En el fallecimiento de la periodista Oriana Fallaci.

 

La entrevista que le hizo a Santiago Carrillo.

Por Eduardo Palomar Baró. 19/12/2006.  

La escritora y periodista italiana más célebre de los últimos decenios, Oriana Fallaci, falleció el jueves 14 de septiembre de 2006 a los 77 años de edad, víctima de cáncer de mama, que venía padeciendo desde 1991, en el hospital de Florencia al que había ingresado luego de viajar desde Nueva York, donde residía. Estuvo acompañada por su hermana Paola y un sobrino.

Su muerte trajo consigo una serie de reacciones a favor y en contra de esta destacada periodista, que en su carrera entrevistó a líderes y celebridades del mundo político y social como Henry Kissinger, Willy Brandt, Yasser Arafat, el Sha de Persia, Ali Bhutto, Golda Meier, Robert Kennedy, el ayatola Jomeiny, Muammar Gadafi, Indira Gandhi, Federico Fellini, Hussein de Jordania, Deng Xiaoping entre otros, que recopiló en 1974 en un libro titulado “Entrevistas con la historia”.

Como corresponsal, Oriana Fallaci cubrió gran parte de los conflictos de Vietnam, Oriente Medio, India, Pakistán e Hispanoamérica. En Méjico estuvo presente en la matanza de estudiantes del 2 de octubre de 1968, en la Plaza de las Tres Culturas, siendo el responsable de la masacre el presidente Luis Echeverría Álvarez, el que en 1975 pidió la expulsión de España de la ONU, por el fusilamiento de tres terroristas del FRAP y dos de ETA... En este conflicto estudiantil Fallaci resultó gravemente herida. Acompañada de tres civiles, se vio de repente bajo una lluvia de balas. Vio cómo dos de ellos cayeron muertos a unos cuantos metros, mientras ella recibió tres disparos, uno próximo a la columna vertebral por lo que permaneció varios meses en una silla de ruedas.

Los libros “La rabia y el orgullo” y “La fuerza de la razón” que escribió tras los atentados del 11-S de 2001, en Estados Unidos, y el 11-M de 2004, en España, generaron una gran polémica. En estas dos obras, Oriana Fallaci advertía “de las perversas intenciones del Islam” y acuñó el término ‘Eurabia’, que según estimaba, era en lo que se había convertido Europa: “una provincia del Islam que con su sometimiento al enemigo está cavando su propia tumba”. Lo mismo sucedió con su siguiente obra, “Oriana Fallaci entrevista a Oriana Fallaci”, publicada en agosto de 2004, en el que analizaba el “cáncer moral que devora a Occidente” y su propia enfermedad. En este libro escribió que le acechaba la muerte y que tenía “algún anticuerpo en el cerebro, pero no mucho tiempo que vivir y sí muchas cosas todavía por contar”.

Aseguraba que no tenía miedo a la muerte y que lo que sentía era “una especie de melancolía. Me desagrada morir, sí, porque la vida es bella, incluso cuando es fea”.

En el mes de diciembre de 2004 recibió en Italia la Medalla de Oro como “benemérita de la cultura”.

El 24 de mayo de 2006, recibió en España el premio “Luca de Tena”, que otorga el diario ABC, aunque no pudo estar presente para recogerlo

 

Oriana Fallaci entrevista a Santiago Carrillo

En el semanario L’Europeo, de Milán publicaba el 10 de octubre de 1975 una entrevista de Oriana  Fallaci con Carrillo, Secretario General del Partido Comunista Español. Eran los días que el Generalísimo Franco caí enfermo, hasta su fallecimiento el 20 de noviembre de 1975. El líder comunista estaba un poco ‘verde’ acerca de las cosas capitales de nuestro país, columpiándose espectacularmente en el tema de la Monarquía. Tras la muerte del Caudillo, Carrillo se dedicó a pasear por España disfrazado con una peluca. Una vez apresado no pasó nada y luego fue legalizado el Partido Comunista por el ‘camisa azul’, presidente del Gobierno, el señor del “puedo prometer y prometo”, Adolfo Suárez.

Por tener la entrevista una enorme extensión recogeremos las respuestas de mayor trascendencia y valor:

 

«-Todo el abanico de fuerzas políticas españolas está de acuerdo para derribar al Régimen. De forma pacífica. Y si la derecha no nos ayuda, si el centro titubea, si la acción concordada no se realiza, dentro el plazo que ha dicho, entonces la Dictadura caerá de forma no pacífica. Quiero decir: que nos tendremos que doblar frente a la necesidad de derribarla con la violencia. Con una sublevación popular y contando con una parte del Ejército, o con una de las dos cosas. Yo sólo espero que la segunda solución no resulte indispensable.

