Nació en Vivero (Lugo) el 28 de mayo de 1902. El 17 de enero de
1922 fue detenido por coacciones y amenazas contra el obrero impresor Benito
López García, al que intimidó porque no se quiso afiliar a la asociación de
impresores a la que Atadell pertenecía. El 19 de enero de 1924 fue detenido por
unos artículos comunistas incitadores a la sedición. Siguiendo su odisea
judicial, el 25 de noviembre de 1924, fue detenido de nuevo cuando era
secretario de la Juventud comunista. Ingresó en la cárcel, recobrando la
libertad el 10 de marzo de 1925, para ser apresado el 24 de junio a su regreso
de París.
En 1928 se trasladó a Madrid para trabajar de tipógrafo en los
talleres de El Sol y La Voz, afiliándose al Partido Socialista. En
las asambleas del partido exhibió sus dotes dialécticas. Entabló una buena
relación de amistad con Indalecio Prieto Tuero.
En una carta publicada en El Socialista explicaba sus
bandazos ideológicos, pasando del comunismo a las filas del socialismo moderado:
Al Comité de la Agrupación
Madrileña.- Salud
Estimados camaradas: Desde
la edad de quince años vengo militando en las filas del proletariado.
Circunstancias políticas internacionales, apreciaciones marxistas, hechos
ocurridos dentro del Partido Socialista, hicieron inclinar mis simpatías a
favor de la Revolución rusa y, por ende, me desligué del socialismo español
para militar en la Sección española de la Tercera Internacional.
Mi actuación política –y no
me pesa– me reportó infinidad de prisiones con sus correspondientes procesos
y sinsabores. Tal es la consecuencia lógica de los que luchamos noblemente
por ideales de justicia.
Mi actuación sindical está
limpia de toda marcha. Primero en Vivero –mi pueblo natal–, donde unos
cuantos jóvenes organizamos a los obreros del ramo de la construcción, con
su correspondiente periódico de combate; después en Ferrol, donde los
camaradas de “El Obrero” recibían mi modesta ayuda como colaborador, y
posteriormente en la veterana Asociación del Arte de Imprimir, de Madrid, he
dedicado todos mis afanes y desvelos en servir a la noble causa que a todos
nos guía.
Circunstancias excepcionales
me llevaron a ocupar puestos importantes dentro del comunismo español. En
ellos realicé la labor que pude, creyendo que defendía una causa justa…
Las ambiciones de unos, las
maldades de otros y las tácticas nefastas de orientación, me hicieron pensar
seriamente. Y puesto a pensar, en los ratos de encierro carcelario, he
sacado en consecuencia que todos los que militamos en el comunismo español
sufrimos un gran error. De ahí el que yo me separe de este partido, para
ingresar de nuevo en el que jamás he debido abandonar.
Sin embargo, me cabe la
satisfacción de que siempre he defendido el ideal con tesón, importándome
muy poco los sinsabores sufridos. Pero cuando se tiene cierta experiencia y
se ven ciertos manejos indignos, no hay más remedio que desligarse del
partido comunista, dado que permanecer en él es perpetuar las luchas
internas que minan, desgraciadamente, al proletariado español.
Decía el maestro y llorado
Iglesias [se refiere a Pablo Iglesias] que
“dar a los ilusos reflexión para que no marchen por extraviado camino, es
una labor tan positiva, tan grande y tan hermosa, que deben realizarla con
verdadera complacencia todos los que militan en el campo socialista”. Y este
pensamiento filosófico del maestro lo suscribo íntegro.
Pido, pues, camaradas del
Comité, mi alta en el Partido y en la Federación de Juventudes.
Espero, pues, vuestra
decisión.
Cordiales saludos
proletarios de vuestro compañero.
Agapito García Atadell fue uno de los principales agitadores de
la huelga convocada en 1934 contra el diario ABC. La revuelta fracasó
gracias al ministro de la Gobernación Rafael Salazar Alonso y al director del
rotativo Luca de Tena, que fue apoyado por las empresas periodísticas
conservadoras madrileñas.
Como consecuencia de los sucesos ocurridos en octubre de 1934,
estuvo en la cárcel, junto a Francisco Largo Caballero.
ARRIBA
Cuando estalló la Guerra Civil creó y organizó en Madrid la
Brigada de Investigación Criminal, también denominada Milicias Populares de
Investigación, con las que cometió robos, saqueos y asesinatos, con el
beneplácito de las autoridades republicanas. También participó en numerosas
checas de la capital de España.
Empleó los archivos del ministerio de la Gobernación para
perseguir a gente de derechas y católicos. Funcionaba con policías nombrados
entre milicianos dispuestos a realizar los crímenes.
El tremendo terror que se abatió en Madrid a partir del 18 de
julio de 1936, fue iniciado y mantenido por escuadrillas policíacas,
creadas por el marxismo y por el anarcosindicalismo y sacadas, por ambos
partidos políticos, de sus fondos más bajos.
Ya el 25 de julio, estos forajidos, con una embrionaria
organización, eran dueños de todo. Curiosamente, los perseguidos que lograban
escapar de sus garras iban a refugiarse en la Dirección General de Seguridad,
donde pedían que se les detuviera. Los mismos policías, acobardados, sintiéndose
odiados por sus jefes y por el Gobierno, los felicitaban en voz baja: “Ha tenido
usted suerte…; aquí, por lo pronto, no perderá el pellejo”.
