
¡Ayudadnos! ¡Ayudad a nuestro pueblo a defenderse! Exigid de
vuestro gobierno que no nos coloque un dogal al cuello del
pueblo español, que lucha por su libertad y por la vuestra.
¡Madres y
mujeres de Francia! ¡No os pedimos que sacrifiquéis a
vuestros hijos ni a vuestros hombres! Os pedimos solamente
que nos ayudéis a hacer cambiar la decisión del gobierno
francés que nos ata los pies y las manos frente a la
agresión fascista.
Sobra a nuestro
pueblo heroísmo, pero el heroísmo no basta. A las armas de
los rebeldes hay que poder oponer fusiles, aviones, cañones.
Defendemos la causa de la libertad y de la paz. Necesitamos
aviones y cañones para nuestra lucha, para defender nuestra
vida, nuestra libertad, para impedir que los sublevados
ataquen nuestras ciudades abiertas, asesinen a nuestras
mujeres y a nuestros niños. ¡Necesitamos armas para defender
la libertad y la paz!
Y no olvidéis,
y que nadie olvide, que si hoy nos toca a nosotros resistir
a la agresión fascista, la lucha no termina en España. Hoy
somos nosotros; pero si se deja que el pueblo español sea
aplastado, seréis vosotros, será toda Europa la que se verá
obligada a hacer frente a la agresión y a la guerra.
Ayudadnos a
impedir la derrota de la democracia, porque la consecuencia
de esta derrota sería una nueva guerra mundial, que todos
estamos interesados en impedir y cuyos primeros combates se
libran ya en nuestro país. ¡Por nuestros hijos y por los
vuestros! ¡Por la paz y contra la guerra, exigid que se
abran las fronteras! ¡Exigid que el gobierno francés cumpla
sus compromisos con el gobierno republicano español!
¡Ayudadnos a tener las armas que necesitamos para
defendernos! ¡El fascismo no pasará, no pasará, no pasará!
ARRIBA
Discurso
pronunciado en el Monumental Cinema de Madrid, el 8 de
noviembre de 1936.
Trabajadores,
camaradas de Madrid:
Cuando los
obuses del enemigo comienzan a batir las casas de nuestra
ciudad; cuando sobre el cielo de la capital de la República
vuelan los aviones facciosos, vertiendo metralla mortífera
sobre mujeres y niños indefensos, parece increíble venir a
celebrar un acto de esta naturaleza. Y esto no es necesario
para levantar vuestro espíritu, que bien templado lo tenéis
a través de días de lucha inenarrables, sino para deciros
que estamos aquí y que nos hemos ido. Que estamos aquí junto
a vosotros, como hemos estado siempre, y dispuestos también
a cumplir con el deber de agradecer desde aquí, desde el
Madrid inconquistable, a la Unión Soviética, al entrañable
País Soviético, su solidaridad para con nuestro pueblo y su
defensa de la República en Ginebra.
Desde aquel
país nos dice el heroico pueblo soviético –que supo vencer
no sólo al enemigo interior, sino también al enemigo
exterior– y nos gritan mujeres: ¡Hermanos españoles, estamos
con vosotros!
Gracias a esta
solidaridad nos sentimos más seguros; no nos sentimos solos
y podemos decirle al enemigo que ¡no pasará!
Es preciso que
el mundo conozca el alto nivel moral de nuestro pueblo, que
no se deja abatir por la superioridad enemiga.
Hemos dicho
muchas veces que Madrid no se defiende sólo desde dentro,
sino también desde fuera. Y no hace muchos días que el
Partido Comunista publicó un llamamiento a todos los
trabajadores, y principalmente a los comunistas, en este
sentido. «Es necesario que el comunista –decía ese
manifiesto– sea un soldado que organice, un comisario
político que eduque y prepare a los combatientes; que sea el
primero en la lucha y en el sacrificio.» Cumpliendo las
decisiones de nuestro Comité Central, nos hemos desplazado a
provincias, y no más tarde que ayer hemos recorrido las
regiones de Levante, para demandar a los campesinos y
trabajadores levantinos ayuda para Madrid, y ellos nos la
han prometido, y han comenzado ya la organización del envío
de víveres.
El hecho de que
haya tantas mujeres en este mitin nos permite, sin temor a
equivocarnos, proclamar con orgullo que no se ha extinguido
la tradición heroica de las mujeres españolas, que en todos
los momentos en que estuvo amenazada la integridad de la
patria estuvieron junto a sus hombres y con ellos supieron
luchar y morir. Y por ello nos sentimos profundamente
orgullosos y seguros de la victoria. Porque una causa que
defienden las mujeres y las madres, a pesar de los avatares
de la lucha, será siempre una lucha victoriosa.