-¿Por qué?

-Nosotros los comunistas la guerrilla la hemos hecho. Hasta 1949. Pero luego hemos comprendido que no servía y hemos renunciado a ella. ¿Por qué no servía? Porque los españoles no han curado aún de las heridas de la guerra civil y de la represión fascista.

»Hoy se batirían con nosotros los hijos de quienes ayer se batían contra nosotros. No queremos pedir a los jóvenes de hoy que maten a sus padres. No queremos dividir a las fuerzas democráticas frente a decisiones tan dramáticas. Necesitamos todas las fuerzas, para derribar al Régimen. Verter sangre es un despilfarro.

»La muerte de Carrero Blanco desbarató un poco al Régimen porque Carrero Blanco era el hombre encargado de garantizar su continuidad transmitiendo los poderes. Pero la realidad no ha cambiado porque haya muerto él. En efecto, ha venido Arias Navarro que hace las mismas cosas y además promulga la Ley contra el terrorismo. Yo no apruebo los atentados por esto: porque luego viene otro que detiene y fusila. Pero la muerte de Carrero Blanco ha levantado la moral de los españoles, replicará usted. Bueno, el pueblo no es que haya llorado, es cierto. En algunos casos incluso lo ha festejado. Pero para mí el problema no consiste en conseguir pequeñas satisfacciones. Consiste en derribar la Dictadura.

»Yo soy un hombre político. Soy un comunista. Soy un revolucionario. Y la revolución no me da miedo. He crecido soñándola, preparándola. Pero cuando hablo de revolución no hablo de bombas y de guerrillas: hablo de abolir lo que se llama explotación del hombre por el hombre, hablo de la libertad y de los hombres. Y añado: yo no condeno la violencia, no estoy contra la violencia en cualquier caso. La acepto cuando es necesaria. Y si la revolución necesitara en España de la violencia, como ya la han necesitado en otros países, estaré listo para ejercerla. No podría jamás colocar una bomba bajo el automóvil de Carrero Blanco, pero puede estar segura de que si mañana fuera necesaria una insurrección usted me vería con el revólver en la mano.

»He hecho la guerrilla cuando creía en la guerrilla. Durante nueve años. No sé si soy un buen tirador, pero sé que apuntaba con cuidado: para matar. Y he matado. Y no estoy seguro de que esto me guste, aunque no me arrepiento de haberlo hecho. Y digo: una guerra civil, una guerra revolucionaria, puede ser exaltante, pero es repulsiva. Encuentras siempre a alguien a quien le gusta matar. Alguien que luego aprende a matar en frío, a hacer represiones.

»A Franco me gustaría que le condenaran a muerte. Repito que estoy y estaré siempre contra la represión en España, contra la idea de perseguir a quien se ha comprometido con el Régimen. Sostengo y sostendré que habrá que amnistiar a todos. Pero, mientras estoy dispuesto a dejar con vida a los policías de Franco, pero no estoy dispuesto a dejar con vida a Franco. Figuro entre los españoles que piensan que ver morir a Franco en su lecho sería una injusticia histórica. Existen pocos pueblos en Europa que se hayan batido tanto como nosotros para la libertad, no nos mereceríamos verle morir con la ilusión de que su tiranía es indestructible. No tiene que llegar a tener esa satisfacción. El fin de su tiranía tiene que vivirlo con los ojos abiertos.

»Nuestro resorte sería el de una huelga nacional y no sólo en sentido geográfico. O sea, una huelga que paralice de repente a todo el país, desde las fábricas hasta las Universidades, desde el comercio hasta las comunicaciones. Una huelga gigantesca, total, que bloquee el entero mecanismo del Estado, y contra la cual el Régimen no pueda hacer nada. Todo tendrá que verificarse en ese momento, todo. Y lo que estamos haciendo es crear las condiciones para ese momento. El Gobierno lo sabe, pero en vano. Porque en ese momento el pueblo saldrá a la calle a pedir la constitución de otro Gobierno, un Gobierno provisional, y el Ejército lo apoyará. Si no ya todo el Ejército, por lo menos los jóvenes oficiales del Ejército y... Más no puedo decir.