Al correr de aquellos horrorosos días hubo un cambio en la
manera de actuar de aquellos criminales. Las partidas sueltas, las
brigadillas, se concentraron y surgieron verdaderas escuadras, bien armadas,
con edificios propios, automóviles, dineros y la benevolencia de las mismas
autoridades. Operaban con las primeras sombras de la noche o en la alta
madrugada, y sus razzias eran siempre fructíferas. El automóvil de
turismo, previamente requisado, con el piquete ejecutor, iba seguido
siempre de la camioneta para cargar el producto del robo.
La Escuadrilla del Amanecer
y la brigada de Los linces de la República llegaron a un insuperable
grado de vileza y de crueldad, para alcanzar fama y celebridad en aquel caos
teñido de sangre. Todas fueron superadas por la brigada de García Atadell.
Cuando los coches de la brigada –llevaban todos los fatídicos letreros, en
esmalte blanco, sobre los capós– cruzaban las calles de la ciudad, cundía el
espanto entre los viandantes. Si uno de aquellos automóviles paraba frente a un
portal, en las sombras de la noche, era un signo de muerte próxima.
La brigada dirigida por García Atadell actuó en Madrid desde los
primeros días de agosto hasta los principios de noviembre de 1936. |
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ARRIBA
Subían con
el alba... como piratas de nocturnas voces, –patillas y
fusiles– encendidos, odio en el dril y el corazón saltando.
Cercaban las angustias de las casas, la intimidad de lechos
y de alcobas, y ya era la escalera cascada de palabras y de
luces. Y el ascensor, posándose en su hueco, como un grito
que queda en la garganta. Y un revólver de Cristos con
alfombras, de paños y juguetes, libros, rosas, espadas de
panoplia, con marfiles. Y allí la ropa tenue, blanca o rosa,
de la muchacha, con olor a novia. Y el tiragomas del hermano
muerto, la almohada de la niña con su lazo, la sábana
nupcial, y la vitrina con abanicos de óperas antiguas; la
violeta secada en la novela, el rizo, el primer diente en
orla de oro, los lentes del difunto padre, helados con el
vago recuerdo de sus ojos. ¡Todo –furia infernal– todo lo
tierno se rompía en sus dedos sin pasado!
Asesinaban
los borrosos muertos, supervivientes en pequeñas cosas.
Rasgaban con las duras bayonetas los lienzos con las
Vírgenes pintadas, las copias, inocentes, de Murillo, cuyos
corderos presidieron sueños, fiebres, suspiros, besos y
agonías.
Era la horda
cargada de intemperie fumando en un balcón de Reyes Magos
junto a la palma de un domingo antiguo. Se llevaban al
pálido muchacho (de latín y de novia), y la escalera repetía
el sollozo de la madre ululando en la noche sin faroles. Y
abajo estaba el auto, y la siniestra sonrisa del “paseo”
hacia la muerte.
Hacía un
polvo y un yeso de cipreses, para tirar en un solar la carne
que abrigaron la madre las hermanas, para llenar de hormigas
una boca que bebió dulce leche y tibios besos.
Era la horda
del alba, la manchada y descompuesta y verde; entre dos
luces, entre luna y aurora, con la sangre como un aceite
sobre el mono infame.
¡Brigada de las tres de la mañana! ¡Maldita
seas, enemiga nuestra! Violadora de cándidos secretos,
cuando el reloj del comedor sonaba evocando las cenas
familiares.
¡Las casas sin honor y sin recuerdos
maldicen vuestra sangre vagabunda!
ARRIBA
En La
dominación roja en España podemos leer lo siguiente
sobre la checa socialista de García Atadell:
En el mes de
agosto de 1936 el Gobierno del Frente Popular hizo numerosos
nombramientos de agentes de Policía, que recayeron casi
exclusivamente en antiguos afiliados al Partido Socialista,
como elementos de confianza para el régimen. Un numeroso
grupo de estos improvisados agentes de la Autoridad fue
agregado a la Brigada de Investigación Criminal, funcionando
dentro de ella de manera autónoma, bajo el mando del antiguo
militante socialista Agapito García Atadell, tipógrafo,
personalmente adicto a Indalecio Prieto. Este grupo
socialista de nuevos agentes de Policía, bien pronto se
desligó de su nominal relación de dependencia respecto de la
Brigada de Investigación Criminal, y se trasladó a un
palacio incautado a los condes del Rincón en la calle
Martínez de la Rosa, número 1, asumiendo la denominación de
Milicias Populares de Investigación de García Atadell.
El personal de
la “checa” se componía de cuarenta y ocho agentes, todos
ellos de nuevo nombramiento, actuando como segundo jefe
Ángel Pedrero García, y como jefes del Grupo, Luis Ortuño y
Antonio Albiach Giral.
La Brigada de
Atadell gozaba para la realización de sus tropelías no sólo la
autoridad oficial, sino de la plena asistencia de la Agrupación
Socialista Madrileña y de la minoría parlamentaria del Partido
Socialista, cuyos miembros –e incluso algún ministro socialista,
como Anastasio de Gracia– acudían a visitar la “checa” para dar
alientos y fervores a los hombres que componían su brigadilla.