Desde esta
misma tribuna dije que teníamos lo necesario para comenzar
la ofensiva. Después, un día, os dije: Camaradas, hay que
resistir los embates del enemigo, dos, tres, cuatro, ocho
días, los que sean preciso. Habéis resistido, resistís y
Madrid se ha hecho inconquistable.
ARRIBA
Discurso de
"La Pasionaria" despidiendo y agradeciendo el apoyo prestado
por las Brigadas Internacionales. 1 de Noviembre de 1938.
Hasta pronto
hermanos:
Es muy difícil
pronunciar unas palabras de despedida dirigidas a los héroes
de las Brigadas Internacionales, por lo que son y por lo que
representan.
Un sentimiento
de angustia, de dolor infinito, sube a nuestras gargantas
atenazándolas... Angustia por los que se van, soldados del
más alto ideal de redención humana, desterrados de su
patria, perseguidos por la tiranía de todos los pueblos...
Dolor por los
que se quedan aquí para siempre, fundiéndose con nuestra
tierra y viviendo en lo más hondo de nuestro corazón
aureolados por el sentimiento de nuestra eterna gratitud.
De todos los
pueblos y todas las razas, vinisteis a nosotros como
hermanos nuestros, como hijos de la España inmortal, y en
los días más duros de nuestra guerra, cuando la capital de
la República española se hallaba amenazada, fuisteis
vosotros, bravos camaradas de las Brigadas Internacionales,
quienes contribuisteis a salvarla con vuestro entusiasmo
combativo y vuestro heroísmo y espíritu de sacrificio.
Y Jarama y
Guadalajara, y Brunete y Belchite, y Levante y el Ebro
cantan con estrofas inmortales el valor, la abnegación, la
bravura, la disciplina de los hombres de las Brigadas
Internacionales.
Por primera vez
en la historia de las luchas de los pueblos se ha dado el
espectáculo, asombroso por su grandeza, de la formación de
las Brigadas Internacionales para ayudar a salvar la
libertad y la independencia de un país amenazado, de nuestra
España.
Comunistas,
socialistas, anarquistas, republicanos, hombres de distinto
color, de ideología diferente, de religiones antagónicas,
pero amando todos ellos profundamente la libertad y la
justicia, vinieron a ofrecerse a nosotros
incondicionalmente.
Nos lo daban
todo; su juventud o su madurez o su experiencia; su sangre y
su vida, sus esperanzas y sus anhelos... Y nada nos pedían.
Es decir, sí: querían un puesto en la lucha, anhelaban el
honor de morir por nosotros.
¡Banderas de
España!... ¡Saludad a tantos héroes, inclinaos ante tantos
mártires!...
¡Madres!...
¡Mujeres! Cuando los años pasen y las heridas de la guerra
se vayan restañando; cuando el recuerdo de los días
dolorosos y sangrientos se esfume en un presente de
libertad, de paz y de bienestar; cuando los rencores se
vayan atenuando y el orgullo de la patria libre sea
igualmente sentido por todos los españoles, hablad a
vuestros hijos; habladles de estos hombres de las Brigadas
Internacionales.
Contadles cómo,
atravesando mares y montañas, salvando fronteras erizadas de
bayonetas, vigiladas por perros rabiosos deseosos de clavar
en ellos sus dientes, llegaron a nuestra patria como
cruzados de la libertad, a luchar y a morir por la libertad
y la independencia de España, amenazadas por el fascismo
alemán e italiano. Lo abandonaron todo: cariños, patria,
hogar, fortuna, madre, mujer, hermanos, hijos y vinieron a
nosotros a decirnos: ¡«Aquí estamos»!, vuestra causa, la
causa de España es nuestra misma causa, es la causa de toda
la humanidad avanzada y progresiva.
Hoy se van;
muchos, millares, se quedan teniendo como sudario la tierra
de España, el recuerdo saturado de honda emoción de todos
los españoles.