»En los últimos meses han pasado por esta habitación personas muy ligadas al régimen de Franco. Hablo de autoridades de las finanzas y de la Iglesia, que eran ferozmente anticomunistas. Lo siento, pero no puedo decirle los nombres: se quedarían boquiabiertos. Han venido a buscarme, y se han sentado donde está sentada usted ahora, y han discutido conmigo lo que está sucediendo en España. Y también lo que está a punto de suceder. Y se han mostrado de acuerdo conmigo. Y ahora yo digo: si la gente que forma parte del sistema viene a verme, y está de acuerdo conmigo, significa realmente que el sistema se está cayendo. Mejor dicho, que prácticamente ya se ha caído.

»Nosotros los comunistas españoles no soñamos con una España en clave antiamericana. Sabemos demasiado bien que España necesitará la tecnología americana y los capitales americanos para desarrollarse. Estamos listos para una política de cooperación con vosotros, les digo yo, y, en cierta medida, también con los países del Este y con la Unión Soviética. Pero si los Estados Unidos siguen ayudando a Franco, retrasando así la restauración democrática en España, si los Estados Unidos piensan nada menos que impedirnos el regreso de la libertad, todo el arco de las fuerzas políticas españolas acabarán siendo antiamericano. No sólo nosotros los comunistas.

»¿Qué quiere que le diga de Juan Carlos? Es una marioneta que Franco manipula como quiere, un pobrecito incapaz de cualquier dignidad y sentido político. Es un tontín que está metido hasta el cuello en una aventura que le costará cara. Le explico en seguida quién es Juan Carlos. Estaba de vacaciones en las Baleares cuando Franco le llama: “Ven aquí.” Él corre a Galicia, como un niño obediente, y Franco le enseña un papel: “Mira, la nueva ley antiterrorista. ¿Es buena, eh?” Y Juan Carlos: “Sí, buena.” Y Franco: “Bien, ahora puedes volver a las Baleares.” Todos se preguntaban: “¿A qué ha ido Juan Carlos a Galicia?” No había ido a hacer nada, había ido a leer ese Decreto y decir: “Sí, bueno.” Simplemente porque ese día Franco tenía ganas de fastidiarle a él también. ¿Qué posibilidades tiene Juan Carlos? Todo lo más ser rey durante unos meses. Si hubiese roto hace tiempo con Franco, habría podido encontrar una base de apoyo. Ahora ya no tiene ni ésa, y es despreciado por todos. Yo preferiría que hiciese las maletas y se marchara junto a su padre diciendo: “Remito la Monarquía en las manos del pueblo.” Si no lo hace, acaba mal. Acaba realmente mal. Corre incluso el riesgo de que lo maten.

»Escúcheme bien. Yo soy comunista, no socialdemócrata. No soy rosa. No, no lo soy. Pero analizo la experiencia europea usando el cerebro, y digo lo siguiente. En mil novecientos diecisiete sucedieron muchas cosas y el comunismo triunfó con la revolución de Lenin. Pero seguir viendo la revolución como se desarrolló en mil novecientos diecisiete con Lenin, es lo mismo que comportarse como la mujer de Lot. Ya sabe, el personaje bíblico que se vuelve hacia atrás y se transforma en una estatua de sal. No hay que mirar hacia atrás, no hay que mirar a la revolución rusa, hay que mirar hacia delante, hay que mirar a Europa. Nosotros los comunistas tenemos que preguntarnos por qué los partidos comunistas han ganado sólo en los países donde existía un desarrollo económico social al borde del feudalismo: sin contar a China donde existía nada menos que un feudalismo asiático. Y tenemos que preguntarnos por qué, sobre todo los países desarrollados, la socialdemocracia ha seguido siendo la favorita de la clase obrera. ¡Bah! Es demasiado fácil contestar que la socialdemocracia ha colaborado con la burguesía hasta llegar a ser un partido burgués. Esto no explica en absoluto por qué la socialdemocracia ha tenido un apoyo tan grande entre los obreros. ¿No será más bien que nosotros los comunistas nos hemos dejado paralizar por el ejemplo soviético, por la idea de ocupar el “Palais d’Hiver” como los bolcheviques? ¿No será más bien que no hemos querido, no hemos sabido hacer las reformas como hubiésemos debido? ¿No será más bien que la socialdemocracia estaba más preparada que nosotros para hacer esas reformas y para mejorar el nivel de vida de los obreros?