Era tal la
influencia de García Atadell en Madrid, que hasta algunos
diplomáticos extranjeros, le visitaban para pedirle la libertad
de algunos detenidos. Así se pudo leer en los diarios, esta
increíble noticia:
«El embajador
de Rumania, el de los Países Bajos, el de Inglaterra, y el
encargado de la Embajada de Francia, se reunieron a merendar
con García Atadell, para solicitar del mismo la libertad de
un detenido».
La prensa marxista
publicaba continuas informaciones de elogios para la Brigada
Atadell, así como fotografías del jefe de la misma y de la
visita de personalidades políticas y parlamentarias a la checa.
En el periódico
Informaciones, en su edición del día 17 de septiembre de
1936, se podía leer lo siguiente: «García Atadell tuvo noticias
de que los conocidos hermanos fascistas Antonio Bernardo y Ramón
Vidal, en unión de otros, también falangistas, algunos de los
cuales habían estado con los facciosos en Teruel, se hallaban
escondidos en Madrid. Practicó laboriosas investigaciones y
consiguió localizarlos en el domicilio de Eduardo Barriobero
González, calle de Núñez de Balboa, número 8. Personadas allí
las milicias, detuvieron a los siete afiliados de Falange, entre
los que se encontraban, como decimos, los hermanos Vidal, el
padre de éstos y el capitán de Artillería, procedente de
Asturias, Luis Rodríguez del Villar».
Posteriormente en
el mismo periódico se daba la noticia de que la Brigada de
Atadell, sin pasar por ninguna prisión, sin someter a juicio a
los hermanos Vidal y al capitán Rodríguez del Villar, había
condenado y asesinado a éstos.
Por orden del
ministro de la Gobernación rojo, Ángel Galarza, fue detenida y
asesinada por la Brigada de Atadell la periodista, de
nacionalidad francesa, Carmen de Bati. Su cuerpo acribillado a
balazos fue hallado en un descampado en las afueras de Madrid.
También fue detenido el periodista don Luis Calamita y
Ruy-Wamba, adversario político de Ángel Galarza, y mediante una
orden del director de Seguridad, se le entregó a un chequista
para que éste, personalmente y sin más testigos, lo asesinase.
La orden de entrega, decía así: «Siendo necesario el traslado
del detenido en esa prisión, Luis Calamita Ruy-Wamba, a la
prisión de Chinchilla, el cual se halla a mi disposición, según
se acredita en el adjunto volante, sírvase hacer entrega del
mismo al portador del presente oficio, don Vicente Rueda
Fernández, encargado del cumplimiento del mencionado traslado».
El tal Vicente Rueda era un vulgar pistolero, amigo y paisano de
Ángel Galarza Gago, el cual tenía a éste para ejecutar los
crímenes que le interesaba llevar a cabo dentro de la máxima
urgencia y siempre con la máxima discreción.
Fueron muy
numerosos los asesinatos cometidos por la “checa” de Atadell;
pero principalmente se dedicaba esta checa a robos de
importancia, acumulando un verdadero tesoro, buena parte del
cual se llevó consigo en su huida Agapito García Atadell.
La clave de los
éxitos que en su campaña persecutoria alcanzó la “checa” de
Atadell, se encontraba en la asidua información que sobre la
ideología política y religiosa, y muy especialmente sobre la
posición económica de sus futuras víctimas, le suministraba la
organización sindical socialista de los porteros de Madrid,
cuyos diarios informes acerca de los inquilinos eran recogidos
en la propia “checa” por un Comité de miembros de la misma,
también porteros de profesión.
García Atadell se
enorgullecía de sus ‘hazañas’ y se mostraba orgulloso de ser
retratado en los periódicos, por lo que atendía siempre muy
amablemente a la Prensa. El diario El Heraldo de Madrid,
el 20 de agosto de 1936, tras referirse a los éxitos alcanzados
por la Brigada Atadell, publicaba la siguiente declaración de
Agapito:
«La clase
trabajadora puede tener la seguridad de que los que aquí
trabajamos sólo tenemos una aspiración común: servir
enteramente al marxismo contra un capitalismo fracasado y
por ello, si es preciso, entregaremos nuestras vidas. Entre
nosotros no hay divergencias, ya que todos tenemos el mismo
ideal y por él luchamos y siempre seguiremos las rutas que
nuestros partidos determinen. Todos, absolutamente todos,
estamos llenos de un magnífico espíritu».
La Brigada de
Atadell practicó alrededor de ochocientas detenciones, buena
parte de las cuales acababan en trágicos paseos.
Los detenidos por
la Brigada Atadell condenados a muerte por el Comité de la
“checa”, eran conducidos en automóvil por los propios agentes de
la brigada a la Ciudad Universitaria y otras afueras de Madrid,
donde se les asesinaba.
Figuraba García
Atadell en el tribunal de la checa de Bellas Artes. Sus
decisiones eran inapelables, cuando se trataba de fusilar o
liberar a cualquiera de los detenidos por la brigada que él
dirigía. Los fusilamientos que realizaron se pueden calcular en
dos mil personas. Al mismo tiempo se incautaban de dinero,
alhajas, títulos de la deuda, etc., encontrados en las casas
objeto de la requisa o el saqueo.
