Opinión.
Por José García Domínguez
«En realidad, lo que
acaba de ordenar Zapatero es la demolición de la última
efigie de Felipe González que restaba en los sótanos de
Ferraz. Así, homenajeando a Santiago Carrillo, escupe
sobre la tumba política del clan de la tortilla» |
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Felipe González, que de eso entiende como nadie,
definió en su día a Carrillo así: "Es un pequeño saco
relleno de maldad". Mas su día pasó, y para el PSOE
renovado de Rodríguez, aquel fardo preñado de infamia se ha
transmutado en el trarro de las esencias doctrinales de la
izquierda. He ahí el delgado hilo sentimental que separa la
reforma de la ruptura: Zetapé erigiendo una estatua moral a
quien destruyera el partido socialista, ofrendado luego en
sacrificio ritual a una potencia extranjera. |
Hay una primera lectura posible, la naif, de ese gesto torero de
derrocar a Franco y entronizar al de Paracuellos al alimón: la pura y
simple ignorancia histórica. Que todo fuera un desliz más del
guionista de Los Lunis que ideó lo de la alianza de civilizaciones,
la gansada de los derechos y las derechas, y las frasecitas de
asamblea de facultad que ponen el broche de oro a las reseñas de los
Consejos de Ministros. Pero la coartada del buenismo ágrafo no
se sostiene; es inconsistente con el odio africano que,
invariablemente, despiertan en el belén del presidente del Gobierno
todos los antiguos heresiarcas de la iglesia comunista. Reivindicar la
ingenuidad de los corazones generosos que se entregaron a una causa
noble aunque equivocada, no casa con el desprecio por los que, además
de nobles y generosos, resultaron honradamente inteligentes; no se
compadece con el estigma eterno y el sambenito facha que regalan a los
disidentes que no comulgaron desde la idiocia y hasta el final con la
fe del carbonero leninista.
La segunda interpretación, una lectura necrófila de esa política de
gestos de Zapatero, es decir, de su política, nos la podría regalar
el Doctor Freud de Viena. Porque si de lo que se tratara en realidad
fuera de matar al padre, ese hijo de Stalin que repudió públicamente
a Wenceslao Carrillo sería el actor perfecto para escenificar el
drama. Qué mejor que un pequeño saco de maldad para aplastar a un
pequeño saco de consenso constitucional. En qué espejo más claro
mirarse que en el líder de las Juventudes Socialistas Unificadas que
empujara al PSOE a los brazos de la extrema izquierda revolucionaria
para destrozar la legalidad institucional.
En realidad, lo que acaba de ordenar Zapatero es la demolición de la última
efigie de Felipe González que restaba en los sótanos de Ferraz. Así,
homenajeando a Santiago Carrillo, escupe sobre la tumba política del clan
de la tortilla, y sobre las señas de identidad de aquel partido
reformista que había abjurado discretamente de su tradición montaraz,
de aquel PSOE de Suresnes que asumió el pacto constitucional. Lo otro,
lo de tumbar ahora a Franco, sólo alberga el propósito de hundir la
audiencia de Los Lunis. Pero ésa es otra historia
® Libertad
Digital. 18 de Marzo de 2.005.- © Generalísimo Francisco Franco.
18 de Marzo de
2.005.
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