¡Camaradas de
las Brigadas Internacionales! Razones políticas, razones de
Estado, la salud de esa misma causa por la cual vosotros
ofrecisteis vuestra sangre con generosidad sin límites os
hacen volver a vuestras patrias a unos, a la forzada
emigración a otros. Podéis marcharos orgullosos. Sois la
historia, sois la leyenda, sois el ejemplo heroico de la
solidaridad y de la universalidad de la democracia, frente
al espíritu vil y acomodaticios de los que interpretan los
principios democráticos mirando hacia las cajas de caudales
o hacia las acciones industriales que quieren salvar de todo
riesgo.
No os
olvidaremos, y cuando el olivo de la paz florezca,
entrelazado con los laureles de la victoria de la República
española, ¡volved!...
Volved a
nuestro lado, que aquí encontraréis patria los que no tenéis
patria, amigos, los que tenéis que vivir privados de
amistad, y todos, todos, el cariño y el agradecimiento de
todo el pueblo español, que hoy y mañana gritará con
entusiasmo: ¡Vivan los héroes de las Brigadas
Internacionales!
ARRIBA
Tuvo lugar en
Barcelona el 28 de octubre de 1938. Toda la Avenida del 14
de Abril (Diagonal) estaba engalanada con banderas rojas,
republicanas y catalanas, pancartas en los árboles y
farolas, con los nombres de los batallones de las Brigadas
Internacionales, como el Rakosy, Garibaldi, Thaelmann,
Lincoln, Henry Barbusse, etc. En la fachada de un edificio
de la plaza Hermanos Badía había colgado un gran tapiz con
el escudo de la España republicana, y unos carteles
alegóricos con distintas inscripciones, en las que se leía,
por ejemplo:
«Camaradas de
las Brigadas Internacionales: Id y contad en vuestros países
cómo se lucha aquí por la dignidad de Europa». «Las fuerzas
del aire no olvidarán jamás a sus camaradas de lucha, los
hombres de las Brigadas Internacionales –ciudadanos del
mundo–, defensores de los verdaderos ideales de paz y de
justicia». «El Cuerpo de Seguridad será el más firme puntal
de las libertades, que con vuestra sangre habéis defendido
en España, hermanos Internacionales». «A los que vinieron a
luchar en España por la libertad de todas las patrias». «A
los que merecen ser sus hijos España no los despide, les
abraza. Y con la victoria que conseguirá les ofrece una
patria libre y una tierra generosa».
Ocupaban la tribuna
Manuel Azaña, Juan Negrín, Diego Martínez Barrio, Luis Companys,
Josep Tarradellas, José Díaz, Dolores Ibárruri ‘La Pasionaria’,
Joan Comorera, el general Vicente Rojo y el general José
Riquelme, comandante militar de la plaza.
Abrió el desfile
una sección motorizada del servicio de carreteras, siguiendo una
compañía de desembarco de la Armada, una compañía de Infantería
de Marina, una compañía de Ametralladoras del servicio de
defensa de costas, los profesores y alumnos de la Escuela
Popular de Guerra y una compañía de Aviación.
A continuación
desfilaron las gloriosas banderas de las divisiones que integran
los ejércitos del Ebro, a las que seguían representaciones
armadas de los mismos, combatientes que habían llegado de las
trincheras para contribuir, con sus enseñas, al homenaje.
Acto seguido
comenzó el desfile de las Brigadas Internacionales. A la cabeza
iba el comisario Gallo y los tenientes coroneles Hans y Morando.
Desfilaron por grupos de nacionalidades. Polacos, alemanes,
ingleses, belgas, franceses, países americanos… Cada grupo
llevaba al frente, tras los oficiales, unas grandes pancartas
con títulos significativos: «España, ejemplo para todos los
países amenazados por el fascismo». «Aquí o en nuestros países,
siempre lucharemos por la libertad de todos los pueblos». «La
victoria será el mejor monumento a nuestros muertos».
Los hombres de las
Brigadas desfilaron ya sin armas, los brazos muertos y sin
ritmo. Hombres fuertes, desfilaban con la tristeza reflejada en
el semblante. Algunos con lágrimas en los ojos. Fueron estos los
momentos más emocionantes, más angustiosos y a la vez más
sublimes.
Tras las Brigadas,
cerraban la marcha el cuerpo de abnegadas enfermeras extranjeras
que han prestado sus servicios en los frentes y en los
hospitales, y dos camiones en los que iban mutilados y heridos.
Después desfiló el
batallón de la Guardia presidencial. En este momento, los
altavoces indicaron que, por conveniencias de seguridad, se
suspendía la continuación del desfile, recomendando una
dispersión con calma.
(Extracto de La Vanguardia, sábado 29 de
octubre de 1938)
ARRIBA
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