Fue responsable de
la detención del General Osvaldo Capaz Montes, el cual el 6 de
abril de 1934 desembarcó en Ifni, tomando posesión de su capital
Sidi Ifni y del resto del territorio. En 1936 era comandante
General de Ceuta, viajando en las fechas del alzamiento a
Madrid, siendo arrestado por la Brigada de Atadell, sin causa
alguna, e internado en la Cárcel Modelo de Madrid, donde fue
asesinado por los milicianos el 22 de agosto de 1936.
ARRIBA
García Atadell
huyó de la capital de España, perseguido por la F.A.I. y por
el partido comunista. Esta determinación tuvo mucho que ver
un asunto tenebroso que saltó a las columnas de la Prensa y
en el que figuraba el rapto de una señorita que vivía en la
calle de Goya. Este rapto lo ejecutaron los comunistas, y
García Atadell descubrió el paradero de la muchacha. Por
esto, y porque los comunistas quería participar en las
rapiñas de la Brigada de Atadell, y éste no lo consentía,
sobrevino su huida. Los milicianos y los policías que
figuraban en la brigada, se mostraron indignadísimos por la
fuga de su jefe, ya que decían que se había llevado de
Madrid unos veinticinco millones de pesetas.
Agapito García
Atadell, en unión de sus indeseables compinches, Luis Ortuño,
Pedro Penabad y Ángel Pedrero, huyó a Alicante. Aunque poseía un
importante botín, sin embargo carecía de suficiente dinero en
efectivo, razón por la cual se le ocurrió la idea de saquear la
cuenta corriente de su esposa, Piedad Domínguez, domiciliada en
el Banco Hispano Americano, consiguiendo que ésta “donase a la
causa” 35.000 pesetas. Para ello recurrió a sus contactos con
Hacienda, escribiendo Luis Ortuño una carta con membrete de la
checa, en el que constaba que la señora Piedad Domínguez, donaba
voluntariamente a la brigada dicha cantidad.
Con este dinero
partieron los cuatro socios hasta Santa Pola, y después a
Alicante, donde García Atadell logró que el vicecónsul de Cuba
les extendiese una cédula de súbditos cubanos, con fecha
anterior al levantamiento militar del 18 de julio, para no
infundir sospechas. Luego, el vicecónsul medió ante su homólogo
argentino para que les permitiese embarcar en el buque de la
citada nacionalidad 25 de mayo, lo que en efecto
consiguieron, emprendiendo, el 12 de noviembre de 1936, el viaje
con destino a Marsella. En su camarote, García Atadell guardaba
su preciado tesoro: una maleta repleta de sortijas, pulseras,
pendientes, gargantillas, diademas de oro y piedras preciosas.
García Atadell y
sus acompañantes, desembarcaron en Marsella, donde Atadell
vendió parte de su botín, unos brillantes, a cambio de 84.000
francos.
Como Francia no era
un país seguro y Cuba se había convertido en el objetivo final
del viaje, se desplazaron a St. Nazaire, donde embarcaron el 19
de noviembre a bordo del trasatlántico Mexique.
El barco hizo una
escala en La Coruña. Durante el viaje, Atadell trabó amistad con
un pasajero llamado Ernesto Ricord, al que convenció para que
desembarcase y tratase de traer noticias frescas de la
situación. Ricord se hizo pasar por falangista y fue a ver al
jefe de Falange de La Coruña, al que confesó sus sospechas de
que a bordo viajaban “rojos españoles”, que era preciso detener
en cuanto el barco hiciera escala en Santa Cruz de La Palma.
Ricord recibió instrucciones para que no los perdiera de vista,
a lo que éste se comprometió y cuando regresó a bordo ofreció
todos los detalles a su compañero Atadell.
Cuando el
Mexique fondeó en Santa Cruz de la Palma, Ricord puso en
marcha el plan de Atadell para no levantar sospechas en las
autoridades de la isla, que habían sido alertadas desde la
escala del barco en La Coruña.
Durante la
travesía, Atadell se granjeó la simpatía de muchos pasajeros y
de la tripulación, a la que obsequiaba con cuantiosas propinas.
Procedió, así, a
señalar como presuntos culpables a dos pasajeros, uno de los
cuales resultó ser procurador de Bilbao de apellido Zaldivea y
el otro era un periodista llamado Rafart, que había escrito en
el Diario de Madrid y cuya neutralidad en la guerra le
hizo exiliarse voluntariamente a La Habana. Rafart reaccionó con
virulencia ante su detención y señaló como sospechoso al
verdadero culpable, un hombre de gruesas gafas y pasaporte
cubano que no era otro que el propio García Atadell.
Cuando los
militares y falangistas que subieron a bordo procedieron a
detenerle, éste reaccionó con la mayor naturalidad y les siguió
con un gesto risueño, y antes de enfilar la pasarela, dijo a los
presentes: “No se preocupen, señores. Se trata de un pequeño
error que inmediatamente se aclarará”.