 »Donde los comunistas han triunfado, la libertad ha sufrido. Y han sufrido también determinados derechos humanos, sí. Pero donde han triunfado los socialdemócratas, el socialismo no se ha realizado. Ha quedado sólo la libertad, y a veces restringida. Seamos justos: en la Alemania Federal no hay muchas libertades para los comunistas. Por tanto si usted me pregunta lo que le preguntó a Nenni, es decir, si prefiero la socialdemocracia escandinava o el comunismo soviético, le contesto: ni una ni otro. El hecho de que el régimen soviético no me parezca nada bien, creo que es inútil subrayarlo. Pero tampoco me va bien el escandinavo, porque según mi parecer no es socialismo: es libertad y nada más. Y si es cierto que yo no puedo prescindir de la libertad, es igualmente cierto que no puedo contentarme con la libertad y nada más. Yo sueño un régimen donde comunistas y socialdemócratas y progresistas en general sean capaces de colaborar para una verdadera transformación de la propiedad privada, hasta abolir la explotación del hombre por el hombre.

»También tiene usted razón en esto: la expresión dictadura del proletariado, es una expresión que es ya demodé. En efecto, yo hablo poquísimo de dictadura del proletariado y las pocas veces que me refiero a ella, aludo a un concepto nada ortodoxo, ni mucho menos. Me refiero a un posible Estado con una legislación que proteja a la propiedad socialista y elimine lo que Marx definía dictadura del proletariado. La dictadura del proletariado, entendida como poder de una minoría que se impone con la fuerza y la violencia, es un concepto que ya ha pasado.

»Tengo que decirle que el vigésimo congreso del Partido Comunista soviético, durante el cual Kruschev denunció a Stalin, fue para mí el comienzo de una reflexión muy profunda. Y lo que sucedió luego, la primavera de Praga, por ejemplo, me sirvió de confirmación. En Efecto, nosotros los comunistas españoles, nos colocamos al lado de Dubcek y depositamos muchas esperanzas en su experimento. En fin, condenamos con indignación la intervención de las tropas soviéticas. Pero en la raíz de todo esto figura la experiencia española, o sea, el Gobierno que teníamos durante la guerra civil. Era un Gobierno presidido por un socialista y compuesto por socialistas, republicanos, anarquistas, católicos, nacionalistas vascos y catalanes, y sólo dos comunistas. Y a pesar de sus limitaciones, ese Gobierno me enseñó que se puede sostener un papel inmenso aun sin aplicar los clichés catequistas de las mujeres de Lot. La República española no se basaba en un régimen capitalista: era una democracia popular en el verdadero sentido de la palabra.

»Conocí a Stalin junto a Dolores Ibárruri y tengo que decir que no le encontré antipático. Sabía tratar a la gente, sólo se volvía duro cuando decía: “No, os equivocáis.” Nos había convocado porque no estaba de acuerdo con nuestra política. Nos recibió junto a Suslov, Moloyov, Vorochilov, y empezó casi en seguida a reprocharnos el que quisiéramos trabajar con los sindicatos fascistas. Verá usted, yo no puedo decir que tengo un mal recuerdo de Stalin, porque en aquel tiempo yo no sabía que Stalin fuera Stalin. No se traslucía nada. Incluso cuando estuve seis meses desterrado en Rusia, desde diciembre de 1939 hasta junio de 1940, no tuve jamás la mínima indicación de que Stalin fuera Stalin. Quizá porque en Moscú, yo personalmente gozaba de una libertad total. Tenía veinticuatro años y era la primera vez desde el final de la guerra que no vivía perseguido, todo le parecía hermoso. Lo contrario de lo que iba a experimentar en Nueva York.

»Me enviaron en misión desde Moscú, como funcionario de la juventud de la Internacional Comunista a Nueva York, para encontrarnos con Browder, el secretario del Partido Comunista americano. Estuve allí con un pasaporte falso, pasando por Japón y Canadá, y me quedé seis meses, como en Moscú. Vivía en Ámsterdam Street, y era muy infeliz. Sobre todo por los rascacielos. Lo primero que me había desazonado había sido que la ciudad se me viniera encima y me aplastara con sus rascacielos. Luego, las sirenas de los bomberos: obsesivas, ensordecedoras, como si la ciudad ardiera eternamente. Y por fin, la soledad. En ningún lugar he sufrido jamás la soledad como la sufrí en Nueva York. Quizá porque también aquí no hablaba la lengua. Quizá porque veía sólo a Browder y a los comunistas americanos. Quizá porque con Browder yo no estaba realmente de acuerdo. Tan rígido, él también. Estaba yo tan desesperadamente solo que empecé a amar el flamenco. Yo que lo detestaba. Compré un aparato de radio para escuchar las noticias en español y transmitía siempre ese flamenco, y acabé amándolo.