Mientras permaneció
en tierra, García Atadell conservó la calma en todo momento y
esperó a que apareciera su cómplice Ricord, quien explicó a las
autoridades su condición de persona de confianza del jefe de
Falange de La Coruña y defendió la inocencia de su cómplice,
asegurando que se trataba de una persona honorable, a la que
conocía desde hacía tiempo y por lo que él mismo respondía y
juró que la denuncia del periodista Rafart era una absurda
patraña para tratar de salvarse él mismo.
Resuelto el asunto,
los dos sujetos regresaron de nuevo al barco y Atadell explicó a
los pasajeros que estaban pendientes de su vuelta de que todo
había sido un malentendido. Luego, imperturbable, se dirigió a
su camarote, cuando apenas faltaba una hora para que el barco
continuase su viaje.
Sin embargo, de
pronto sucedió algo inesperado. Uno de los falangistas vestido
de paisano, a los que no había convencido las explicaciones de
Ricord, los siguió y se acercó hasta el camarote de Atadell y
observó como éste, desde el pasillo, se abrazaba entusiasmado a
dos hombres. Uno era el propio Ricord y el otro era Pedro
Penabad. A su lado, sobre la cama, había una maleta. Guiado por
un presentimiento, irrumpió en el camarote y detuvo a los tres
hombres, que fueron conducidos a tierra, desvelándose la
auténtica trama.
ARRIBA
La causa
comienza en Santa Cruz de Tenerife, después de ser detenidos
a bordo del vapor Mexique en el puerto de Santa Cruz
de la Palma, los tres procesados y otros pasajeros del
buque, para los que fue sobreseído el procedimiento.
García Atadell
declaró ante la Jefatura de Policía de Santa Cruz de Tenerife
que tenía treinta y cuatro años de edad, era natural de Vivero,
de oficio tipógrafo y vivía en Madrid en la calle de Bravo
Murillo. Cuando surgió el movimiento del 18 de julio era
auxiliar en las oficinas del Partido Socialista, y como Ángel
Galarza Gago quisiera reorganizar la Policía, fue escogido para
figurar en ella y agregado a una Brigada compuesta por cuarenta
y ocho hombres que tenían su domicilio en la antigua casa de los
condes del Rincón. Da los nombres de los principales miembros de
la mencionada brigada, que en su mayoría eran tipógrafos,
porteros y chóferes, habiendo también un ebanista y un viajante
de comercio.
En la misma Brigada
figuraba el señor Fernández Matos, que había sido director
general de Seguridad. Esta brigada formaba una especie de
Comisión de Control de la Policía, y había un Tribunal
sentenciador, presidido por el inspector de Policía, señor Lino.
García Atadell
agrega que, según calcula, esta brigada practicaría unas
ochocientas detenciones mientras él tuvo intervención en ella;
que el presidente del Tribunal sentenciador tenía voto de
calidad; que había un pelotón de ejecución, que formaban, entre
otros Pedrero, Alviar y Barba; que disparaban sobre los
detenidos, matándolos, en la Ciudad Universitaria, dejándolos en
el campo hasta que venían a recoger los cadáveres las camillas
de las ambulancias; y que recuerda los nombres de algunos de los
fusilados, como los señores Cumella, Duque, los hermanos
Miralles, Pardo, Valcárcer, Cifuentes y Monedero, así como
madame Balhier, a quien mandó fusilar el propio Ángel Galarza
Gago.
Continúa diciendo
que fue sorprendida una reunión de elementos fascistas en el
domicilio del hijo de Barriobero, y todos los concurrentes
fueron fusilados. Recuerda, asimismo, que fueron detenidos el
padre Gafo, el diputado Fernández Heredia, el secretario
particular de don Alejandro Lerroux, Sánchez Fuster; el redactor
jefe del periódico La Nación, la duquesa de Lerma,
etcétera.
Asegura que la
condesa de Arcentales no fue conducida a la cárcel, sino a una
Embajada; y la duquesa de Lerma, sacada de una prisión, donde la
tenían los elementos de la F.A.I.; y añade que salvó la vida a
un familiar del ex ministro señor Montes Jovellar.
Dice también que
Galarza le ordenó un registro en los domicilios de dos jueces de
Instrucción, uno de ellos hermano del director de un periódico
de Zamora que había atacado a Galarza, recomendándoles que
fuesen al registro sin placas ni carnés de policías.
Desde luego niega
que él detuviese al señor Peñalva, y afirma que fueron los
comunistas los que le mataron, así como a todos los individuos
de su familia; confirma que hizo registros en el domicilio del
ex ministro señor Callejo; en la casa del señor Soto Reguera y
en la tienda de un joyero, pero, en su descargo, manifiesta que
levantó acta de todo lo encontrado y lo llevó a la Dirección
General de Seguridad.
Continúa su
declaración y explica sus relaciones con los galleguistas
Castelao, Suárez Picallo y Penabad, que tenían sus oficinas en
la Gran Vía, encima del bar Chicote, y que obedecían las órdenes
de Casares Quiroga, presidente honorario de las Milicias
Gallegas.
Refiriéndose a su
huída de Madrid, dice que un día del mes de noviembre comentó
con Penabad la crítica situación de la ciudad y su posible caída
en manos del Ejército nacional. Entonces concibió la idea de
huir, y pidió a Negrín, que era ministro de Hacienda, la
autorización para sacar 35.000 pesetas, lo que consiguió en
seguida, llevándose también algunas alhajas.
Su viaje a Santa
Pola y Alicante lo justificó para la requisa de unos chalets,
con destino a la Colonia Infantil formada por los hijos de los
policías.
En esta declaración
dice asimismo que el Tribunal de la brigada a la que él
pertenecía no tenía nada que ver con el Tribunal Popular. Éste
se creó a raíz del incendio, no sabe si fingido o real, de la
Cárcel Modelo. Este Tribunal lo formaba un representante
de cada uno de los partidos que figuraban en el Frente Popular,
y como presidente un magistrado. El Gobierno creyó que de este
modo se podían atajar los asesinatos que habían sido perpetrados
en la misma cárcel con la muerte de Melquíades Álvarez, Martínez
de Velasco, Albiñana y muchos más de los prisioneros.
Asegura en esta
declaración, también, que nadie puede acusarle de haber
intervenido en fusilamientos, aunque es posible que los
individuos de su Brigada los verificasen; ni tampoco que hubiese
robado nada, aunque es posible que los individuos de la Brigada
hubieran perpetrado robos.
Justifica el dinero
que se le encontró, diciendo que poseía 40.000 pesetas en el
Banco Hispano Americano, y que tenía 850 pesetas como sueldo
dentro del Partido Socialista. Quien vendió unos brillantes en
80.000 pesetas fue su compañero Ortuño.
Hay una tercera
declaración de García Atadell, donde reconoce que hizo
muchísimos registros, pero que de detenciones sólo recordaba las
de los señores Viñó, Bahía, Lerma, Brujó y Fernández Ramírez, y
tiene empeño en hacer constar que celebró varias entrevistas con
el magistrado señor Elola, a quien vio muy entusiasta del Frente
Popular.
Seguidamente da
cuenta de la organización de las brigadas y escuadrillas, así
como de la Policía. Dice que en Madrid había una brigada que se
llamaba La Escuadrilla del Amanecer, formada por
comunistas; otra denominada Los Linces de la República,
que tenía una tendencia anarcosindicalista, y otra de
Investigación Pública, a la que él pertenecía, y que era
oficial, porque estaba formada por policías y dirigida por el
inspector señor Lino. La dirección de las brigadas
incontrolables la llevaba un Comité, establecido en la calle de
Fomento, que estaba formada por anarcosindicalistas y presidida
por un individuo llamado Manzano. Este Comité fusilaba sin
piedad, y las autoridades no podían hacer nada.
Esta declaración la
termina García Atadell dando cuenta de su detención a bordo del
Mexique, por haber sido identificado por el periodista
Rafael Rafart, que iba a bordo, y que fue detenido y conducido a
tierra por denuncias de Ricord y Vivó.
ARRIBA
El miércoles 30
de junio de 1937, a las diez en punto de la mañana, y en una
de las salas de la Audiencia Territorial de Sevilla, se
constituyó el Consejo de guerra.
Fueron introducidos
en la sala los procesados Agapito García Atadell, Pedro Penabad
Rodríguez y Ernesto Ricord y Vivó.
Según testimonio
que consta en el sumario la Brigada García Atadell estaba
formada por individuos de la F.A.I., y que fue la que hizo más
requisas y saqueos y ejecutó más fusilamientos de cuantas
brigadas había en Madrid.
Asimismo se dice en
él que García Atadell presidía la checa de Bellas Artes, ante la
cual fue llevado el marqués de Benalúa, para ser fusilado
después, y asegura que la Prensa francesa elevó a dos mil el
número de fusilamientos decretados por García Atadell.
Josefina Mariño
Catalá dice que conoció a García Atadell y Penabad y a sus
mujeres respectivas en Santa Pola, embarcando con ellos en la
falúa que los condujo al crucero 25 de mayo. García
Atadell y Penabad llevaban carteras y paquetes.
El testigo Alberola
manifiesta que García Atadell fue el autor de la huelga de
ABC del año 1934.
El señor Ripoll
asegura que García Atadell tenía un yate en Santa Pola. También
poseía una canoa-automóvil, en la que salía con frecuencia,
pretextando un servicio, para buscar una radio
clandestina.
El testigo Macías
Martínez dice que los de la Brigada de Atadell estaban
indignadísimos con éste, porque huía de España llevándose
veinticinco millones de pesetas en alhajas.
La declaración del
testigo Campos y Campos es interesante. Manifiesta que García
Atadell le interrogó en la checa de Bellas Artes y luego en el
cuartelillo de la calle del Ese, para preguntarle por la familia
del aviador García Morato. Añade que García Atadell, por su
omnímoda voluntad, libertaba o fusilaba a los detenidos; y
agrega que como se había ordenado que todas las familias se
proveyeran de vales para comidas en el Círculo de Bellas Artes,
iban muchísimas personas de derecha, practicándose entonces
numerosas detenciones, y los detenidos eran entregados a García
Atadell.
A continuación
figuran en el apuntamiento los sueltos periodísticos,
especialmente de El Heraldo de Madrid, dando cuenta de
los servicios practicados por la Brigada de García Atadell.
ARRIBA
El presidente
pregunta al fiscal si tiene que hacer alguna observación.
Contesta negativamente.
En cuanto al
defensor, solicita que se lea un escrito de García Atadell, que
figura en el folio 229 de la causa.