»Al cabo de cincuenta años, en Rusia, el problema de la libertad es aún un problema por resolver. Y el problema de la libertad es un problema esencial para el socialismo. Y demasiados elementos, en Rusia, son una supervivencia del zarismo en lugar de un florecimiento del socialismo. Mire, pongámoslo así: yo no niego que sin la URSS no habríamos derrotado jamás a los nazis en Europa. Yo no niego que sin las armas soviéticas nosotros los españoles no habríamos podido luchar durante tres años contra Franco. Sólo los soviéticos nos ayudaron y nos enviaron cañones, tanques, ametralladoras. Aparte de ellos, no hubo más que México que nos echara una mano, mejor dicho, un buque de fusiles. Todos los demás se mantuvieron neutrales o cargaron contra nosotros, como la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler. Pero, dejando bien sentada esta gratitud mía, digo que no acepto órdenes de nadie. Por tanto, tampoco de la URSS. Y no será desde luego la URSS, la que me diga lo que tengo que hacer: ni hoy, ni mañana, ni nunca.

»Mi evolución personal ha ido al paso de la del Partido, es evidente. El único grupo que no ha demostrado estar de acuerdo sobre el problema de Checoslovaquia, ha sido, por ejemplo, el grupo de los curas catalanes. Sabe usted, hay muchos curas en el partido comunista español, y el grupo de los curas catalanes aprobaba la intervención soviética en Checoslovaquia. ¡Pues sí! ¡Los curas! Pobrecitos: están tan acostumbrados a obedecer...

»Negar el papel del hombre en la Historia es olvidar gran parte del marxismo. En la medida en que son capaces de interpretar un momento histórico, los individuos tienen una importancia enorme. ¿Quién puede sostener que la revolución rusa no haya quedado marcada por la personalidad de Lenin o que las cosas hubieran sido de otro modo si no hubiese existido Stalin? Incluso Franco y las características personales de Franco han jugado un papel inmenso en España. Sin su tenacidad, sin su falta de humanidad, sin su desprecio por la vida de los demás y por el juicio de los demás, sin su frialdad feroz, España no habría vivido jamás una noche tan larga.»

           

El siniestro personaje nombrado doctor Honoris Causa

En esta vergonzosa época de los enanos, en una auténtica ‘noche negra’ el asesino de Paracuellos de Jarama, protagonista del primer genocidio en masa del siglo XX de dimensiones desconocidas hasta entonces bajo su mandato y sus Milicias de Vigilancia, fue investido en la Universidad Autónoma de Madrid doctor Honoris Causa, siendo interpretado en la apertura del acto, para más escarnio, el ‘Veni Creator’ y en la clausura el ‘Gaudeamus igitur’. Se sacó a relucir con toda desfachatez sus “servicios” a la Transición española los valores de la “reconciliación”, proclamándole “demócrata ejemplar”, olvidando todos los adalides del “progresismo democrático” allí presentes, la actuación de Carrillo durante la guerra civil cuando éste era Consejero de Orden Público en Madrid, y cuando muchos años después, en 1975 hizo las declaraciones a la periodista italiana Oriana Fallaci, transcritas en éste artículo,  vanagloriándose de sus tropelías: “No sé si soy un buen tirador, pero sé que apuntaba con cuidado, para matar. ¡Y he matado! No me arrepiento de haberlo hecho”.

Esta entrevista publicada en L’Europeo no ha sido nunca desmentida.

En la bochornosa noche del homenaje al “duque de Paracuellos”, entre los telegramas de adhesión que se leyeron, no faltó el de S.M el Rey Juan Carlos I, en el que le transmitía “su respeto y amistad fraguada durante muchos años”. De esa forma le agradecía los “piropos” que le había dedicado Carrillo en el año 1975...

Tras muchas intervenciones laudatorias, y en agradecimiento a los allí congregados, Carrillo se ratificó con estas contundentes palabras: 

“Sigo sintiéndome comunista. Moriré con un orgullo inmenso de haber luchado en las filas de ese partido por la libertad de España...”

Finalmente se destapó el verdadero homenaje al líder comunista, y como traca apoteósica, se le presentó el derribo de la estatua ecuestre de Franco, como si de un trofeo de caza se tratara, aunque según la vicepresidenta Mª Teresa Fernández de la Vega -también conocida como la ‘Vogue’- dijera con su fácil verbo: “Sólo queríamos eliminar el dolor”.

¡Cómo le hubiera agradado al homenajeado haberle podido fusilar, como hizo con tantos miles sin excluir a sus compañeros comunistas! Ya lo había dejado plasmado en la entrevista con Oriana Fallaci:

“No estoy dispuesto a dejar con vida a Franco. Figuro entre los españoles que piensan que ver morir a Franco en su lecho sería una injusticia histórica”.

 

Documento extraído de la página: www.generalisimofranco.com