En este escrito,
García Atadell habla de la gran influencia anarcosindicalista en
Madrid, y dice que los mejores edificios, los mejores coches y
las mejores comidas eran de la C.N.T. y de la F.A.I. Pasaban
bien la guerra. Los Cenetistas y los Faístas
comenzaron a incautarse de los edificios los primeros días de
octubre, poniéndoles un gran cartel rojo, que decía: “Para la
contraguerra”, y pasaban los recibos a los inquilinos. El
ministro de Hacienda quiso oponerse a este latrocinio, y
entonces una comisión lo visitó y lo insultó. Galarza dejaba
hacer, complacido. En el escrito quiere echar toda la culpa del
terror en Madrid a los grupos inorgánicos que carecían de
carácter oficial y no obedecían órdenes de ninguna clase.
Agrega que la única
Brigada oficial era la Social, a la que él pertenecía.
El director general
de Seguridad era el capitán Muñoz, el jefe superior de Policía,
López Rey; el subjefe, Aguirre, y el jefe de la Primera Brigada,
el inspector Lino. Esta brigada tenía dos edificios: el de la
calle Víctor Hugo, número 9, y el del palacete de los condes del
Rincón. Él actuaba en éste. A la inauguración del edificio
asistieron los ministros y las autoridades. Asegura también que
arregló la entrada del inspector Sr. Lino en la Embajada de
Méjico, porque ya no podía sufrir la presión de la C.N.T. y la
F.A.I., y termina diciendo: “¡Quién tenía fama de humanitaria en
Madrid, sino nuestra Brigada!”
Declararon Pedro
Penabad y Ernesto Ricord y se suspendió la vista hasta las cinco
de la tarde, en la que tuvo lugar los interrogatorios de los
tres procesados.
A continuación
informó el fiscal a los efectos del artículo 542 del Código de
Justicia Militar.
Posteriormente tuvo
lugar la petición de penas. El fiscal, puesto en pie, lo mismo
que el Consejo, dice que procede imponer a los procesados las
siguientes penas:
Al Agapito
García Atadell, la pena de muerte, en garrote, por la
monstruosidad de sus delitos.
Al Pedro
Penabad, la pena de muerte.
Al Ernesto
Ricard y Vivó, la pena de reclusión por veinte años.
Caso de condena a
pena de privación de libertad, procede el abono de la prisión
preventiva sufrida.
Es procedente
exigir responsabilidades civiles en la cuantía que se
determinará en su lugar.
Todo ello conforme
a los artículos invocados y demás preceptos y disposiciones del
Código de Justicia Militar.
El informe del
fiscal produce un gran abatimiento en los procesados. García
Atadell, que durante el interrogatorio dio muestras de un gran
cinismo y de una imperturbable serenidad, cambia de actitud y de
gesto y hunde la cabeza entre las manos.
Después del informe
de la defensa, el Presidente pregunta a García Atadell si tiene
algo que alegar, a lo que el procesado contesta negativamente.
Hecha la misma
pregunta a Penabad dice: “Yo no he actuado nunca”.
El procesado Ricord
se limita a decir lo siguiente: “Todo el mundo sabe que yo no he
tenido jamás ni un céntimo”.
Seguidamente se dio
por terminada la vista y el Consejo quedó reunido para dictar
sentencia, que no será conocida hasta que la apruebe la
autoridad militar.
ARRIBA
El 4 de julio
de 1937, tres días después de conocer la sentencia de muerte
escribe a su mujer:
Señora doña
Piedad Domínguez Díaz.- Villa-María. Residencia de las
hermanas de la Caridad.- En Hendaya (Francia).
Piedad de
mi alma: supongo en tu poder dos cartas mías.
Afortunadamente el giro tuyo llegó a mi poder y con el
pude pagar a quien debía. Gracias. De Manolita solo
recibí de lo que tú le enviaste 200 pesetas. No le gires
más. Y paso a lo que más me interesa. Estoy bien y con
el ánimo bien dispuesto para lo que venga: hoy domingo,
hice una rectificación pública de mi pasado. Alégrate,
como yo te veo alegrar, Piedad mía. Ayer sábado, me
confesé y hace apenas dos horas que he recibido la Santa
Comunión. En mis cartas nunca te dije nada, pero
escucha, creo y tengo Fe. Algo emocionado te escribo. No
es para menos. Desde hace ocho meses, rezo y pido a Dios
por ti. Alégrate y anima ese buen corazón. No todas
habían de ser tristezas para ti y para mí.
Hace días
te di poder para contraer ahí mi matrimonio canónico. Ya
supongo que estará realizado o en vías inmediatas de
realización. He cumplido mi promesa para contigo y para
con Dios. El poder a que aludo lo mandaron por orden del
ilustrísimo señor Vicario General de la Archidiócesis de
Sevilla, libre de todos los obstáculos.
Ya sabes,
pues, mis intenciones. Si algo ocurriese te dejo la más
completa libertad para que adoptes el estado que más
convenga a tus inclinaciones y sentimientos.
Quiero que
se cumplan las siguientes promesas que yo hice:
Dar una
misa al Santísimo Ecce Homo de Vivero-Misericordia
Otra a
San Tirso de Portocelo
Otra a
San Andrés de Tejido
Otra, a
la Santísima Virgen de Lourdes de Vivero
Otra,
en la iglesia de Santiago de Bravos. Todas ellas en
intención mía y de Pedro. Sobre esto nada más.” (…)
ARRIBA
Leyéndola salta
a la luz lo cerca que andaba su confesor mientras la
escribía.
“Como
públicos ha sido mis ataques a la Santa Madre Iglesia y a su
ministerio, ataques lanzados por mi desde la prensa y la
tribuna pública, quiero que sea mi retractación justo
castigo a un pasado el cual detesto, si bien en la
penitencia he encontrado saber morir en paz de religión, de
salud espiritual y de bienaventuranza. Son muchas las
ofensas por mi cometida contra las autoridades legítimas de
Dios en la tierra. A todas ellas les pido perdón y con el
perdón la bendición que me redima en la vida y en la muerte
del pasado, harto agitado para la paz del espíritu y la
salud del alma, que solo se puede encontrar abrazando como
abrazo la verdadera religión, que no es otra que la de
Jesucristo a quien ofrezco mis actos en el porvenir,
redimido por su divina voluntad en mi pasado. Así sea.-
Agapito García Atadell. Prisión Provincial de Sevilla a 4 de
julio de 1937.
ARRIBA
Mdme. Piedad
Domínguez. Hermanas de la Caridad. Hendaya (Francia)
Mi
queridísima Piedad:
Muy pocas
líneas para decirte que he recibido tus cartas cariñosas
fechas 1, 3 y 6 del corriente. A través de ellas
observo, como siempre, tu grandeza de alma y los más
puros y grandes sentimientos de que estás animada.
¡Ánimo! Deseo y así se lo pido a Dios que te repongas
pronto de tu enfermedad y que no te dejes abatir por la
desesperación. Piensa en que el abatimiento no conduce a
la dicha espiritual. Te digo esto a propósito de tu
cariñosa carta del 6 que, como es lógico, me hizo
sufrir. Todos los males, por muy graves que éstos
fueren, tienen un gran lenitivo y un gran sedante con
sólo aplicarles una palabra: resignación. He ahí la
medicina, el bálsamo que debes utilizar en los momentos
difíciles de tu vida. ¿Qué puedo decirte yo, casi
profano en la materia, que tú no sepas? Lo único que se
me ocurre es manifestarte que soy feliz. Creo y me
basta. Pues bien, tú has forjado tu espíritu, tu vida y
tu alma en esa fe que remueve montañas. Aprovéchala,
anímate, busca en la ocasión el consuelo y espera
tranquila hasta que Él te llame, que no a de ser cuando
tú quieras, sino cuando le interese. Y piensa que la
familia está pendiente de ti y no te olvida. Así pues,
deja de ser la chiquilla de siempre y a pensar en
curarse pronto. Ése es mi mayor deseo y espero que me
harás caso. Nada más por hoy. Recibe, queridísima
Piedad, millones y millones de besos y abrazos de quien
te quiere con toda su alma. Agapito.
ARRIBA
Hospital de la
Santa Caridad. Sevilla. 15 de julio de 1937
Sr. D.
Indalecio Prieto y Tuero.
Madrid
Mi amigo
Prieto:
Ya no soy
socialista. Muero siendo católico. ¿Qué quiere que yo le
diga? Si fuese socialista y así lo afirmase a la hora de
morir estoy seguro de que usted y mis antiguos camaradas
lamentarían mi muerte y hasta tomarían represalias [sic]
de ella. Hoy, que nada me une a ustedes, considero
inútil decirle que muero creyendo en Dios. Usted,
Prieto, antiguo amigo y antes camarada, piense que aún
es tiempo de rectificar su conducta. Tiene corazón y ése
es el primer privilegio que Dios les da a los hombres
para que se consagren a Él.
Rezaré por
usted y pediré al Altísimo su conversión.
Firmado: A.
García Atadell.
ARRIBA
Caminó hasta el
patíbulo, asido de un brazo por el padre José Sebastián
Bandarán y del otro por el padre franciscano Carlos
Villacampa.
Al pie del cadalso,
García Atadell proclamó:
“En esta hora
suprema, hora de luz, hora de verdad en que voy a
presentarme ante el supremo juez, a dar cuenta completa de
mi vida, declaro que abomino y detesto las erróneas y
perniciosas doctrinas que he practicado. ¡Pido de todo
corazón perdón por mis enormes delitos! ¡Ruego a los que he
arrastrado al error y al mal con mis palabras y ejemplo que,
ahora que aún es tiempo, los abandonen y se conviertan; no
hay más que una verdad, que es Dios; no hay más que un
maestro, Jesucristo; no hay más que una luz, la de la
Iglesia católica. ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España!
Acto seguido, besó
el crucifijo que le había entregado el padre Villacampa y,
sentado ya en el banquillo, susurró:
“Acepto, Señor,
este género de muerte en expiación de mis crímenes y
pecados”.
Los padres
Sebastián y Villacampa le dieron la absolución final.
Al día siguiente,
16 de julio de 1937, la Santa Caridad se ocupó de enterrarle en
el cementerio de San Fernando.
La justicia había
sido cumplida…
ARRIBA
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